martes, 31 de mayo de 2011

Y reía y reía

Allí estaba yo, en esa habitación tan oscura, pasando canciones en el reproductor sin escucharlas. Abriendo páginas al azar, intentando borrar de mi mente aquellos recuerdos de traición. Me había bastado con el testimonio de cualquiera que no fuera ella. No dudé. Ni siquiera sabía por qué, no había ni indicios ni precedentes. Sólo palabras que se clavaban como dardos en la memoria. Y en el terreno de la verdad y la mentira, la mentira no tenía hueco. Solamente el hueco que ella había querido darle haciéndome eso. Despreciándome. Vapuleándome. Sobre todo, riéndose. Había jugado a reírse, y reía y reía a mis espaldas, mientras callaba delante de mí. Antes era yo el que reía de frente y lloraba a las espaldas, ahora se me había olvidado reír.

Ahora sólo andaba soportando la dureza de cada llamada, el incesante ring-ring que era peor que el recuerdo. Era la representación del dolor. O lloraba cuando no sonaba el teléfono o lloraba más aún cuando sonaba. No quería escucharlo pero tampoco quería que dejara de sonar. Era la situación más dura que había vivido y no parecía que fuese a tener fin, porque yo no estaba dispuesto a dárselo.

Pero me levanté obnubilado y sin querer cogí el teléfono. Y me convenció. Bueno, no me convenció. Yo entré en razón. Comprobé que toda aquella historia que yo me había montado no podía ser cierta. Me demostró que aquel día a esa hora ella no estaba allí, y me dijo que no se enfadaba por la duda porque me quería demasiado.

Así que parecía que todo iba a volver a la normalidad. Sin embargo se había cultivado el odio, y el perdón por lo no hecho ya no era cuestión de voluntad. Ya todo se había vuelto imposible.

lunes, 30 de mayo de 2011

Platónica excavación

Tirando millas para abajo,
casi por donde mora Belcebú,
entregándose a su trabajo
a muchas millas de bajitud,
un minero pica el suelo
como si fuera buscando
otro camino hacia el cielo.
Sube a ratos por luz solar,
sube a ratos por aire fresco,
sube para volver a bajar
donde no hay más brisa que su aliento.
Tiznada su cara ruda,
enojado con el tintineo
de la espiocha del tiempo.

Picando piedras hacia el destino,
da con un inquietante filón
que ni de plata, ni de platino,
más bien se compone de Platón.
Bailan sombras de un error
con una música equivocada
ante un público sin visión.
Baja hacia la ignorancia,
baja hacia la orgía del no,
baja para volver a subir
por la cuesta que va hacia el exterior.
Topa con el sol de siempre,
y huye intuyendo que es peor
un mal "Vete" que un buen "Adiós".


P.D: De ritmo no anda muy allá, pero me gusta como ha quedao. Y siento tanta poesía y tan poca chicha, esto es lo que fui.

"O la vida es mu perra o yo soy mu gato..."

martes, 24 de mayo de 2011

LLAMAMIENTO A LA PLAZA (crítica constructiva a la acampadacadiz)

Cuando miles de españoles salieron a la calle aquél glorioso domingo quince de mayo en el que despertamos, lo hicieron sin chaquetas, sin bandos, sin fusiles de uno u otro partido. Salimos a la calle indignados, gritando un sonoro y rotundo NO a aquellos a los que votamos hace tres años para dejar que les gobiernen otros. Teníamos muy claro lo que pedíamos: pedíamos Democracia Real. Estamos cansados de una democracia que es representativa en lugar de participativa, y que encima de todo, ni siquiera nos representa. Salimos a la calle con consignas claras: si votamos a políticos no queremos que nos gobiernen mercados, no entendemos porque en una estado “democrático” todos los votos no valen lo mismo, los políticos tienen privilegios que niegan a sus electores y los tres poderes no están separados. Salimos a la calle rojos de ira, porque entre los dos partidos que tratan de bipolarizar patológicamente nuestro Parlamento, acumulaban en sus listas más de 200 imputados por corrupción. No éramos ni de izquierdas ni de derechas. O mejor dicho, sí lo éramos, pero allí estábamos todos juntos pidiendo lo mismo. Fue la magia de aquél quince de mayo, que yo pudiera estar manifestándome justo por detrás de los miembros de Izquierda Anticapitalista, junto a amigos comunistas y capitalistas, a la vez que familias democristianas o conservadoras. No había color en Cádiz aquél domingo, sólo gritos de indignación pidiendo lo mismo: cambiemos las reglas del juego. Jóvenes, adultos, hombres, mujeres, trabajadores, empleados, estudiantes y parados no queríamos destruir el sistema. Queríamos cambiarlo, hacerlo más justo. Tal vez, para que la próxima vez que quisiéramos jugar a la Democracia, pudiera servir para algo.

España siguió así una semana, desde que el primer grupo de valientes conquistara la plaza de Sol y la hiciera bastión de nuestras protestas. Desde aquél lunes, miles y miles de ciudadanos, espoleados unos por los otros, gracias a aquella chispa recogida por las acampadas y prendida en viva llama, continuamos exigiendo lo mismo. Queríamos Democracia Real. Más plazas conquistadas surgieron como setas en todo el país, y más tarde, en Europa. En ellas la gente protestaba, tomaba el megáfono en las asambleas, decoraba los espacios con sus carteles, sus situaciones, sus frases. El pueblo salió a la calle y vertió todo su arte en ellas. Y el pueblo hablaba. Charlaban los unos con los otros, mientras los políticos hacían oídos sordos y a nosotros ya ni nos importaba. Como el prófugo de la caverna de Platón redescubrió sus ojos, nosotros nos encontramos con nuestras voces, y el gozo que nos producía escucharnos era estímulo suficiente. Las acampadas eran limpias, cívicas, educadas. Ejemplares en su mayoría. Comisiones cuidaban de los niños mientras los padres debatían, organizaban limpieza, recibían comida y mantenían el orden. El ejemplo, trabajo y estímulo realizado por tantos ha sido, sin duda, impagable. Gracias a todos, acampados o no, que han alimentado y mantenida viva la llama olímpica que ha incendiado España. Con un solo grito, ASÍ NO. Con un solo objetivo, CAMBIEMOS LAS REGLAS DEL JUEGO.

Sin embargo, como un corredor de maratón sin un recorrido marcado, el movimiento ha seguido corriendo sin saber exactamente donde va. Y lo que es peor, olvidándose de dónde tomamos la salida. Fue el domingo quince de mayo en el que, gracias a un movimiento sin ideologías, sin interés individuales, sin partidismos, se tiró la primera piedra. Pero ahora se habla de más cosas en las acampadas. Y hablar de ecologismo, feminismo, fuentes de energía, y posicionarse de una u otra forma ante tal ley mercantil es tomar partido por algo, desde una trinchera determinada. Es hablar de ideologías, de posturas. Todo lo contrario de lo que gritamos el día quince. Eso está pasando en muchas partes, en Cádiz también, y todos lo estamos viendo. Preocupado por lo mismo ayer fui a la asamblea de las ocho, y pedí el turno de palabra, y tomé el micrófono. Sí, era yo aquél chiquillo, por si algunos de los asistentes lee esto y lo recuerda. Avisé de que no éramos ni los primeros ni los últimos en levantarnos. Porque las revoluciones empiezan y acaban, y no siempre consiguiendo aquello para lo que nacieron. Para ver revoluciones, sólo hay que abrir un libro de Historia. Y esa en la que tanto nos inspiramos, el Mayo francés del 68, acabó muriendo de vieja, apagada poco a poco, sin ver cumplido muchas de sus reivindicaciones. Al menos se despertaron, dirán algunos. Y es cierto. Y aquí, pase lo que pase, al menos nos hemos despertado, dirán otros, y eso de por sí ya es un tremendo triunfo. Eso es aún más cierto. Pero estamos rozando con la punta de los dedos un éxito aún mayor, y es ver traducido todo el movimiento que empezamos hace una semana en cambios concretos. En cambios en las reglas del juego. Lo único que tenemos que hacer, todos los que deseamos algo así, es sentarnos en nuestras plazas, y gritar con una voz única: señores políticos, esto es lo que queremos: cambiar la ley electoral, eliminación de vuestros privilegios, mayor control del sistema financiero y separar los poderes legislativo y judicial. Eso, o lo que sea. El consenso de mínimos al que se llegue. Pero que sea aquello que podamos gritar entre TODOS con una sola voz, unidos codo con codo tantos tan diversos, y aún más, como en aquella manifestación. Esa fue mi propuesta a la asamblea, y me senté.

No demasiados pensaron como yo. Casi todos los que hablaron después opinaron, incluidos algunos de los organizadores de la acampada que tomaron la palabra, cosas como “cambiar la ley electoral ya no es una de las prioridades”, o ”Yo antes que quedarme en un detalle como la ley electoral prefiero intentar cambiar el mundo en el que vivo, que es una puta mierda”. Y continuaron hablando de feminismo, ecologismo, debatir tal ley mercantil, qué posición tomamos ante tal problema de tal barrio. Desgraciadamente, en eso es en lo que se han convertido acampadacadiz, y muchas otras. Ojo, que me parece que querer cambiar el mundo, y luchar por ello, el algo tremendamente lícito. Y hermoso. Y cada cual que lo haga desde la postura que en su conciencia crea conveniente. Pero ni yo ni los que salimos a la calle el día quince fuimos convocados por la plataforma Democracia Real Ya para cambiar el mundo. Gritamos indignados para pedir Democracia Real. Gritamos indignados para cambiar las reglas del juego. Y para que después, en igualdad y justicia de condiciones, y según lo que su conciencia le dictase, jugase su partida.

domingo, 15 de mayo de 2011

Mi último café con Bin Laden (Café Talibán I)

El café de ese domingo tuvo una compañía inesperada: miles de estadounidenses echados a la noche de las calles portando banderas, sonrisas, gritos y felicidad. Los luminosos de la Gran Manzana dejaban correr la noticia por sus pantallas: “Osama Bin Laden was killed by USA Army”. Cada vez que estas palabras parpadeaban, arreciaba la alegría. Me puse a estudiar una hora más tarde de lo previsto, pero supongo que mereció la pena. Fue un café recalentado un par de veces, pero un café histórico al fin y al cabo. También fue un café extraño. Esa fue mi primera reacción, una vez hube asimilado la muerte del líder de Al Qaeda y lo que eso pueda significar: había cientos de miles de ciudadanos celebrando la muerte de un hombre. En aquél momento ni lo censuraba ni lo dejaba de censurar. Simplemente, no sabía qué pensar de aquello. Sólo eso: extraño. A muchísimos de los que hemos recibido una educación basada en la moral occidental (y por tanto, cristiana), algo nos incomodaba en la conciencia al ver aquello. Como una astilla recién incrustada en un dedo. Celebrar la muerte de un hombre, y con aquellas muestras tan exageradas de alegría. ¿Pena? No creo que nadie sintiera pena por semejante perro. Simplemente, supongo que todos compartimos la misma duda: ¿está bien eso? Se supone que no hay que alegrarse de la muerte de ningún ser humano, dice el precepto. Desgraciadamente, temo que esa frase sea más útil como lema que como norma. Lo pensé fríamente (supongo que por solidaridad con mi café). Con la honestidad por delante: si hubiera estado vivo cuando murió Franco, habría salido a celebrarlo. Si hubiera estado vivo cuando murió Hitler… madre mía, creo que eso debió ser el éxtasis. Lo mismo con Mao y Stalin. Me alegré el día que Pinochet la espichó. Y me alegraré cuando Castro, los coreanos, Teodoro Obiang, Gadafi y alguno más pase al otro barrio. Supongo que hay que ser americano para sentir esa alegría. No hay que olvidar que a ellos les sesgaron más de tres mil vidas en un atentado que acertó en el mismo centro de Nueva York, además de los intentos del Pentágono y el que se estrelló en Pensilvania. Y aquellos más de tres mil, con derrumbe de las torres incluidos, no eran militares, soldados ni políticos. Era gente, normal y corriente, que iba a trabajar la última mañana de su vida. A ellos les dolió, y su país empezó una guerra por eso. Contra ese hombre. Y ahora estaba muerto. Ni lo censuro ni lo dejo de censurar. Simplemente, lo comprendo.

Otras dudas daban vueltas en mi café. Objetivo eliminado de un tiro en la cabeza. Dicen, claro. En lo que a mí respecta, puede estar vivo y preso, vivo y libre, o muerto y en EEUU. Ayer mismo yo cacé un unicornio, e incluso le hice fotos. Pero no pienso enseñároslas, y además, me deshice del cadáver tirándolo al mar. Por otro lado, la gran cuestión de aquello no es qué pasó con el cuerpo. Es si fue lícito. En mi opinión personal, lo fue. Los atentados del 11-S conllevaron a una declaración de guerra en toda norma a Afganistán y Al Qaeda. Una vez depuesto el gobierno talibán, e instaurado uno “democrático”, queda la otra parte de la guerra, cuyo grueso se libra en el mismo país, y nuestra Ministra de Defensa y el presidente del Gobierno llaman, muy amablemente, “Misión de Paz”. Se ve que más que balas lanzan pétalos de rosas, y en el manual básico de conversación pashtí de los soldados la frase más socorrida es: ojos negros tienes, moreno. El mundo ha cambiado, ergo la guerra ha cambiado. El enemigo son los Talibanes, cuyo objetivo es matar, destruir y conquistar occidente (así consta). Ya no se lucha contra un estado. Ni siquiera contra una nación. Es un grupo terrorista, o varios, ubicado en países distintos que no sólo no los apoyan, sino que los combaten. Por cierto, Bush firmó un acuerdo con Pakistán que autorizaba a este a actuar militarmente de manera unilateral en caso de conocer el paradero de Bin Laden, dato no lo suficientemente aireado. En fin, Llamémosle guerra supranacional, anacional, o como queramos. Pero llamémosle guerra. Y en ese contexto, considero lícito matar al contrario. Es legítimo eliminar al enemigo, y considero la muerte del pollo aturbantado un acto de guerra. ¿Capturarlo y juzgarlo? Habría estado bien. Pero entiendo que no fuera la prioridad: ni por permitir que se escapara, ni por poner vidas de soldados en riesgo, ni por las consecuencias que podría traer. No creo que un juicio fuera prioritario. Si se puede, se hace. Si no, pum. Lo fundamental era detenerlo (en un sentido físico, no legal). No hace falta un juicio para que alguien sea culpable, el juicio es necesario para la condena judicial. Pero la culpabilidad es intrínseca a los actos, y es determinable por una investigación. Y en una guerra, en el campo de batalla, no es la condena judicial el modo de actuación. Esta tiene sus propias normas, las cuales hacen cumplir soldados y armas, no jueces y policías. ¿La guerra es el fracaso de la civilización? Lo es. ¿La defiendo? No. Simplemente, asumo sus consecuencias. Lo comprendo.


miércoles, 11 de mayo de 2011

Fado y Guajira

Guajira, trabaja la tierra.
Pierde la vida entre matojos,
entre piedras pierde los ojos
pero enseguida los recupera,
cuando el globo salta y gira,
la música suena, y todos
pierden la prisa, medio locos
cantan con ella, canta Guajira.

Fado observa la ventana
que permanece entreabierta.
Pierde las ganas y los peces
no pierde penas ni a veces
y si por suerte se afana
con no perderse en un enfado,
por todos lados hace aguas,
el tedio gana y rabia Fado.



Cuando por sorpresa mira
lo que tuvo a su lado
Fado, por no llorar, ríe;
Guajira se pone a llorar
y, cuando Guajira llora,
es que llora de verdad.



P.D: Ya subiré otra cosita...

"No suicidarse es una cobarde forma de decirse a uno mismo 'Igual mañana cambio de opinión'. Por otra parte, hay gente que a esto mismo lo llama vivir."

lunes, 9 de mayo de 2011

Hasta Mafalda pudo

Algún publicista ingenioso ha reinventado una palabra que define a la perfección mi estado del último mes: infoxicado. Condenado a ir a la zaga de la noticia, y no a la par, como se empeñan los directores de periódico que exigen a sus becarios sesudos análisis de la actualidad instantáneos, el análisis y la comprensión necesitan de un tiempo que los eventos de los últimos treinta días no nos han dado. Una guerra enquistada, un presidente yemení que se va, un nuevo amanecer palestino con un ansiado pacto entre Fatah y Hamas, un presidente yemení que dice que ahora no, que fue un error, un contador del paro aproximándose peligrosamente a los cinco millones, un dictador sirio asesinando en las calles a más gente que el pollo aquél del Gadafi del que nadie se acuerda, un presidente del Gobierno diciendo que ya la cosa está tan mal que sólo puede estar tocando techo, mientras el líder (¿líder?) de la oposición calla cual mujer de mala vida, y sus secuaces se encargan de ir desencajando las placas de pladur, una Batasuna que es ETA que no se presenta a las elecciones, un voto mío más indeciso que un cura en un Imaginarium, un yemení que dice que no sabe, una Europa en la que tanto creí y que tanto se muere, un sirio que sigue asesiando, unos libios que siguen muriendo, unos batasunos que ya no son ETA que resulta que al final sí, una Edad Media que nos reinvade a pasos agigantados con sus reliquias de santos y sus bodas de postín y principesco y sus peleas por qué Dios es más verdadero, su...

"Hoy la vida parece demasiado hermosa como para estropearla con la realidad", dice Mafalda en una de sus viñetas, justo antes de apagar la radio y disfrutar de una naciente primavera. Una lección más del maestro Quino. Y si ella puede, que es de ficción, yo también. Así que, a lo que es a mí, este último mes apagué el wifi y me he dedicado al hockey, viajar y al arte. Con el más profundo convencimiento de que, si algún día me preguntaran, votaría sin pensarlo por la opción de que el mundo explote y la raza humana se vaya al mismísimo carajo. Y si podemos, mejor nos matamos entre nosotros. Dejamos así un planeta hermoso, con sus glaciares, sus mares, sus animalitos y sus plantas todas ellas. Sin el maldito cáncer que somos nosotros.

Sin embargo, no he podido evitarlo. Habrán notado los aviesos lectores un importante acontecimiento ausente en la lista de arriba. Efectivamente, parece que despues de una guerra empezada hace diez años por un chimpacé infraevolucionado, al presidente negro se le ha ocurrido dejar de tirar bombas a las montañas e ir a preguntar si cierto talibán está en su casa. Pim pam pum, tirito en el pecho (dicen que fue en la frente). ¿Y saben en qué se diferencian ahora Bin Laden de Bob Esponja? Pues absolutamente en nada. El líder de Al Quaeda eliminado ("suprimido", creo que es en argot militar), excursión militar a Pakistán sin aviso previo, y gente que sale a la calle a celebrarlo cual final de la Super Bowl, pero sin pecho de la Jackson incluído.

Juro por todo lo jurable que me había mentalizado mucho esta noche. Que tenía en mente un artículo serio sobre lo del tío del turbante. Y que no son pocas las reflexiones que me angustian sobre lo que he visto la última semana. Ayer tuve una genial conversación con un grandísimo amigo que me ayudó bastante a aclarar mis ideas sobre ese antes, durante y después de lo que ha sido la muerte más celebrada desde Hitler. Es el momento de hablar sobre eso, me he dicho esta mañana, ahora que tengo las ideas más o menos claras y he reposado suficiente la información.

Pero qué quieren que les diga... Hacía un día de putísima madre, la primavera está en plena efervescencia, la Calle Real estaba pidiendo a gritos que alguien pasara una bici por encima, encima Alonso ha hecho podio, y este año la feria del libro de Cádiz está dedicada al maestro Borges ("siempre soñé que el paraiso debía ser alguna especie de biblioteca", con las casamatas del Baluarte de la Calendaria plagadas de libros mirando al mar). En serio, háganme caso: si Mafalda pudo, nosotros podemos. Si tienen alguna duda, yo se la aclaro ahora mismo: no. No tenemos remedio. Y no se lo planteen más: muy probablemente, voten a quien voten dentro de dos semanas, al final los mismos de siempre les van a robar lo mismo. Así que apaguemos la radio. A veces la vida parece demasiado hermosa como para estropearla con la realidad.