La Tierra, esa minúscula gota de agua flotando en un infinito mar de vacío, sigue impasible sus propias normas celestes. Mañana volverá a completar, inexorablemente, su propio movimiento de rotación justo en el mismo punto en el que lo ha hecho hoy, y volverá a mostrar su lado oculto, reservado a la noche y a la Luna, a la luz del Sol. Amanecerá de nuevo, como todos los días, y probablemente nos levantemos y vayamos a la cocina a tomar un café que nos espabile, nos demos una buena ducha, escuchemos la radio, o veamos la tele, y salgamos camino de nuestras obligaciones. Unos tomarán su propio coche, otros irán en autobús o en tren, y así poco a poco se irán llenando las carreteras, oficinas, colegios, facultades, hospitales… bajo la dorada luz de un sol madrugador y perezoso que lentamente se levanta con nosotros. Puede que en el camino nos vayamos encontrando con amigos, familiares, o con nuestros novios. En cualquier sitio: en el coche, en el bus, en la facultad, en el colegio, en una plaza paseando, al otro lado de la cama o en las antípodas de nuestro teléfono móvil. Y así se completarán los pequeños engranajes y rotaciones propias que se dan dentro de la misma Tierra, desde el momento en que sale el sol, siguiendo sus propias normas. Como todos los días.
O puede que no. Puede que al alba lo que nos despierte sea el ruido del vuelo de un F-16 pasando a ras de nuestra casa, recordándonos que empieza de nuevo un día del que hay que tratar de salir vivo por todos los medios. Quizá sea el trueno apagado de una bomba lejana, o fusiles crepitando y balas silbando bastante cerca de nuestra cama. O tal vez no. Tal vez, otra opción, es que en lugar de eso, a la vez que el sol lo que nos despierte sea el hambre. E incluso puede que pugnen por ver cuál de los dos hace que amanezcamos antes. ¿Qué más da? En esa situación lo único que importa sea amanecer, al diablo a cuenta de quién se haga. Y en ese supuesto, el lento paseo del sol de este a oeste no sería más que la sospecha de algo que intuíamos al levantar: efectivamente, tenemos hambre. O puede que esa luz lo único que haga sea descubrirnos un día más la miseria que nos rodea, nuestras casas de lata, nuestros barracones, nuestra inmundicia rodeándonos. Nuestros pies andando descalzos por los vertederos. ¿Quién sabe? A lo mejor el sol sale de forma tan rutinaria que ni siquiera nos trae la noticia de que nuestros dictadores han vuelto a cambiar de nombre.
Todos esos amaneceres son posibles en esa minúscula gota de agua que flota en ese infinito océano de nada. Tan sólo depende de por dónde nos salga el sol. Este es un mundo demasiado grande, y tal vez demasiado redondo. Quizá sea por eso por lo que caben a la vez tantos amaneceres distintos. Visto desde el espacio, debe parecer ridículo. Una misma línea dorada que nunca deja de correr dando vueltas al globo, tan diferente según caiga. ¿Qué hubiera pasado si en lugar de en este planetilla, la raza humana hubiese ido a caer en Júpiter? ¡Qué cantidad de amaneceres-despropósito nos cabrían en un planeta tan enorme! En fin, tal vez sólo por eso hubiera merecido la pena que Colón se hubiese equivocado y se hubiera acabado cayendo al final del tablero. A lo mejor si la Tierra fuese plana conseguiríamos que hubiera sólo un mismo horizonte para todo el mundo.
O puede que no. Puede que al alba lo que nos despierte sea el ruido del vuelo de un F-16 pasando a ras de nuestra casa, recordándonos que empieza de nuevo un día del que hay que tratar de salir vivo por todos los medios. Quizá sea el trueno apagado de una bomba lejana, o fusiles crepitando y balas silbando bastante cerca de nuestra cama. O tal vez no. Tal vez, otra opción, es que en lugar de eso, a la vez que el sol lo que nos despierte sea el hambre. E incluso puede que pugnen por ver cuál de los dos hace que amanezcamos antes. ¿Qué más da? En esa situación lo único que importa sea amanecer, al diablo a cuenta de quién se haga. Y en ese supuesto, el lento paseo del sol de este a oeste no sería más que la sospecha de algo que intuíamos al levantar: efectivamente, tenemos hambre. O puede que esa luz lo único que haga sea descubrirnos un día más la miseria que nos rodea, nuestras casas de lata, nuestros barracones, nuestra inmundicia rodeándonos. Nuestros pies andando descalzos por los vertederos. ¿Quién sabe? A lo mejor el sol sale de forma tan rutinaria que ni siquiera nos trae la noticia de que nuestros dictadores han vuelto a cambiar de nombre.
Todos esos amaneceres son posibles en esa minúscula gota de agua que flota en ese infinito océano de nada. Tan sólo depende de por dónde nos salga el sol. Este es un mundo demasiado grande, y tal vez demasiado redondo. Quizá sea por eso por lo que caben a la vez tantos amaneceres distintos. Visto desde el espacio, debe parecer ridículo. Una misma línea dorada que nunca deja de correr dando vueltas al globo, tan diferente según caiga. ¿Qué hubiera pasado si en lugar de en este planetilla, la raza humana hubiese ido a caer en Júpiter? ¡Qué cantidad de amaneceres-despropósito nos cabrían en un planeta tan enorme! En fin, tal vez sólo por eso hubiera merecido la pena que Colón se hubiese equivocado y se hubiera acabado cayendo al final del tablero. A lo mejor si la Tierra fuese plana conseguiríamos que hubiera sólo un mismo horizonte para todo el mundo.