Se define como antítesis a la oposición de dos ideas. Quede como ejemplo el que se da en las puertas de La Casa Blanca: altos mandatarios del gobierno a un lado de la verja y surtidos protestatarios de toda clase de ralea al otro. Ese lugar concreto del orbe es curioso por la forma natural con la que se compaginan el trasiego de corbatas y los gritos de pacifistas despojados, madres de soldados, personas en paro y ociosos varios que disfrutan del espectáculo.
Nuestro protagonista era uno de esos encorbatados que andan a un ritmo ridículamente rápido por las aceras. Todo pulcritud, todo eficiencia y eficacia, todo intachable. Uñas limpias, zapatos lustrados, folios importantes en un maletín caro y horas de trabajo por delante. Lo que se dice un triunfador del capitalismo, una de esas personas que han jugado a esta infernal máquina de la fiereza liberal y ha ganado la partida.
Aquella mañana nuestro hombre se chocó con su antítesis. A partir de ahora denominaremos a su antítesis como Ella. Por dar algunos datos de Ella, cabe destacar que era un alma libre, artista de corazón, entrópica como la misma muerte y explosiva como un grano de pimienta. Estaba llorando, buenísima, soltera y desnuda.
Al parecer, Ella había conocido a un hombre muy interesante la noche anterior. Compartían muchas opiniones, habían conectado muy bien. En resumidas cuentas, ambos creían en el amor y el sexo libre, por lo que decidieron romper las barreras del puritanismo americano yendo a follar sin tapujos (que es como se debe hacer, dicho sea de paso) enfrente del corazón de EEUU. Lo malo fue que aquel hombre encantador se fue de su lado en cuanto terminaron de follar la tercera o cuarta vez, el muy caradura.
Chocaron el encorbatado y su antítesis, decía hace un par de párrafos, o más bien Ella se abalanzó sobre él y entre sollozos le explicó por encima las razones por las que deberían estar follando. Él no estaba muy convencido, pero ella insistía una y otra vez con tanta vehemencia que pronto se empezó a formar un corrillo entorno a aquel señor tan grave e importante y la señorita desequilibrada y desnuda. Dos agentes se estaban acercando al tumulto con el fin de disolver la muchedumbre. Viéndolos ella le dijo en voz baja "Corre, desnúdate, no sea que se crean esos policías que no estamos follando".
Esa impertinencia era más de lo que podía tolerar. Tuvo que huir de allí. Ella tuvo que perseguirlo, claro. Por eso había un señor tan bien vestido correteando a una señorita desnuda en las puertas de La Casa Blanca.
P.D: Básicamente éste es el tono de mi nuevo proyecto.
"Cuando no se me ocurre una frase pienso en lo inmundo de vuestras existencias y me inspiro"
jueves, 30 de diciembre de 2010
martes, 14 de diciembre de 2010
Cartas de Jesús María del Valle Fresnedoso: "Ay, salpica y chapotea"
Sucede con demasiada frecuencia que las arquetas no dan abasto (cosa lógica, por otra parte, dado que su misión principal es todo lo contrario a abastecer). Es irónico que ese problemilla haga que muchas vidas se escapen, se pierdan, se diluyan como yéndose por el sumidero.
No hay derecho y no es justo que sucedan estas catástrofes en las que el clima inclemente hace dudar a cualquiera de la inexistencia de deidades malvadas e impías. Hablo de inundaciones, de diluvios. Riadas que entran en casas de pobres almas que apenas pueden replicar que el lodo no es bien recibido, que el agua es una visita non grata.
Continuamente vemos que se repiten estos desastres que en el mejor de los casos se salda con cuantiosas pérdidas económicas. Eso cuando los temporales no se saldan con muertes de por medio.
¿A quién hay que culpar? A terrenos no urbanizables que llevan años siendo el hogar de familias enteras, a lo mejor. O quizás sea cosa del puñetero cambio climático que todo lo puede. Quién sabe si es por pura mala suerte y a que no podemos controlar nuestros propios destinos. A saber, el caso es que no conozco a nadie con las asaduras de mirar a los ojos a esas personas que achican el cieno que se apodera de sus viviendas y decirles que hay algo de razonable en toda esa desgracia. Bueno, ni irracional tampoco. Sea como sea, quiero decir, tenemos vidas destrozadas, vidas que se ahogan con un nudo en la garganta y con lágrimas en los ojos que no se quieren tirar al abismo por no empeorar la fluvial situación.
¿Queréis mi opinión al respecto de tanta barbarie? Pues me parece que la gota fría es mala. Vamos, que me posiciono en contra.
No hay derecho y no es justo que sucedan estas catástrofes en las que el clima inclemente hace dudar a cualquiera de la inexistencia de deidades malvadas e impías. Hablo de inundaciones, de diluvios. Riadas que entran en casas de pobres almas que apenas pueden replicar que el lodo no es bien recibido, que el agua es una visita non grata.
Continuamente vemos que se repiten estos desastres que en el mejor de los casos se salda con cuantiosas pérdidas económicas. Eso cuando los temporales no se saldan con muertes de por medio.
¿A quién hay que culpar? A terrenos no urbanizables que llevan años siendo el hogar de familias enteras, a lo mejor. O quizás sea cosa del puñetero cambio climático que todo lo puede. Quién sabe si es por pura mala suerte y a que no podemos controlar nuestros propios destinos. A saber, el caso es que no conozco a nadie con las asaduras de mirar a los ojos a esas personas que achican el cieno que se apodera de sus viviendas y decirles que hay algo de razonable en toda esa desgracia. Bueno, ni irracional tampoco. Sea como sea, quiero decir, tenemos vidas destrozadas, vidas que se ahogan con un nudo en la garganta y con lágrimas en los ojos que no se quieren tirar al abismo por no empeorar la fluvial situación.
¿Queréis mi opinión al respecto de tanta barbarie? Pues me parece que la gota fría es mala. Vamos, que me posiciono en contra.
lunes, 6 de diciembre de 2010
El insomne Mr. Lorenz
El pobre Edward Lorenz daba vueltas sin parar en la cama, en la que estaba siendo la noche más larga de su vida. Agitado, no paraba de cubrirse y descubrirse con sus sábanas color morado, con la esperanza de que al asomar la cabeza los fantasmas que lo atosigaban hubieran abandonado la escena. Pero no. Su mujer había optado por ignorarlo y dormía plácidamente a su lado, lo que alimentaba aún más su angustia. La más impenetrable oscuridad se ceñía sobre él, sólo podía ver una gran masa homogénea, densa y negra, envolviéndolo. La ansiedad nacía de sus tripas, los nervios le acalambraban los brazos y las piernas, y los dientes le rechinaban. Castigado por el miedo a pasar toda la noche en vela, a dar vueltas improductivas en la cama. Vueltas, vueltas, vueltas y más vueltas. Sólo aguardando la salida del sol. Y con ella, el abismo. Ignorancia, el vacío. Era imposible prever qué podía suceder. Cualquier cosa. Absolutamente cualquier cosa. Tal vez la muerte. La de él, la de su familia. Cualquier cosa.
Atrás quedaban los días de gloria y fama, de multitudinarias conferencias, de clases magistrales, de acopio de premios, admiración y doctorados honoris causa. Esos cálidos recuerdos quedaban ya muy atrás, y no podían consolarle ahora. Añoraba su época de universitario, sus mañanas en la Facultad de Matemáticas en Harvard, sus primeras investigaciones sobre meteorología, sus primeros trabajos. Cuando aún era un joven prometedor, con toda la vida por delante, sin grandes preocupaciones. Y sobre todo, sin responsabilidad. Después vino su gran descubrimiento, su gran teoría. Algunos habían visto en ella el mayor talento integrador desde Hawking. Otros, apenas un incipiente complejo megalomaníaco no muy bien disimulado. Algunos psicólogos de corriente freudiana incluso vieron en ella rastros de un conflicto sexual no afrontado con su madre, representada en los bellos insectos que le sirvieron como ejemplo explicativo, pero eso es otra historia. Los atractores extraños. El atractor de Lorenz. La teoría del Caos. O como es mundialmente conocida con el término que él mismo acuñó: el efecto Mariposa. Y con ella, la Gloria.
Todo eso le venía en mente en esa noche aciaga, sin consolarle lo más mínimo. Desasosiego. Angustia. Pura angustia. Y remordimiento y lamento. Esa misma noche, antes de irse a la cama, había estado revisando gustoso el original del artículo que sería publicado al día siguiente en el nuevo número del Lancet. Sin embargo, todo se fue al traste cuando se dio cuenta de que en la decimoquinta línea del tercer párrafo de la cuarta página del artículo, se había comido una coma. Rápidamente, se apresuró a telefonear a la oficina central de la revista, al director, a la imprenta, a remover cielo y tierra a fin de subsanar la errata. Pero ya era demasiado tarde, imposible parar las máquinas, retrasar el pedido, retirar los impresos, sustituir la tirada. Sin remedio posible, tamaña omisión vería la luz con la mañana del siguiente día. Y el pobre Mr. Lorenz, consumido por la desazón y el miedo, no podía conciliar el sueño sabiendo que cualquier desequilibrio o catástrofe que aquel error causara en el Mundo sería, sin remedio posible, responsabilidad suya.
Atrás quedaban los días de gloria y fama, de multitudinarias conferencias, de clases magistrales, de acopio de premios, admiración y doctorados honoris causa. Esos cálidos recuerdos quedaban ya muy atrás, y no podían consolarle ahora. Añoraba su época de universitario, sus mañanas en la Facultad de Matemáticas en Harvard, sus primeras investigaciones sobre meteorología, sus primeros trabajos. Cuando aún era un joven prometedor, con toda la vida por delante, sin grandes preocupaciones. Y sobre todo, sin responsabilidad. Después vino su gran descubrimiento, su gran teoría. Algunos habían visto en ella el mayor talento integrador desde Hawking. Otros, apenas un incipiente complejo megalomaníaco no muy bien disimulado. Algunos psicólogos de corriente freudiana incluso vieron en ella rastros de un conflicto sexual no afrontado con su madre, representada en los bellos insectos que le sirvieron como ejemplo explicativo, pero eso es otra historia. Los atractores extraños. El atractor de Lorenz. La teoría del Caos. O como es mundialmente conocida con el término que él mismo acuñó: el efecto Mariposa. Y con ella, la Gloria.
Todo eso le venía en mente en esa noche aciaga, sin consolarle lo más mínimo. Desasosiego. Angustia. Pura angustia. Y remordimiento y lamento. Esa misma noche, antes de irse a la cama, había estado revisando gustoso el original del artículo que sería publicado al día siguiente en el nuevo número del Lancet. Sin embargo, todo se fue al traste cuando se dio cuenta de que en la decimoquinta línea del tercer párrafo de la cuarta página del artículo, se había comido una coma. Rápidamente, se apresuró a telefonear a la oficina central de la revista, al director, a la imprenta, a remover cielo y tierra a fin de subsanar la errata. Pero ya era demasiado tarde, imposible parar las máquinas, retrasar el pedido, retirar los impresos, sustituir la tirada. Sin remedio posible, tamaña omisión vería la luz con la mañana del siguiente día. Y el pobre Mr. Lorenz, consumido por la desazón y el miedo, no podía conciliar el sueño sabiendo que cualquier desequilibrio o catástrofe que aquel error causara en el Mundo sería, sin remedio posible, responsabilidad suya.
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- Publicado por Pedro,
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Textos propios
viernes, 3 de diciembre de 2010
Y hablando un poco más de Haití...
Desde que tuvieron el "mueve-mueve" como lo llaman allí, todo ha ido a peor. Para que me entendáis, ha sido pasar el terremoto y empezar la epidemia de cólera. Los negritos están deseando que haya otro terremoto. Bueno, por lo del cólera y para ver si así consiguen los autógrafos de famosos que les faltan.
P.D:
"Paco, ha habido un terremoto, a ver si así canta Alaska en la verbena de este año"
P.D:
"Paco, ha habido un terremoto, a ver si así canta Alaska en la verbena de este año"
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- Publicado por Antonio,
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