Y fue entonces cuando se subió a la tarima. No tenía perro
(porque a su madre le da miedo) ni flauta (porque desde el colegio no la tocaba
y nunca pasó del himno de Andalucía). Iba razonablemente bien vestido, siempre
que entendamos como bien y como razonable que no estaba pasando frío y que
mantenía a cubierto la mayoría de su anatomía. Sus ojos estaban cansados y sus
hombros apuntaban hacia adelante. Estaba guahnío. Se acercó al micrófono,
carraspeó sonoramente y comenzó a hablar:
-Ciudadanos todos y compañeros de esta fatiguita mala que es
el vivir, oficialmente nos hemos levantado. Ya era hora, compadres, que se nos
venía haciendo tarde. De tanto tirar de la cuerda el pueblo por un lado y las
administraciones junto con los bancos y las empresas por el otro, al final le
hemos dado la razón a Llach y la estaca se ha pegado un jardazo. Hoy no es el
segundo "Cerco al Congreso" porque no estamos aquí para eso, no
hemos montado esta tarima para rodear nada y no necesitamos intimidar a nadie. La
estaca se ha caído ya y no tiene sentido seguir alabándola.
>>"Antisistema", decían. Nos lanzaban
palabras a la cara como si fueran despojos. De hecho, como si nosotros fuéramos
los únicos despojos capaces de vestir dichas palabras. "Radicales, antisistema,
antidemócratas". Bien, pues el sistema ha colapsado y una ola de la más
radical vida se ha colado por la puerta y pretende comenzar una guerra abierta
contra el poder (y siento mucho si esto suena a Rocío Jurado).
>>Cayó el Antiguo Régimen y en una tarima nació su
hijo retrasado, el Nuevo Régimen. Sobre una tarima que sirvió de paritorio y
apoyado por la alienación de una clase que respiraba el humo de las fábricas,
bajo las banderas de unas promesas idealistas que nos persiguen, incumplidas y
vacías. Ya va siendo hora de que cerquemos el camino de la muerte y la
entropía, de que un nuevo orden llegue. Sobre esta tarima no hay una
guillotina, no debemos rendirnos al conformismo que nos lleve a cometer los
mismos errores. Necesitamos un nuevo símbolo de poder. Así pues, que suba el
primero.
Y el primero estaba cagado. Subió al escenario con la barba
empapada en sudor y los ojos desorbitados. Tropezó varias veces antes de llegar
al centro del improvisado plató donde lo esperaba el orador. Presto, alguien se
acercó al reo y le colocó un micrófono de solapa y una petaca para que todos
pudieran oír claramente sus palabras. Alguien lo maquilló apresuradamente (incluido
un ridículo brochazo de carmín en los labios), se hicieron las pruebas de
sonido pertinentes, se le acercó una mesita con un vaso y una jarrita de agua,
la iluminación se centró en él y el orador tomó la palabra de nuevo para dar comienzo al diálogo:
-Señor Presidente.
-Bu... bue... buenash nochesh.
-Si no le importa nos saltaremos ciertas formalidades
porque, estará usted de acuerdo, los actos protocolarios no son televisivos y
ésta es la única parte de la Revolución que será televisada.
-Co... como gushte ushted.
-Bien, pues, a ver que mire -el maestro de ceremonias
buscaba entre sus papeles pasando una hoja y otra apresuradamente-, esto no,
esto tampoco... ¡Ah, ya está! Aquí está la parte que más nos interesa a todos.
-...
-Sus últimas palabras, por favor.
-¿Cómo que mish últimash palabrash? Verá...
Y esas fueron. El orador interrumpió el discurso del
Presidente de manera abrupta. Concretamente lo interrumpió propinándole un
tremendo golpe que venía tomando carrerilla con un teclado de ordenador. El
golpe retumbó tanto que incluso las cornisas de los edificios aledaños al
Congreso se vaciaron rápidamente de palomas. Una especia de emoción inundó los
estómagos de todos los presentes (menos del agredido, cabe suponer). El
Presidente cayó al suelo y las masas gritaron de júbilo. Es irónico que al
dirigente se le quedaran incrustadas en la cara las teclas Alt y F4. Lo
que le sobrevino a continuación fue un aluvión de golpes con el canto más pequeño del teclado centrados principalmente en su cara. Literalmente estaban machacando su rostro y terminando así con
su vida.
El orador se volvió a la feliz masa y, mientras el resto de
los voluntarios limpiaban el desaguisado, dijo jadeante:
-Hala, el segundo.
Y el segundo estaba más cagado todavía. Comenzó el juicio
rápido:
-¡Anda, coño, pero si traes puestos unos botines! Jodío,
mira que tienes arte...
-Sois todos unos...
-Bueno, bueno, ya será pa menos. Ande, diga sus últimas
palabras. ¡Pero en inglés!
-Güel... Ai cinc...
Y también lo interrumpieron. Y al tercero le paso igual. Y
al cuarto y al quinto. Y al sexto más de lo propio. El desfile de escoria
humana cesó cuando el último de los corruptos fue encontrado en su casa
sin vida. Estaba balanceándose desnudo en su garaje, con los pies a
metro y medio del suelo y ahorcado con el cable de su ratón.
P.D: ¡Revolución!
"El capitalismo pide a gritos una mijita de AK-47."
Revolución Francesa versión Windows 7 (o si quieres en software libre, para que no haya problemas).
ResponderEliminarYo a mi ritmo, pero es que este no cumple la regla del cimbrel.
Pero mola, ¿eh?
PD: La tarima cómo la quieres, ¿flotante?
Muchas gracias por leerme, primo, no es muy común en estos días :D.
Eliminar¿Que te lea o que te lean?
ResponderEliminarLas gracias se dan cuando es algo importante. Que te lea yo...
No es común que me lean, tú eres de los únicos que lo hacen xD.
EliminarY que tú me leas tiene mucha importancia. Por lo menos pa mí, que soy de los pocos sujetos que importan en este suceso.