Nunca supo callarse a tiempo. Bueno, no es que a destiempo fuera una persona reservada, pero es que en los momentos cruciales de su vida siempre habló de más. Para que se haga una idea, sus primeras palabras fueron "Pa-pá... mientras no se demuestre lo contrario".
Su involuntaria sinceridad y falta de tacto le traía quebraderos de cabeza. Sus profesores lo castigaban, sus compañeros se reían y en su familia no sabían qué hacer con él. Un día, siendo él adolescente, hicieron una reunión en su casa con sus padres, hermanos, abuelos y tíos para buscarle una solución. Entre cordiales intervenciones al debate y tiernas sonrisas, todo parecía llegar a una sensata conclusión cuando el abuelo dijo que todos lo apoyarían por lo mucho que lo querían. Él contestó "Yo también os quiero mucho. A casi todos".
Su vida transcurría con relativa normalidad. Relativa digo, porque en más de una ocasión perdió algún empleo y alguna novia por culpa de su problema. Algún comentario sobre la alopecia por aquí, alguna coletilla sobre el sobrepeso por allá, dudas en el altar por acullá.
En una ocasión aciaga, iba con su coche por la autopista cuando lo paró la policía estatal en control rutinario. Se detuvo en el arcén, bajó la ventanilla y con educación saludó al agente. "Buenas noches", "Buenas, documentación", "Aquí tiene", nada que objetar. "Todo bien", "Gracias, agente, ¿puedo irme?", "No, hombre, no tenga prisa", había algo en el tono del agente... bah, no pasaba nada. "¿Ha bebido usted?", "No, señor agente", "Bien, pues...", "Al menos no más que usted". Y fue ahí cuando la cagó.
Una denuncia por desacato (y otra por nosabenadiequé de uno de los faros del coche), una noche en el calabozo, un traslado a los juzgados, una impertinencia a su señoría, una condena. Meses de cárcel. Se agrava el asunto. No cae bien entre los demás convictos. Se gana fama en la prisión. Una pelea con su compañero de celda, un mal golpe, una caída, un muerto.
Su vida se había ido a la mierda en una meteórica cadena de despropósitos. Tanto es así que acabó viéndose con una esponja húmeda en la cabeza, rodeado por los guardas de la cárcel y con un cura ungiéndole extremadamente.
Su suerte cambió cuando la silla eléctrica falló y no se puso en funcionamiento. Pero, claro, "¿Habéis mirado si está enchufada?".
P.D: Tonterías.
"El burro sabe que nunca llegará a la zanahoria"
martes, 8 de junio de 2010
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ajajajajajaXDXD Buenísimo, este hombre no sabe cuándo callarse!! Qué lástima de final, tío XD
ResponderEliminarEs una mezcla de House metido en "Culpables" (una serie buenísima, por cierto).
ResponderEliminarMe encanta.
Ay, primo, ojalá tuviera algo que ver con esas dos pedazo de series.
ResponderEliminarINCREÍBLE!!! :D
ResponderEliminarEnhorabuena, mendoza ;)
me parece increible!!! subliME!!!!.............viniendo de tí
ResponderEliminarEse tío era tan inoportuno que hubiera llegado a hacerle sombra al mismísimo autor. Yo creo que lo ha matado por coraje, se ha visto eclipsado por el personaje.
ResponderEliminarNo me digas inoportuno, coñe.
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