La gente normal lee un gran libro, y después, por su culpa, tiende a hacerse preguntas trascendentales, de esas que lo reconducen a uno. Él tendía a hacerse preguntas trascendentales, y después, por su culpa, escribía grandes libros. De esos que lo reconducen a uno. Yo lo admiraba bastante. Y lo admiro aún, de hecho. Porque el olvido es la muerte, pero no al revés.
La verdad es que ideológicamente, coincidíamos en poco. Él siempre se declaró comunista de corazón, y ateo practicante. Pero últimamente estoy cogiendo la manía de intentar renunciar a mi ideosincrasia española y trato de admirar al que se lo merece, por encima de que sea de los míos o no. Creo que a él, eso le hubiera gustado. Que nos olvidásemos de quienes son los nuestros, porque probablemente ninguno lo sea. O lo sean todos, más bien. Lo cierto es que, este hombre, revolucionó la literatura moderna. Quizá sea un poco presuntuoso decir eso, pero yo llevo leyendo desde los cinco años, y cuando me topé el primer libro suyo, era la primera vez que veía algo así. Y su revolución fue querer hacer las cosas simples, reducir la narrativa a su más sencilla expresión. Así escribió novelas enteras usando sólo minúsculas, mayúsculas, tildes, comas y puntos. Sin guiones, sin exclamaciones, sin interrogaciones. Y era tan genial, que ni siquiera necesitaba nombrar a sus personajes para que supiéramos de quién estaba hablando. Porque él era así, un jodido genio. Un tío que imaginó cómo sería el mundo si de repente, en alguna ciudad, todos sus habitantes decidieran espontáneamente abrir los ojos y votar en blanco. O cómo serían los evangelios, si lo hubiese escrito el hijo de Dios. O qué pasaría si de repende un día, todos perdiéramos la vista, o la muerte dejara de hacer su trabajo. Y lo hizo con ironía, con tranquilidad, con una lucidez cruel.
Tuvo muchos enemigos, aquí, en su patria, y en todos lados. Fijénse hasta que punto eran poderosas su pluma y su genio, que el Vaticano no esperó ni un día tras conocer su muerte para atacarlo sin piedad, con un cadáver aún caliente, de tanto que tendrían dentro. Es curioso eso. Se ve que los rojos y ateos no tienen alma. O al menos, no merecen que nadie vele por ellas. Pero si tuvo tantos enemigos, fue porser un hombre honesto. Que decía siempre lo que pensaba, como lo pensaba, sin dejarse llevar por la oportunidad del momento. Por eso tuvo que autoexiliarse de su país, sus artículos se censuraron en Italia, o continuó defiendo aquí a un juez contra viento y marea en un momento en que todo el mundo pedía su cabeza. Entre otras cosas, fue un Iberista implacable. Un hombre que decía amar por igual a España y a Portugal, que creía posible y deseaba la unión de ambos países en una entidad única, cómo la que realemente él creía que es. Quizá por eso nos dejó este año, precisamente, y no otro, cuando podía haber aguantado alguno más. Para que los dos mejores escritores que andaban posados sobre la faz de la península se fueran al mismo tiempo. Porque él era así. Un tío consecuente.
La verdad es que ideológicamente, coincidíamos en poco. Él siempre se declaró comunista de corazón, y ateo practicante. Pero últimamente estoy cogiendo la manía de intentar renunciar a mi ideosincrasia española y trato de admirar al que se lo merece, por encima de que sea de los míos o no. Creo que a él, eso le hubiera gustado. Que nos olvidásemos de quienes son los nuestros, porque probablemente ninguno lo sea. O lo sean todos, más bien. Lo cierto es que, este hombre, revolucionó la literatura moderna. Quizá sea un poco presuntuoso decir eso, pero yo llevo leyendo desde los cinco años, y cuando me topé el primer libro suyo, era la primera vez que veía algo así. Y su revolución fue querer hacer las cosas simples, reducir la narrativa a su más sencilla expresión. Así escribió novelas enteras usando sólo minúsculas, mayúsculas, tildes, comas y puntos. Sin guiones, sin exclamaciones, sin interrogaciones. Y era tan genial, que ni siquiera necesitaba nombrar a sus personajes para que supiéramos de quién estaba hablando. Porque él era así, un jodido genio. Un tío que imaginó cómo sería el mundo si de repente, en alguna ciudad, todos sus habitantes decidieran espontáneamente abrir los ojos y votar en blanco. O cómo serían los evangelios, si lo hubiese escrito el hijo de Dios. O qué pasaría si de repende un día, todos perdiéramos la vista, o la muerte dejara de hacer su trabajo. Y lo hizo con ironía, con tranquilidad, con una lucidez cruel.
Tuvo muchos enemigos, aquí, en su patria, y en todos lados. Fijénse hasta que punto eran poderosas su pluma y su genio, que el Vaticano no esperó ni un día tras conocer su muerte para atacarlo sin piedad, con un cadáver aún caliente, de tanto que tendrían dentro. Es curioso eso. Se ve que los rojos y ateos no tienen alma. O al menos, no merecen que nadie vele por ellas. Pero si tuvo tantos enemigos, fue porser un hombre honesto. Que decía siempre lo que pensaba, como lo pensaba, sin dejarse llevar por la oportunidad del momento. Por eso tuvo que autoexiliarse de su país, sus artículos se censuraron en Italia, o continuó defiendo aquí a un juez contra viento y marea en un momento en que todo el mundo pedía su cabeza. Entre otras cosas, fue un Iberista implacable. Un hombre que decía amar por igual a España y a Portugal, que creía posible y deseaba la unión de ambos países en una entidad única, cómo la que realemente él creía que es. Quizá por eso nos dejó este año, precisamente, y no otro, cuando podía haber aguantado alguno más. Para que los dos mejores escritores que andaban posados sobre la faz de la península se fueran al mismo tiempo. Porque él era así. Un tío consecuente.
No me voy a quejar aunque es evidente que te has pasado por el forro el límite de las 24h. Y no me quejo, principalmente, porque aún estoy desconcertado con eso de que en el blog haya textos que no sean míos :P.
ResponderEliminarAhora leo y comento, que éste cumple la RdC.
He escrito el comentario cuatro veces y ninguna de las cuatro me ha dejado postearlo. Le dan por saco, ea. Saramago... sí, molaba.
ResponderEliminarMuy, muy bueno.
ResponderEliminar