El otro día vi una cosa de esas que creía que sólo se daban en anécdotas ejemplarizantes exageradas y en los artículos de Pérez- Reverte. Me sitúo: me levanto y voy a la salita a sentarme –para descansar un poco de tantas horas tumbado durmiendo–, donde está mi hermano viendo la televisión, concretamente Antena 3, Espejo Público. Están entrevistando, de una forma seria y decente, a un transexual muy por encima de la cuarentena que cuenta su experiencia, los malos tragos que ha tenido que pasar y lo traumático para su situación familiar –casado y con hijos– que fue sobrellevar con honestidad su orientación sexual. Total, que me siento a desayunar con mi hermano.
Sin embargo, la entrevista la cojo ya terminando, y acto seguido lo que tiene lugar es un debate acerca de la misma y el Día del Orgullo Gay, que este año los erigió como protagonistas. Participan cuatro tertulianos: un transexual joven –transexuado a tía, ciertamente se me está poniendo dificultoso jugar con los pronombres–, Pedro Zerolo, el homosexual de los rizos negros del pesoe madrileño, un señor, periodista, algo mayor, del que no recuerdo el nombre, y una muchacha rubia joven… digamos, del ala conservadora del partido ultraconservador.
Empieza hablando la muchacha rubia, y viene a decir que no entendía cómo era posible que homosexuales y transexuales, habiendo tenido la desgracia de padecer esa condición sexual, quisiesen encima manifestarla y festejarla en público, en lugar de sobrellevarla discretamente, viendo en las carrozas del Orgullo una aberración. En realidad, nadie le hace ni puto caso, y la chica esta transexual simplemente le responde que desgraciadamente ella es el ejemplo vivo de los supervivientes que aún quedan de esa vieja y trasnochada España fascista, que acomplejada nunca quiso salir de su propia pompa. Todo parece quedarse ahí con la rubita, y entonces interviene el otro periodista, el mayor, y lo hace para reprocharle muy suavemente a la transexual que, aunque puede que la opinión de la rubita no sea la más respetuosa ni moderna, tampoco está bien llamarle “fascista” por eso, que fascismo es una palabra muy fuerte y va mejor para otras cosas. La transexual le pregunta al señor su opinión al respecto, y éste responde que acepta, respeta y aplaude totalmente su opción sexual y la de todo el mundo, siempre que sean respetuosas con el resto, ya que, aunque no tiene ningún inconveniente en que cada uno tire para la acera que le de la gana, sí que hay cosas que le molestan, tanto de hetero como homosexuales. ¿Cómo qué? Pues cómo que no hay necesidad de que una pareja de novios, sean del sexo que sean, se metan mano delante de mí en el metro, cómo no la hay tampoco de hacer footing o entrar en un restaurante sin camiseta, y cómo no la hay de salir vestido a la calle sólo con un tanga a emborracharse y bailar así sobre una carroza. Porque hay cosas que son, concluye, de mal gusto y una falta de respeto.
Y aquí es cuando se me atraganta la leche. Porque la transexual coge y lo llama fascista. Así, sin cortarse ni un pelo. Fascista, con todas sus letras. Por defender a la rubia, por decir lo que ha dicho y por homófobo encubierto. Con dos cojones. Y ya el resto del debate transcurre así, el tío tratando de defenderse metiéndose cada vez más en jardines más espesos, la transexual llamándolo fascista cada dos por tres y homófobo, el Zerolo jaleando y reprochando cosas al pepé y la rubia metiendo graznidos de fondo. Demasiado bien iba la cosa.
Lo normal, en este patio de colegio que tenemos por Estado, es que la cosa acabe así. Éste es nuestro país, y ese debate lo reflejó perfectamente: el de la Dos Españas, el de conmigo o contra mí, el de los míos, el de los borregos alineados, el país donde el pensamiento independiente ah muerto y no se le ha hecho entierro, en el que los eminentes ideólogos leen la opinión de los periódicos antes de hablar, y en el que si dices lo contrario a lo que yo pienso, eres un fascista. Al final, un debate aquí siempre es eso, un berenjenal de insultos, consignas y rebuznos. Y me quedé pensando preocupado hasta que punto coincidía con el tipo este, y podía ver cómo algo admisible un desfile en tanga, como el carnaval de Brasil, pero algo de mal gusto y una falta de respeto ir por la calle enseñando lorzas, sudor y músculo, entrar en un restaurante a medio vestir o gestos obscenos donde no debía de haberlos. Pero mejor me callo, no vaya a ser que piense distinto a alguien y me digan que soy un pedazo de fascista.
Sin embargo, la entrevista la cojo ya terminando, y acto seguido lo que tiene lugar es un debate acerca de la misma y el Día del Orgullo Gay, que este año los erigió como protagonistas. Participan cuatro tertulianos: un transexual joven –transexuado a tía, ciertamente se me está poniendo dificultoso jugar con los pronombres–, Pedro Zerolo, el homosexual de los rizos negros del pesoe madrileño, un señor, periodista, algo mayor, del que no recuerdo el nombre, y una muchacha rubia joven… digamos, del ala conservadora del partido ultraconservador.
Empieza hablando la muchacha rubia, y viene a decir que no entendía cómo era posible que homosexuales y transexuales, habiendo tenido la desgracia de padecer esa condición sexual, quisiesen encima manifestarla y festejarla en público, en lugar de sobrellevarla discretamente, viendo en las carrozas del Orgullo una aberración. En realidad, nadie le hace ni puto caso, y la chica esta transexual simplemente le responde que desgraciadamente ella es el ejemplo vivo de los supervivientes que aún quedan de esa vieja y trasnochada España fascista, que acomplejada nunca quiso salir de su propia pompa. Todo parece quedarse ahí con la rubita, y entonces interviene el otro periodista, el mayor, y lo hace para reprocharle muy suavemente a la transexual que, aunque puede que la opinión de la rubita no sea la más respetuosa ni moderna, tampoco está bien llamarle “fascista” por eso, que fascismo es una palabra muy fuerte y va mejor para otras cosas. La transexual le pregunta al señor su opinión al respecto, y éste responde que acepta, respeta y aplaude totalmente su opción sexual y la de todo el mundo, siempre que sean respetuosas con el resto, ya que, aunque no tiene ningún inconveniente en que cada uno tire para la acera que le de la gana, sí que hay cosas que le molestan, tanto de hetero como homosexuales. ¿Cómo qué? Pues cómo que no hay necesidad de que una pareja de novios, sean del sexo que sean, se metan mano delante de mí en el metro, cómo no la hay tampoco de hacer footing o entrar en un restaurante sin camiseta, y cómo no la hay de salir vestido a la calle sólo con un tanga a emborracharse y bailar así sobre una carroza. Porque hay cosas que son, concluye, de mal gusto y una falta de respeto.
Y aquí es cuando se me atraganta la leche. Porque la transexual coge y lo llama fascista. Así, sin cortarse ni un pelo. Fascista, con todas sus letras. Por defender a la rubia, por decir lo que ha dicho y por homófobo encubierto. Con dos cojones. Y ya el resto del debate transcurre así, el tío tratando de defenderse metiéndose cada vez más en jardines más espesos, la transexual llamándolo fascista cada dos por tres y homófobo, el Zerolo jaleando y reprochando cosas al pepé y la rubia metiendo graznidos de fondo. Demasiado bien iba la cosa.
Lo normal, en este patio de colegio que tenemos por Estado, es que la cosa acabe así. Éste es nuestro país, y ese debate lo reflejó perfectamente: el de la Dos Españas, el de conmigo o contra mí, el de los míos, el de los borregos alineados, el país donde el pensamiento independiente ah muerto y no se le ha hecho entierro, en el que los eminentes ideólogos leen la opinión de los periódicos antes de hablar, y en el que si dices lo contrario a lo que yo pienso, eres un fascista. Al final, un debate aquí siempre es eso, un berenjenal de insultos, consignas y rebuznos. Y me quedé pensando preocupado hasta que punto coincidía con el tipo este, y podía ver cómo algo admisible un desfile en tanga, como el carnaval de Brasil, pero algo de mal gusto y una falta de respeto ir por la calle enseñando lorzas, sudor y músculo, entrar en un restaurante a medio vestir o gestos obscenos donde no debía de haberlos. Pero mejor me callo, no vaya a ser que piense distinto a alguien y me digan que soy un pedazo de fascista.
En la broma que tengo de decirle facha a Curro hay mucho de lo que dices en el texto. Tristemente, en nuestro país seguimos siendo unos niños con mentes infantiles llenas de ideas pueriles. En los libros y las películas buscamos a los buenos y a los malos, como nos va bien, hacemos lo mismo en la realidad. Ejemplo:
ResponderEliminarSi me gusta Sabina y Sabina vota a Zapatero, a mí me gusta Zapatero; como a ZP también lo vota Almodóvar, adoro al manchego; como Miguel Bosé es una chica Almodóvar, me hago una lista en el Spotify que incluye a los cantantes de mi bando: Sabina y Miguel Bosé.
Y así nos luce el pelo.
P.D: Iba a colgar un relato. Lo dejo programado para mañana a esta hora :P.
Pedro no nos mienta eres un pedazo de fascistas...
ResponderEliminarPatio de recreo, lo que más me alegra es la posibilidad de poder conocer otro país el año que viene para saber definitivamente si esto se trata de un mal único de esta pandereta de nación
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