Algunas veces, un grupo terrorista hace una llamada de advertencia después de colocar un artefacto explosivo. "Aviso de bomba", lo llaman. En esos casos, lo normal es que la policía desaloje el lugar, el artefacto explote y no haya víctimas mortales. De eso se deduce que el final último de ese atentado, y el de todos los actos terroristas, no es el mero asesinato. Qué va, eso es sólo el medio del medio. El verdadero fin del medio es el miedo. Ellos quieren conseguir sus objetivos finales a traves del terror, inclulcando ese temor en lo más profundo de la mente y el ánimo de la gente. El terrorismo sueña con llegar tan profundamente al corazón de la sociedad, que ese miedo llegue a condicionar sus acciones y sus decisiones. El terrorismo empapa de miedo y cala hasta los huesos con su pesadilla, infiltrándose en el ánimo general como un cáncer penetra y se expande por el tejido de un organismo sano. Quiere que miremos debajo de los coches, que caminemos deprisa por un lugar amenazado, que desconfiemos de todos, que aceleremos el paso cuando volvemos solos de noche a nuestras casas y que giremos la cabeza al doblar las esquinas. Y que cuando ponen una gran bomba en algún lugar concurrido, avisan y esta explota pero no se lleva por delante a nadie, pensemos "ufff... menos mal. No ha pasado nada, pero podría haber pasado". No ha pasado nada, pero podría haber pasado. Podría. Y si no ha sido así, es casi casi porque ellos mismos no han querido. Porque podría haber pasado. No obstante, al final, haya ocurrido o no lo peor, los terroristas son perseguidos, y si los pillan, castigados. Castigados ejemplarmente incluso cuando no han sesgado ninguna vida, porque no se puede hacer terrorismo. No se puede usar el miedo como método de dominación de la gente. Está prohibido.
Algunas veces, un Gobierno hace un esfuerzo y habla claramente a los ciudadanos. Normalmente esto sólo pasa en determinados países. Un pequeño porcentaje de todos los que hay en el mundo, en realidad, cuando su población ha alcanzado ciertos nivéles mínimos de democracia". Pero bueno, esto no es lo que nos ocupa, así que desarrollemos este minoritario caso. Decíamos que, a veces, un gobierno hace un esfuerzo y habla claramente a sus ciudadanos. La cosa está muy mal, dice. Muy pero que muy mal. De verdad, tenéis que ser conscientes de lo jodidos que estamos. Todos. Vosotros y nosotros. Vamos a tener que hacer grandes sacrificios para salir de esta. En serio, la cosa está malísima. Y si no conseguimos salir de esta, nos espera lo peor. Hay que pasarlo un poco mal ahora para salvarnos, porque esto se hunde. Como no lo arreglemos, hacemos crak. Nos vamos a pique. Adios. Arrivederci. Good bye. Vamos a tomarnos unos días para reflexionar profundamente y ya el viernes os decimos qué tenemos que hacer para salvarnos. Pero de verdad, no sabéis lo tremendamente mal que estamos. De hecho, ni siquiera estamos completamente seguros de que tenga solución.
Durante una semana, el pueblo contiene la respiración y espera lo peor. Los diarios y los políticos van soltando ideas, el apocalispis está más cerca que nunca y la gente se va cagando por las esquinas. Y así llegan al susodicho viernes (este día es intercambiable, ojo, sólo es un ejemplo ficticio), con la población ya anóxica perdida, y anuncian lo que han pensado en el cónclave. Todo ello, son "medidas temporales, aunque no definitivas, consecuencia de la terrible y extraordinaria situación que estamos atravesando" (por mucho que esto sea un ejemplo ficticio lleno de variables, es asombrosa la constancia de ese elemento). Entonces el pueblo respira al fin, aliviado, y piensa "ufff... menos mal. Vale, es una putada, pero la cosa es que está muy mal, así que podría haber sido peor". Nadie lo duda, podría haber sido peor. Es cierto que aquí siempre pagan los mismos y siempre hay gente que nunca paga, pero ey, podría haber sido mucho peor. Fíjate, macho, que con lo mal que estamos aún conservamos la mayoría de la sanidad y la educación pública, la justicia que nos queda es gratuita, y sólo van a esclavizarnos un poquito. Y que con la que está cayendo, que sólo nos esclavicen un poquito es una suerte. Porque, já, al menos pueden hacerlo. Si no trabajáramos, ni podrían. Luego, haciéndo un mínimo y sutil juego malabar con el lenguaje y la lógica... ¡Es una suerte que puedan esclavizarnos! ¡Y encima sólo un poquito! ¡Qué buenos son nuestros amos! ¡Azótennos con látigos de terciopelo! ¡Golpeennos con los guantes puestos! ¡Córranse en nuestas bocas! ¡Disparennos con balas de fogueo!
Y así, asombrosamente, el pueblo acepta cosas que hace un par de años hubieran incendiado el país mientras los que hicieron el aviso de bomba los esperan en vano mientras sus huesos se van pudriendo en la cárcel y los libros de historia del siglo XX reposan tranquilos en las estanterías de los estudiantes.
jueves, 12 de enero de 2012
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Me mola el tono didáctico con que nos explicas por qué el estado se comporta como un terrorista. Muy buena!
ResponderEliminar(Por cierto, creo que una ese te la ha jugado: las vidas no se "sesgan", sino que se "segan" -con la guadaña, claro-).
¿Y no es este un caso en el que ni se usa el oro ni se usa la espada para que el pueblo agache la cabeza y siga chup... trabajando? Es tan astuto que no sé si es más propio del Rey de Bastos :D.
EliminarEs claramente una cosa del Rey de Bastos :)
EliminarNo puedo añadir mucho, la verdad, es l'evagelio lo que acabas de decir. El arte sibilino de que un pequeño castigo se transforme en un alivio es la artimaña más deleznable (y por si fuera poco es una best seller) que usan los políticos. Transforman al pueblo en una manada de putas que ponen la cama, pagan al que las penetra y dan las gracias antes de que se vaya.
ResponderEliminarP.D: El Rey Demagogo (Michael Moore) hace hincapié en ese concepto del verdadero terrorismo de estado en sus documentales (especialmente en Bowling for Columbine y Fahrenheit 9/11).