(Del lat. caelum).
1. m.
Estando tumbado en aquel suave césped, intentando buscarle formas a las nubes, sufrió un mareo. El pobrecito tenía una fuerte sensación de vértigo, cosa paradójica si tenemos en cuenta que el cielo estaba arriba y el abajo, en el suelo.
O no.
Se dio cuenta entonces de que el cielo es una superficie lisa y suave. Y que era el fondo del aire. Se dio cuenta de que sentía un fuerte empuje hacia el suelo, y supuso que se debía a que su cuerpo tenía una fuerte flotabilidad en el aire. Y los aviones son de acero, por eso no flotan sino que van a ras de cielo.
Sintió mucho miedo de hundirse en el aire y que nadie pudiera salvarlo. Temía caer de bruces sobre el cielo y hacerse daño. Así que decidió que a partir de ese día llevaría siempre consigo una piedra en el bolsillo, por lo que pueda pasar.
2. m.
La cortina bailaba al son de una música arrítmica y a ratos frenética. Se flexionaba y contorsionaba en el aire hipnotizando al viento que la empujaba. A veces le rozaba el pie y lo sacaba de una oniria profunda y recóndita para sumirlo en otra oniria igual de profunda y recóndita pero totalmente distinta.
Un crujido del televisor, un coche pisando la tapa de alcantarilla algo suelta, el parpadeo del radio-despertador.
Sin tener ni idea, ella estaba esperando una resaca que notaría en cuanto despertara. Mientras tanto, mantenía una sincronía perfecta entre latidos y respiraciones que henchían su cuerpo y alzaban su figura levemente. Sin prisa.
Estaba acurrucada, enroscada alrededor de su propio corazón, en una postura casi fetal. Su larga (realmente larga) melena sería un ser omnipresente de haber estado habitada aquella sábana.
Y él no podía dejar de observar su cara, ausente y frágil. Estaba acoplado a su postura, con el brazo izquierdo dormido y el derecho abrazándola. Al respirar se le pegaban mechones de aquella melena en la cara.
Aquello no podría ser el cielo, porque en poco tiempo iba a acabar.
3. coloq. Apelativo.
En aquel silencioso metro, el periódico hipnotizaba a los peregrinos de la hermandad de la rutina. El silencio era su cántico espiritual preferido, adornado por tos y bostezos. El traqueteo del vagón acunaba el aburrimiento y el tedio.
En aquella hostil paz, un niño preguntaba a su madre, sin obtener respuesta, por el porqué de asuntos tan importantes como el dinero a pagar por viajar en aquel transporte. E insistía ante la ausencia de palabras en la voz de su progenitora. E insistía. E insistía... hasta que obtuvo lo que buscaba (o quizás no exactamente): "Cállate, cielo".
"Algo muere en el cielo cada vez que alguien miente. Y también nace un chino."
miércoles, 25 de febrero de 2009
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Genial.
ResponderEliminarmuy bueno tío,que imaginación, tiene que ser todo un lujo verte comer una sopita de letras
ResponderEliminarMagnífico, me chifla la última acepción.
ResponderEliminarPS: Sergio, a ver si comentas más textos mamona.
Antonio (del lat.:
ResponderEliminar1. m.peyor.
Hijo de la gran puta que nos deja a todos por los suelos.
(A mi me encanta la primera)