jueves, 19 de febrero de 2009

"La Kanorra"

Aprovechando que hace poco celebramos el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin, uno de los científicos más grandes y revolucionarios de la historia de la humanidad, y posiblemente el naturalista que más nos ha dado, decidí dedicarle un tiempo a pensar en su obra y todo lo que nos ha aportado. Me encontraba yo así, el otro día, reflexionando en mi butacón acerca del origen de las especies y de las palabras, cuando de repente reparé en lo entresijado y oscuro del origen y significado de la voz “cani”. O “kani”, como gustan escribir quienes voluntariamente se adscriben a este significante.


Esta inquietud fue tal que bastó para quitarme el sueño y tiempo de estudio durante unos días. Tiempo de exámenes en el que cualquier estímulo sensorial superior al aleteo de una mosca basta para despertar la cualidad abstractiva del cerebro, huelga decirlo. De ese modo, impulsado por deseo irrefrenable y alentado por un apetito concupiscible decidí iniciar una investigación etimológica al respecto. Investigación que, tras muchas horas de revisión histórica y otras tantas oras –ya entenderán- de irreprimible frustración, al fin ha dado sus frutos. Y una de las cosas más curiosas que voy a demostrar es que, pese a ser un vocablo bastante extendido por la geografía española, tiene su origen aquí. En San Fernando.


La voz “cani” o “kani”, usada para definir al clásico matón o pendenciero, o a los locales “angango” o “marronero” –este último, etimológicamente, “el que se busca o se mete en marrones”- es curiosamente, como he descubierto y anuncio en primicia, un diminutivo. Efectivamente, un diminutivo. Perdonen que enfatice. Viene a ser, socialmente hablando, una versión contemporánea y algo degenerada del clásico “pícaro” español en este sentido. Un pillo comparado con un calavera consumado, un ladrón de guante blanco frente a un asesino múltiple. Una pieza de caza menor. Jerárquicamente y por rigurosa comparación, ocupa el lugar de un carterista en Nápoles a la sombra de la tremenda mafia napolitana, un simple ladrón de comida en Japón antes de necesitar incorporarse a la Yakuza, o un chiquillo que intercambia cromos por cigarrillos en Colombia añorando con llegar a ser de mayor un importante y rico narcotraficante internacional. De igual forma, este sencillo “kani”, con mucho trabajo y dedicación, podría llegar a alcanzar en un futuro su grado superlativo y coronar así la cima de su organización superior. Pasar de pipiolo a un alto cargo en una de las mafias reinas del planeta: “la Kanorra”. Y poder trabajar así en el Ayuntamiento de San Fernando.


Por supuesto que se puede acceder de otros modos y con otra historia profesional. No es necesario, ni mucho menos, ser “kani” para entrar en la Kanorra. Es simplemente, como decía, un suave e irónico diminutivo que se ha acuñado en nuestra ciudad para mentar a estos problemáticos chiquillos, que se dirían casi aprendices de mafiosos. De hecho, nada hay más distinto entre un “kani” y un miembro de la Kanorra. Mientras los primeros suelen arreglarse acorde a una estética deportiva y desaliñada, los segundos suelen ir trajeados, con corbatas y maletines a juego. Unos conducen coches de cualquier gama, pero cambiados y decorados hasta el extremo, y otros autos de altísima gama, preferiblemente negro y con chofer, o usan taxis. A unos no les interesa lo más mínimo la política, la gente ni tienen ni la más remota idea de quien es el presidente del gobierno y a aquellos… Bueno, aquellos tienen clarísimo quien es el presidente del gobierno. El nivel intelectual y la preparación cultural –salvo honrosas excepciones intragubernamentales- suele ser similar, eso sí. Con la diferencia de que unos son jóvenes adolescentes que aún sin la titulación secundaria y otros hace ya largo tiempo que terminaron sus años formativos. En cuanto al resto, a nivel de sinvergonzonería, canallismo, tendencia al robo, a la extorsión, a la estafa, al engaño y al rebuzno, ganan los segundos por goleada.


Por mucho que desde el ayuntamiento lo intenten, en esta ciudad no conseguimos acostumbrarnos a sus tongazos. Chanchullos electorales, decisiones antidemocráticas, destrucción de comercio y empleo en épocas de crisis, impuestos altísimos, cobrar por aparcar en la calle… Y es con esta última con la que me han dado en la boca ahora. Con la puñetera ORA. Ya sé que es una moda extendida por todo el país, pero sigo sin comprenderla. Ahora resulta que nos pintan en todas las aceras del barrio una puta línea azul y los que vivimos en él tenemos que pagar otro “pizzo” a la mafia para poder dejarlo en la calle. Cobrando, en vez de dar lícitamente la tarjeta de residente acreditado de forma gratuita. ¿Qué vives desde hace años en un sitio que acabamos de hacer zona azul? Pues si quieres aparacar en la calle ahora, paga, dice la Mafia. ¿Y si no pago donde aparco? Ríe la Mafia.


Me parece genial que intenten dar fluidez al tráfico y a los compradores, pero no a nuestra costa. Los vecinos pagamos cosas como impuestos (incluido el de circulación) en el que se ven incluidos algunos derechos. Como el de aparcar, mismamente. En fin, no tenían bastante con cobrarnos por dejar el coche tirado en la calle, sino que ahora, a un grupo bastante amplio de ciudadanos, no se nos permite dejar el coche en nuestro barrio. Como lo cuento, ahora resulta que las calles que no poseen zona azul no confieren a sus habitantes el derecho a la tarjeta de residencia y aparcamiento (previo pago). ¿Si usted no vive en zona azul, cómo vamos a darle una tarjeta de residencia para que aparque en zona azul?, dice la Mafia. Pero mire usted, responde la apurada víctima, es que en mi calle no hay plazas de aparcamiento porque la han convertido en una parada de autobús, o porque es o la han hecho por cojones peatonal y, evidentemente, no hay plazas de aparcamiento. La Mafia ríe. Oiga, insiste el estafado, es que absolutamente todo mi barrio es zona azul, no tengo sitio donde dejar el coche cerca de mi casa. Se descojona la Mafia.


Y así están las cosas, ahora resulta que a cientos de vecinos residentes en calles sin plazas de aparcamiento pero inmersas en barrios controlados por la ORA (como mi misma calle, o la Real en sus tramos en obras, Rosario y San Rafael) no nos dejan ni aparcar en la calle. Tócate otra vez, Bernardo. Eso si, nos han ofrecido algunas soluciones. Podemos ir a aparcar a otros barrios y después pedir un taxi que nos acerque a casa. Bueno, eso yo, que en barrio aún no han empezado a buscar el tesoro. Al que viva en la Zona Zero de San Fernando lo va a tener que llevar el taxista en borricate. Anda que no se han vuelto selectivos en el ayuntamiento ahora para ver a quien le cobran. Y es curioso que opten por no coger dinero de alguien, con lo que les gusta a los de la Kanorra un duro. Que yo sé de muy buena tinta que toda la obra la están haciendo porque a uno del ayuntamiento se le cayeron veinte euros en monedas y no aparecen. A ver si los encuentran. ¿Y nuestro humilde dinero no lo quieren ahora? Sivaritas, los mafiosos estos…


4 comentarios:

  1. Magnífico, me ha encantado este texto. Suscribo cada palabra dicha (bien usadas por cierto) cien por cien, inclusive la imagen de Don Corleone.

    Si es que somos los último hasta en calidad de los políticos, muchas veces por culpa nuestra y otras por culpa ajena.

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  2. Además, ten en cuenta que Curro quiere ser mafioso de mayor. ¿Para cuándo un maratón de El Padrino? Años diciéndolo, y nunca quedamos. Por cierto, Pedro, gran texto.

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  3. Yo tengo las tres del padrino en dvd, así que cuando querais. Y de la zona azul, aparcamiento y el ayuntamiento mejor no hablar. Eso sí estoy a favor del tranvia. XD Esto ultimo es por crear conflicto.

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  4. No te preocupes. He aprendido a controlarme y no va a haber conflicto. Eso si, seguro que todos los comerciantes de la calle Real que han tenido que cerrar sus tiendas y se han quedado sin comer por culpa de una mala decisión no están de acuerdo contigo.

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