El ciclismo es el culmen de las gestas deportivas, eso no cambiará jamas. Sin embargo, el ciclista está en vía de extinción. El entorno tiende a establecer conclusiones precipitadas, y el fantasma del dopaje invade al espíritu de las dos ruedas. Bien es cierto que el enorme número de precedentes son motivo lógico (mejor que decir justificado) para un determinado control, pero lo que no es de recibo es el seguimiento férreo y titánico del ciclista, que es abocado a diario al robo de uno de los derechos humanos fundamentales, la presunción de inocencia. El doping existe, grandes héroes rompieron la confianza de sus aficionados en infinidad de ocasiones, ya hay testimonios en las década de los 40 de formas de aumentar el rendimiento de los participantes y todo ésto ha terminado convirtiéndose en un tremendo negocio. Pero el ciclismo es bello, obviemos los procesos, disfrutemos de él en todo su esplendor. Qué lujo poder seguir vibrando ante un sprint, ante una testaruda escapada de uno contra el mundo (o el pelotón), ante un cohete batiendo marcas tiránicamente en los puntos intermedios de las contrarrelojes, ante el vaivén de un ligero ciclista haciendo de legendarias montañas sin dueño una posesión duradera. Qué bello es el ciclismo, un veterano gregario venciendo por primera vez en su carrera, el puño alto del cuadragésimo-octavo en llegar a meta al ver como su compañero consiguió alzarse con la victoria, un podium y una sonorosa melodía anunciado la entrada de dos bellas azafatas. Eso es ciclismo, el culmen de las gestas deportivas.
Y es que ésto ha sido tantas veces demostrado.
Corría el año 1988, el Giro transcurría con “normalidad” y se llegaba a la etapa 14. Chioccioli andaba con la maglia rosa enfundada, y los grandes favoritos ocupaban las posiciones perseguidoras. Perico Delgado, que había explotado en Capito Matese pero que buscada una progresiva remontada: Andy Hapstem, un escalador de raza; su compañero de equipo y por aquel entonces promesa emergente Erik Breukink; el también joven Tony Rominger, que dilapidó todas sus opciones al perder 16 minutos en la ascensión a Selvino. y el protagonista y mayor damnificado de lo que sucedería aquel 4 de Junio, Van der Velde.
Las previsiones meteorológicas agoraban una jornada dura, se anunciaba tormenta de nieve y ésto en una etapa de montaña no podía conllevar nada bueno. Aún así, nadie se esperaba el tremendo destrozo sucedido.
La etapa era corta, adaptándose así a su dureza, siendo por lo tanto, en principio, una jornada más de alta montaña. Se subía el Aprica y tras su descenso se tomaba la ascensión al temible Paso di Gavia para lanzar su descenso a la línea de meta. El día se desarrolló con normalidad hasta el inicio del Gavia, una fuga compuesta por dos corredores hasta ese momento. El grupo de favoritos comenzó a moverse a tenor del ataque de Van der Velde, sin embargo, éste último consiguió abrir hueco y ascendió en solitario. Progresivamente la altura va haciendo las condiciones climatológicas más abrumadoras, y determinados corredores optan por subir a ritmo intuyendo lo que podía suceder.
Por detrás de Van der Valde arrancaba Hampstem en busca del triunfo de la general, y sólo podía seguirle el joven Breukink. El durísimo frío iba convirtiéndose en inaguantable y soplaba una gélida ventisca. Si la subida era terrorífica, peor era la bajada. Van der Velde cometió un vital error, no se abrigó en demasía y tras coronar en cabeza sólo pudo aguantar dos kilómetros de descenso. En ese punto decidió parar al ver en riesgo su vida, y fue resguardado por caravanas de los tifosi que por allí se encontraban. Otros ciclistas toman la misma decisión que Van der Velde y deciden dar por finalizada su etapa antes de tiempo, coches que trasladan a corredores hacia la línea de meta y espectadores frotando las manos de los restantes.
Sólamente algunos valientes aguantaron el tirón y pudieron acabar el día de la forma habitual, Hampstem había abierto hueco con respecto a Breukink, pero aún quedaba la reacción de éste último, que fue recortando diferencias y pasó al americano fugazmente para vencer en Bormio sacándole a Hampstem 7” en línea de meta. Van der Velde, el cual había coronado en cabeza con un minuto de diferencia, termina la etapa con respecto al primero a ¡46 minutos!. Van der Velde nunca volvió a ser el mismo tras este día. Las diferencias son abismales y demuestran el error de la comisión del Giro de haber dado vía libre a esa locura.
Las imágenes en Bormio son escalofriantes, ciclistas temblando violentamente, muchos de ellos llorando e intentando desentumecerse ante los terribles dolores musculares. Un día de locos que afectó más que nunca las condiciones anímicas y físicas del corredor.
“Dejé de pedirle Dios que me ayudara, ya me había ayudado bastante dándome el privilegio de competir. En vez de eso empecé a especular lo que estaría dispuesto a negociar si el diablo aparecía”. Andy Hampstem
lunes, 27 de julio de 2009
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Benditos cojones. Sobrecogedor.
ResponderEliminarNueva pena capital hacer correr una etapa de Giro como esa.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarbuah que fascinante e increible, que bonito es el ciclismo, esa etapa tubo que ser genial jeje
ResponderEliminarPD: me han entrado unas ganas de coger la bici
Que apología del ciclismo más enorme y que crónica más estupenda. Gracias.
ResponderEliminarPor cierto, vas aprendiendo a poner títulos man
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