Él había sido una eminencia en la facultad, no podía contar sus matrículas con los dedos de cuatro manos, si bien para ello había sacrificado cinco años de su vida, donde el estudio le acompañaba ocho horas diarias los siete días de la semana. Cinco cursos que enlazaron con un año aún más intenso, de catorce horas de estudio sin excepción, donde su esfuerzo se vio supuestamente reconocido con unas oposiciones superadas, un puesto en la administración. Empezaría desde abajo, pero eso no le preocupaba, suponía que iría escalando puestos, siempre se le había recompensado su labor, nunca había dejado de obtener sus objetivos porque no había momento donde no luchase por conseguirlo. Y se empleaba a fondo, su trabajo ocupaba gran parte de sus pensamientos, pero es que tampoco sabía pensar sobre otra cosa. Era como un cyborg, había acatado órdenes y arrasado con lo que se le pedía. Su mente se fue cerrando progresivamente, seguía recordando aquellos increíbles viajes de Bachiller, pero cada vez menos. Seguía recordando aquellos besos sincronizados con los primeros rayos de sol, pero cada vez menos. Seguía recordando aquellos Domingos con su padre, pero cada vez menos. El expediente de la denuncia a Campsa le terminó de borrar a sus amigos, el de fraude de E.X.P.A acabó con los pocos recuerdos de su novia y la hipoteca de los Hermanos Delgado echó a su padre de su mente. Pero él era feliz, se consideraba feliz, veinte años dedicado a que estaba destinado, veinte años en la misma silla de despacho a la misma hora de entrada.
La vida de él, sin embargo, había sido más extensa, más vasta y por ende, más fácil de sintetizar. Había estado con decenas de mujeres, conocía Europa con la veintena y tenía un popular padre. Había desarrollado su carrera universitaria con parsimonia, sacó algunas asignaturas copiando, otras estudiando, (en otras le pasaban las respuestas de los test). Finalizó en ocho años, y un trabajo le esperaba con los brazos abiertos. En los más alto de la pirámide desde el inicio, siempre lleno de loas y siempre con alguien que le lamiera el culo. Siempre con una mujer con la que estar. Ni siquiera recordaba qué era un precario, pero su labor era sistematizada, le explicaron el primer día tres cosas con una sonrisa en la boca, y nunca tuvo que solucionar nada. Llegaba a su puesto a la hora que le apeteciera, y no todos los Lunes se acercaba por allí.
“Páez, traigame el informe de Campsa” espetó el señor Colomer.
“Podría haber sido peor” pensó en ese momento Páez.
sábado, 18 de julio de 2009
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No sé por cuál de los dos me cambiaría.
ResponderEliminarCreo que por el narrador :P.
Que desazón más desazonadora el podre señor Páez... Aunque qué te voy a contar, hay nombres que te catapultan al éxito... Señor Colomer... No va a ser un tío con ese nombre un empleado.
ResponderEliminarLa historia de Páez es escalofriante. Más vale que se mantenga cuerdo y no se arrime a un cable de alta tensión.
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