Tenía que haberle hecho caso a mi madre. Sin duda, de haberlo hecho, no me encontraría ahora como estoy. Pero no lo hice. Fui un necio, y no quise verlo. Así me ha ido, y así estoy de arrepentido.
Empezó como empiezan estas historias siempre. Ella era alta y delgada, con un tipín de impresión. Lo cierto es que en eso éramos tal para cual, yo también soy delgado y alto. Pero ella lo era, reconozcámoslo, un pelín más que yo. Decía que yo era ingenioso, brillante, muy cariñoso. Yo le decía que ella era incisiva, directa, y muy paciente.
Siempre hubo algo especial entre nosotros. Nada más mirarnos a los ojos ya saltaban chispas. Es cierto que incluso mis amigos me lo decían desde el principio, nada más notar el voltaje de nuestras miradas. Ten cuidado que esa no te conviene, me decían. Acabarás mal. Y yo nada. Ciego, sordo y mudo. Sin ojos si no eran para ella, sin oídos si no eran para ella, sin palabras si no eran para ella.
Y un mal día, los acontecimientos se precipitaron. Nos abalanzamos uno sobre el otro sin poder contener nuestra pasión, y desde ahí las cosas ya fueron demasiado rápido. Recuerdo el intenso, intensísimo calentón que me supuso su contacto. Nada más tocarnos, sentí como un fuego abrasador me recorría de la cabeza a los pies en sólo segundos. Podía escuchar el propio crepitar de mi alma, veía las ascuas que surgían de nosotros inundándolo todo, creía deshacerme un poco más en cada abrazo. Y así se quedó a mi lado, hasta que acabó conmigo. Hasta que me consumió, y de mi no dejó más que las cenizas. Cenizas a las que abandonó, cuando ya no le servían para nada y no podían satisfacerla. Pobres, inválidas e inertes cenizas que los míos, que tanto me avisaron, tuvieron que encargarse de recoger.
Pero en fin, al menos he aprendido la lección. Si es que mi madre tenía razón. Nunca fue buena idea el amor entre una lima y una cerilla.
Está guapo, muy original, me ha recordado mucho en todos los aspectos a este:
ResponderEliminarMario Benedetti
Su amor no era sencillo
Los detuvieron por atentado al pudor. Y nadie les creyó cuando el hombre y la mujer trataron de explicarse. En realidad, su amor no era sencillo. Él padecía claustrofobia, y ella, agorafobia. Era sólo por eso que fornicaban en los umbrales.
¡Eres imbécil!
ResponderEliminarLa primera lectura del texto no me gustó, pero sin embargo, contra todo pronóstico, la segunda tampoco.
A la tercera me ha gustado. Has estado ingenioso, joder, las cosas como son.