¿Por qué no iba a terminarme esta cerveza? Tengo los ojos llenos de alcohol y ya casi no veo. Me pesa en la lengua y balbuceo. Ya apenas no me arde la garganta al tragarme cualquier cosa y lo noto entrar poco a poco en mi cuerpo en cuanto cae en el estómago. Te deja las venas frágiles como cañas secas, y puedes sentirlo introducirse poco a poco en tu sangre, pudriéndola cada vez un poco más, envenenándote los músculos, los órganos y el cerebro. Y el alma, si es que existe. Ah, el alma. Esa si te la envenena bien. Si es que existe. Sabes que todo puede romperse en cualquier momento, y desangrarte por dentro. Te intoxica a cada trago, y aunque unas cuantas horas después la borrachera se ha ido y ya no queda ni rastro en tu ánimo, en el fondo hay algo que queda. Que sabes que se ha quedado y no se va a ir nunca, y a cada vaso se hace más grande y se va acumulando como la mierda dentro de un radiador o las piedras en una cantera. Te va haciendo cada noche miles de agujeritos por todo el cuerpo por los que se te escapa el agua y la vida, hasta que te levantas necesitando desayunar un vaso enorme de agua helada. Lo notas invadirte poco a poco, por dentro, espeso entre el aire que respira y la sangre fétida que bombea tu corazón amoratanado, denso y caliente como las mismísimas babas del diablo. Y es así, borracho, cuando ya tienes los ojos chiguatos y ves menos que una rata, cuando en realidad lo ves todo claro. Porque borracho sabes que tu mejor amigo te la está jugando y puede estar tirándose a tu novia, que tu contable te engaña, que el cura con el que te confesabas de pequeño podía ser un pedófilo y se tocaba al otro lado del confesionario cuando le contabas que habías visto a tu vecina desnuda y tu padre estaba deseando que te fueras a confesar o a la cama para poder follarse a tu madre. Sólo cuando estás ebrio alcanzas plena consciencia de lo que es Dios, porque el borracho sabe perfectamente que Dios lo ha abandonado y no se engaña. Ciego te da igual dormir entre cucarachas. Da igual lo que hayas hecho antes porque no sientes culpa. Y si la sientes, sigues bebiendo hasta que desaparezca. Y si aún la sientes, bebes y bebes más hasta que se te infle el cerebro, hasta que no sepas quién eres, qué haces allí, cuál es tu ley, y entonces tiras la botella contra el suelo y sigues bebiendo. Y sigues bebiendo y dando botellazos a las aceras hasta que lo vomites todo, vomites la cena, la cerveza, el agua que desayunaste, el estómago, la bilis y el agua. Y cuando te despiertas y recuperas la consciencia, sabes perfectamente que ni por ti ni por nadie iba a volver Virgilio a guiarnos por el infierno. Así que dime. Exactamente, ¿por qué no iba a tomarme otra cerveza?
lunes, 26 de septiembre de 2011
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Pedro Bukowski?. Buen acercamiento, me ha gustado y me ha dado asco, que supongo que es lo que querías.
ResponderEliminarEsta semana escribo. Patociencia renacerá.
Está apañadísimo el texto. Me ha molado un cacho.
ResponderEliminarSí que es molón. Wellcome back, Patociencia!
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