Conocía este defecto desde hacía mucho tiempo, su experiencia personal se suponía que debía haberle sanado de ella, sólo por necesidad, sólo por actitud. Debería haber superado su miedo, él siempre negaba tal hecho ante la suposiciones ajenas. El porqué era sencillo, le avergonzaba reconocer tal anomalía, en cierto modo nuestro protagonista sabía que en condiciones normales no tendría que tener tales dificultades, se autoconvencía antes de cada pequeño asalto, se sentía extrañamente ridículo cuando pensaba la facilidad de lo propuesto. Pero aumentaba proporcionalmente el miedo conforme se acercaba a su objetivo, y terminaba cayendo derrotado una vez tras otra.
Sí, era tímido, costábale reconocerlo o, mejor dicho, no lo hacía. Los que no ahondaban en su persona profundamente nunca hubiesen afirmado tal cosa, nunca hubieran imaginado lo complicado que le resultaba el más simple de los acercamientos, la más inerte de las conversaciones. Si de algo carecía (en realidad sus carencias era un número mucho más alto) era de no saber, como decía Horacio Oliveira en Rayuela, hablar de nada. Podía comunicarse, era un hombre que conocía, tenía en la mente miles de temáticas y le interesaba todas las materias habidas y por haber, era capaz de aguantar una conversación sobre prácticamente cualquier asunto, y cuando no podía sostenerla propiamente era de aquellas personas que disfrutaban aprendiendo y oyendo, nunca se le había dado mal ser un fiel confesor, acaparaba problemas ajenos con profesionales asensos y el comunicador se sentía cómodo ante su presencia, pero ésto únicamente ocurría cuando la confianza se erigía como nexo entre ambos. Si nuestro amigo se encontraba con cualquier persona que anduviese fuera de su limitado globo de unión se quedaba como perplejo, como nervioso ante su compañero. Puede que en días de especial inspiración aguantase estoicamente cinco minutos de comunicación, pero todo era tan forzado que le resultaba nauseabundo, no era posible normalizar esa situación si los dos protagonistas deseaban que todo esto se acabase lo antes posible.
Y por eso a veces le tachaban de solitario, de extraño ser alérgico a las relaciones espontáneas. Nadie entendía que esta aserción no era cierta, pero que tampoco llegaba a ser errónea. Andaba taciturnamente de regreso a casa, paseaba con famélico ritmo durante esos cinco minutos preludio del inicio de cada matutina clase. Y lo cierto es que no quería que le molestasen, se aunaba en estas ocasiones el miedo ya citado, el no poder hablar de nada, con la radical ruptura de esos lacónicos momentos que gustaba paladear en soledad. Nunca alargaba el paseo más allá de su destino, sin embargo caminaba con una flemática cadencia, alargando esos instantes para no poder sentirse culpable por ser como era. Un tipo raro.
PS:Agradezco a Antonio la ayuda con mi mayor dificultad, los títulos. Mientras sea posible intentaré no acudir a "Texto Curro nºx".
jueves, 19 de marzo de 2009
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Me encanta el texto, tío. De verdad me parece maravilloso que escribas así.
ResponderEliminarNos vemos por las caminos...
Ay mi soledad, a nadie nunca como a tí le he sido fiel, porque en verdad quiero a tu vera envejecer (8).
ResponderEliminarInteresante y profundo escrito.
Nos has pintado con originalidad a un personaje bien reconocible. Deberías continuar, esto es el inicio de tu sexta novela.
ResponderEliminarAutobiográfico? xD
ResponderEliminarTíos, no sé quién publica las frases que vais renovando en el margen izquierdo. En la actual se ha colado un error de los de paliza debajo de la lengua (homenaje). Por respeto al autor, corregid cuando podáis.
ResponderEliminarPerdón, perdón. Lo pegué y no me di cuenta, ya está cambiado.
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