Se miró en el espejo. Enfrente se encontraba un tipo extraordinario. Pelo medianamente largo y castaño, frondoso para los cuarenta años que tenía, liso y brillante. Ojos marrones y una sonrisa impoluta, cuerpo de veinteañero, lógico por otra parte, lo trabajaba con frecuencia en el gimnasio. Parecía joven sin hacer el ridículo, es decir, no parecía joven porque sabías de primeras la edad que tenía, pero no destacar lo bien que se conservaba era engañarse uno a sí mismo. Lucía un fino traje adquirido en un Outlet de su ciudad. Profesor de universidad, se había licenciado en Filología Hispánica con el segundo mejor expediente de su año. Mientras hacía la carrera se había marchado de ayuda humanitaria a Zambia, experiencia que había repetido posteriormente en diversas ocasiones. Había escrito seis o siete libros, cuatro de relatos y dos o tres compilaciones de poemas. Y en compensación recibió un premio literario a nivel autonómico, su nombre sonaba por varios círculos, y siempre igual de bien. Era considerado un magnífico docente (era catedrático y vicerrector de la Universidad), un gran escritor y sobre todo una buena persona. Conocía el mundo entero, de China a Uruguay, y había viajado de mochilero y de hotelero. Era imposible que pudiese recordar a cuántas personas conocía, o más bien a cuántas quería. Su twitter tenía un éxito arrollador y más de diez mil contactos de Facebook le recordaban todo lo que había visto y oído. Era guapo, inteligente y simpático sin llegar a ser gracioso, nunca había sido especialmente tímido y no le costaba trabajo entablar una conversación con nadie. Estas características eran signo irremediable de haber sido un ligón consumado, nunca se había enamorado de nadie hasta que conoció a su actual pareja, con la que llevaba más de seis años. Sin embargo había estado enganchado de infinidad de mujeres de todas las clases y lugares del mundo, y rara vez no había conseguido atrapar a la chica que desease. Escribía esporádicamente algún artículo para el semanal más leído por aquel entonces, su ideología era notoria pero era el típico que caía bien a la izquierda y a la derecha porque no se casaba con nadie. Fiel a sus principios hasta que deseaba romperlos, porque siempre decía que su primer principio era que nadie podía fijar sus principios. Amo y señor de su voluntad, dueño de la racionalidad y la lógica mínima. Una buena persona, no cabía duda.
Se miró en el espejo. No se vio bien. Se vio infeliz.
Se miró en el espejo. Enfrente se encontraba un tipo de lo más normal. Cuarenta y dos años recién cumplidos, cuarenta y dos que podrían haber sido cuarenta y cinco, o cincuenta. Entradas prominentes marcaban aún más la frente tan amplía que tenía, el poco pelo que le quedaba lo llevaba corto, lo que hacía que diera la impresión de estar menos calvo de lo que estaba. Era de estatura media, con nariz ancha y ojos pequeños. Siempre fue de aquellos de los que se lavaban los dientes cuando les apetecía, cosa que había dado sus frutos en una dentadura más bien amarillenta. Esa mañana estaba libre y se acicalaba para ir a por el periódico y el pan, no le apetecía arreglarse demasiado, así que decidió quedarse la camiseta con la que había dormido y la complementó con una sudadera con capucha y un vaquero antiguo. Trabajaba en la Administración Pública, así fue hasta que lo despidieron en uno de los pocos recortes que se hacían entre los funcionarios. ¿Por qué a él?, no lo sabía, pero por lo visto nunca cayó bien ni entre la plantilla ni entre sus superiores. Era un tío arisco y demasiado serio, sólo resaltaba en aquellas ocasiones en las que lograba superar su timidez y soltaba algún dardo envenenado hacia sus compañeros, de los que tan harto estaba antes del despido. Entró veinte años antes enchufado en la Administración después de dejar la segunda carrera que había empezado, Relaciones Laborales. Fue un buen estudiante en el colegio, pero su rendimiento fue decreciendo hasta verse incapaz de poder terminar el ciclo universitario. La vida se le abrió camino y se instaló en un puesto de comodidad, justo por aquel entonces conoció a su mujer, a la que amó desde el primer momento y a la que fue fiel en toda su relación. Su vida se vio definitivamente arraigada a la ciudad a la que le había visto nacer y la estática se adueñó de su vida. Su trabajo sólo le permitía librar un mes al año, mes en el que su mujer trabajaba, por lo que sus vacaciones se limitaban a levantarse a la hora que quería, ver la tele por la tarde y recoger a su mujer del trabajo. Radiografía perfecta de lo que también eran sus fines de semana, a lo que añadía la cita con el equipo de fútbol de su ciudad. Había tenido muchos amigos en su infancia, pero perdió el contacto con la gran mayoría y sus relaciones se limitaban a su mujer, a sus dos hijos y al dueño del bar que frecuentaba, su único amigo. Quizás, y siendo benévolo, se podía incluir en este grupo a los dos solteros de su edad que tanto andaban también por allí, con los que a pesar de tener grandes discusiones siempre terminaba teniendo la misma relación al día siguiente. Un tipo normal, no cabía duda. Una persona fiel a los principios a los que tanto eludía. Fiel a su mujer, a su equipo, a su ciudad. Fiel a sus hijos y a su bar, fiel a la rutina. Fiel a la... normalidad.
Se miró en el espejo. Se vio bien. Se vio feliz.
viernes, 4 de marzo de 2011
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Si has cumplido la regla del cimbrel ha debido ser a lo justo y porque me has cogido tontorrón.
ResponderEliminarSobre el primer muchacho debo decirte:
¿Es infeliz? Pues ya no me lo follo. Por cierto, me ha sido muy imposible no imaginarte en él.
Sobre el segundo:
Júrame que no soy yo. Cabrón. Ahh, no, que es feliz :P.
El texto mola un montón, lo que pasa es que me resulta un tanto inverosímil. Pero mola de todas formas.
Pues a mí me ha encantado esta entrada, y no creo que la verosimilitud sea importante, puesto que creo que los dos retratos que has pintado son puro simbolismo. Creo que has vertido en ellos algo que es íntimo pero de una manera muy sobria, y no es la primera vez que lo haces. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarRafa=Dios. Nada más que añadir.
ResponderEliminarCoñe, pretendía hacer una broma, ya no se valora el humor en este mundo :D.
ResponderEliminarPrimero: Yo no tengo los ojos marrones, los tengo verdes.
ResponderEliminarSegundo: Tampoco tengo el pelo liso
Tercero: No tengo twitter (aunque asumo que puedo tenerlo en un futuro)
Y cuarto: Sí soy gracioso
Ahora en serio: evidentemente (lo sabías desde antes de escribirlo), me encnanta. Quiero decir que me encanta lo que dices y como lo dices, y que seas capaz de plasmas tus reflexiones en forma de relato. Me parece todo un meritazo.
ResponderEliminarEn cuanto al mensaje que trasmites... Me dan miedo tus mensajes. ¿Existe la felicidad o está la felicidad en uno? ¿Hay alguna manera de ser feliz o la única manera de ser feliz es no planteándoselo?
O peor. ¿Es acaso la pura ignomimia la única manera de ser feliz? ¿El conformismo, el dejadismo, la mediocridad? ¿Está destinado a ser infeliz aquél que cometa la osadía de hacerse preguntas, de tener inquietudes? ¿Felicidad es conformarte con lo que tienes, o más bien no tener el alma suficiente para buscar cualquier cosa? ¿Es la felicidad el vacío existencial? ¿La existencia conlleva la infelicidad? ¿Me estoy pasando ya acaso? ¿Debería dejar de lanzar al aire preguntas sin sentido? ¿Leerá alguien hasta aquí?