Se estaba ahogando, cojones. No sabía qué clase de ser poderoso podía haber ideado aquella líquida cárcel de paredes invisibles. Efectivamente solamente veía mar. Mar y cielo. Alberti habría hecho una poesía, él optaba por ahogarse. Terrible maldición era la que lo encerraba en la eternidad, la que lo mantenía en un presidio cuyas paredes tenían un grosor kilométrico y estaban hechas de aire. Estaba haciendo equilibrios sobre esa gruesa franja que separa la claustrofobia y la agorafobia. Sentía ahogo por estar encerrado. También lo sentía por el agua salada que le inundaba la garganta cuando una ola traicionera no avisaba de su llegada.
Con los pies no atinaba a tocar suelo y le faltaba el aire. El cielo tenía un parduzco color estampado de nubes con formas de ángeles encabronados. Había uno que según lo mirabas parecía estar volando en picado con homicidas intenciones o bien estaba haciendo una peineta por debajo de las piernas.
En un absurdo intento por salvarse alargó la mano para agarrarse en la línea del horizonte y sostenerse en él un rato para descansar. Su tentativa le hizo reírse y su risa le hizo hundirse. Tanta tensión y tanto esfuerzo relajó sus esfínteres y notó el calor de su vergüenza (para lo que sirve la vergüenza en un momento así) manchando su ropa interior. De hecho, en vez de mancharla, la estaba argamasando. Paulo Coelho habría hecho un libro y su madre y sus amigas lo habrían comprado, él optaba por ignorarlo.
Braceaba torpemente por su vida porque sabía nadar pero no en un momento así. Los nervios actuaban como unos pesados grilletes que se empeñaban en conducirlo hasta el zaguán de Poseidón.
Lloraba, por si fuera poco. Estaba la cosa como para subir el nivel del mar.
Más que mantenerse a flote, se peleaba a bofetadas con la superficie del fluido que se metía por sus adentros, que se le colaba por todas partes, que literalmente empezaba a formar parte de él.
Era minúsculo, diminuto, perdiéndose en las entrañas de la ferocidad implacable de un océano que lo engullía. Se sentía caer, perderse en el Universo mismo, desaparecer para siempre sin que nada ni nadie lo supiera.
Sin previo aviso, en el viento atronó un inquietante mantra que decía "¡¡Llevo la Coca-cola, la Fanta y la cerveza fresquitaaaaa!!". Se dio la vuelta y vio a escasos 20 metros de él, EN LA ORILLA, a un vendedor de refrescos. También vio a su mujer reírse al lado de un musculado socorrista.
Más sereno pensó, gritó y olió lo mismo: mierda.
P.D: Todo el mundo se ha cagado en la playa alguna vez en su vida. Menos yo, claro.
"Hombre, yo odio el sarcasmo..."
martes, 1 de marzo de 2011
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Jajajaja, buenísima. Además del final del texto frases como "Alberto hubiese hecho una poesía... y Coelho un libro" o "la estaba argamasando" han hecho que me parta el carajo, y aparte lo has complementado con frases que simplemente me encantan: "En un absurdo intento por salvarse alargó la mano para agarrarse en la línea del horizonte y sostenerse en él un rato para descansar. Su tentativa le hizo reírse y su risa le hizo hundirse". Enhorabuena.
ResponderEliminarjoder, chapeau. Para enmarcar, cabronazo.
ResponderEliminarHombre, tampoco pa enmarcar. Los tengo mejorcitos :P.
ResponderEliminarGracias a ambos ;).