Somos esclavos. Esclavos de poderes políticos que nos manejan con su manipulación ideológica, esclavos de los poderes financieros que nos acucian en pos de beneficios propios, esclavos de un sistema caduco que hasta el más necio de los tontos puede comprobar que ha sido consumido, esclavos de unos medios de comunicación que trabajan detrás de las ideas de los poderes financieros y políticos pero los sobrepasan en influencia, en el contacto directo invisible tan difícil de descubrir. Somos esclavos del S.XXI, diferentes pero esclavos al fin y al cabo, reducidos por la deshumanización, absortos, rendidos, obedientes. Soldados del sistema, luchadores incansables sin autonomía propia. Y lo peor de todo, somos esclavos de la egoísta naturaleza humana, identificable como única e incapaz de ejercer en común con el prójimo como bandera.
Eso es lo que demostramos a cada momento, en cada situación política crucial de nuestra vida. Es lo que vamos a demostrar mañana.
Porque si no fuésemos meros esclavos del sistema no nos costaría darnos cuenta de que somos la coartada de los tres grandes jefes. El débil al que responsabilizar ante el fallo, el ignorante que parte con la desventaja de no saber qué es lo que verdaderamente ocurre, el animal manipulable y manipulado. La cabeza del alegato, los culpables y las víctimas.
Si no fuésemos esclavos nos pondríamos de parte del humano, porque el único humano que no es culpable, el hombre irresponsable, el que no ha llegado a la corrupción es el ser humano común, el hombre de la calle. No sólo el trabajador, no sólo el parado, no sólo el pobre. El hombre que no esté en la cúspide de alguno de los tres sistemas que nos miran desde la atalaya de la jerarquía. Da igual su función, su labor, su estatus, su clase. El empresario, el obrero, el jefe, el trabajador. Somos todos esclavos de las miras, y si no lo fuéramos no atenderíamos a clasificaciones.
Si no lo fuéramos no nos importaría tener joyerías, trabajar en la Junta, estar parados, ser dueños de dos bares, ser de izquierdas, ser sindicalistas, recoger uvas, ser estudiantes, ser de derechas, vivir en la ciudad o vivir en el campo. Si no fuésemos unos putos esclavos de un sistema caduco, corrupto y manido mañana sería un buen día para protestar, como también lo era el 15 de mayo o el 19 de septiembre. No para protestar contra la reforma laboral del PP, sino para protestar contra ese Gran Hermano que nos atosiga y que día tras día se parte de risa en su despacho contemplando desde su vidriera cómo nos peleamos entre nosotros, y descojonándose al recordar cómo nos llaman a la paz desde su sistema democrático, que nunca tuvo tan poco de democracia.
miércoles, 28 de marzo de 2012
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Es que la reforma laboral es un síntoma de una enfermedad y la diferencia de clases es un síntoma de la misma enfermedad. Pa mi gusto, paliar síntomas no sirve de mucho, pero tambien es verdad que cada día me da más miedo pensar que igual la enfermedad es crónica.
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