La vi hace ya muchísimos días. Era una mañana de bachillerato, fría y gris, supongo que de otoño o invierno. Tuve que salir a comprar algunas cosas, y dando vueltas y entre recado y recado acabé entrando en una farmacia que hay en la zona del mercado. Fue una de esas escenas que se te clavan en los ojos y se quedan en forma de espinita clavadas en la memoria.
Era una mujer mayor, pequeña y encorvada, vestida con ropa oscura, falda larga y rebeca gris, del mismo color que su recogido moño. Probablemente viuda, me precipité a juzgar. Tenía el pelo blanco, la cara arrugada, y los labios pintados. Me resultó muy familiar, ya la había visto antes y la volví a ver después, pero nunca me había causado esa sensación al verla. Ni ella, ni sus labios pintados. Me fijé en ellos mientras pagaba a la farmacéutica y metía su compra en la diminuta bolsa. Estaban pintados de rojo carmín, muy normales, ni muy vivo ni muy muerto. Pintalabios corriente y moliente, quizá un poco más oscuro que el que pueda usar mi madre, que a pequeños trazos, rellenaban dos finos labios. Así iba ella, vieja y guapa cuando salió de casa y su espejo le devolvió orgullosa la mirada.
Sin embargo, no fueron esos trazos los que me llamaron la atención. Fueron los otros. Pequeñas y torpes líneas que le rodeaban la boca, en sinuosas curvas que buscaban de nuevo sus viejos labios. Pequeños retazos de carmín que le ensuciaban la cara, por debajo de la nariz y encima de la barbilla, en su intento de maquillaje matutino. No eran especialmente evidentes, ni gruesos, ni siquiera abundantes, pero estaban ahí, y yo me fijé en ellos mientras la señora pagaba. Su torpeza atinando a meter las vueltas en el monedero la delató. Ese pequeño temblor asustadizo que la edad nos trae junto a la experiencia, quizá por la experiencia misma. No era un temblor enfermizo, pero tampoco agradable para ella. Sin embargo, con infinita paciencia y sin frustrase lo más mínimo, terminó de meter las monedas en sus bolsillos correspondientes, y se preparó para irse.
Todo ello me llamó la atención. No pude evitar imaginármela en su casa, esa mañana, maquillándose con pulso torpe y lentitud. Y paciencia. Lentitud y paciencia. Seguramente sería mucho más cómodo para ella no maquillarse, echarse a la calle rápido y pronto para volver a encerrarse a su casa y consumirse ella sola en su vejez. Pero no le apetecía, ella quería ponerse guapa, tal vez para nadie que no fuese ella misma, y pintarse como una dama orgullosa sus viejos labios de color carmín. Por puro gusto. Asumiendo su edad, su experiencia, sus temblores y la vida, sin vergüenza a lo que es. “Buenos días”, la saludé mientras me aparté, más reverencial que cortes, para dejarle sitio cuando se iba. “Buenos días”, me contesto sonriéndome. Y así iba ella, vieja y guapa, cuando salió de su casa y su espejo le devolvió orgullosa la mirada; con el valor y el orgullo que da saber que no hay nada más noble, que envejecer con dignidad.
Era una mujer mayor, pequeña y encorvada, vestida con ropa oscura, falda larga y rebeca gris, del mismo color que su recogido moño. Probablemente viuda, me precipité a juzgar. Tenía el pelo blanco, la cara arrugada, y los labios pintados. Me resultó muy familiar, ya la había visto antes y la volví a ver después, pero nunca me había causado esa sensación al verla. Ni ella, ni sus labios pintados. Me fijé en ellos mientras pagaba a la farmacéutica y metía su compra en la diminuta bolsa. Estaban pintados de rojo carmín, muy normales, ni muy vivo ni muy muerto. Pintalabios corriente y moliente, quizá un poco más oscuro que el que pueda usar mi madre, que a pequeños trazos, rellenaban dos finos labios. Así iba ella, vieja y guapa cuando salió de casa y su espejo le devolvió orgullosa la mirada.
Sin embargo, no fueron esos trazos los que me llamaron la atención. Fueron los otros. Pequeñas y torpes líneas que le rodeaban la boca, en sinuosas curvas que buscaban de nuevo sus viejos labios. Pequeños retazos de carmín que le ensuciaban la cara, por debajo de la nariz y encima de la barbilla, en su intento de maquillaje matutino. No eran especialmente evidentes, ni gruesos, ni siquiera abundantes, pero estaban ahí, y yo me fijé en ellos mientras la señora pagaba. Su torpeza atinando a meter las vueltas en el monedero la delató. Ese pequeño temblor asustadizo que la edad nos trae junto a la experiencia, quizá por la experiencia misma. No era un temblor enfermizo, pero tampoco agradable para ella. Sin embargo, con infinita paciencia y sin frustrase lo más mínimo, terminó de meter las monedas en sus bolsillos correspondientes, y se preparó para irse.
Todo ello me llamó la atención. No pude evitar imaginármela en su casa, esa mañana, maquillándose con pulso torpe y lentitud. Y paciencia. Lentitud y paciencia. Seguramente sería mucho más cómodo para ella no maquillarse, echarse a la calle rápido y pronto para volver a encerrarse a su casa y consumirse ella sola en su vejez. Pero no le apetecía, ella quería ponerse guapa, tal vez para nadie que no fuese ella misma, y pintarse como una dama orgullosa sus viejos labios de color carmín. Por puro gusto. Asumiendo su edad, su experiencia, sus temblores y la vida, sin vergüenza a lo que es. “Buenos días”, la saludé mientras me aparté, más reverencial que cortes, para dejarle sitio cuando se iba. “Buenos días”, me contesto sonriéndome. Y así iba ella, vieja y guapa, cuando salió de su casa y su espejo le devolvió orgullosa la mirada; con el valor y el orgullo que da saber que no hay nada más noble, que envejecer con dignidad.
Se trata del primer texto "personal" que cuelgo en PATOCIENCIA. Lo hice a principios del año pasado, por lo que puede tener ya casi un año. O por ahí rondará. Dado el caracter personal y "estético" del texto, agradezco muchísimo los comentarios y la crítica constructiva. Un abrazo a todos.
ResponderEliminarPedro!! Los pelos de punta...me he encantado y emocionado, si fueras contautor escribirias una bella canción.
ResponderEliminarLa gente de Bart.
ResponderEliminarEmotivo.
ResponderEliminar"Hoy, en la gente de Bart...jajaja", que vasto es el Pafa.
Me tomo lo de "La gente de Bart" como agravio personal si no lo reparas en breve, cabrón.
ResponderEliminarLa verdad es que es magnífico que una persona envejezca así, estoy totalmente de acuerdo contigo en que es síntoma de gran nobleza.
ResponderEliminarAhí te quería yo. ¿Ves como no pasa nada por dorar la píldora a los compañeros de vez en cuando? :P
ResponderEliminarTranquilo, la señora sigue pudiendo ser parte de un reportaje de la gente de Bart xD
ResponderEliminarel texto en sí me gusta, quizás deberías de tener en cuenta la repetición de las palabras, aunque eso es algo q muy pocos ojos pueden observar, quizás debido a los miles de ejercicios que hacemos algunos en no repetir vocabulario y en buscar un simil adecuado.
ResponderEliminarel argument me gusta, auqnue me he quedado con las ganas deque sea un poco más largo, cuenta que pasa con esa señora después, o antes, o prioffundiza más.
un saludo a todo!
perdón mi tecado me ignora!
ResponderEliminar*anque
profundiza*
joder, muy wapo tioo!! tú que haces en medicina???xD
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