miércoles, 20 de mayo de 2009

El templo del dinero

Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha sentido la necesidad de honrar y agasajar aquello que venera. Prácticamente desde que nació como especie, y en cuanto descubrió la belleza y el arte, se vio impulsado a crear para alguien distinto a ellos mismos. Seres, entes o ideas superiores, mitificadas o sagradas. Y como si fuera un rasgo distintivo de la raza humana, ha sido mantenido individuo tras individuo, siglo tras siglo, milenio tras milenio.

Stonehenge para comulgar con las estrellas y necrópolis desde los albores de nuestra existencia, zigurats en Babilonia, pirámides en Egipto y América y templos a dioses griegos. El Partenón de Atenas, Panteón de Roma, el Altar de Pérgamo y el Busto de Nefertiti. Al principio erigían sus monumentos subordinándose a los superiores, a los dominadores: dioses, faraones y reyes. Después se dieron cuenta de su propia grandeza, y empezaron a construir también para ellos mismos y lo que más les importaba. Los jardines colgantes de Babilonia y sus puertas de Istar. La Academia de Platón. El mercado de Mileto. El faro más hermoso del mundo en Alejandría, el Senado Romano como templo de la política y la sabiduría y madrazas en Persia. Y desde entonces, alternándose en ídolos y agasajados a lo largo de la historia, se han sucedido las maravillas de la mano humana. La biblioteca de Alejandría, la Mezquita de Córdoba y la Alhambra de Granada. El Castillo de Praga, la universidad de Salamanca, la basílica de San Pedro, templos zen dedicados a la naturaleza, los jardines de Versalles, Potsdam, el castillo de Neuschwanstein, Santa Croce en Florencia o San Francisco de Asís. El Prado, el Arco del Triunfo, la ópera de París o el Palau de la Música de Barcelona. Estatuas a Kart Marx y el Memorial del Holocausto en Berlín. El Parlamento Europeo, la Casa Blanca y el Campidoglio. La Piedad de Miguel Angel, el Cristo Redentor y la Estatua de la Libertad.

Edificios sagrados a aquello que adoramos e idolatramos. Monumentos superlativos. Templos a Dios, pero también a la razón, a la educación, a los libros, al conocimiento, a la libertad, a la naturaleza, al mundo, a la seguridad, a la igualdad, a la justicia, al perdón, a la reconciliación, a la belleza, al mar, al arte, a la música, a reyes y a ciudadanos. A aquello que nos hace más humanos y que gravita constantemente en nuestra existencia. Porque lo divinizamos. Así ha sido, desde que existimos, a lo largo de la historia.

En 1863 la familia Grimaldi encargó al arquitecto Charles Garnier un monumental edificio. Este plasmó su diseño rodeado por jardines, armonizado con influencias renacentistas, barrocas y rococós, y enormes fuentes adornando su entrada, convirtiéndose así en el más bello de la ciudad y uno de los más caros del mundo en el momento de su construcción. Este edificio fue creado para un solo objetivo en concreto, y mantiene tal función desde el mismo momento que abrió sus puertas. Se encuentra ubicado en el distrito de Monte Carlo, y en su interior alberga el Casino de Mónaco. El templo del dinero.

3 comentarios:

  1. Curioso, no sé si es cuestión de modernidad o no, pero desde luego hay una evolución en nuestras prioridades. De todas formas entre dedicarle un templo a los Dioses o dedicárselo al dinero tampoco...

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  2. Veo que ha gustado este texto xD

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  3. Gran texto, porra.
    Ya sabes lo que opino sobre la claridad y los enreliamientos, pero también sabes que opino que eso entra dentro del estilo de cada cual. Por ello me parece que has hecho muy bien tu trabajo ;).

    Besines

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