Como todas las mañanas, aparcó el coche en el parking y se dispuso a ir andando a su facultad. El estacionamiento quedaba un poco lejos, así que la inmundicia no llegaba hasta ahí aún. Al menos podía consolarse pensando que al bajar del vehículo tenía los pies limpios, y antes de montarse podía limpiarse un poco las suelas para no ensuciarlo demasiado. Cogió su carpeta, se cerró la chaqueta que llevaba porque aún hacía fresquito, y suspiró, resignado, sabiendo lo que le esperaba. Al doblar la esquina ya empezaba a haber pequeñas heces repartidas por el suelo, que iban aumentando conforme se acercaba a su facultad. A los pocos pasos estos pasaban a ser una pequeña capa de abono que cubría toda calzada. Al principio, cuando todo esto comenzó a ocurrir, procuraba ir con cuidado para no mancharse demasiado, pero había ido aprendiendo y ahora se limitaba a avanzar rápido y paciente, sabiendo lo que encontraría más tarde. Mientras iba recorriendo la calle, el nivel de deposiciones iba aumentando, convirtiendo todas las calles que rodeaban edificios del campus en un paisaje dantesco, maloliente y asqueroso. A los pocos metros, le llegaba ya por las rodillas, y su marcha había pasado a ser necesariamente torpe y lenta, pues era tremendamente dificultoso caminar entre tantísimos excrementos. En su trayecto, sus piernas iban dejando sendos surcos a su espalda sobre el estercolero que dejaba atrás, que poco a poco se iban rellenando y recomponiendo otra vez, con la parsimoniosa lentitud con la que este orgánico material hacía todo. Mientras iba peleándose con el digestivo producto para avanzar, se preguntaba como era posible haber llegado a este estado. Y lo más preocupante, como parecía que nadie se había dado cuenta del cambio mientras sucedía, ni había hecho nada por evitarlo. Todo lo contrario, algunos parecían encantados con este. Ya casi no recordaba desde cuando ir a la universidad había comenzado a convertirse en algo muy parecido a un ejercicio de coprofagia.
Mientras reflexionaba, seguía cada vez con más dificultad con su escatológico paseo. Espantó una densa nube de enormes moscas que se habían arremolinado alrededor suya y siguió hacia delante. Por fin, poco a poco, consiguió llegar casi nadando a su facultad. Empujó el enorme coprolito en que se había convertido la puerta y penetró en su interior. Dentro todo era más o menos igual que de donde venía. Todavía podía ver algunos como él, con la cara limpia y poco más, peleando contra este mar fecal que rodeaba todo para llegar de la forma más decente a sus clases. Pero poco a poco se iban convirtiendo en minoría, y lo que predominaba entre los profesores, y cada vez más entre los alumnos, era verlos totalmente cubiertos de excrementos, regodeados, retozando en el abono, felices con su condición, soltando gotitas defectivas cada vez que hablaban y gesticulaban.
Alcanzó su aula, se sentó en la gran boñiga que hacía las veces de banca, y esperó a que llegara ese tremendo saco de estiércol humano que era el catedrático. Este entró, saludo petulantemente a sus rebozados alumnos mientras esperaba una reverencia como respuesta, y así, como cada mañana, comenzó a dar su mierda de clase.
Mientras reflexionaba, seguía cada vez con más dificultad con su escatológico paseo. Espantó una densa nube de enormes moscas que se habían arremolinado alrededor suya y siguió hacia delante. Por fin, poco a poco, consiguió llegar casi nadando a su facultad. Empujó el enorme coprolito en que se había convertido la puerta y penetró en su interior. Dentro todo era más o menos igual que de donde venía. Todavía podía ver algunos como él, con la cara limpia y poco más, peleando contra este mar fecal que rodeaba todo para llegar de la forma más decente a sus clases. Pero poco a poco se iban convirtiendo en minoría, y lo que predominaba entre los profesores, y cada vez más entre los alumnos, era verlos totalmente cubiertos de excrementos, regodeados, retozando en el abono, felices con su condición, soltando gotitas defectivas cada vez que hablaban y gesticulaban.
Alcanzó su aula, se sentó en la gran boñiga que hacía las veces de banca, y esperó a que llegara ese tremendo saco de estiércol humano que era el catedrático. Este entró, saludo petulantemente a sus rebozados alumnos mientras esperaba una reverencia como respuesta, y así, como cada mañana, comenzó a dar su mierda de clase.
XDXD
ResponderEliminar¡Tomaa, tomaa, LOCURÓN!. Vaya puto asco, ¿qué te pasa? xD xD.
ResponderEliminarPS: A ver si respetas la norma de las 24 horas hijo de puta.
"Ya casi no recordaba desde cuando ir a la universidad había comenzado a convertirse en algo muy parecido a un ejercicio de coprofagía."
ResponderEliminarNo he sabido si reírme o enfadarme.
Buen relato Don Pedro.
Jajajajja qué gráfico todo y qué escatológico.
ResponderEliminarTio en el primer intento de comentario la palabra mágica era "cologar" xDD una deliciosa coincidencia!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
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ResponderEliminarEs un (muy) buen texto que no me gusta. Es como lo de que no puedo soportar a David Bowie con la diferencia de que él es un poco amaner... pues vaya, es exactamente el mismo caso.
ResponderEliminarSobre la coprofagia y la universidad te podría contar bastantes cosas... créeme.
ResponderEliminarY quizá es que me ha sentado mal la tostada con aceite, pero al leerlo me he acordado de "Ensayo sobre la ceguera".
Un texto muy gráfico. Enhorabuena.
Un saludo.
Bueno, quizá porque viene a ser como ensayo sobre la ceguera, pero en negro :P
ResponderEliminarMuchas gracias!!