viernes, 1 de mayo de 2009

"Una mentira...

...contada miles de veces se convierte en una verdad”.


Tras la 1ª Guerra Mundial, Alemania vivió un período de estabilidad durante la década de los 20, se impuso un república (la de Weimar), algo debilitada en su inicio y proveniente de todo lo acatado en el Tratado de Versalles, que no había sido nada beneficioso para los germanos. Hasta 1928, primó una suficiente prosperidad económica. Un antiguo líder militar, Paul Von Hindeburg, logró la victoria en las elecciones presidenciales de 1925, con el apoyo de los partidos nacionalistas y con la oposición nazi. Uno de los problemas que desencadenó el caos democrático futuro fue el poder competencial del Presidente de la República, que podía disolver cámaras del Parlamento y, fundamentalmente, sustituir los cancilleres a su antojo (como así fue). Generales, políticos y hasta su hijo fueron partícipes de ese puesto, y entre los candidatos a ello una figura que marcaría el futuro, Adolf Hitler, aún después de haber sido encarcelado cinco años tras el puscht de la cervecería en 1923. Decir que en prisión fue precisamente donde escribió Meinkapft.

Pero en 1929 aconteció lo previsible, y una tremenda crisis económica asoló el país, la coalición entre socialistas y populares se rompió. La población buscaba un golpe de efecto, y tanto el partido nacional-socialista como el comunista (KPD) crecieron fulgurantemente en las elecciones de 1930, aún así Hindeburg siguió en la presidencia. El canciller durante aquellos momentos, Bröening, se preocupa por el incremento de popularidad de los nazis, e intentó extender la legislatura de Hindeburg hasta su muerte natural. Para ello necesitaba el apoyo de dos tercios del Reichstag, entre ese porcentaje la inestimable confirmación de su idea por parte de los nacional-socialistas, Hitler, con la futura presidencia en mente, se negó.

Los dos años que transcurrieron hasta las primordiales elecciones de 1932 vieron como las condiciones económicas del país se hundían progresivamente, todo debía decidirse ese año, y para ello tres candidatos se postulaban dispuestos a tomar las riendas de Alemania. Von Hindeburg alegando su continuidad con el PSD, Adolf Hitler con NSDAP y los comunistas junto a Ernst Thälmann (KPD). Disputadas a dos vueltas, Hindeburg fue reelegido por más del 50% de los votos, con 7000 electores más que el líder de los nazis.

Consciente de la influencia de Hitler, el veterano presidente (85 años en 1932) le ofreció a éste la vice-cancillería, rehusándolo el austriaco.

Hindeburg puso en cabeza de la cancillería a un diplomático aristocrático que estaba dispuesto a acabar con el poder nazi, Franz Von Papen, pero fue cesado rápidamente tras caer derrotado en el Parlamento. El siguiente canciller fue clave, Von Schleicher, vivió las dos elecciones acontecidas en el 1933. En las primeras, en Enero, se confirmó el auge momentáneo nazi, y el partido de Adolf Hitler fue el más votado, sin embargo no obtuvo la mayoría absoluto, y la coalición popular, con el sempiterno Hindeburg siguió en el gobierno. Ese mismo año, en Noviembre, tras la cima comenzó la decadencia, y el NSDAP perdió dos millones de votos. Schleicher entonces intentó asestarle a los nazis el golpe definitivo, asociándose como vice-canceller a un importante miembro del partido de Hitler, Strasser, provocando un conato de escisión interna en el NSDAP.

Sin embargo, la escisión de Schleicher no fructificó, y éste último renunció la cancillería. Hindeburg, confuso, pidió ayuda a Von Papen para elegir al nuevo canciller, recomendándole el aristocrático a Hitler, creyendo que podrían controlarle en el poder. Cosa que, como todos sabemos, no ocurrió.

Hitler fue nombrado canciller por Hindenburg. El futuro Führer procedió con éxito y celeridad, forzó a un agotado Hindeburg a autorizarle la disolución del Parlamento, y acusó injustamente a los comunistas del incendió del Reichstag (provocado por el mismo NSDAP), prohibiendo entonces la existencia de este partido.

En un clima de intimidación y violencia, desencadenado por las fuerzas militares de los nazis y el control del ejército, se vivieron las siguientes elecciones, donde no cabía opción a otra cosa que no fuese el triunfo nacional-socialista. A partir de esa victoria, cambió la historia germana, la noche de los cuchillos largos marcó el definitivo asestamiento al final de la democracia de la República de Weimar. Forjándose el Imperio Nazi.

No, al contrario de lo dicho en infinidad de ocasiones, Hitler no llegó democráticamente al poder.

5 comentarios:

  1. "En un clima de intimidación y violencia, desencadenado por las fuerzas militares de los nazis y el control del ejército, se vivieron las siguientes elecciones, donde no cabía opción a otra cosa que no fuese el triunfo nacional-socialista."

    Entonces si, no?

    ResponderEliminar
  2. No democráticamente, elecciones amañadas, con los partidos que anteriormente opositaban censurados.

    ResponderEliminar
  3. Ahora si lo veo claro. Quizá deberías matizar eso en el artñiculo o enfatizarlo un poco más, ya ves que a mi no me ha quedado muy claro. Aunque también puede ser debido a que yo sea un poco retrasado.

    ResponderEliminar
  4. Muy interesante, tío! Cazando mitos XD

    ResponderEliminar
  5. ¡Qué grande!
    Al final va a resultar que nos nazis no eran tan santos a pesar de matar judíos. Si ya me lo veía venir...

    P.D: Muy buen texto, porrita.

    ResponderEliminar