Dejó el Marca doblado sobre la mesa y encendió el televisor. Estaba puesto el telediario, y empezaron a emitir sangrientas imágenes de disparos, niños mutilados, mujeres llorando y explosiones, una tras otra. Siempre igual. Nunca una buena noticia, nada más que desgracias. ¿Tenían que poner aquellas imágenes tan desagradables justo cuando la gente estaba comiendo? Le estaba dando bastante asco y le iba a sentar mal la cena, así que cambió de canal. Por suerte, había fútbol aquella noche.
Tres cervezas semivacías presidían la mesa de siempre en el bar de costumbre. Allí charlaban de cualquier cosa: viajes, mujeres, política, filosofía, literatura… Últimamente le estaban dando muchas vueltas a un tema que repetían bastante en las noticias –no lo suficiente, a opinión de uno de ellos-. Podían hablar de eso como de cualquier otra cosa: eran jóvenes cultos, interesados por el mundo, cosmopolitas y comprometidos. Así se sentían. Estaban atentos a los diarios y la actualidad, sentían curiosidad por lo que les rodeaba y tenían sus bibliotecas llenas de libros en los que apoyarse y autores a los que citar. Y así discutían sobre lo que les diera la gana, sintiéndose arreglando los problemas del mundo a golpe de cerveza. Vaso en mano, emitían juicios, veredictos y soluciones que, por el tono y la obviedad con los que los decían, podrían enderezar por fin el planeta. Hablando con la seguridad y la confianza del que cree tener la verdad y la humanidad sentadas al hombro, como el loro de un pirata.
Raúl se bajó del jeep. Llevaba casi un año trabajando como supervisor de la ONU en Turquía, vigilando y evaluando el cumplimiento de los derechos humanos. De su trabajo y opinión dependía –le habían dicho- en alguna medida la admisión de ese país en la Unión Europea. De momento no estaban siendo suficientemente favorables, aunque era un viaje de placer comparado con lo de la India. Aquello si que fue duro. Se detuvo a mirar a su alrededor, y se acordó de su amigo Guillermo. Llevaba tres meses en Madagascar y había montado un hospital de campaña con un pequeño equipo. Se habían ido allí con apenas material, unas cajas de antibióticos y vacunas, gafas usadas y globos para los niños. De repente agachó la cabeza avergonzado. Se sentía muy, muy inútil.
Tres cervezas semivacías presidían la mesa de siempre en el bar de costumbre. Allí charlaban de cualquier cosa: viajes, mujeres, política, filosofía, literatura… Últimamente le estaban dando muchas vueltas a un tema que repetían bastante en las noticias –no lo suficiente, a opinión de uno de ellos-. Podían hablar de eso como de cualquier otra cosa: eran jóvenes cultos, interesados por el mundo, cosmopolitas y comprometidos. Así se sentían. Estaban atentos a los diarios y la actualidad, sentían curiosidad por lo que les rodeaba y tenían sus bibliotecas llenas de libros en los que apoyarse y autores a los que citar. Y así discutían sobre lo que les diera la gana, sintiéndose arreglando los problemas del mundo a golpe de cerveza. Vaso en mano, emitían juicios, veredictos y soluciones que, por el tono y la obviedad con los que los decían, podrían enderezar por fin el planeta. Hablando con la seguridad y la confianza del que cree tener la verdad y la humanidad sentadas al hombro, como el loro de un pirata.
Raúl se bajó del jeep. Llevaba casi un año trabajando como supervisor de la ONU en Turquía, vigilando y evaluando el cumplimiento de los derechos humanos. De su trabajo y opinión dependía –le habían dicho- en alguna medida la admisión de ese país en la Unión Europea. De momento no estaban siendo suficientemente favorables, aunque era un viaje de placer comparado con lo de la India. Aquello si que fue duro. Se detuvo a mirar a su alrededor, y se acordó de su amigo Guillermo. Llevaba tres meses en Madagascar y había montado un hospital de campaña con un pequeño equipo. Se habían ido allí con apenas material, unas cajas de antibióticos y vacunas, gafas usadas y globos para los niños. De repente agachó la cabeza avergonzado. Se sentía muy, muy inútil.
¡Pero qué fácil es identificarnos! xDD
ResponderEliminarPodría molar haber estado, ¿no?
ResponderEliminarTe ha quedado muy chulo el retrato de lo que es un triste "quiero pero no puedo" o, más bien, "lo lógico y lo que mola es decir que quiero pero requiere un puñao de esfuerzo".
Mola.
Qué grande! Te veo muy comprometido, compañero.
ResponderEliminarEs que a veces somos gilipollas.
ResponderEliminarQué bueno! Me encanta que la gente se avergüence de eso.
ResponderEliminarLo que pasa es que a veces eso queda bien como discurso político, pero cuando en realidad tienes que hacerlo,cuando en realidad la gente se tiene que comprometer comienza a decirse: pero yo que tengo que hacer ahí? ó bueno lo haría, pero es que no tengo tiempo.
ResponderEliminarun saludo