miércoles, 25 de febrero de 2009

Cielo

(Del lat. caelum).

1. m.
Estando tumbado en aquel suave césped, intentando buscarle formas a las nubes, sufrió un mareo. El pobrecito tenía una fuerte sensación de vértigo, cosa paradójica si tenemos en cuenta que el cielo estaba arriba y el abajo, en el suelo.
O no.
Se dio cuenta entonces de que el cielo es una superficie lisa y suave. Y que era el fondo del aire. Se dio cuenta de que sentía un fuerte empuje hacia el suelo, y supuso que se debía a que su cuerpo tenía una fuerte flotabilidad en el aire. Y los aviones son de acero, por eso no flotan sino que van a ras de cielo.
Sintió mucho miedo de hundirse en el aire y que nadie pudiera salvarlo. Temía caer de bruces sobre el cielo y hacerse daño. Así que decidió que a partir de ese día llevaría siempre consigo una piedra en el bolsillo, por lo que pueda pasar.

2. m.
La cortina bailaba al son de una música arrítmica y a ratos frenética. Se flexionaba y contorsionaba en el aire hipnotizando al viento que la empujaba. A veces le rozaba el pie y lo sacaba de una oniria profunda y recóndita para sumirlo en otra oniria igual de profunda y recóndita pero totalmente distinta.
Un crujido del televisor, un coche pisando la tapa de alcantarilla algo suelta, el parpadeo del radio-despertador.
Sin tener ni idea, ella estaba esperando una resaca que notaría en cuanto despertara. Mientras tanto, mantenía una sincronía perfecta entre latidos y respiraciones que henchían su cuerpo y alzaban su figura levemente. Sin prisa.
Estaba acurrucada, enroscada alrededor de su propio corazón, en una postura casi fetal. Su larga (realmente larga) melena sería un ser omnipresente de haber estado habitada aquella sábana.
Y él no podía dejar de observar su cara, ausente y frágil. Estaba acoplado a su postura, con el brazo izquierdo dormido y el derecho abrazándola. Al respirar se le pegaban mechones de aquella melena en la cara.
Aquello no podría ser el cielo, porque en poco tiempo iba a acabar.

3. coloq. Apelativo.
En aquel silencioso metro, el periódico hipnotizaba a los peregrinos de la hermandad de la rutina. El silencio era su cántico espiritual preferido, adornado por tos y bostezos. El traqueteo del vagón acunaba el aburrimiento y el tedio.
En aquella hostil paz, un niño preguntaba a su madre, sin obtener respuesta, por el porqué de asuntos tan importantes como el dinero a pagar por viajar en aquel transporte. E insistía ante la ausencia de palabras en la voz de su progenitora. E insistía. E insistía... hasta que obtuvo lo que buscaba (o quizás no exactamente): "Cállate, cielo".

"Algo muere en el cielo cada vez que alguien miente. Y también nace un chino."

martes, 24 de febrero de 2009

Perder el tiempo...



Siempre pongo fecha y tal, pero ni las sé ni me acuerdo.

Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo.

Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja ayudar.
Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.
Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú.

Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las "ies" a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.
Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.
Muere lentamente, quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante. Muere lentamente, quien abandonando un proyecto antes de iniciarlo, no preguntando de un asunto que desconoce o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.

Pablo Neruda

Y también de regalo una frase suya.

"Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera."

Y os preguntareis que se me pasa por la cabeza para poner todas estas cosas, pues ni idea...será el estudio que hay que perder el tiempo...

PD: En realidad el orden era texto, frase y cuadro pero no se como ponerlo abajo XD

domingo, 22 de febrero de 2009

Culturetas de postín

El pataleo de hoy está relacionado con la cultura, bueno, más bien con la relación de ésta con la gente. Podríamos hablar un poco de los incultos por deseo, por ganas y por ansia, de los que reniegan de la información, de los que se enorgullecen y declaran a tumba a abierta cosas como: ¿Libros?, ¿qué es eso?". Podríamos hablar de los que son capaces de burlarse del que sabe y del que quiere saber, también podríamos hacerlo de los que desaprovechan su tiempo, de los que aluden con frecuencia al aburrimiento teniendo hoy en día tantas posibilidades fructíferas que muchos desearíamos vivir el triple de los que solemos hacerlo para conocer más. Podríamos criticar al inepto que no le importa que podamos clasificarlo en este amplio abanico. Pero hoy no vamos a dedicarnos a esta batería.

Antes de nada aclarar que en este texto no englobo a los que por cualquier circunstancia no pueden acudir a tanta información, y que tampoco se trata de pretender ser un erudito en las materias más complejas, simplemente vale con querer conocer (una de las palabras más bonitas por cierto).

Pero éstos no van a ser los objetivos de la crítica de rigor. Nos vamos a referir a una categoría que en algunas ocasiones pueden provocar un odio aún más intenso que los anteriormente mencionados. Son los fantasmas de la cultura, los espectros de la información, que a su vez pueden subdivirse en otras dos ramificaciones.

Hasta hace poco sólo tenía conocimiento de la existencia del primero de los grupos, que son muy conocidos por todos, son aquellos que únicamente son capaces de engañar a una persona con sus características, a ellos mismos. No saben de nada, la palabra cultura le viene tan grande como a Sarkozy la chaqueta de Paul Bunyan. Y suelen, sin embargo, hacer continua alevosía de lo que precisamente carecen. Una vez leyeron sin querer un cartel de incendio y se creen Baudelaire, otra respondieron una pregunta en clase y van comentando por allí donde van que son como Borges, ayer vieron una película de Ron Howard y hoy van hablando de cine como Fellini, mañana se encontrarán con el dibujo de mi primo pequeño y pasado dirán que saben distinguir un Monet de un Renoir. Esta zafia especie se reparte en amplios números en cualquier ambiente. Yo, si tuviese la oportunidad, les diría que las pocas personas cultas (que no inteligentes) que se han forjado sus cualidades día a día posiblemente murieran con la pena de haber conocido tan poco. Sólo sé que no sé nada que diría Socrates.

Ésto me hace recordar, como pequeña anécdota, un comentario que oí un noche de botellona con mis amigos, un individuo que lamentaba profundamente no encontrar a nadie tan culto como él, y lo dijo porque su compañero negó haber leído el complejo libro que él se había atrevido a empezar, y hasta a terminar. La Sombra del Viento... Sí chico, eres toda una eminencia, me entraron ganas de adorarte eternamente por tu sempiterno saber.

Pero lo que realmente me hizo escribir este articulito fue un hecho que provocó que descubriera a la segunda subespecie. Estaba yo ojeando con tranquilidad el catálogo mensual del Círculo de Lectores cuando algo me llamó la atención. No me acuerdo de su título, pero se trataba de un manual que instruía al que lo leía al "noble" arte de parecer culto. Algo así como saber de lo no leído y de lo no visto, todo con el fin de alcanzar la más triste de las apariencias. Me impactó y me molestó, pensé en lo bello que es aprendeher de todo sin necesidad de compartirlo y mucho menos de exponerlo ególatramente. Más triste aún el que engaña sin necesidad, el que tiene la opción de saber, no lo hace y pretende parecerlo. Es nítidamente el estadio más hipócrita y nauseabundo, malditos los que nos pretenden enmaroñar con esos falsos conceptos, tarde o temprano desearán haber querido conocer más porqués que qués. Tristes culturetas de postín.


sábado, 21 de febrero de 2009

Remembar y tal

Recuerdos de la época en la que ver fotos no provocaba ningún tipo de sentimiento. Recuerdos de cuando los sueños eran promesas del destino y la paciencia un invento de los adultos. Recuerdos de parte de la felicidad.
Estaba sentado en el bordillo de una nostalgia tan enorme que le colgaban los pies.
Todavía no había vivido la tercera parte que un octogenario y ya se sorprendía a sí mismo recordando tiempos pasados con el cansino gesto de los párpados entornado y una tímida y labial sonrisa.
Todavía no estaba su cabeza nevada por canas y ya había sentido el impúdico roce de la melancolía.
Echaba de menos la emoción con la que desenvolvía cuidadosamente aquel papel de aluminio a media mañana. No podía evitar asociarle a sus mañanas dos dispares sabores difícilmente conciliables, pero inevitablemente mezclados: chorizo con melocotón y uvas.
Desde que creció el calor de la cama era distinto, las duchas eran más cortas y el súmmum no tenía en el envoltorio un dibujo de la Pantera Rosa.
Hacía siglos que no jugaba a “Policías y Ladrones”. Hace ya mucho que sabe que Goku siempre lo consigue y que Oliver siempre gana. Cuando se hizo mayor, una mujer salió de dentro de Espinete y la niña pequeña de “Cosas de casa” se hizo actriz porno.
El precioso y, lo que es más importante, caro reloj de pulsera que llevaba a diario le estaba robando se propia libertad a cada segundo. Cada hoja arrancada del calendario había deshojado parte de su inocencia, de la que quedaban migajas.
Recuerdos de peleas y perdones con amigos. Lejanos recuerdos de amistades para toda la vida. Recuerdos de paquetes de pipas en parques y alamedas. Recuerdos felices.
Seguía mirando embobado el lozano caminar de las serenas gotas de café. Iban suicidándose de forma ordenada, monótona y eficiente por el borde del hule.
Recuerdos de cuando se caía el Cola-cao y él no tenía que recogerlo.

"O la vida es mu perra o yo soy mu gato."

AVISOS DE PATOCIENCIA

A partir de hoy, para nuestra fortuna, y especialmente para la de todos ustedes, PATOCIENCIA cuenta con nuevo autor en sus filas. Este pollo –o pato- que ha tenido a bien sumarse a nuestra petulancia bien merece, no sé si más por grande o por amigo, una breve presentación.

A nivel personal hay tanto que decir que mejor, no digo nada. Sabéis los que me leéis que gusto particularmente de hacer referencias en mis textos a aquellos a los que admiro. Por eso me enorgullece compartir arena con mi amigo, pues tener a este hombre con nosotros es un homenaje constante a lo que soy, de donde vengo y por lo que estoy aquí. Son muchos bocadillos, muchas horas perdidas y muchos pasos los que hemos compartido. Hasta ha llegado a prologar lo único reseñable que he escrito en mi vida, manual con el que tengo estudiando a una legión de compañeros. Profesionalmente, nuestro nuevo amigo es, precisamente, el que más tiempo lleva emborronando papeles de todos nosotros. Así que os rogamos que seáis magnánimos en las comparaciones. Lleva desde hace cuatro años un espacio MSN en el que publicaba sus textillos bajo su pseudónimo más conocido, YOMISMO2, y a día de hoy lleva más de cien publicados, ha iniciado una saga de minimalismos que piensa continuar allí y cuenta en su archivo con varios artículos y textos sencillamente geniales. Es, por tanto y de momento, el único autor de PATOCIENCIA que continúa con una carrera paralela en solitario. Por lo visto, no tiene suficiente con maltratar el word con la prosa y ahora resulta que le ha dado por enhebrar versos. Al muy cabrón no se le da mal tampoco, y en sus ratos libres se traviste de poeta urbano. De esos que gustan rimar con música de fondo y poniendo voz de chulo, enseñando su otra cara firmando como su alter ego: Mr. Hide. Por si fuera poco, este tío es un iniciado monologuista que ya carga a sus espaldas con varias actuaciones en distintos bares y locales de la ciudad.

Aquí lo tienen. Al más experto de todos nosotros le ha picado el gusanillo, dado envidia nuestra prepotencia y ha decidido sumarse a nuestra pedantería. Esperamos que su llegada alegre a propios y extraños, nos ofrezca nuevas y mejores líneas en las que perder el tiempo, y de paso traiga tres o cuatro lectores nuevos que nos hagan sentir mejor con nosotros mismos. Bienvenido y buena proa, robotín. Amistad, sinceridad y compañerismo. San Juan Bautista de la Salle.

jueves, 19 de febrero de 2009

"La Kanorra"

Aprovechando que hace poco celebramos el bicentenario del nacimiento de Charles Darwin, uno de los científicos más grandes y revolucionarios de la historia de la humanidad, y posiblemente el naturalista que más nos ha dado, decidí dedicarle un tiempo a pensar en su obra y todo lo que nos ha aportado. Me encontraba yo así, el otro día, reflexionando en mi butacón acerca del origen de las especies y de las palabras, cuando de repente reparé en lo entresijado y oscuro del origen y significado de la voz “cani”. O “kani”, como gustan escribir quienes voluntariamente se adscriben a este significante.


Esta inquietud fue tal que bastó para quitarme el sueño y tiempo de estudio durante unos días. Tiempo de exámenes en el que cualquier estímulo sensorial superior al aleteo de una mosca basta para despertar la cualidad abstractiva del cerebro, huelga decirlo. De ese modo, impulsado por deseo irrefrenable y alentado por un apetito concupiscible decidí iniciar una investigación etimológica al respecto. Investigación que, tras muchas horas de revisión histórica y otras tantas oras –ya entenderán- de irreprimible frustración, al fin ha dado sus frutos. Y una de las cosas más curiosas que voy a demostrar es que, pese a ser un vocablo bastante extendido por la geografía española, tiene su origen aquí. En San Fernando.


La voz “cani” o “kani”, usada para definir al clásico matón o pendenciero, o a los locales “angango” o “marronero” –este último, etimológicamente, “el que se busca o se mete en marrones”- es curiosamente, como he descubierto y anuncio en primicia, un diminutivo. Efectivamente, un diminutivo. Perdonen que enfatice. Viene a ser, socialmente hablando, una versión contemporánea y algo degenerada del clásico “pícaro” español en este sentido. Un pillo comparado con un calavera consumado, un ladrón de guante blanco frente a un asesino múltiple. Una pieza de caza menor. Jerárquicamente y por rigurosa comparación, ocupa el lugar de un carterista en Nápoles a la sombra de la tremenda mafia napolitana, un simple ladrón de comida en Japón antes de necesitar incorporarse a la Yakuza, o un chiquillo que intercambia cromos por cigarrillos en Colombia añorando con llegar a ser de mayor un importante y rico narcotraficante internacional. De igual forma, este sencillo “kani”, con mucho trabajo y dedicación, podría llegar a alcanzar en un futuro su grado superlativo y coronar así la cima de su organización superior. Pasar de pipiolo a un alto cargo en una de las mafias reinas del planeta: “la Kanorra”. Y poder trabajar así en el Ayuntamiento de San Fernando.


Por supuesto que se puede acceder de otros modos y con otra historia profesional. No es necesario, ni mucho menos, ser “kani” para entrar en la Kanorra. Es simplemente, como decía, un suave e irónico diminutivo que se ha acuñado en nuestra ciudad para mentar a estos problemáticos chiquillos, que se dirían casi aprendices de mafiosos. De hecho, nada hay más distinto entre un “kani” y un miembro de la Kanorra. Mientras los primeros suelen arreglarse acorde a una estética deportiva y desaliñada, los segundos suelen ir trajeados, con corbatas y maletines a juego. Unos conducen coches de cualquier gama, pero cambiados y decorados hasta el extremo, y otros autos de altísima gama, preferiblemente negro y con chofer, o usan taxis. A unos no les interesa lo más mínimo la política, la gente ni tienen ni la más remota idea de quien es el presidente del gobierno y a aquellos… Bueno, aquellos tienen clarísimo quien es el presidente del gobierno. El nivel intelectual y la preparación cultural –salvo honrosas excepciones intragubernamentales- suele ser similar, eso sí. Con la diferencia de que unos son jóvenes adolescentes que aún sin la titulación secundaria y otros hace ya largo tiempo que terminaron sus años formativos. En cuanto al resto, a nivel de sinvergonzonería, canallismo, tendencia al robo, a la extorsión, a la estafa, al engaño y al rebuzno, ganan los segundos por goleada.


Por mucho que desde el ayuntamiento lo intenten, en esta ciudad no conseguimos acostumbrarnos a sus tongazos. Chanchullos electorales, decisiones antidemocráticas, destrucción de comercio y empleo en épocas de crisis, impuestos altísimos, cobrar por aparcar en la calle… Y es con esta última con la que me han dado en la boca ahora. Con la puñetera ORA. Ya sé que es una moda extendida por todo el país, pero sigo sin comprenderla. Ahora resulta que nos pintan en todas las aceras del barrio una puta línea azul y los que vivimos en él tenemos que pagar otro “pizzo” a la mafia para poder dejarlo en la calle. Cobrando, en vez de dar lícitamente la tarjeta de residente acreditado de forma gratuita. ¿Qué vives desde hace años en un sitio que acabamos de hacer zona azul? Pues si quieres aparacar en la calle ahora, paga, dice la Mafia. ¿Y si no pago donde aparco? Ríe la Mafia.


Me parece genial que intenten dar fluidez al tráfico y a los compradores, pero no a nuestra costa. Los vecinos pagamos cosas como impuestos (incluido el de circulación) en el que se ven incluidos algunos derechos. Como el de aparcar, mismamente. En fin, no tenían bastante con cobrarnos por dejar el coche tirado en la calle, sino que ahora, a un grupo bastante amplio de ciudadanos, no se nos permite dejar el coche en nuestro barrio. Como lo cuento, ahora resulta que las calles que no poseen zona azul no confieren a sus habitantes el derecho a la tarjeta de residencia y aparcamiento (previo pago). ¿Si usted no vive en zona azul, cómo vamos a darle una tarjeta de residencia para que aparque en zona azul?, dice la Mafia. Pero mire usted, responde la apurada víctima, es que en mi calle no hay plazas de aparcamiento porque la han convertido en una parada de autobús, o porque es o la han hecho por cojones peatonal y, evidentemente, no hay plazas de aparcamiento. La Mafia ríe. Oiga, insiste el estafado, es que absolutamente todo mi barrio es zona azul, no tengo sitio donde dejar el coche cerca de mi casa. Se descojona la Mafia.


Y así están las cosas, ahora resulta que a cientos de vecinos residentes en calles sin plazas de aparcamiento pero inmersas en barrios controlados por la ORA (como mi misma calle, o la Real en sus tramos en obras, Rosario y San Rafael) no nos dejan ni aparcar en la calle. Tócate otra vez, Bernardo. Eso si, nos han ofrecido algunas soluciones. Podemos ir a aparcar a otros barrios y después pedir un taxi que nos acerque a casa. Bueno, eso yo, que en barrio aún no han empezado a buscar el tesoro. Al que viva en la Zona Zero de San Fernando lo va a tener que llevar el taxista en borricate. Anda que no se han vuelto selectivos en el ayuntamiento ahora para ver a quien le cobran. Y es curioso que opten por no coger dinero de alguien, con lo que les gusta a los de la Kanorra un duro. Que yo sé de muy buena tinta que toda la obra la están haciendo porque a uno del ayuntamiento se le cayeron veinte euros en monedas y no aparecen. A ver si los encuentran. ¿Y nuestro humilde dinero no lo quieren ahora? Sivaritas, los mafiosos estos…


domingo, 15 de febrero de 2009

4 de Mayo irlandés

La emboscada planeada había surtido efecto, Doyle se veía rodeado por cuatro siniestros hombres, a uno lo conocía con creces, era su íntimo amigo Poe. Sin embargo los lazos existentes hasta ese momento se habían roto. Por una parte sabía con exactitud lo que iba a ocurrir allí, pero por otra deseaba tanto que todo fuera malentendido que le llegó un extraño sentimiento, de tranquilidad, del que sabe lo que va a pasar y no puede hacer nada para impedirlo.

El oscuro patio trasero se erigía testigo de la situación, los desconocidos y Poe rodearon a su víctima, no fue necesaria una previa intimidación, dos de ellos desenfundaron sus Magnun y dirigieron el cañón hacia la cabeza del gigantesco irlandés. Éste se mostraba taciturno, no era capaz de decir nada, ni siquiera podía moverse. Poe rodeaba a sus hombres con nerviosismo, el pulso le temblaba mientras se llevaba el cigarro a la boca. Nunca fue un tipo duro, había robado y extorsionado, pero sus escrúpulos tenían un límite y éste se encontraba en la línea fronteriza que estaba a punto de sobrepasar.

Doyle obedeció ante las peticiones de arrodillamiento, el ambiente era gélido, pleno invierno en una noche dublinesa. Parecía imposible romper el silencio existente, juraba ser eterno, pero Poe lo hizo, con tranquilidad y sosiego pero denotándose en su tono lo trágico del tema. No fue especialmente directo, recordó los momentos vividos con su actual reo, mencionó el desfase de su relación pero sin referirse al status quo, lanzó el órdago definitivo en un momento de semiconfusión.

“¿Por qué lo hiciste?, únicamente pretendo escuchar la verdad”.

No hubo respuesta de primeras, sí sollozos. Doyle comenzaba a sentir el miedo, sabía que no quería morir y que haría lo que fuese por seguir vivo, nunca pensó que algo valdría tan poco, que fuese tan pusilánime. Y lloró. Pero no fue por miedo, fue por asco, le repugnaba tantear lo que pensaba, no podía creer que lo hubiese dado todo por su triste vida, todo.

Por fin pudo articular palabra, fue difícil entenderlo inicialmente, pero se intuía. Las mismas tres palabras, repetidas hasta la saciedad, acompañadas por el temor que le compungía. Yo no fui.

Parecía que Poe iba a montar en cólera, pero sangre fría como la escarcha recurría su cuerpo. La respuesta no le había sorprendido, esperaba la negación pero ciertamente le molestaba. Sus principios le impedían aceptar tal hipocresía, nunca fue una persona honrada, pero sí por algo destacaba era por su sinceridad, fuese cual fuese la situación.

Un minuto antecedió al siguiente comentario, los sicarios esperaban órdenes y Poe volvió a dirigirse a su antiguo amigo. En esta ocasión fue directo.

“Si confiesas intentaré concebir el perdón, si no lo haces recibirás tres balazos.”

Doyle incrementó el alarido de sus sollozos que nunca cesaron, para repetir esas tres palabras, ambos sabían que no era necesaria ninguna explicación, sabían el motivo y sabían el porqué. Ninguno esperaba que el guión deparara nada nuevo, uno de ellos esperaba una confesión, otro un final.

Y Poe no era un hombre de paciencia, y ésto unido a su anteriormente citada sinceridad y al sensible sonido del seguro de la Mágnum varió la situación. No cabía duda, era un ultimátum.

Doyle tenía la certeza de que llegaría este momento, nunca dudó del desenlace, pero definitivamente el miedo se había apoderado de él, ni siquiera buscó otra salida. Había una dirección posible.

“Sí, yo lo hice”.


Solamente una bala atravesó la cabeza de Doyle.


Aquel 4 de Mayo irlandés de 1989 murió un inocente.



PD: Se agradecen críticas y comentarios siendo un relato de cosecha personal, no me suelo prodigar al respecto y lo cierto es que se nota la falta de experiencia.

sábado, 14 de febrero de 2009

La nueva ley del aborto

Esta vez sí: un fuerte aplauso para los señores del gobierno. Hay que ser justos. El que critica y ataca más duramente cuando las cosas no se hacen como es debido, debe ser el primero en aplaudir cuando algo se hace de manera sobresaliente. Al César lo que es del César. Y esta vez, desde mi punto de vista, los señores del gobierno y los esbirros de ZP se han lucido. Con sinceridad. Han abordado uno de los temas pendientes más delicados y peligrosos que quedaban en esta sociedad, el aborto. Y lo han solucionado de manera brillante.

El PSOE ha terminado una ley del aborto que, a mi juicio personal, roza la perfección de cuanto se puede hacer en esta línea. Primero voy a exponer en qué consistirá esa ley, y después en por qué considero su acierto. La nueva ley del aborto que parece va a aprobarse (actualmente sólo hay tres países europeos que penalicen el aborto, España, Polonia y otro que no me acuerdo) consiste en resumen en:
• En caso de embarazo no deseado, la mujer tiene un plazo de 14 semanas para abortar libremente, sin tener que exponer argumentos y sin necesitar consentimiento médico.
• En caso de que se descubran malformaciones o taras importantes en el feto, o se presente un riesgo para la salud de feto o madre, ya sea física o mental, la mujer puede abortar, presentando esas pruebas, hasta la semana 22. Y nunca más tarde.
• La sanidad pública está obligada a proporcionar este servicio a los ciudadanos. De momento, se continúa amparando la libertad de conciencia de los médicos ejecutores del aborto, pero en caso de que se nieguen será obligación absoluta e insalvable del centro médico proporcionar otro médico que efectúe la técnica.
• La ley fija como edad mínima para decidir los 16 años. A partir de esta edad, el paciente es totalmente autónomo y no es necesario el consentimiento paterno. Si el paciente se encuentra entre los 12 y los 16 años, es necesario una decisión común. La niña necesita el consentimiento paterno para actuar, pero no podrá llevarse a cabo la decisión paterna sin el permiso del menor. En caso de que el menor no tenga aún 12 años, la decisión será responsabilidad absoluta de los tutores.
• Se exige la incorporación obligatoria de la temática y enseñanza del aborto, y salud sexual y reproductiva en los planes de estudio de las carreras sanitarias.

Actualmente, el aborto en España en una especie de feria en la que es ilegal, pero se permite, y los más pudientes o mejor relacionados lo hacen impunemente. Extrañamente, se prohíbe el aborto pero sin partir del principio de que todo feto es una vida y todas las vidas son sagradas y plenas desde el principio. Y si es así, resulta que algunas vidas son más sagradas que otras. Literalmente, porque los futuros niñitos productos de roturas de condón si tienen derecho a la vida por encima de todo y de todos, vivos incluidos, mientras que los de violadores no. Un poco de coherencia hombre… Un poco de coherencia, claro, más allá de que una sociedad del siglo XXI convierta en ley un dogma religioso indemostrable. Yo no critico, ojo, que cualquiera tenga sus principios y siga los dogmas que le dé la gana, lo que jamás defenderé es que traten de imponerse opiniones a lo demás. Más aún, cuando estas opiniones son indemostrables y pesan sobre decisiones tan trascendentales. De todos modos, poco se asemeja a una concepción absolutista de la vida esta ley, sino más bien se acerca a cierta incapacidad para abordar el tema cuando se redactó la constitución, hace ya treinta años. Desde luego le iba haciendo falta una revisión.

Como decía, la ley actual penaliza el aborto, pero se permite en tres situaciones: violación (esto se puede hacer hasta las 12 semanas), riesgos o malformaciones del feto (este es el supuesto eugenésico, hasta los cinco meses y medio) y riesgos graves para la salud de la madre, físicos o psíquicos. Este último es el más socorrido, ya que no tiene límite. Uno acude a las estadísticas y se asusta: el 97% de los abortos en España son acogidos a este supuesto. Para llevarse a cabo, sólo debe estar permitido por dos médicos diferentes a los que van a practicar el aborto. Así que si los que tienen dinero y pueden irse a una privada, pagan por que se haga allí la pirueta legal, y los que tienen amigotes lo piden como favor. De ese modo se transgrede la ley, y algunos hacen “alegalmente” lo que otros no pueden. Y yo, que me declaro defensor del derecho al aborto (no proabortista, yo no obligo a nadie, dejo libertad de elección y aplaudo al consecuente que decide traer un hijo al mundo siempre que se respete mi derecho a hacer lo contrario por no compartir su credo) digo que eso me parece una aberración. Y más que democrática. Porque una interrupción del embarazo a los siete meses y medio (cosa que estas piruetas legales permiten), no es un aborto, es, o casi es, un infanticidio. Asómbrese los conservadores escépticos, que los progres también tenemos sentimientos y principios. Por eso me parece genial que se marque el plazo de 22 semanas como elección de interrupción, y además para todo el mundo, no sólo los más afortunados. Actualmente, las técnicas médicas, que han avanzado una barbaridad, permiten saber antes de esa fecha los riesgos que supone un embarazo, tanto para el feto como para la madre.

También me parece un acierto que se deslinde la posibilidad de hacerlo libremente de la recomendación médica, y que el primer caso deba hacerse antes de las 14 semanas. Tres meses y medio es la fecha amparada en la mayoría de países europeos. El embrión no pasa de los 11 cm, y sus sistemas vitales, incluido el nervioso, aún no terminado de esbozarse y crearse. Es una fecha muy al límite que cabalga entre los periodos fetal y embrionario, por lo que para mi gusto podría haberse adelantado un poco, como 10 o 12 semanas, pero en cualquier caso me parece adecuado que no se permita libremente más allá de esa fecha. ¿Sabían que a las 6 o 7 semanas el embrión humano es indistinguible del de un elefante o un cerdo? Aunque claro, entramos en consideraciones personales y ejercicios de responsabilidad que cada uno debe administrar como pueda y deba.

Las edades marcadas me parecen las más adecuadas. Teniendo en cuenta que se habla sobre la posibilidad de traer o no un hijo al mundo, me parece correcto que se marquen los 16 años como límite de elección autónoma. A partir de esta edad, tanto varones como mujeres ya deben tener un desarrollo personal suficiente, y capacidad de elección seria y razonada. ¿Alguien considera que a los 16 años era estúpido? Yo veo bien que el yo que fui hace cuatro años hubiera tenido posibilidad de elegir en caso de catástrofe. Y si alguien a los 16 años sigue siendo un niñato irresponsable… la culpa es de los mismos padres que ahora no pueden imponer un criterio. No es adecuado cargar con una decisión paterna en ese estado de crecimiento. Y también me parece oportuno que antes de esa edad, la decisión deba ser unánime. Es una buena forma de solventar que unos no tengan derechos sobre otros, y que los otros no sean lo suficientemente responsables como para elegir. Evidentemente, un menor de 12 años está a merced de los tutores.

En lo referente a la ley, sólo echo en falta una mención a los casos de fetos inviables (casos de anencefalia y deformaciones similares) y riesgos inmediatos y graves para la madre, aunque supongo que aún no está terminada y estas interrupciones si podrán ser en cualquier momento. El feto ha muerto o morirá tras el parto fuera del útero materno, así que es absurdo mantener el embarazo.

Por último, esta nueva ley consigue conjugar el derecho del médico a la objeción de conciencia (algo tan controvertido) con el del paciente a que se respete su decisión y no sea víctimas de decisiones y juicios morales por parte de alguien que no tiene el derecho a hacerlo. Los médicos podrán tener principios y reglas éticas y podrán actuar en consecuencia, pero no son jueces de nadie ni su criterio moral puede determinar sobre otra persona.


PD: Aquí tienen la información y aquí mi opinión (pero bien separaditas), así que invito a dejar la vuestra abajo en los comentarios. Con respeto siempre, por favor. Como veis, este texto se refiere a la nueva ley y su mayor o menor acierto, así que el aborto en si, se acaso se tercia, lo tratamos en otra entrada.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Amigo de la cobardía

Quizá no, se suele afirmar que la cobardía no es buen acompañante cuando emprendemos cualquier recorrido, pero no siempre es así. Se podría decir que con la cobardía pasa lo mismo que con el miedo, son armas de doble filo, hay que saber aplicarlas y pueden ser tan positivas y consecuentemente efectivas como cualquier afilada katana.

Así que el día del fracaso, el del miedo a la segunda oportunidad y el de las NO nuevas sensaciones, el de aquellos sueños ya tenidos, el del recuerdo de lo más negativo de lo vivido, sólamente cuando consigues remover lo que creíste enterrado puedes hacer uso de las válvulas de escape. Y entonces aparece lo más personal y didáctico de cada individuo, que puede verse reflejada en las salidas más dificultosas posibles o en las más previsibles. Todo depende, y cuando digo todo es todo, de cada uno de nosotros.

Perdón por filosofar baratamente, pero no hay aforismo más cierto que aquel que dice que la vida es estado de ánimo. Me pregunto cuánta razón tendría aquel ensayista que frecuentaba el Café Tabac des Deux Moulins (donde le atendía la preciosa Amelie Poulain) cuando proclamaba a ciencia cierta que de fracaso en fracaso nos habituamos a no superar jamás la fase de borrador. Y me lo pregunto deseando oir siempre la misma respuesta, ansiando que alguien me confirme que ciertamente podemos habituarnos a tal estadio, que no es suficiente con llegar hasta allí y que superarnos no es más que una expectativa. Aquí es cuando uno se va dando cuenta de que la cobardía podía ser más que un arma, incluso más que una compañera de viaje, podía ser una buena amiga.

Así que días como hoy, días de hoy, de los que todos hemos vivido, es cuando uno se acerca a nuestra amiga para poder consolarse con su presencia, y en el momento en que nota que ésta ha aceptado su triste invitación es cuando a veces repara en lo dañino que pueden ser las heridas que le haga y en lo mucho que la necesita. Sin embargo hay veces que su amiga rehusa reunirse con uno, dejándonos la sensación de vacío más necesaria, la de la vacancia preludio del lleno que nos lleve a la plenitud. Andamos a la merced de nuestra amiga, deseando internamente que acceda a nuestra proposición pero con la conveniencia de su rechazo.

lunes, 9 de febrero de 2009

Joder, que tropa

Como para irse a la guerra con estos vamos. Para empezar, “compañía, ¡ar!” lo iban a gritar como mínimo tres a la vez, y cada uno mandando a mirar en una dirección distinta. Cuando haya ruido, aquí que corra todo el mundo y se salve el que pueda, que lo más fácil es llevarse un tiro en la reyerta. De cualquier parte puede salir. Incluso de tu propio bando. Aunque en esta ocasión no sea lo más adecuado llamarlo “fuego amigo”. Si te lanzas a echar una visual, te parapetas bajo la trinchera de los asientos y asomas un poquillo la vista, lo mínimo que te van a entrar son ganas de suicidarte. De inmolarte o arrojarte a lo bonzo dando sablazos -bisturazos, es nuestro caso- y llevarte por lo menos unos cuantos en el camino. Legiones de lameculos dispuestos a acudir prestos y raudos a ejercer una felación de emergencia en cuanto el triste imbécil que se sube a la tarima huérfano de cariño y de talento suspire añorando a su madre. Tantos hay de estos que ya cuesta la misma vida distinguir el puro y virtuoso interés y vocación de la coprofagía. Navajeros de las dos clases. De los que se los ves venir desde el principio y los tienes totalmente fichados, andando atento, guardando los costados cuando pasas por su lado para que no te la endiñen, y de los que también te los ves venir pero te joden más, porque encima van de colegas y te ponen la manita en el hombro antes de clavártela hasta el hígado. Alguno hay también de los que no te lo esperas, y estos mosquear, mosquean. Decepción no, la verdad. Lo malo de leer tanto a Pérez- Reverte, escuchar tanto a Martínez Ares y andar por la vida con los ojos bien abiertos es que ya no te decepcionas con nada. Todo es de esperar en estos patios de vecinos por los que hacemos vida. Y por todos es bien sabido que no hay patio de vecinas con más putas por baldosa cuadrada que las facultades de medicina –y me niego a escribirlo es mayúscula, eso para las serias-. Los que se agarran a palabras oficiales no pronunciadas como un náufrago gilipollas que se agarra a un madero que no existe para salvarse o el que se cubre de la lluvia con un paraguas que se inventa. El cuento del rey desnudo, igual de tontos. Todavía están los sinvergüenzas, los capaces de mentir y matar por una décima, de denunciar –ME- favoritismos y escandalosos tratos de favor cuando un profesor no se sabe su nombre y si el de otro, o simplemente cuando resulta que alguien es más listo o más capaz de lo que él –o ella- se considera. Después están los que ya andan podridos de envidia, que les jode más que te quedes ciego que tuerto, porque un ojo le falta a cualquiera. Palabras enchidas de prepotencia, de vanidad, de altanería, de infalibilidad, de asco. Sueltan tanta mierda que, fisiológicamente, podemos considerar que se tiran peos por la boca. No podemos generalizar, y todos debemos ser comprensivos y considerar que somos humanos, y un calentón lo tiene cualquiera. Se entiende y se perdona, sin hacer más sangre. El problema es que hay cada estupidez congénita que tira de espaldas. Dice el Reverte que Caín era español, y España cuna de caínes. Una mierda para el de Cartagena. A Caín lo nuestro le hubiera dado asco. De vergüenza torera se le habría caído la cara al bíblico. Menos mal que por otro lado están los que también sabías que no iban a fallar. Los que no se enfadan por estupideces que se inventan y entienden naturalmente, o hacen por entender, acciones y circunstancias. Los que no son imbéciles perdidos, vamos. Con estos te irías a gusto a emborracharte para a la vuelta romper las botellas y empalar a alguno con ellas. Manda cojones que con lo difícil que es entrar en ciertas carreras existan tan pocas luces. Si es que algunos son tan tontos de remate que esperan a carnavales para quitarse la careta.

Pues si, esta es la compañía. Y ahora me comeré la furia de las masas. Pero a ver si iba a ser yo el único de los lerdos en no escribir su opinión en público para que nadie la lea. Lo dicho, como para irse a la guerra con estos. Joder, que tropa.

PD: El que lea todos los textos que publico va a pensar que sólo valgo para quejarme. Pues lo mismo es verdad, pero es que hay veces que me los dan hechos. Van a volverme diabético, entre tanto gilipollas.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Funes el memorioso I

No sé si está excesivamente bien nutrirse de fuentes ajenas para completar un espacio personal, pero de lo que sí estoy seguro es que, de serlo, no habría una opción más positiva que mostrar a Borges y uno de sus magníficos cuentos, así que voy a apostar a caballo ganador. Y además él apoyaría ésto, no concretamente que pusiesemos una obra suya, su tremenda modestia no se lo permitiría, pero sí estaría de acuerdo en que hiciésemos apología de lo visto y no de lo he hecho. ("Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mi me enorgullecen las que he leído").

Lo cuelgo en dos partes ya que es algo largo para el formato del blog, pero por favor, no por ello dejad de leerlo, sería desestimar a un genio de la literatura, y eso implica infierno asegurado.


Funes el memorioso

Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. Lo recuerdo, la cara taciturna y aindiada y singularmente remota, detrás del cigarrillo. Recuerdo (creo) sus manos afiladas de trenzado. Recuerdo cerca de esas manos un mate, con las armas de la Banda Oriental; recuerdo en la ventana de la casa una estera amarilla, con un vago paisaje lacustre. Recuerdo claramente su voz; la voz pausada, resentida y nasal del orillero antiguo, sin los silbidos italianos de ahora. Más de tres veces no lo vi; la última, en 1887... Me parece muy feliz el proyecto de que todos aquellos que lo trataron escriban sobre él; mi testimonio será acaso el más breve y sin duda el más pobre, pero no el menos imparcial del volumen que editarán ustedes. Mi deplorable condición de argentino me impedirá incurrir en el ditirambo -género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo. Literato, cajetilla, porteño; Funes no dijo esas injuriosas palabras, pero de un modo suficiente me consta que yo representaba para él esas desventuras. Pedro Leandro Ipuche ha escrito que Funes era un precursor de los superhombres, "un Zarathustra cimarrón y vernáculo "; no lo discuto, pero no hay que olvidar que era también un compadrito de Fray Bentos, con ciertas incurables limitaciones.

Mi primer recuerdo de Funes es muy perspicuo. Lo veo en un atardecer de marzo o febrero del año 84. Mi padre, ese año, me había llevado a veranear a Fray Bentos. Yo volvía con mi primo Bernardo Haedo de la estancia de San Francisco. Volvíamos cantando, a caballo, y ésa no era la única circunstancia de mi felicidad. Después de un día bochornoso, una enorme tormenta color pizarra había escondido el cielo. La alentaba el viento del Sur, ya se enloquecían los árboles; yo tenía el temor (la esperanza) de que nos sorprendiera en un descampado el agua elemental. Corrimos una especie de carrera con la tormenta. Entramos en un callejón que se ahondaba entre dos veredas altísimas de ladrillo. Había oscurecido de golpe; oí rápidos y casi secretos pasos en lo alto; alcé los ojos y vi un muchacho que corría por la estrecha y rota vereda como por una estrecha y rota pared. Recuerdo la bombacha, las alpargatas, recuerdo el cigarrillo en el duro rostro, contra el nubarrón ya sin límites. Bernardo le gritó imprevisiblemente: "¿Qué horas son, Ireneo?"". Sin consultar el cielo, sin detenerse, el otro respondió: 'Faltan cuatro minutos para las ocho, joven Bernardo Juan Francisco". La voz era aguda, burlona. Yo soy tan distraído que el diálogo que acabo de referir no me hubiera llamado la atención si no lo hubiera recalcado mi primo, a quien estimulaban (creo) cierto orgullo local, y el deseo de mostrarse indiferente a la réplica tripartita del otro.

Me dijo que el muchacho del callejón era un tal Ireneo Funes, mentado por algunas rarezas como la de no darse con nadie y la de saber siempre la hora, como un reloj. Agregó que era hijo de una planchadora del pueblo, María Clementina Funes, y que algunos decían que su padre era un médico del saladero, un inglés O'Connor, y otros un domador o rastreador del departamento del Salto.

Vivía con su madre, a la vuelta de la quinta de los Laureles. Los años 85 y 86 veraneamos en la ciudad de Montevideo. El 87 volví a Fray Bentos. Pregunté, como es natural, por todos los conocidos y, finalmente, por el "cronométrico Funes". Me contestaron que lo había volteado un redomón en la estancia de San Francisco, y que había quedado tullido, sin esperanza. Recuerdo la impresión de incómoda magia que la noticia me produjo: la única vez que yo lo vi, veníamos a caballo de San Francisco y él andaba en un lugar alto; el hecho, en boca de mi primo Bernardo, tenía mucho de sueño elaborado con elementos anteriores. Me dijeron que no se movía del catre, puestos los ojos en la higuera del fondo o en una telaraña. En los atardeceres, permitía que lo sacaran a la ventana. Llevaba la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado... Dos veces lo vi atrás de la reja, que burdamente recalcaba su condición de eterno prisionero: una, inmóvil, con los ojos cerrados; otra, inmóvil también, absorto en la contemplación de un oloroso gajo de santonina. No sin alguna vanagloria yo había iniciado en aquel tiempo el estudio metódico del latín. Mi valija incluía el De viris illustribus de Lhomond, el Thesaurus de Quicherat, los Comentarios de Julio César y un volumen impar de la Naturalis historia de Plinio, que excedía (y sigue excediendo) mis módicas virtudes de latinista. Todo se propala en un pueblo chico; Ireneo, en su rancho de las orillas, no tardó en enterarse del arribo de esos libros anómalos. Me dirigió una carta florida y ceremoniosa, en la que recordaba nuestro encuentro, desdichadamente fugaz, "del día 7 de febrero del año 84", ponderaba los gloriosos servicios que don Gregorio Haedo, mi tío, finado ese mismo año, "había prestado a las dos patrias en la valerosa jornada de Ituzaingó ", y me solicitaba el préstamo de cualquiera de los volúmenes, acompañado de un diccionario "para la buena inteligencia del texto original, porque todavía ignoro el latín". Prometía devolverlos en buen estado, casi inmediatamente. La letra era perfecta, muy perfilada; la ortografía, del tipo que Andrés Bello preconizó: i por y, f por g. Al principio, temí naturalmente una broma. Mis primos me aseguraron que no, que eran cosas de Ireneo. No supe si atribuir a descaro, a ignorancia o a estupidez la idea de que el arduo latín no requería más instrumento que un diccionario; para desengañarlo con plenitud le mandé el Gradus ad Parnassum de Quicherat y la obra de Plinio.

El 14 de febrero me telegrafiaron de Buenos Aires que volviera inmediatamente, porque mi padre no estaba "nada bien". Dios me perdone; el prestigio de ser el destinatario de un telegrama urgente, el deseo de comunicar a todo Fray Bentos la contradicción entre la forma negativa de la noticia y el perentorio adverbio, la tentación de dramatizar mi dolor, fingiendo un viril estoicismo, tal vez me distrajeron de toda posibilidad de dolor. Al hacer la valija, noté que me faltaban el Gradus y el primer tomo de la Naturalis historia. El "Saturno" zarpaba al día siguiente, por la mañana; esa noche, después de cenar, me encaminé a casa de Funes. Me asombró que la noche fuera no menos pesada que el día. En el decente rancho, la madre de Funes me recibió. Me dijo que Ireneo estaba en la pieza del fondo y que no me extrañara encontrarla a oscuras, porque ireneo sabía pasarse las horas muertas sin encender la vela. Atravesé el patio de baldosa, el corredorcito; llegué al segundo patio. Había una parra; la oscuridad pudo parecerme total. Oí de pronto la alta y burlona voz de Ireneo. Esa voz hablaba en latín; esa voz (que venía de la tiniebla) articulaba con moroso deleite un discurso o plegaria o incantación. Resonaron las sílabas romanas en el patio de tierra; mi temor las creía indescifrables, interminables; después, en el enorme diálogo de esa noche, supe que formaban el primer párrafo del capítulo xxiv del libro vii de la Naturalis historia. La materia de ese capítulo es la memoria; las palabras últimas fueron ut nihil non iisdern verbis redderetur audíturn.

Sin el menor cambio de voz, Ireneo me dijo que pasara. Estaba en el catre, fumando. Me parece que no le vi la cara hasta el alba; creo rememorar el ascua momentánea del cigarrillo. La pieza olía vagamente a humedad. Me senté; repetí la historia del telegrama y de la enfermedad de mi padre. Arribo, ahora, al más difícil punto de mi relato. Éste (bueno es que ya lo sepa el lector) no tiene otro argumento que ese diálogo de hace ya medio siglo. No trataré de reproducir sus palabras, irrecuperables ahora. Prefiero resumir con veracidad las muchas cosas que me dijo Ireneo. El estilo indirecto es remoto y débil; yo sé que sacrifico la eficacia de mi relato; que mis lectores se imaginen los entrecortados períodos que me abrumaron esa noche.

Funes el memorioso II

Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los veintidós idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Con evidente buena fe se maravilló de que tales casos maravillaran. Me dijo que antes de esa tarde lluviosa en que lo volteó el azulejo, él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. (Traté de recordarle su percepción exacta del tiempo, su memoria de nombres propios; no me hizo caso.) Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo. Al caer, perdió el conocimiento; cuando lo recobró, el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales. Poco después averiguó que estaba tullido. El hecho apenas le interesó. Razonó (sintió) que la inmovilidad era un precio mínimo. Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.

Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etcétera. Podía reconstruir todos los sueños, todos los entre sueños.

Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: "Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo". Y también: "Mis sueños son como la vigilia de ustedes". Y también, hacia el alba: "Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras". Una circunferencia en un pizarrón, un triángulo rectángulo, un rombo, son formas que podemos intuir plenamente; lo mismo le pasaba a Ireneo con las aborrascadas crines de un potro, con una punta de ganado en una cuchilla, con el fuego cambiante y con la innumerable ceniza, con las muchas caras de un muerto en un largo velorio. No sé cuántas estrellas veía en el cielo.

Esas cosas me dijo; ni entonces ni después las he puesto en duda. En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo. La voz de Funes, desde la oscuridad, seguía hablando. Me dijo que hacia 1886 había discurrido un sistema original de numeración y que en muy pocos días había rebasado el veinticuatro mil. No lo había escrito, porque lo pensado una sola vez ya no podía borrársele.

Su primer estímulo, creo, fue el desagrado de que los treinta y tres orientales requirieran dos signos y tres palabras, en lugar de una sola palabra y un solo signo. Aplicó luego ese disparatado principio a los otros números. En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El Ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoléon, Agustín de Vedía. En lugar de quinientos, decía nueve. Cada palabra tenía un signo particular, una especie de marca; las últimas eran muy complicadas... Yo traté de explicarle que esa rapsodia de voces inconexas era precisamente lo contrario de un sistema de numeración. Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades: análisis que no existe en los "números" El Negro Timoteo o manta de carne. Funes no me entendió o no quiso entenderme. Locke, en el siglo xvii, postuló (y reprobó) un idioma imposible en el que cada cosa individual, cada piedra, cada pájaro y cada rama tuviera un nombre propio; Funes proyectó alguna vez un idioma análogo, pero lo desechó por parecerle demasiado general, demasiado ambiguo. En efecto, Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. Resolvió reducir cada una de sus jornadas pretéritas a unos setenta mil recuerdos, que definiría luego por cifras. Lo disuadieron dos consideraciones: la conciencia de que la tarea era interminable, la conciencia de que era inútil. Pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de la niñez.Los dos proyectos que he indicado (un vocabulario infinito para la serie natural de los números, un inútil catálogo mental de todas las imágenes del recuerdo) son insensatos, pero revelan cierta balbuciente grandeza. Nos dejan vislumbrar o inferír el vertiginoso mundo de Funes. Éste, no lo olvidemos, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. No sólo le costaba comprender que el símbolo genérico perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversa forma; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente). Su propia cara en el espejo, sus propias manos, lo sorprendían cada vez. Refiere Swift que el emperador de Lilliput discernía el movimiento del minutero; Funes discernía continuamente los tranquilos avances de la corrupción, de las caries, de la fatiga. Notaba los progresos de la muerte, de la humedad. Era el solitario y lúcido espectador de un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Babilonia, Londres y Nueva York han abrumado con feroz esplendor la imaginación de los hombres; nadie, en sus torres populosas o en sus avenidas urgentes, ha sentido el calor y la presión de una realidad tan infatigable como la que día y noche convergía sobre el infeliz Ireneo, en su pobre arrabal sudamericano. Le era muy difícil dormir. Dormir es distraerse del mundo; Funes, de espaldas en el catre, en la sombra, se figuraba cada grieta y cada moldura de las casas precisas que lo rodeaban. (Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucioso y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico.) Hacia el Este, en un trecho no amanzanado, había casas nuevas, desconocidas. Funes las imaginaba negras, compactas, hechas de tiniebla homogénea; en esa dirección volvía la cara para dormir. También solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente.

Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos. La recelosa claridad de la madrugada entró por el patio de tierra.

Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había hablado. Ireneo tenía diecinueve años; había nacido en 1868; me pareció monumental como el bronce,más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las pirámides. Pensé que cada una de mis palabras (que cada uno de mis gestos) perduraría en su implacable memoria; me entorpeció el temor de multiplicar ademanes inútiles.

Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión pulmonar.

martes, 3 de febrero de 2009

Perder el tiempo...

Día 2 de Febrero. Después de un duro día de estudio. En mi casa. En mi sofá. Viendo “El intermedio”.

No se si habéis visto la guerra entre la cadena Intereconomía y el programa de la sexta “ el intermedio”, y es que esta cadena, exactamente el programa “Más se perdió en Cuba” lleva dándole guerra al gran Wyoming desde hace tiempo. Y es que este programa, la verdad son de derechas los chiquillos, pero hay una manera de ser de derechas y “maneras” y es que esto son simplemente lamentables y de periodistas, digamos que pocos. Ver como se la metió doblá Wyoming.

Video Intereconomía

Video JAJAJAJAJAJAJA


La Sexta no serán los grandes periodistas de la historia, pero si tengo que elegir entre periodismo facha y basura, como el de "Mas se perdio en Cuba" o periodismo simplemente BASURA como el de telecinco, (arriba “Se lo que hicisteis), pues claramente elijo a quien me entretiene y me hace reír, que para eso esta la televisión y sino a leer un libro, como decía Groucho Marx


“Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro”.

PD: Grocho Marx vivió de 1890 a 1977, ni se imaginaría la televisión de ahora.