domingo, 28 de febrero de 2010

martes, 23 de febrero de 2010

Ya van ganando

Son las noséqué del día nosécuánto. Hoy juega el Celtic. Ya ha anochecido en Glasgow, y el cielo anuncia, con esa tonalidad anaranjada, la proximidad de una áspera lluvia. El viento, sin embargo, ya ha aparecido. Celtic Park está lleno, como casi siempre, y el equipo hace ya un rato que se ha retirado a los túneles de vestuario. Los aficionados aguardan estos minutos de diferente manera, alguno charlan animadamente, otros apuran su último cigarro antes de concentrarse en Ellos, los padres convencen a los niños para que dejen de chillar. Y todos, absolutamente todos, murmuran ante cualquier indicio que les resulte indicador de la posible salida de su equipo. Están absortos en un estado de impaciencia continua, porque saben que en cuanto la bota del capitán pise la fresca alfombra verde, sus jugadores se habrán puesto por delante en el marcador.
Y por fin aparecen, y con ellos comienza a sonar el áurea de victoria en forma de canción. La megafonía atrona, y al mismo tiempo se desata un férreo temporal sobre el Estadio. Una pequeña nube que rodea perfectamente el perímetro de Celtic Park, el viento se multiplica y los chuzos se precipitan con fuerza. La afición mantiene la cabeza alta y las bufandas llegan al techo, y sin dejar de mirar al terreno de juego, vislumbran que allí, a lo largo de la nube, se encuentra la luz del sol.
Por fin el momento se cohesiona, termina de surgir el once inicial, y las estrofas de su himno llegan a la parte donde la música le deja paso a alguien más importante, a la gente. A capella, sin estridencias, suena, ahora sí, el grito de guerra. Nadie es capaz de contemplar a su vez el entorno, se quedarían perplejos, ni siquiera son capaces de comprender que allí, partido tras partido, nace algo grande. Hay eco, pero no procede de la concavidad del campo, son las voces rebotando en las uniformes bufandas.
Abajo, los jugadores no son protagonistas, sin embargo están viviendo un sentimiento de extraña excitación. No es la excitación guerrera, ni la motivación agresiva de rabia espumosa. Es diferente, es un sentimiento de liberación ante la responsabilidad, el momento en que saben que van a vivir una importante situación, y en la que aún así no serán juzgados, sólo apoyados. Por eso van a correr como nunca, pero lo van a hacer levantando la cabeza, porque van a quedar entremezclados en la perfección de los que saben alentar.
Termina el You´ll Never Walk Alone, y por primera vez hay un chillido, que de unísono que es parece ensayado. Va a comenzar el partido. El Celtic ya va ganando.

viernes, 19 de febrero de 2010

Sobre el hambre, la guerra, las víctimas, las enfermedades curables, la pobreza y el resto de injusticias de este mundo y por qué merece la pena seguir luchando y continuar siendo unos irreductibles enamorados de las causas perdidas

Puede que todo siga igual, pero también puede que no sea así.




PD: Perdón, pero no me cabía el título entero en la entradilla.

lunes, 15 de febrero de 2010

El abismo

Fue un día cualquiera. Sorprendentemente alzó la mirada camino al colegio, y no pudo evitar fijarse en ese detalle. Sin saber si se trataba de un nuevo defecto o de simple cuestión de poca atención por su parte, no pudo hacer más que pararse a contemplarlo. Una sensación de agobio le invadió al instante, parado entre cientos de alumnos de todas las edades, entre alaridos infantiles un silencio que sólo podía oír él. Miró alrededor, no entendió cómo podía haber tanta libertad. Entre el suelo y la torre el posible fin. Qué pasividad.

Lo intentó. Se movilizó, habló, explicó e informó. Pero a nadie parecía importarle, un nimio detalle para el resto, una tragedia en potencia para él. La insistencia no sirvió para nada, a poco pudo reunirse (si es que reunir era sinónimo de abordar) con el director del centro. Éste tampoco fue la solución de nada, dos o tres aserciones tontas mientras leía el correo del día, un pequeño gesto de interés que quedó en saco roto. Jamás pudo lograr cambiar el recorrido. El mundo volviéndose poco a poco inoperante.

Y tuvo que huir. Nadie de su entorno entendió nada, pero él lo exigió entre lágrimas. No podía contener mañana tras mañana, día tras día, ese miedo superfluo que le invadía cada vez que aupaba la cabeza, cuando corría despavorido para rascar posibilidades. Un día ni siquiera le valieron las reservas de valentía que le quedaban, se clavó en el suelo, lo miró por última vez y se dio media vuelta, dispuesto a no volver a encontrárselo nunca más.

Pero no bastó, el recuerdo de aquella tétrica figura le invadía a menudo. A pesar de hallarse a cientos de kilómetros de distancia, ni el tiempo ni el espacio borraron el miedo, sólo lo apaciguaron. Aún así, se asentó y vivió, con el recuerdo vivo pero lejano no tuvo más que aguantar, le costó y lo consiguió. Sin embargo un día volvió, y no pudo evitar el enfrentamiento. Como el morbo del que sabe que va a morir y no huye se plantó en aquella distancia colosal sin poder levantar la cabeza hacia cielo. Por fin, con la figura fija, lanzó la mirada con decisión.

Ya no estaba. Respiró por primera vez en paz.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Cánceres y metástasis

Dentro del gran cáncer que corrompe la Democracia española, hay a mi juicio un enorme y principal foco metastático que, como es su condición, o muere o acabará matando: el PP. Siempre me he referido a él como la gran casa de putas de la derecha hispánica, que pretende actuar como el gran saco en el que caigan todos los votos vertidos a la diestra del PSOE. No es, sería estúpido pensarlo, la fuente de todos los males ni su fin el único remedio, pero es un factor importante.
Esta enfermedad que constituye el PP algo que solo se curará cuando ese grupo se divida en al menos dos partidos distintos: uno que represente a la derecha moderada y socialdemócrata y otro que abarque conservadores y liberales. Mientras tanto, lo más que podrá decirse es que el PP solo tiene un objetivo ideológico definido: mandar. Ganar elecciones. El poder por el poder. ¿Cómo se explica un partido político moderno y democrático con cuatro líneas ideológicas distintas? ¿Cómo es posible que para un mismo partido pidan votos gente tan dispar como Gallardón, perteneciente a la derecha más moderada y socialdemócrata; Aguirre, feroz liberal; o Mayor Oreja, demócrata-cristiano y conservador? Se junta gente que no tiene nada que ver simplemente para sumar los votos necesarios y repartirse la tarta después.
Así surge un engendro como el que tenemos hoy en día, un partido viejo, anquilosado, podrido, oxidado. Un partido que es una masa incontrolable, totalmente invadido por la corrupción, en el que cada cual asoma el ascua a su sardina particular y sigue en realidad sus propios intereses. Un partido consumido por sus divergentes luchas intestinas que sin duda acabarán perforándole las tripas hasta hacerlo morir de sepsis.
Evidentemente, todo esto tiene su repercusión orgánica, y es la otra gran metástasis que surgió como respuesta: el nuevo PSOE. Aunque sí posee una línea ideológica fundacional, ahora mismo no es más que una mera anécdota en un gran cuerpo que se constituye para fagocitar a todo el que pueda quedar descolgado del partido anterior, para lo que se ve obligado a caer en constante demagogia y a cruzar de largo la línea que marca el comienzo del ridículo. Su arma electoral no es más que “¡Qué no ganen los otros, que son la terrible derecha!”.
Además, como inmenso cuerpo del que se nutren ambas metástasis, está esa gran tropa de ratas oportunistas, lameculos profesionales, analistas de pago y medios de desinformación propagandística que nunca han dudado en cambiarse de barco y bandera en cuanto en el que estaban hacía un poco de agua o, falta de ojetes que succionar, se les acababa el chollo.
Y así estamos hoy en día, con dos viejas máquinas impotentes construidas con el único fin de ganar elecciones a cualquier precio y cuya estrategia electoral más eficaz es dejar que los otros se peguen una inmensa hostia ellos solitos.


viernes, 5 de febrero de 2010

El varado

- María, llévame al mar, anda…
Y María sonreía, terminaba lo que estaba haciendo, y si el día estaba bueno lo agarraba del bracito y salían a la calle mientras él iba dando golpecitos en el suelo con su bastón. Cuando llegaban lo dejaba solo en su sitio favorito y ella se iba a dar un paseo, a comprar algo, o quizá a sentarse en un banco con sus amigas a charlar un rato. Allí el aire era más fresco que en cualquier otro sitio y el sol pegaba con menos fuerza. Siempre procuraba quedarse en el mismo lugar, a no ser que estuviera ocupado, claro. Le gustaba recostarse en el suelo, o contra el tronco, y dejarse llevar por el sonido del mar y las olas que rompían encima de él. A veces María lo miraba desde lejos y lo veía mover suavemente la cabeza al ritmo del viento, al compás del follaje. Allí le gustaba pensar, pero en nada en concreto. Simplemente se tumbaba y disfrutaba del momento, y en ocasiones se le ocurrían hasta algunas poesías que le parecían bellísimas y que le gustaría escribir si tuviese un poco de vista. Cuando una le gustaba especialmente, pensaba “Después se la dictaré a María para que la copie”, pero al final siempre le entraba vergüenza y no lo hacía, y simplemente trataba de retenerla en la memoria y trataba de acordarse la siguiente vez que iba allí. De vez en cuando se llevaba uno de sus libros en braille y se ponía a leer un ratito, o canturreaba bajito. O no hacía nada. Eso era lo más común en realidad, sólo se tumbaba y gozaba de su momento favorito.
De cuando en cuando, una de esas olas que se batían sobre su cabeza se rompía golpeada por el viento, y algunas de sus gotitas caían al suelo e iban a posarse sobre él. Cuando las notaba, las dejaba ahí el resto del tiempo, y antes de irse las recogía y se las escondía en el bolsillo para llevarlas a casa y meterlas en una cajita donde las guardaba. María a veces protestaba y decía que ya era mayorcito para llenarle la casa de hojas, pero en realidad nunca se las tiraba. Y cuando volvían del parque y se encontraba una por el suelo en buen estado, se la metía en la cajita sin decirle nada, porque sabía que a él le gustaba sacarla los días de lluvia y oler sus gotitas verdes.
Así cuando ya llevaban un rato, ella iba a recogerle y le decía “Bueno muchachote, ya es hora de irse a casa, ¿no?”, lo ayudaba a incorporarse y se marchaban. A veces de vuelta pasaban por el banco a ver si habían ingresado ya la pensión, que solía ser que no, compraban el pan y se recogían. Luego María hacía la comida, almorzaban juntos, le dejaba listo algo para la cena y se iba. Entonces él se quedaba sólo en casa, sonriendo, esperando que pasara rápido la tarde. Así llegaba pronto el día siguiente, y a media mañana decía:
- María, llévame al mar, anda…
Y María sonreía, terminaba lo que estaba haciendo, y si el día estaba bueno lo agarraba del bracito y salían a la calle mientras él iba dando golpecitos en el suelo con su bastón.


miércoles, 3 de febrero de 2010

Malasombra

Se habían reunido en un lugar oculto, un sitio lúgubre y subterráneo, del que nadie que no estuviese o hubiese estado allí conocía de su existencia. Hoy habían sido invitados dos nuevas personalidades, por supuesto, con la intención de los huéspedes de convertirlos en contribuyentes de una nueva causa.
Sobre una mesa rectangular cigarrillos y whiskey, alrededor siete sillas. Cinco de ellas ocupadas con miembros fijos de esa convención. Únicamente se sabía que uno de ellos era el alcalde de aquella gran ciudad, los cuatro restantes, aún sin tener certeza, podía afirmarse que se trataban de grandes empresarios, políticos, mafiosos y jefes de policía. La asignación de esos puestos, la verdad, no tenía mayor importancia. Todos ratas de la misma calaña.
Un par de disputas de por medio. Mucho alcohol. Incluso alguna que otra risa a pesar de la seriedad del asunto tratado. Dinero, dinero y dinero. Y hablando de dinero, y en conclusión, un acuerdo. Una firma (simbólica claro) y una ratificación que provocaría extensos beneficios económicos para un grupo reducido de canallas, de la manera más confidencial aunque el asunto tocase de refilón a parte de la población.

Malasombra no era nadie, ni pinchaba ni cortaba lo más mínimo. Nadie se explicaba como aquel patán de nivel sublime había logrado llegar a jugar en aquel equipo. Nada, absolutamente nada, le salía bien en los encuentros. Era capaz de recibir una pelota en franca ventaja y pasar a estar en una situación imposible en la distancia temporal más estrecha. No dominaba la izquierda, ni la derecha, ninguna de las dos manos (y eso que jugaba al fútbol). Nadie sabía si se trataba de alguien sin cualidades o con graves problemas de presión, que es lo que se había rumoreado, o simplemente un chico con mala suerte. Lo verdaderamente cierto es que sólo servía de incentivo para aquellos que quisiesen reírse cruelmente durante cinco o diez minutos (que era el tiempo que solía jugar).
No había duda, era el delantero perfecto para esa cita (salvo que la suerte fuese el pábulo de su fracaso). Era tal su desavenencia con las acciones positivas, que nadie se había dignado a decirle que ese último partido que iban a disputar era el más vil de los amaños, tejemaneje de las más encumbradas autoridades para aumentar sus bolsillos. Si bien es cierto que algo había oído por el camino, pero no llegó a tomarlo como un asunto serio, creyó que todo eran intenciones primarias que no habían llegado a buen puerto. Y salió ultramotivado, y no denotó que el resto de sus compañeros jugaban con el tiempo y con resultado. Un uno a cero a breves segundos de finalizar el partido (es decir, la consumación del amaño), y Malasombra, que no había realizado, a pesar de la pasividad defensiva del rival, una buena jugada en el resto del encuentro, se atrevió a lanzar desde los treinta metros. El balón tocó en dos defensas del equipo contrario, golpeó el travesaño, y tras rebotar en la espalda del portero, se introdujo lentamente en la portería. El árbitro, incrédulo, dio validez al tanto y señaló el final del encuentro. El jolgorio de las gradas se contrarrestaba con el silencio de los jugadores. Malasombra corría extasiado, celebrando su primer tanto en activo. Luego se rió, abultadamente, una risa estruendosa y, diría yo, que llena de rabia y odio. Mala suerte decían que tenía, gafe y mal agüero, ahora es cuando él se reía de esas gilipolleces. Un gol suertudo en tan importante partido. Sin duda, se había acabado su etiqueta.

Al día siguiente, Malasombra apareció con un proyectil en la cabeza en una cuneta de mala muerte (nunca mejor dicho).

martes, 2 de febrero de 2010

Macarruleta

Comienza una nueva categoría en ésta, la página menos cultural de toda Internet. Se trata de La cocina desde el exilio, un recopilatorio de mis peleas contra los fogones, ayudado por mi aliado Hacendado. Pretendo hacer un pequeño recetario para ayudaros a convertiros en supervivientes de la soledad y el hambre. ANSARLOGÍA no se hace responsable de lo que suceda por el camino.
Allá vamos:

Hoy cocinaremos un buen plato de Macarruleta.


Ingredientes:

-Macarrones (en seco, medio plato hondo, más o menos).
-2 salchichas de paquete.
-1/2 paquetito de chorizo en tacos de los que venden en el Mercadona.
-Tomate frito.
-Cayena.
-Pimentón picante.
-Pimienta negra.
-Varios dientes de ajo.
-Sal.
-Aceite.
-Cínico fatalismo.
Para acompañar: miajones de pan, agüita, suerte.


Preparación:

Se cuecen los macarrones en abundante agua. Se echan en la olla cuando el agua esté hirviendo, junto con un chorro de aceite y un poco de sal (opcional: una pastilla de avecrem). Cuando estén en su punto, se escurren y enjuagan. Es importante enfriarlos bajo el grifo justo al escurrirlos para evitar que se reblandezcan y pierdan firmeza (truco útil).
En una sartén ponemos aceite a calentar (dos o tres cucharadas, no más). Cuando esté calentándose, se le pican un par de dientes de ajo. Si son muy pequeños, se le pica uno o dos más. Antes de que los ajos se doren, añadimos a la sartén el chorizo y las salchichas picadas.
Llega el momento crucial. El tarro de las cayenas que tenía en casa (marca Carmencita) estaba dotado con un difusor consistente en tres palitos da plástico que se unían en el centro de la abertura (parecido al símbolo de Mercedes). Lo importante es que ese difusor te asegura que cada vez te cae un número distinto de guindillas. Y precisamente ésta es la esencia de los Macarruleta.
Con el tarro de cayenas apuntando hacia abajo, encima de la sartén, le damos unos suaves toques para que caigan las que el tarro quiera. Es como en la ruleta rusa, tú sabrás cuántos toques quieres darle. Además si te pasas, sucede algo parecido a la ruleta rusa. En mi caso, cuando inventé la receta, al primer toque echó una y al segundo toqué echó cinco. Un total de seis guindillas (al hacer carne al toro para 6 personas, mi madre le echa dos, para que os hagáis una idea de lo que es una cayena).
Confiad en vuestra suerte. Esto condiciona el resto de la receta.
Al refrito del ajo, el chorizo y las salchichas, le echamos tanto pimentón picante y pimienta negra como nos dicte nuestro cínico fatalismo.
Rebujamos macarrones y refrito en una olla. Añadimos tomate frito al gusto [¡Si mi madre me viera! En mi casa nunca hemos comido tomate frito de bote, sino natural. Era algo sagrado. Desde que cocino en el exilio, admito usar Tomate Frito Casero marca Mercadona, que no está tan bueno como el tomate de verdad, pero da el pego bastante bien].
Y ya está listo. Al plato y a disfrutar... o a sufrir muchísimo.

Resultado: Mi cínico fatalismo me hizo comerme las seis guindillas al terminar el plato. Tremendo. No lo hagáis.