martes, 28 de julio de 2009

Por terminar de aclarar las cosas (buenas noches, señora, recuerdos a su señor)

La gente no es tonta. La gente habla, comenta, ve, oye, piensa, calla y cacarea. Tanto es así que la dragona del quinto sabía que las bragas que se le cayeron al patio las estaba usando la gigante del bajo izquierda. Pero jamás se lo recriminaría, principalmente porque la enorme mujer estaba extorsionándola en silencio. La dragona estaba dispuesta a perder algunas bragas a cambio de que su vecina no se chivara de que la vio robando en la panadería.
Por cierto, que era por todos conocidos que el panadero, Manolo el centauro, vino hace poco al pueblo tras separarse de su mujer, y que ahora su ex, la centaura, estaba arrejuntada y viviendo en pecado.
Pero todos sabían que no vivía sola con su nuevo novio sino que entre los dos estaban criando al hijo que él tuvo con su anterior pareja.
Todo se sabe y todo se comenta.
Por ejemplo, sin ir más lejos, el hijo bastardo de la reina consorte del Rey Arturo sabía que era el hijo bastardo de la reina consorte desde que tenía uso de razón.
Era lógico y casi insultaba a su inteligencia que sus padres adoptivos disimularan para intentar hacerle creer lo contrario. Tenía su misma altura y sus mismos ojos. Además, siempre le había resultado extraño que su supuesta madre tuviera cuatro patas y él solamente tuviera dos.
Por no faltar a la verdad diremos que el muchacho no sabía a ciencia cierta que su madre era la reina consorte del Rey Arturo. Siempre le quedó cierta duda razonable, pero como siempre fue un chico muy tranquilo, se lo callaba por no convertir su vida en un culebrón. Además su madrastra era muy buena con él y lo cuidaba con cariño y entusiasmo.
Pero se comentaba, se decía, se murmuraba…
Además, en clase de biología vieron que del cruce entre un orco rubiales de 1’80 y una enana, lo que sale es un pequeño troll con fuerte propensión al hipo.

P.D: Como ya dije en algún comentario, esto es lo último que tengo pensado hacer de Realidades Perpendiculares por no perder el espíritu de la saga. De todas formas, no descarto continuar porque tengo muchas ideas para seguir. Todo se andará.

"Cuando Dios cierra una puerta deja de haber corriente"

lunes, 27 de julio de 2009

El infierno en el cielo

El ciclismo es el culmen de las gestas deportivas, eso no cambiará jamas. Sin embargo, el ciclista está en vía de extinción. El entorno tiende a establecer conclusiones precipitadas, y el fantasma del dopaje invade al espíritu de las dos ruedas. Bien es cierto que el enorme número de precedentes son motivo lógico (mejor que decir justificado) para un determinado control, pero lo que no es de recibo es el seguimiento férreo y titánico del ciclista, que es abocado a diario al robo de uno de los derechos humanos fundamentales, la presunción de inocencia. El doping existe, grandes héroes rompieron la confianza de sus aficionados en infinidad de ocasiones, ya hay testimonios en las década de los 40 de formas de aumentar el rendimiento de los participantes y todo ésto ha terminado convirtiéndose en un tremendo negocio. Pero el ciclismo es bello, obviemos los procesos, disfrutemos de él en todo su esplendor. Qué lujo poder seguir vibrando ante un sprint, ante una testaruda escapada de uno contra el mundo (o el pelotón), ante un cohete batiendo marcas tiránicamente en los puntos intermedios de las contrarrelojes, ante el vaivén de un ligero ciclista haciendo de legendarias montañas sin dueño una posesión duradera. Qué bello es el ciclismo, un veterano gregario venciendo por primera vez en su carrera, el puño alto del cuadragésimo-octavo en llegar a meta al ver como su compañero consiguió alzarse con la victoria, un podium y una sonorosa melodía anunciado la entrada de dos bellas azafatas. Eso es ciclismo, el culmen de las gestas deportivas.

Y es que ésto ha sido tantas veces demostrado.

Corría el año 1988, el Giro transcurría con “normalidad” y se llegaba a la etapa 14. Chioccioli andaba con la maglia rosa enfundada, y los grandes favoritos ocupaban las posiciones perseguidoras. Perico Delgado, que había explotado en Capito Matese pero que buscada una progresiva remontada: Andy Hapstem, un escalador de raza; su compañero de equipo y por aquel entonces promesa emergente Erik Breukink; el también joven Tony Rominger, que dilapidó todas sus opciones al perder 16 minutos en la ascensión a Selvino. y el protagonista y mayor damnificado de lo que sucedería aquel 4 de Junio, Van der Velde.
Las previsiones meteorológicas agoraban una jornada dura, se anunciaba tormenta de nieve y ésto en una etapa de montaña no podía conllevar nada bueno. Aún así, nadie se esperaba el tremendo destrozo sucedido.
La etapa era corta, adaptándose así a su dureza, siendo por lo tanto, en principio, una jornada más de alta montaña. Se subía el Aprica y tras su descenso se tomaba la ascensión al temible Paso di Gavia para lanzar su descenso a la línea de meta. El día se desarrolló con normalidad hasta el inicio del Gavia, una fuga compuesta por dos corredores hasta ese momento. El grupo de favoritos comenzó a moverse a tenor del ataque de Van der Velde, sin embargo, éste último consiguió abrir hueco y ascendió en solitario. Progresivamente la altura va haciendo las condiciones climatológicas más abrumadoras, y determinados corredores optan por subir a ritmo intuyendo lo que podía suceder.
Por detrás de Van der Valde arrancaba Hampstem en busca del triunfo de la general, y sólo podía seguirle el joven Breukink. El durísimo frío iba convirtiéndose en inaguantable y soplaba una gélida ventisca. Si la subida era terrorífica, peor era la bajada. Van der Velde cometió un vital error, no se abrigó en demasía y tras coronar en cabeza sólo pudo aguantar dos kilómetros de descenso. En ese punto decidió parar al ver en riesgo su vida, y fue resguardado por caravanas de los tifosi que por allí se encontraban. Otros ciclistas toman la misma decisión que Van der Velde y deciden dar por finalizada su etapa antes de tiempo, coches que trasladan a corredores hacia la línea de meta y espectadores frotando las manos de los restantes.
Sólamente algunos valientes aguantaron el tirón y pudieron acabar el día de la forma habitual, Hampstem había abierto hueco con respecto a Breukink, pero aún quedaba la reacción de éste último, que fue recortando diferencias y pasó al americano fugazmente para vencer en Bormio sacándole a Hampstem 7” en línea de meta. Van der Velde, el cual había coronado en cabeza con un minuto de diferencia, termina la etapa con respecto al primero a ¡46 minutos!. Van der Velde nunca volvió a ser el mismo tras este día. Las diferencias son abismales y demuestran el error de la comisión del Giro de haber dado vía libre a esa locura.
Las imágenes en Bormio son escalofriantes, ciclistas temblando violentamente, muchos de ellos llorando e intentando desentumecerse ante los terribles dolores musculares. Un día de locos que afectó más que nunca las condiciones anímicas y físicas del corredor.

“Dejé de pedirle Dios que me ayudara, ya me había ayudado bastante dándome el privilegio de competir. En vez de eso empecé a especular lo que estaría dispuesto a negociar si el diablo aparecía”. Andy Hampstem

sábado, 25 de julio de 2009

Maldigo

Maldigo los sueños y los altos vuelos
Maldigo el pasado de pasado mañana
Maldigo "el ayer fue mejor" del abuelo
Maldigo las ansias de querer tener ganas
Maldigo la orilla izquierda del río
Maldigo las cárceles de cielo azulino
y el húmedo silencio tras la tregua
Maldigo el maldito día
en el que venció la ginebra

Maldigo los folios dolientes de asepsia
Maldigo el plástico que asegura todo
Maldigo los muerdos sobre anestesia
Maldigo que venza la causa frente al modo
Maldigo el sudario y a quien lo portara
Maldigo a la Luna por no dar la cara
y al que no lleva guantes en la lona
Maldigo el maldito día
cuando vencieron las hormonas

Maldigo el cansino paso del segundero
Maldigo al minutero que lo obedece
Maldigo al pie sobre el pedal de freno
Maldigo a esos lunes que son martes trece
Maldigo a los mares que reciclan olas
Maldigo el manto que oculta a la persona
y al incauto que rechaza una manzana
Maldigo el maldito día
en que nos vencieron las ganas


P.D: A la gente le importa un carajo el blog.

"¿Te arrepientes del pasado? Eso es que respiras"

martes, 21 de julio de 2009

Por aclarar un poco las cosas (¡ay, señora, qué poco nos queda!)

La susodicha amada de Arturo era desdichada y enana. Estaba siempre de mal humor y se sentía muy sola porque mientras su rey estaba todo el día prosperando y admirando la felicidad de sus cortesanos, ella se pasaba la vida en casa haciendo punto de cruz y viendo tele-basura. Se aburría mientras se apagaba su amor. Pasaba demasiado tiempo correctamente, sin cambios, adecuadamente. La rutina y la desocupación iban cubriendo de niebla el brillo su mirada día tras día. Normal que buscara vivir una aventura fuera del matrimonio.


···


Su esposo había perdido todo el morbo (dinero), su pasión (notoriedad) se iba apagando y hacía mucho que no llegaba a casa con un ramo de flores (pata de jamón).
Había vendido su futuro por una estupidez. Toda una vida dedicada a hacer feliz a los niños de todo el mundo tirada al traste por unas aspiraciones megalómanas.
Ella necesitaba estabilidad. Necesitaba un hombre que le brindara sus fuertes brazos y su franca mirada.
Por eso no podía seguir así. Era incapaz de despertar cada mañana en la misma cuadra que el centauro que la había llevado a la ruina. Ella era mitad moza joven, mitad yegua vigorosa. Estaba en su mejor momento y no tenía intención de perder lo que le quedaba de vida con los errores de su Manolo.
Hasta ahí habían llegado.


···


Él no tenía la culpa de ser el orco rubiales de 1’80 más guapo que había en el mundo. Ya desde pequeño se lo había dicho su madre.
A todo eso había que añadirle sus formas de caballero y que era muy detallista. A su nueva esposa no la ponía en un pedestal pero por el simple hecho de que si la ponía allí arriba a cuatro patas significaría que había muerto de muerte natural; si la ponía a tres, por heridas de guerra; a dos patas, en el campo de batalla, y ella estaba vivita y coleando.
Había encontrado al amor de su vida. Ella era la mujer perfecta con la que formar una familia. Serían muy felices ellos dos junto al hijo que tuvo él con su anterior pareja.
¡Ay, su anterior pareja! El amor prohibido, la clandestinidad y el susurro de la noche.
Cuando conoció a aquella pequeña criatura desvalida y vulnerable se enterneció su corazón (en detrimento de otras zonas). Parecía tan frágil que apenas se atrevió a mirarla a los ojos mientras se acercaba a la barra por miedo a que se rompiera.
Pidió algo de beber fuerte y sofisticado para impresionarla, pero no hacía falta. En el momento en que apareció delante de sus ojos, ella quedó prendada de sus aires chulescos y su galantería.
Todo sucedió muy deprisa. Las miradas, las sonrisas y los besos. A partir de entonces comenzaron una nocturna relación a hurtadillas. Para él no era algo novedoso. Al fin y al cabo era un amante del amor a escondidas.
Pero aquello era especial. Era amor por amor, porque sí, no por el morbo de lo prohibido, sino como razón de ser para vivir.
Se veían a menudo. Quedaban para verse en posición horizontal, vertical e incluso oblicua. Todo cambió cuando ella lo dejó embarazado y se marchó para siempre. De vuelta a su palacio lo abandonó su reina.

P.D: Me ha quedado como muy periodista del corazón.

"El exceso de información puede producir efectos idénticos a la falta de ropa"

lunes, 20 de julio de 2009

Demogracia

¿Derechos? ¿Qué derechos? No podía quitarme de la cabeza esa pregunta anoche cuando me acosté. Ya sabía que la mano de la Kanorra es larga, poderosa y oscura, pero no me imaginaba realmente hasta dónde podía llegar. O al menos no me atrevía a creer que sería tan larga. Craso error. Todo sucedió ayer, en la feria. Íbamos a entrar en una caseta unos cuantos, cuando el portero nos negó el acceso y nos dijo que estaba limitado a mayores de veintiuno. Entonces una de nuestras amigas les dijo que eso era ilegal, pero que además quería ver los derechos de admisión del local, que en cualquier caso no serían válidos ya que no se encontraban expuestos en la entrada del mismo. El portero nos dijo que de eso él no se encargaba y que se limitaba a cumplir órdenes, y que nos fuéramos de allí. Así que le pedimos la hoja de reclamaciones para poner una queja. Y ahí empezó la noche.

El portero nos instó a salir de la cola, a lo que nos negamos mientras no nos sacase la hoja de reclamaciones. Entonces vino un compañero suyo que nos sacó de ahí y nos llevó a un “reservado” junto a la salida -pero por fuera-, todo esto con muy malos modos y mucha arrogancia por su parte. Poco a poco mis amigos se fueron yendo -“al final no vamos a conseguir nada, así que no importa que se salgan con la suya, tú no te amargues la noche”- y nos quedamos sólo tres. Empezamos a discutir con el tío aquél y nos dijo que él no nos iba a sacar las hojas y que llamaría al dueño del local. Y se fue y no apareció en media hora, tiempo que aproveché para ir a la policía. Para qué.

Me encontré con una patrulla de la Nacional que me dijo que ellos no se encargaban de eso y que fuera a ver a los de la Local. Y cuando fui, me dijeron que en feria ellos no se encargaban de eso. Que había un convenio por el cual las quejas de ese tipo que se produciesen en feria tenían que presentarse directamente en la oficina de atención al consumidor, que tenía una sucursal en la feria misma. “¿Puedo ir ahora?”, pregunté. “No, porque es de noche y está cerrado. Tiene que ser en horario de oficina”. Calculen, era sábado por la noche. “Pero es que ahora mismo alguien está vulnerando mis derechos y yo lo estoy denunciando a un policía, ¿y usted me dice que no va a ir nadie?”. “Está dentro del convenio, lo siento. No tenemos efectivos suficientes para ocuparnos de todas esas cosas en feria, ahora hay otros métodos”. Y así me vi en el recinto ferial, lleno de policías y con leyes escritas, y ni uno sólo dispuesto a mover un dedo por hacer cumplir mis derechos. Ya sea porque no quisieran o porque no pudieran.

Cuando volví a la caseta en cuestión mis amigos seguían en la puerta esperando, y al vernos allí tanto tiempo, por fin, salió el encargado. Tres cuartos de hora de reloj estuvimos hablando con el sinvergüenza aquél, y al final me dijo textualmente: “Mira, no te voy a sacar la hoja de reclamaciones porque no me da la gana”. Y si no te parece bien, llama a la policía, a ver que pasa. Antes de todo eso apareció por allí un portero diciendo que no me había dejado entrar porque estaba muy alterado -un portero que no fue el que me negó el acceso a la caseta, curiosamente- , otro le dijo a mi amigo que no le dejaba entrar porque daría positivo en un control de alcoholemia de carretera, otro dijo que se había sentido amenazado por mí, el encargado dijo que le había levantado la mano, uno dijo que yo no había querido dialogar con ellos, el dueño me dijo que si no él no estaba de acuerdo con el motivo de la queja no me sacaba la hoja… Y por último le dijo a mi amigo que si iba a la noche siguiente, a él si le daría la hoja de reclamaciones, pero que a mi no me la daría porque yo estaba demasiado “alterado”.

Después del incidente aquél no tenía ganas ni ánimo de estar más tiempo allí, así que nos fuimos a casa –eran las seis de la mañana, tampoco fue gran pérdida- con una terrible sensación de desazón e impotencia. Así funcionaban las cosas, al menos en San Fernando. Sin embargo, no todo estaba servido aquella noche, porque al llegar a mi calle vi como numerosos coches estaban aparcados ilegalmente ocupando paradas de taxis, líneas amarillas, carriles de circulación y aceras. Y ni uno sólo de ellos tenía una multa en el parabrisas. Podía ser debido a dos cosas, o que el ayuntamiento no quisiese espantar a la clientela de la feria haciendo cumplir la ley, o que no hubiese efectivos policiales suficientes para vigilar aquello ya que estaban demasiado ocupados haciendo cumplir derechos y deberes en la feria.

Un sistema que no contempla las mismas leyes para todos, todos los días del año y en cualquier circunstancia, es un sistema injusto. Es una estafa y es una mierda. Y eso es lo que tenemos aquí y lo que comprobé yo el sábado por la noche. Una población en la que las leyes se cumplen según el contexto lúdico-festivo y económico de la ciudad, es una población gobernada por una mafia. Una ciudad en la que te multan –nos multan- por retrasarnos cinco minutos al cambiar el tiquet de la ORA, pero en feria te permiten dejar el coche boca arriba en doble fila, es una ciudad negra. Una democracia basada en unos ciudadanos que creen que tienen derechos, pero que después no son hechos cumplir por nadie, ni es democracia ni es nada. Es un mafiazo. El mafiazo de San Fernando, tan de largo conocido. Un esperpento y una burla. Daría hasta risa, porque es de chiste, si no fuera porque no tiene la más mínima y puñetera gracia.

domingo, 19 de julio de 2009

El Gernika de Pikachu

P.D: Es una grandísima pollada que se me ha ocurrido y que ha contado con Sergio (el artista) como brazo ejecutor (gracias, porra).



P.D: Entre mi idea y la obra de arte han transcurrido menos de 10 minutos.
P.D.2: Por favor, a riesgo de ser un pesado, tengan cuidado de no confundir P.D. con P.D. Gracias.

"Mira, mamá, soy un aclamado artista. No sé dibujar, ni colorear, ni esculpir, ni... ¡pero conozco a uno que sí!"

sábado, 18 de julio de 2009

La resignación

Él había sido una eminencia en la facultad, no podía contar sus matrículas con los dedos de cuatro manos, si bien para ello había sacrificado cinco años de su vida, donde el estudio le acompañaba ocho horas diarias los siete días de la semana. Cinco cursos que enlazaron con un año aún más intenso, de catorce horas de estudio sin excepción, donde su esfuerzo se vio supuestamente reconocido con unas oposiciones superadas, un puesto en la administración. Empezaría desde abajo, pero eso no le preocupaba, suponía que iría escalando puestos, siempre se le había recompensado su labor, nunca había dejado de obtener sus objetivos porque no había momento donde no luchase por conseguirlo. Y se empleaba a fondo, su trabajo ocupaba gran parte de sus pensamientos, pero es que tampoco sabía pensar sobre otra cosa. Era como un cyborg, había acatado órdenes y arrasado con lo que se le pedía. Su mente se fue cerrando progresivamente, seguía recordando aquellos increíbles viajes de Bachiller, pero cada vez menos. Seguía recordando aquellos besos sincronizados con los primeros rayos de sol, pero cada vez menos. Seguía recordando aquellos Domingos con su padre, pero cada vez menos. El expediente de la denuncia a Campsa le terminó de borrar a sus amigos, el de fraude de E.X.P.A acabó con los pocos recuerdos de su novia y la hipoteca de los Hermanos Delgado echó a su padre de su mente. Pero él era feliz, se consideraba feliz, veinte años dedicado a que estaba destinado, veinte años en la misma silla de despacho a la misma hora de entrada.

La vida de él, sin embargo, había sido más extensa, más vasta y por ende, más fácil de sintetizar. Había estado con decenas de mujeres, conocía Europa con la veintena y tenía un popular padre. Había desarrollado su carrera universitaria con parsimonia, sacó algunas asignaturas copiando, otras estudiando, (en otras le pasaban las respuestas de los test). Finalizó en ocho años, y un trabajo le esperaba con los brazos abiertos. En los más alto de la pirámide desde el inicio, siempre lleno de loas y siempre con alguien que le lamiera el culo. Siempre con una mujer con la que estar. Ni siquiera recordaba qué era un precario, pero su labor era sistematizada, le explicaron el primer día tres cosas con una sonrisa en la boca, y nunca tuvo que solucionar nada. Llegaba a su puesto a la hora que le apeteciera, y no todos los Lunes se acercaba por allí.

“Páez, traigame el informe de Campsa” espetó el señor Colomer.

“Podría haber sido peor” pensó en ese momento Páez.


jueves, 16 de julio de 2009

Manolo, el panadero (señora, ya queda menos)

Era un centauro honrado y trabajador que solamente buscaba paz y tranquilidad. Ya había sufrido bastante en su vida.
La suya era una historia inusual (como la de casi todos, supongo). De joven fue un hombre alegre de risa contagiosa. Era jovial y divertido. Desde joven tuvo una clara vocación: dedicar su vida al entretenimiento y disfrute de los más pequeños. Él veía su propia felicidad reflejada en la inocente sonrisa de un niño.
Por eso trabajó de payaso. Y de domador. Y de trapecista. De bombero-torero, de malabarista, de cuidador en varias guarderías y de todo lo que os podáis imaginar.
Cuando fue algo más mayor descubrió una forma de ser útil a los niños de todo el mundo: diseñaría montañas rusas, columpios, toboganes y demás atracciones. Pasó muchos años ideando y fabricando coloridos y complejos montajes, simples balancines de parque, etc. Pero con lo que más disfrutaba era diseñando castillos hinchables.
Un día, Zeus le hizo un encargo muy especial: hacer el mayor castillo hinchable de la historia para el cumpleaños de su hijo Hebe. Los materiales y la construcción no serían un problema porque correrían a cargo de los propios dioses.
Y a ello se dedicó. Lo hizo enorme y hermoso a conciencia. El diseño era una maravilla en sí, pero más impactante fue cuando los dioses le dieron forma y Eolo lo llenó. Desde luego que era imponente.
Solamente había un problema. Era tan tremendamente grande que los niños que entraban no eran capaces de encontrar después la salida y se perdían de forma irremediable entre globos y divertidos monigotes hinchables. Los padres de los niños empezaron a protestar y dar quejas por aquello de no volver a ver a sus pequeños, pero con el tiempo dejaron de hacerlo porque se dieron cuenta de que los niños allí eran infinitamente felices. De hecho los niños fueron creciendo y, como estaba tan bien hecho el castillo hinchable, fueron encontrando formas de explotar los recursos naturales que tenían y fueron formando una estable sociedad en aquel lugar. Había ganaderos, agricultores, mineros y leñadores. Más tarde hubo artesanos de todas clases. Se formaron cuerpos de defensa y seguridad, además de haber ya banqueros, políticos y abogados. En apenas diez lustros aquellos niños habían pasado de las cavernas a los rascacielos.
Era maravilloso. Era el maravilloso país de la Atlántida.
Y lo fue hasta que un día algo le sucedió en la base del país que, aunque avanzado y moderno, era un simple castillo hinchable. El país empezó a perder firmeza y a hundirse. No hubo supervivientes.
El pobre centauro no salía de su asombro cuando el mundo entero lo señaló con el dedo como único culpable y la sociedad en masa empezó a recriminarle por sus pretensiones y errores. Sus vecinos le odiaban, su familia le dio la espalda, sus hijos no le hablaban y su mujer se ligó a un orco rubiales de 1’80. Era el fin.
Por eso tuvo que huir lejos, muy lejos. Huyó de su ciudad y se fue a vivir a un pueblo donde absolutamente nadie lo conocía y empezó de cero.
Allí pasaba inadvertido. Se dedicó a buscar trabajo y pronto empezó a ganarse la vida como el panadero del pueblo.
Su vida hasta ese día había sido una montaña rusa de alegrías y verdaderos tormentos. No confiaba en nadie puesto que el mundo le había dado la espalda. Cada vez que cerraba los ojos veía las acusadoras miradas que todos habían clavado en él y en lo más profundo de su ser.
¿Y se supone que ahora tenía que hacerse el tonto mientras un vagabundo le robaba una barra de pan? ¡Ja!

P.D: Va cuadrando todo, ¿no? :P

"Amor mío, no creo en la monogamia, lo que pasa es que soy muy feo"

lunes, 13 de julio de 2009

Dueña

Tu nombre me sabe a vodka,
con hielos y algo lima.
Eres la dueña de mi rima,
la dueña de mi pluma.
Cuando se vuelve algo loca
eras la dueña de mi boca,
de lo que bebe y se fuma,
de mis palabras y versos,
de mis noches y lunas,
de mi lengua y mis besos.
La dueña de mi pluma.

Tu nombre sabe a cerveza,
rubia de larga melena.
Eres dueña de mis poemas,
dueña de mis desvaríos.
Cuando mi ateísmo reza
dueña de mi pasión presa
y también de esos amoríos
que acaban sobre tu cama.
Cuando sudas de frío,
cuando tu voz me desarma.
Dueña de mis desvaríos.

Tu nombre me sabe a absenta,
ascua fresca y atrevida.
Eres la dueña de mi vida,
la dueña de mis frases.
Cuando viajo desde el papel
eres la dueña de mi ser
y de todos mis disfraces,
de mi inexpugnable coraza,
también de mis antifaces,
de los secretos y falacias.
La dueña de mis frases.


P.D: Quizás he tardado en publicar otra vez, pero es que... No tengo excusa, no.

"Mi abuela nunca me dice guapo, pero opina que manejo un vocabulario muy amplio"

jueves, 9 de julio de 2009

El fallito de un mago (señora, me han dejado solo en el blog)

Su madre estaría orgullosa de él: era el consejero del Rey Arturo. No se podía llegar más lejos. Bueno, sí, siendo el Rey.
Aun así el suyo era un espíritu inquieto y no paraba de investigar. En otra época habría sido un gran científico, pero en los tiempos que corrían se estilaba más el ser un hechicero. Y él era el mejor. Era el eminente hechicero Merlín.
Los niños estudiaban con libros que tenían su retrato en la portada, las fábricas le pedían consejo y ya había inventado más de mil artilugios que facilitaban la vida a millones de personas.
Sí, su madre estaría orgullosa de él.
No obstante, tenía una espinita clavada. Algo que no lo dejaba dormir por las noches, un reto definitivo: la Piedra Filosofal.
Esa piedra contenía el maravilloso poder de convertir el agua en vino, el plomo en oro, al tonto en listo y al alien en gnomo. Sería el descubrimiento más importante de su vida si la completara pues con él le sería sencillo acabar con el hambre y las enfermedades del mundo.
Llevaba unos 50 años haciendo aleaciones, transmutaciones alquímicas, mezclas y remezclas de distintos componentes y jamás pudo conseguir nada que se le pareciese.
En algunos libros se hablaba de un mago que llegó a completarla, pero nunca encontraba referencias del cómo, el cuándo o el dónde.
Mas la palabra “nunca” tiene fecha de caducidad. Un día estaba leyendo un libro de historia cuando encontró una pista, un cabo del que tirar. Investigó en libros, en pergaminos y en jeroglíficos. Todo apuntaba a que aquel misterioso mago había conseguido completar la Piedra y esconderla en un lugar seguro.
Siguió investigando y llegó a la conclusión de que solamente había dos lugares donde podía estar escondida: las fauces de Cerbero, el can que guardaba las puertas del Averno, o en las abismales profundidades de las afueras de la Atlántida.
Buscaría en la frontera del país flotante porque él era un mago de naturaleza cobarde.
Fue hasta allí y nadó hacia cotas cercanas al centro de la Tierra. Pasó por grietas, bancos de peces, naufragios… y, sí, al fin la vio. Era un minúsculo punto que brillaba frente a él. Sin duda estaba ahí. Buceó eufórico hacia ella y cuando llegó se dio cuenta de que estaba encadenada fuertemente a una válvula gigantesca que estaba cerrada. ¿Qué hacía una válvula de aire allí?
Merlín no se lo pensó dos veces y dio un fuerte tirón a la cadena, liberando la Piedra Filosofal de su atadura. El fallo fue que de paso abrió la infernal válvula. “No sé para qué servirá y quizás con el tiempo se cierre sola”, pensaba o, mejor dicho, se auto-convencía.
Por si acaso no le diría nada a Arturo.

P.D: Sí, creo que quedan mejor las post-data.

"Los lectores de PATOCIENCIA deberían aficionarse a algo serio"

sábado, 4 de julio de 2009

La montaña rusa

La vida es como una montaña rusa, está llena de momentos donde es posible rozar (sin tocar) el cielo y aún más repleta de severas caídas libres que acaban en los más hondos subterfugios. El problema es que las montañas rusas nunca finalizan su recorrido por encima del nivel del suelo.

Ésto es lo que se le venía a la cabeza a Oswald día tras día, pero siempre a la misma ahora, y siempre sin recordar que ya había llegado a esa conclusión. Como si Newton hubiese descubierto la gravedad, y al dormir se le hubiese olvidado. Y al día siguiente la volviese a descubrir, y la volviese a olvidar, así toda la vida. Exactamente igual, pero claro, ni Oswald sabía que ya había llegado a esa premisa ayer, ni tampoco conocía a ningún Newton.

Su vida fue una montaña rusa claramente delimitada. Pasó una infancia de pena, él no sabía lo que era el bulling, pero sí que había sido presa de obstinadas muestras de esta conducta. Era bajo, mejor dicho, muy bajo. También era obeso, tenía una forma bastante concreta, era como una pera de 1.30 m (el médico le había dicho que a ésto se le denominaba obesidad ginoide). Y por si fuera poco, su nariz era descriptiblemente anormal, picuda, larga y afilada. A veces le decían que podía afilarla y convertirla en una letal arma de combate, él hacía oídos sordos, se colocaba los cascos de su novedoso walkman y buscaba I Was Made for Lovin' You de Kiss, su canción favorita.

Y así Oswald fue acumulando odio, odio y más odio. Nunca explotó en su infancia, en un principio le atormentaba pensar que en esos momentos en los que sus compañeros se cebaban con él, habría sido capaz de degollarlos a todos. Los instintos homicidas fueron creciendo paulatinamente, los remordimientos de conciencia, disminuyendo.

Rozó el cielo, puede que no en el sentido que se hubiese imaginado en otro momento, pero sin duda andaba en la cúspide de la fama. La gente le respetaba y le temía. Dos o tres robos, cuatro o cinco asesinatos y una figura sobre la cual forjar su leyenda. Portadas de periódicos y objetivo de fuerzas públicas, empezaba a consumar su venganza y nada parecía poder pararle...

Pero una figura alada se interpuso en su camino, le derrocó, le venció en más batallas y terminó por ganarle la guerra. Su figura decayó y no le importó ser detenido por primera vez, ahí comenzó su caída libre, sin frenos, directa al abismo.

Un triste pingüino sumergido en los recuerdos de lo que fue. Un pingüino que dejó los paraguas bazookas por las patadas azarosas al aire, que pasó de luchar contra Batman a pasear nocturnamente de camino a aquel pequeño antro de rehabilitación, a aquel banco de la Alameda.

P.S: Semibasado en hechos reales

viernes, 3 de julio de 2009

¡Ay, Arturito! (señora, volvemos a la carga)

P.D: Sí, ésto también es una pre-data.

Era ciertamente feliz. Y eso a pesar de que era un hombre cabal y poco dado al optimismo gratuito, pero es que lo era.
Tenía el poder, el respeto, las riquezas, la responsabilidad, la notoriedad, la amistad, el amor y todo lo que un hombre adulto pudiera desear. Era feliz y lo era porque todo el mundo en su reino lo era.
La ecuación era sencilla: un reino rico y en paz es un reino próspero y lleno de armonía.
Se sentía tremendamente orgulloso de no ser un rey como esos belicosos bárbaros que de cuando en cuando atacaban las murallas de su castillo. Él era sensato y pacífico aunque castigaba con mano dura cualquier incidente que perturbara la armonía de su casa. Es decir, Su Casa.
Su gestión era impecable aunque no todo el mérito era suyo. Al fin y al cabo nada sería de él sin la mesa redonda y su más leal consejero: Merlín, el hechicero. Él, es decir, ellos, eran las únicas personas a las que les confiaría la vida de su amada si acaso tuviera que confiársela a alguien alguna vez. Esa confianza era mayor que poner en juego su vida propia.
Era un magnífico rey y lo más importante de él, el Rey Arturo, es que había llegado al puesto por méritos propios y no por casualidades genéticas como es común. Llegó al cargo por su fiereza, valentía y, sobre todo, por su corazón puro.
Podemos concluir sin miedo que era un hombre feliz y realizado. Y aunque para nada era soberbio, sí que era consciente de la importancia que tenía al frente de Camelot. Era lógico, al fin y al cabo era el rey del reino más poderoso de la Tierra.
Por eso no dudó de su instinto. Tenía una corazonada. Aquello no podía ser en vano, bajo ningún concepto. Estaba decidido.
Invertiría el 80% del capital del reino en la emergente y fiable empresa Harínida S.A. (Harinas de la Atlántida). Al fin y al cabo, ¿qué podía salir mal?

"No soy supersticioso. De hecho suelo tener más suerte de lo normal los martes y 13"

jueves, 2 de julio de 2009

Un solo tiro

Un tiro. Un solo tiro. En el sitio perfecto, a la altura justa, el lugar calculado. Entre ceja y ceja, entre la punta de la nariz y el flequillo. Uno sólo y… ¡fin! Se acabó. Caput, ce finí, hasta luego Lucas. Apagón neuronal y a mejor vida. Pijama de pino. Ni siquiera da tiempo a ver el túnel, mucho menos su luz. Sólo un segundo, un trueno que no se oye, y oscuridad eterna. No hay más llantos, no más risas. Ni penas ni alegrías, ni bienes ni males. Puesto así, hasta parece un final justo. O al menos que hay justicia después del final. Un solo tiro. Lo necesario para no ensañarse, lo suficiente para ser dantesco. Sangre salpicando las paredes, sesos desparramados por el suelo, olor a casquería frita impregnando el ambiente, camuflando los restos de pólvora. Así es, un solo tiro y tranquilidad absoluta. Y sobre todo, un problema menos.

Un tiro. Un solo tiro. Eso es lo que se hubiera metido aquél estudiante para no seguir estudiando ese eterno mes de junio.


PD: Este que suscribe se va casi todo el mes de julio de vacaciones (excepto unos días a medio mes) a un sitio inhóspito y ajeno a toda tecnología, así que disculpad mi ausencia y sed pacientes. Es posible que el resto de autores se tomen unas semanas este mes, pero en breve volvemos con la misma insoportable y odiosa frecuencia de publicaciones. ¡¡Un abrazo a todos y felices vacaciones!!