sábado, 17 de julio de 2010

Mentiras

Mentían, como todos. Todos mentían. Siempre. Lo difícil de ser detective es que todos mienten. Todo comienza con un crimen abominable y una mentira. Llámalo instinto de supervivencia, llámalo treta, cobardía o mezquindad, pero todos acaban mintiendo. De todas formas la experiencia me ha demostrado que el principio de Hanlon es mucho más certero de lo que parece a simple vista.
Puedo entender a un asesino. Todos hemos tenido el impulso de coger una pistola, cerrar los ojos y acabar con todo. Puedo entender al que pega una paliza porque ha llegado a su límite. Entiendo al que roba, entiendo al que trafica y entiendo la corrupción del poderoso. Lo que no entenderé jamás es la mentira. Ocultarse y huir es algo comprensible, pero mentir cuando te han cogido, amigo, eso nunca lo entenderé porque es negarse a sí mismo, es negar la propia conducta, la propia identidad. Mentir es el nihilismo de la propia vida.
La historia de siempre: un crimen de máxima crueldad y varios sospechosos.
El sujeto número uno dice que ese día estaba enfermo y creo que dice la verdad, puesto que nadie lo vio rondando por el lugar del crimen. No descarto su autoría, pero para explicar su culpabilidad harían falta muchas peripecias y una casuística algo enrevesada. No soy partidario de ello, las explicaciones sencillas suelen ser más plausibles. La navaja de Ockham me ampara, aunque no me convence del todo.
El hedor de este antro me asfixia. Es un olor de supuesta esterilidad que me pone los vellos de punta.
El sujeto número dos asegura que estaba en el baño. He contrastado esa información con las autoridades y de hecho las mismas autoridades aseguran haberlo acompañado al servicio.
Tanto ruido no me deja pensar, el escándalo va a volverme loco.
El sujeto número tres llora. Está encogida , cabizbaja, tapándose con las manos la cara, respirando de forma convulsiva, ahogando el llanto. Repite una y otra vez que no fue ella. No tengo motivos para no creerla, salvo mi propia desconfianza.
Fuera, el viento juega con los árboles. Estaría mejor allí, corriendo libre. Mucho mejor que encerrado en estas cuatro paredes.
Por último, el sujeto número cuatro se ríe por los nervios. Balbucea, no sé lo que dice, nadie lo sabe, él no lo sabe, no se le entiende una mierda. Sus ojos desorbitados saltan de un lado a otro, como si se electrocutaran en cada punto en el que se posan.
Y puedo llegar a entender los peores crímenes imaginables (Hanlon se equivoca en este caso), pero no entiendo la mentira.
El misterio está resuelto. Yo puedo ser un niño de seis años, puedo ser un pedante y un inmoral, pero no soy imbécil. El sujeto número tres, con sus lágrimas de cocodrilo y sus manos en la cara solamente puede estar ocultando que ella y sólo ella había decidido comerse el lápiz de cera color carne. Miserable...


P.D: Este no me gusta tanto como el anterior, pero no está mal.

"A veces no se me ocurren frases chulas para poner detrás de los textos"

sábado, 10 de julio de 2010

Universos (on the rocks)

Salí de las tinieblas de aquel callejón para meterme en las de aquel bar. Humo, borrachos equidistantes, el estruendo de lágrimas no derramadas goteando en lagos on the rocks y un molesto imbécil jugando a los dardos. Comprenderán los señores que apenas puedo incluir más tópicos en el local. Máxime cuando el camarero era un tipo tosco, calvo peinado con cortinilla, camisa blanca, pajarita torcida, mandil y pantalones de tergal.

Tuvo que disparar. El tiempo no cambia a las personas, el tiempo crea personas nuevas. A cada instante, en cada lugar, se destruyen y crean universos. Constantemente. Muchos universos habían sucedido desde que ellos fueron conocidos y se debieron una mínima cortesía. Quizás hubo un tiempo en el que estuvieron uno al lado del otro, pero ahora lo había tenido delante. Mientras cerraba los ojos, sabía que estaba delante. Y mientras levantaba el arma. Estaba delante, lo sabía, mientras enviaba el plomo de 9 milímetros directamente a su cuerpo. Estaba delante, enfrente, no al lado.
Está claro, en estas circunstancias, con el actual él, con los papeles repartidos, con el Universo en esa actitud tuvo que disparar.

"Sírvame algo que me sirva", dijo una voz que estrictamente me pertenecía pero que no era la mía. En un arranque de inspiración artística, el tosco bar-man sacó un vaso ancho, le echó hielos y, por probar, los mojó abundantemente en güisqui. "Menudo invento" pensé, o quizás lo dije. Quizás el camarero pensó en gruñir, de lo que estoy seguro es de que lo hizo.
Hice un poco de submarinismo entre los hielos. Primero naufragué con el Titanic, después patiné por encima de los cubitos, toqué en ellos un improvisado xilófono... y en un arranque de inspiración pragmática, me emborraché.


Estaba de patrulla una noche más. Iba por una calle y por otra, comprobando que en todas ellas las farolas circulaban en dirección contraria. Era tarde, así que en la calle había gatos, putas y gente volviendo a sus casas. Siempre pensó que las patrullas servían de muy poco.
Algo llamó su atención. Como cuando algo no encaja, algo no está donde debería. Tenía la sensación de que dos estibadores, a esa hora, sin un barco delante y sin encender ninguna luz, eran como unos pantalones vaqueros en un cuadro renacentista. Estaban cargando cajas en un camión, en silencio, rápidamente, sin parar. Decidió acercarse.

Deambulé por la ciudad, sin prestar mucha atención a nada. Conducía sin destino, sin ganas de llegar a ninguna parte. Mis superiores habrían dicho que perfectamente estaba patrullando, pero no lo hacía. No quería. El universo en el que soy un policía eficiente y dedicado tendría que esperar hasta la mañana siguiente para crearse. En el oscuro y hostil universo que acabábamos de crear mi arma y yo se había declarado el luto oficial.

"Buenas noches, caballeros", dijo. La respuesta que obtuvo fue un sobresalto, alguna maldición y la estocada de un par de pares de ojos. "Hace buen tiempo para descargar un barco... aunque no veo ninguno por aquí", y silencio. "¿Tantas ganas de trabajar teníais que no podíais dejarlo para mañana?", y más silencio. "Bien, pues echemos un vist...", "¿Eres tú?", interrumpió uno de ellos. "¡Sí, eres tú!", parecía reconocer su cara, "¡eres Daniel!", pero no recordaba su nombre.
En la oscuridad su voz le resultó familiar, pero cuando salió a la luz que una farola arrojaba entre el almacén y el camión, pudo reconocer al hombre. Era un antiguo compañero de instituto que estudió durante años en otro universo distinto al suyo.
Comenzó una precipitada, incómoda y convencional conversación de antiguos compañeros que apenas se conocen. Al llegar al tema de sus vidas laborales todo se precipitó. A ver cómo iban a seguir charlando un policía y un señor que se negaba a decir lo que hacía tan tarde en un almacén del puerto. El silencio narraba la situación con descripciones que abrumaban. "No te pueden dejar marchar tan fácilmente", decía el silencio, "sería una temeridad". "Son dos contra uno, quizás vayan armados", seguía, "y vosotros tampoco lo tenéis todo a favor, porque es policía, hagáis lo que hagáis estáis jodidos". "De perdidos al río", fue la frase que el silencio dijo y sirvió como pistoletazo de salida.

"Póngame otro güisqui, por favor", juro que lo necesitaba.

Disparó uno, al otro no le dio tiempo, el cómplice salió huyendo entre las sombras.

Salí del bar con los ojos llorosos, digamos que por el humo. Misión cumplida, me tambaleaba al andar. Nunca una bala había sido causa de una resaca tan devastadora.

¿Qué debería haber hecho?

¿Qué opciones me quedaban en este universo?

¿Qué más podía hacer?

Beber.

Disparar.


P.D: Quizás me ha quedado algo lioso por el tema del desorden temporal y de las dos narraciones paralelas, pero el pobre nació así de amorfo.

"Y ahí tienes a cuatro millones de parados viendo el fútbol..."

jueves, 8 de julio de 2010

Cuando no sólo se es el mejor...

A mí Rafa Nadal no me gusta, puede que sea por esa tirria automática que me envuelve cada vez que un deportista español es elevado a los altares divinos, porque me repatea que lo lancen hasta cotas inalcanzables para el resto de los mortales. Me mata que le mimen, le quieran sobre todas las cosas y en perjuicio de ellos (y digo ellos porque esto es aplicable a los principales deportistas españoles) falten al respeto al rival que tenga, sea la vez que sea.

Tampoco es el tenis mi deporte favorito, hay muchísimas especialidades que colocaría con predilección antes que la práctica de la raqueta. Digamos que sólo me cito con el televisor y la red ante los grandes partidos, las semifinales y finales, los grandes slams y los masters mil.

Y puestos a opinar, no es el de Nadal mi tipo de juego favorito, prefiero un tenis más directo donde los puntos sean más rápidos y se den éstos más por calidad que por cantidad, lo cual no quiere decir que considere que estamos ante un deportista sobrevalorado, nada por el estilo. Sólo cuestión de gustos, las cosas en su lugar.

Sin embargo, cuando llegan esas ocasiones en las que el cuerpo me pide ver alguno de esos importantes partidos, el cabrón siempre está por en medio. Y cada vez que lo veo, y a pesar de que no caerme excesivamente bien, no puedo evitar quedarme maravillado. Sin embargo no es por su juego, es simplemente por su personalidad.

Y es que, sinceramente, no creo que lo de Nadal sea sólo cuestión de haber nacido con una habilidad innata por el tenis. Qué va. Yo me atrevería a decir que sin importar a qué se dedicase hubiera sido igual de jodidamente bueno. Seguramente si el tío este hubiese perdido un brazo de joven ahora sería un magnífico corredor de 400 metros, y si hubiese perdido las piernas sería el mejor jugador de baloncesto en silla de ruedas. Y si sus padres le hubiesen prohibido el tenis, podría ser el mejor jugador de hockey de la historia española, o un gran jinete, o un valorado soldado, o el mejor mecánico de Europa, o un abogado de Garrigues&Walker. A saber qué, pero seguro que el mejor.

Porque cuando me siento a ver a Nadal me doy cuenta de que por su venas corre una sangre especial, una mezcla perfecta de frialdad y sangre caliente. La capacidad de resolver, de tener la bola decisiva y normalizar la situación, la imposibilidad de poder ver agarrotamiento en sus brazos. Crecer donde los demás disminuyen. Mirar cara a cara a su rival, sin importarle quién sea, y exclamar sólo con gestos, “soy invencible”. En la adversidad de un ambiente hostil o en la algarabía de apoyo incesable, da igual, a él los factores externos no le afectan. Ahí anda él, detrás de la bola, corriendo como un jabato donde otros se frenarían, luchando y buscándola en inferioridad, porque sabe que ganar cuando se juega o cuando sé es mejor es relativamente sencillo, pero tocar y luchar, adentrarse en las arenas movedizas de aquel que está siendo superior a ti, de aquel que está metiendo sus golpes en las esquinas, de aquel que te saca y te volea a la perfección, y aun así sobrevivir para luego asestar es el territorio de donde nace el invencible, de donde nace la leyenda.

Por eso no tengo más remedio que dejar de negarlo. Nadal no es el mejor por ser tan bueno, es que es tan bueno por ser el mejor. Porque tiene El Gen, el mismo que tenían Eddy Merckx, Sebastian Coe o el Michael Jordan, mi gen favorito. El del ganador nato.

martes, 6 de julio de 2010

¡Qué situación!

El teléfono despertó de forma repentina con un estruendo de acordes y voces. "If you wanna be my lover", decía, "you gotta get with my friends". El pesado cuerpo de aquel hombre reptó torpemente hacia la otra orilla de la cama, hacia la mesita de noche, hacia la lamparita y hacia el dichoso móvil. Su mente aún no estaba lo suficientemente viva como para interpretar correctamente lo que querían decir el 2, los dos puntos y el 37 que había en la pantalla del despertador.
Descolgó, pero no animó a quien estuviera al otro lado de la línea a hablar. Simplemente se limitó a permitirle que le hablara, que no estaba la noche para mucho más. "Inspector, le espero en mi despacho, pero no le esperaré mucho más de 10 minutos", le espetó el comisario, un hombre que estaba de acuerdo con él en que la noche no estaba para mucho más. La diferencia entre ellos es que en el comisario era habitual ese estado, su sonrisa tenía todavía el papel de embalar.

No quedaba otra, el inspector se arrastró a fuerza de voluntad hasta la silla donde había puesto su ropa del día anterior y se vistió entre aromas de tabaco y noche cerrada. Corpulento y torpe a causa del sueño, tropezó con cuanto había en su piso de camino a la puerta. Quizás eso fue lo que despertó a su perro, que ladró sin convencimiento, deseando que no hubiera nadie a quien asustar ni de quien asustarse. "Tranquilo, chico, volveré por la mañana", susurró. Se puso el sombrero y se envolvió en la oscuridad de la madrugada.

Al llegar, 20 minutos después, el comisario le recibió con una palmadita de ánimo, un saludo amistoso y un café recién hecho. O no. El caso es que hacía semanas que se traían una serie de asesinatos entre manos. Un maldito desalmado se había dedicado a raptar personas de forma indiscriminada con la sana intención de torturarlos cruelmente y asesinarlos después. Era un caso que arrugaba las narices de todos en la comisaría y que traía de cabeza al inspector. El asesino parecía conocer la forma de proceder de sus perseguidores, pues llevaba tiempo evitando dejar huellas, dejar signos de su presencia, mudándose de zona a zona de la ciudad. Era hábil y estaba loco. "Inspector, nuestros agentes han encontrado un piso, un apartamento sospechoso a las afueras de la ciudad recién alquilado", comenzó. En el despacho estaba con dos agentes y el sub-comisario. "Está bien comunicado, renta por semanas y no tiene vecinos en la misma planta", dijo uno de los agentes. El comisario fusiló al pobre hombre con su mirada por haber hablado sin su permiso, pero continuó "Estamos convencidos de que nuestro hombre está allí". Sus palabras no presagiaban una noche fácil.

Estaba cansado. No ya físicamente, sino dentro de su cabeza. Estaba exhausto, no daba más de sí. Llevaba ya mucho tiempo en ese maldito caso que se estaba alargando más de lo normal. Había encontrado numerosas y oportunas pruebas, había hallado muchísimos indicios socorridos, había estado muy implicado y todo para llegar a este momento crucial.
Estaba, decía, muy cansado y no le ayudaba a relajarse la dichosa orden directa de su superior de estar toda la noche vigilando su propio piso franco, esperando por si se veía a sí mismo.
¡Qué situación!


P.D: Ahora voy con los relatos policiacos.

"Si trabajar estuviera mal visto, veríamos a ShU KaMmMmioNeRikoOoOoO"

lunes, 5 de julio de 2010

Un pedazo de fascista

El otro día vi una cosa de esas que creía que sólo se daban en anécdotas ejemplarizantes exageradas y en los artículos de Pérez- Reverte. Me sitúo: me levanto y voy a la salita a sentarme –para descansar un poco de tantas horas tumbado durmiendo–, donde está mi hermano viendo la televisión, concretamente Antena 3, Espejo Público. Están entrevistando, de una forma seria y decente, a un transexual muy por encima de la cuarentena que cuenta su experiencia, los malos tragos que ha tenido que pasar y lo traumático para su situación familiar –casado y con hijos– que fue sobrellevar con honestidad su orientación sexual. Total, que me siento a desayunar con mi hermano.

Sin embargo, la entrevista la cojo ya terminando, y acto seguido lo que tiene lugar es un debate acerca de la misma y el Día del Orgullo Gay, que este año los erigió como protagonistas. Participan cuatro tertulianos: un transexual joven –transexuado a tía, ciertamente se me está poniendo dificultoso jugar con los pronombres–, Pedro Zerolo, el homosexual de los rizos negros del pesoe madrileño, un señor, periodista, algo mayor, del que no recuerdo el nombre, y una muchacha rubia joven… digamos, del ala conservadora del partido ultraconservador.

Empieza hablando la muchacha rubia, y viene a decir que no entendía cómo era posible que homosexuales y transexuales, habiendo tenido la desgracia de padecer esa condición sexual, quisiesen encima manifestarla y festejarla en público, en lugar de sobrellevarla discretamente, viendo en las carrozas del Orgullo una aberración. En realidad, nadie le hace ni puto caso, y la chica esta transexual simplemente le responde que desgraciadamente ella es el ejemplo vivo de los supervivientes que aún quedan de esa vieja y trasnochada España fascista, que acomplejada nunca quiso salir de su propia pompa. Todo parece quedarse ahí con la rubita, y entonces interviene el otro periodista, el mayor, y lo hace para reprocharle muy suavemente a la transexual que, aunque puede que la opinión de la rubita no sea la más respetuosa ni moderna, tampoco está bien llamarle “fascista” por eso, que fascismo es una palabra muy fuerte y va mejor para otras cosas. La transexual le pregunta al señor su opinión al respecto, y éste responde que acepta, respeta y aplaude totalmente su opción sexual y la de todo el mundo, siempre que sean respetuosas con el resto, ya que, aunque no tiene ningún inconveniente en que cada uno tire para la acera que le de la gana, sí que hay cosas que le molestan, tanto de hetero como homosexuales. ¿Cómo qué? Pues cómo que no hay necesidad de que una pareja de novios, sean del sexo que sean, se metan mano delante de mí en el metro, cómo no la hay tampoco de hacer footing o entrar en un restaurante sin camiseta, y cómo no la hay de salir vestido a la calle sólo con un tanga a emborracharse y bailar así sobre una carroza. Porque hay cosas que son, concluye, de mal gusto y una falta de respeto.

Y aquí es cuando se me atraganta la leche. Porque la transexual coge y lo llama fascista. Así, sin cortarse ni un pelo. Fascista, con todas sus letras. Por defender a la rubia, por decir lo que ha dicho y por homófobo encubierto. Con dos cojones. Y ya el resto del debate transcurre así, el tío tratando de defenderse metiéndose cada vez más en jardines más espesos, la transexual llamándolo fascista cada dos por tres y homófobo, el Zerolo jaleando y reprochando cosas al pepé y la rubia metiendo graznidos de fondo. Demasiado bien iba la cosa.

Lo normal, en este patio de colegio que tenemos por Estado, es que la cosa acabe así. Éste es nuestro país, y ese debate lo reflejó perfectamente: el de la Dos Españas, el de conmigo o contra mí, el de los míos, el de los borregos alineados, el país donde el pensamiento independiente ah muerto y no se le ha hecho entierro, en el que los eminentes ideólogos leen la opinión de los periódicos antes de hablar, y en el que si dices lo contrario a lo que yo pienso, eres un fascista. Al final, un debate aquí siempre es eso, un berenjenal de insultos, consignas y rebuznos. Y me quedé pensando preocupado hasta que punto coincidía con el tipo este, y podía ver cómo algo admisible un desfile en tanga, como el carnaval de Brasil, pero algo de mal gusto y una falta de respeto ir por la calle enseñando lorzas, sudor y músculo, entrar en un restaurante a medio vestir o gestos obscenos donde no debía de haberlos. Pero mejor me callo, no vaya a ser que piense distinto a alguien y me digan que soy un pedazo de fascista.