jueves, 30 de diciembre de 2010

Un pequeño adelanto adaptado

Se define como antítesis a la oposición de dos ideas. Quede como ejemplo el que se da en las puertas de La Casa Blanca: altos mandatarios del gobierno a un lado de la verja y surtidos protestatarios de toda clase de ralea al otro. Ese lugar concreto del orbe es curioso por la forma natural con la que se compaginan el trasiego de corbatas y los gritos de pacifistas despojados, madres de soldados, personas en paro y ociosos varios que disfrutan del espectáculo.
Nuestro protagonista era uno de esos encorbatados que andan a un ritmo ridículamente rápido por las aceras. Todo pulcritud, todo eficiencia y eficacia, todo intachable. Uñas limpias, zapatos lustrados, folios importantes en un maletín caro y horas de trabajo por delante. Lo que se dice un triunfador del capitalismo, una de esas personas que han jugado a esta infernal máquina de la fiereza liberal y ha ganado la partida.
Aquella mañana nuestro hombre se chocó con su antítesis. A partir de ahora denominaremos a su antítesis como Ella. Por dar algunos datos de Ella, cabe destacar que era un alma libre, artista de corazón, entrópica como la misma muerte y explosiva como un grano de pimienta. Estaba llorando, buenísima, soltera y desnuda.
Al parecer, Ella había conocido a un hombre muy interesante la noche anterior. Compartían muchas opiniones, habían conectado muy bien. En resumidas cuentas, ambos creían en el amor y el sexo libre, por lo que decidieron romper las barreras del puritanismo americano yendo a follar sin tapujos (que es como se debe hacer, dicho sea de paso) enfrente del corazón de EEUU. Lo malo fue que aquel hombre encantador se fue de su lado en cuanto terminaron de follar la tercera o cuarta vez, el muy caradura.
Chocaron el encorbatado y su antítesis, decía hace un par de párrafos, o más bien Ella se abalanzó sobre él y entre sollozos le explicó por encima las razones por las que deberían estar follando. Él no estaba muy convencido, pero ella insistía una y otra vez con tanta vehemencia que pronto se empezó a formar un corrillo entorno a aquel señor tan grave e importante y la señorita desequilibrada y desnuda. Dos agentes se estaban acercando al tumulto con el fin de disolver la muchedumbre. Viéndolos ella le dijo en voz baja "Corre, desnúdate, no sea que se crean esos policías que no estamos follando".
Esa impertinencia era más de lo que podía tolerar. Tuvo que huir de allí. Ella tuvo que perseguirlo, claro. Por eso había un señor tan bien vestido correteando a una señorita desnuda en las puertas de La Casa Blanca.


P.D: Básicamente éste es el tono de mi nuevo proyecto.

"Cuando no se me ocurre una frase pienso en lo inmundo de vuestras existencias y me inspiro"

martes, 14 de diciembre de 2010

Cartas de Jesús María del Valle Fresnedoso: "Ay, salpica y chapotea"

Sucede con demasiada frecuencia que las arquetas no dan abasto (cosa lógica, por otra parte, dado que su misión principal es todo lo contrario a abastecer). Es irónico que ese problemilla haga que muchas vidas se escapen, se pierdan, se diluyan como yéndose por el sumidero.
No hay derecho y no es justo que sucedan estas catástrofes en las que el clima inclemente hace dudar a cualquiera de la inexistencia de deidades malvadas e impías. Hablo de inundaciones, de diluvios. Riadas que entran en casas de pobres almas que apenas pueden replicar que el lodo no es bien recibido, que el agua es una visita non grata.
Continuamente vemos que se repiten estos desastres que en el mejor de los casos se salda con cuantiosas pérdidas económicas. Eso cuando los temporales no se saldan con muertes de por medio.
¿A quién hay que culpar? A terrenos no urbanizables que llevan años siendo el hogar de familias enteras, a lo mejor. O quizás sea cosa del puñetero cambio climático que todo lo puede. Quién sabe si es por pura mala suerte y a que no podemos controlar nuestros propios destinos. A saber, el caso es que no conozco a nadie con las asaduras de mirar a los ojos a esas personas que achican el cieno que se apodera de sus viviendas y decirles que hay algo de razonable en toda esa desgracia. Bueno, ni irracional tampoco. Sea como sea, quiero decir, tenemos vidas destrozadas, vidas que se ahogan con un nudo en la garganta y con lágrimas en los ojos que no se quieren tirar al abismo por no empeorar la fluvial situación.
¿Queréis mi opinión al respecto de tanta barbarie? Pues me parece que la gota fría es mala. Vamos, que me posiciono en contra.

lunes, 6 de diciembre de 2010

El insomne Mr. Lorenz

El pobre Edward Lorenz daba vueltas sin parar en la cama, en la que estaba siendo la noche más larga de su vida. Agitado, no paraba de cubrirse y descubrirse con sus sábanas color morado, con la esperanza de que al asomar la cabeza los fantasmas que lo atosigaban hubieran abandonado la escena. Pero no. Su mujer había optado por ignorarlo y dormía plácidamente a su lado, lo que alimentaba aún más su angustia. La más impenetrable oscuridad se ceñía sobre él, sólo podía ver una gran masa homogénea, densa y negra, envolviéndolo. La ansiedad nacía de sus tripas, los nervios le acalambraban los brazos y las piernas, y los dientes le rechinaban. Castigado por el miedo a pasar toda la noche en vela, a dar vueltas improductivas en la cama. Vueltas, vueltas, vueltas y más vueltas. Sólo aguardando la salida del sol. Y con ella, el abismo. Ignorancia, el vacío. Era imposible prever qué podía suceder. Cualquier cosa. Absolutamente cualquier cosa. Tal vez la muerte. La de él, la de su familia. Cualquier cosa.

Atrás quedaban los días de gloria y fama, de multitudinarias conferencias, de clases magistrales, de acopio de premios, admiración y doctorados honoris causa. Esos cálidos recuerdos quedaban ya muy atrás, y no podían consolarle ahora. Añoraba su época de universitario, sus mañanas en la Facultad de Matemáticas en Harvard, sus primeras investigaciones sobre meteorología, sus primeros trabajos. Cuando aún era un joven prometedor, con toda la vida por delante, sin grandes preocupaciones. Y sobre todo, sin responsabilidad. Después vino su gran descubrimiento, su gran teoría. Algunos habían visto en ella el mayor talento integrador desde Hawking. Otros, apenas un incipiente complejo megalomaníaco no muy bien disimulado. Algunos psicólogos de corriente freudiana incluso vieron en ella rastros de un conflicto sexual no afrontado con su madre, representada en los bellos insectos que le sirvieron como ejemplo explicativo, pero eso es otra historia. Los atractores extraños. El atractor de Lorenz. La teoría del Caos. O como es mundialmente conocida con el término que él mismo acuñó: el efecto Mariposa. Y con ella, la Gloria.

Todo eso le venía en mente en esa noche aciaga, sin consolarle lo más mínimo. Desasosiego. Angustia. Pura angustia. Y remordimiento y lamento. Esa misma noche, antes de irse a la cama, había estado revisando gustoso el original del artículo que sería publicado al día siguiente en el nuevo número del Lancet. Sin embargo, todo se fue al traste cuando se dio cuenta de que en la decimoquinta línea del tercer párrafo de la cuarta página del artículo, se había comido una coma. Rápidamente, se apresuró a telefonear a la oficina central de la revista, al director, a la imprenta, a remover cielo y tierra a fin de subsanar la errata. Pero ya era demasiado tarde, imposible parar las máquinas, retrasar el pedido, retirar los impresos, sustituir la tirada. Sin remedio posible, tamaña omisión vería la luz con la mañana del siguiente día. Y el pobre Mr. Lorenz, consumido por la desazón y el miedo, no podía conciliar el sueño sabiendo que cualquier desequilibrio o catástrofe que aquel error causara en el Mundo sería, sin remedio posible, responsabilidad suya.


viernes, 3 de diciembre de 2010

Y hablando un poco más de Haití...

Desde que tuvieron el "mueve-mueve" como lo llaman allí, todo ha ido a peor. Para que me entendáis, ha sido pasar el terremoto y empezar la epidemia de cólera. Los negritos están deseando que haya otro terremoto. Bueno, por lo del cólera y para ver si así consiguen los autógrafos de famosos que les faltan.

P.D:



"Paco, ha habido un terremoto, a ver si así canta Alaska en la verbena de este año"

sábado, 27 de noviembre de 2010

Vibrio Cholerae



Normalmente en este blog primero preparamos la entrada, y al final añadimos alguna imagen más o menos relacionada con el tema. Hoy vamos a hacerlo al revés. Primero vamos a escoger la imagen, y después intentaré escribir algo que refleje, más o menos, de acuerdo mis limitaciones, lo que ella muestra. Así que antes de seguir leyendo, deténganse un instante. Obsérvenla bien. ¿Qué ven?

Seguramente les suene. Esa fotografía fue, hace una semana, portada en los principales periódicos y telediarios del país. Lo que muestra es a una mujer moribunda -que no muerta- tirada en una calle de Puerto Príncipe, Haití. Por el periodista que la tomó, sabemos que esa mujer padece cólera, y que está a muy pocos metros de las puertas de uno de los improvisados centros sanitarios instalados en la capital.

Si nadie la ayudó entonces, esa mujer sin nombre que ahí yace forma parte de una lista. La de casi dos mil muertos por cólera desde que estalló el brote en esa parte de la isla. En apenas un mes. Una vez escuché a un médico decir que mil muertes son una estádistica, pero una muerte es una tragedia. Pues ahí la tienen, una de esas casi dos mil personas. Con su rosotro, su dolor, su color de piel, sus vecinos observándola y su miseria. Una de las más de mil tragedias.

De lo que están muriendo ahora en Haití, terremoto y pobreza crónica mediante, es, como ya hemos dicho, de cólera. Pero... ¿qué es el cólera? Quizá, para entender bien la magnitud de esta fotografía, convendría saberlo. Es cólera es una enfermedad causada por una bacteria, el Vibrio Cholerae. Hay muchas cepas distintas, en función de su gravedad, y en las más peligrosas de ellas se calcula que alcanza un 60% de mortalidad en los casos que evolucionan sin intervención médica. Es extremadamente difícil su contagio entre humanos, y su vía de propagación e infección es, principalmente, a través de alimentos y agua contaminada por la bacteria: ríos, charcos, lagunas, embalses, tuberías... Y cuando mata, lo hace de una forma cruel. Invade el intestino de los enfermos, afectándolo y desestructurándolo de tal forma que les induce una diarrea tan brutal que acaban perdiendo más agua en sus heces de lo que sus organismos pueden resistir, y mueren deshidratados en muy pocos días. Tan escatológico y duro como suena.

Ahora bien, si el cólera se ha cobrado casi dos mil vidas en un mes en Haití... ¿saben cuantas almas ha sesgado en España en los últimos años? Cero. Casi treinta casos desde los años ochenta, con ninguna muerte. Eso no es sólo porque el vibrio pueda eliminarse del agua contaminada y controlarse perfectamente. Que va. Es porque el cólera se cura. Y muy fácilmente. Tan sólo hace falta reponer al enfermo los líquidos que ha perdido y, en algún caso, un antibiótico. Nada más. Así, mientras en el mundo civilizado no pasa de ser una anécdota, ahora mismo mueren por millares en el resto del planeta. Que por cierto, es la mayoría del Mundo. Lo mismo con cientos de enfermedades. Y en Haití van cayendo como moscas, y ni los muertos encuentran descanso porque les da miedo enterrar los cadáveres, que se pudren en las calles.

Hace pocos días, las "inexplicables" revueltas organizadas de cientos de haitianos en contra de los Cascos Azules y el personal de la ONU allí presente también fue portada en los medios. Con palos, piedras y pistolas, mientras sus familiares y vecinos morían, les acusaban, haciéndoles representantes del resto de la humanidad, de ser responsables de sus desgracias. Y todo eso lo hacían sin saber, en el fondo, la razón que tenían...

martes, 23 de noviembre de 2010

Equipazos

A eso es lo que yo llamo potencial de mercado, poder logístico suficiente como para reforzar tu plantilla sin la necesidad de invertir demasiado capital. Tienen capacidad de convicción, atraen a los jugadores a sus plantillas a base de falacias convertidas en verdades universales, de discursos vacuos disfrazados de libertad o de igualdad. Promesas adornadas de comunión y progreso. Y consiguen lo que quieren, un grupo de componentes ensamblados, unidos por una misma idea, que se mueven por el campo desatando a la perfección sus funciones y convirtiendo a las instituciones resaltadas en máquinas invencibles, en conjuntos invictos.

Así van moviéndose los dos grandes partidos políticos, atrayendo con sus posibilidades y su omnipresencia a todo jugador válido (a todo jugador) para poseer un proyecto indestructible de cantera. Sin contratos, pero con palabras.

Y bueno, uno puede darse cuenta con facilidad y casi admirar como funciona el engranaje de esas potentes plantillas. Puedes acercarte a un corrillo universitario que hable en la cafetería de la Facultad, a la mesa de algún pub irlandés o puedes ir dando saltos entre blogs buscando el juego de estos deportistas de las palabras.

Pero normalmente juegan a escondidas. Te dicen (si les preguntas): “No, yo no soy un borrego. Yo tengo capacidad de crítica. Yo sé diferencias lo positivo y lo negativo de cada partido. Yo no soy pepero. Yo no soy socialista español. Yo soy liberal. Yo soy de izquierdas. Yo no tengo claro a quién votar pero sí a quién no votar. Yo. Yo. Yo. Yo. Yo.”

Todo eso para luego competir tan descaradamente que es inevitable que uno no pueda darse cuenta de en qué equipo están jugando, de en qué liga se encuentran. Luego los escuchas, los ves jugar y te encuentras con un engranaje perfecto, con la maquinaria que trabaja a destajo día a día bajo el sol de las mismas ideas. La línea no falla, el antitaurino es de izquierdas, el pro taurino de derechas. El propalestino de izquierdas, el proisraelita de derechas. El prosaharaui de derechas, el que defienda a Marruecos de izquierda. Se autodenominan equidistantes y el de izquierdas sólo habla de Irak, de Camps o de Fabra. El de derechas sólo de Gal, Guadalajara y la crisis. Trabajan a destajo hablándote de todo lo que les inculcó su entrenador, te intentan convencer aportándote datos, fechas y épocas donde la corrupción, la guerra o la mentira de su rival se convirtieron en hechos. Y te dicen de nuevo que son equidistantes. Pero te comparan. El cien por cien de las veces comparan y decantan la balanza hacia su lado. Con datos en las cafeterías, con gráficos en lo blogs. De la forma que sea.

Y después acusan a la masa de inculta y de no informarse, de no jugar en primera división con ellos, sin darse cuenta de que no son más que esclavos de unos chupópteros que les hablaron de equipo, de capacidad, de cultura, de crítica. Pero que nunca mencionaron que no eran más que soldados inertes de un ejército de tiniebla de política y de bipartidismo férreo. Sin darse cuenta de que la observación, la opinión propia y la verdadera libertad erradicaría el totalitarismo de esos dos grandes equipos, convirtiendo nuestra Liga en algo más justa de lo que es ahora.

martes, 16 de noviembre de 2010

Cartas de Jesús María del Valle Fresnedoso: "Ay, no me sufras"

Hay por ahí cuatro pelagatos que se empeñan en hacer de jueces donde no les llaman. Bajo la bandera del progreso arremeten contra todo, salga el sol por Antequera, negando a su madre si se pone por medio. Valoran con su dudosa valía los aspectos morales de cuanto se cruza en el camino de su mente y su ego. Son capaces de tachar de vergonzosas las costumbres y usanzas que emocionan a los demás. Chupatintas y canallas, le buscan tres pies al gato para decir que cojea desde pequeño.
Y yo entiendo que quizás se abusa un poquito de las criaturas, que se les maltrata de forma algo irrespetuosa (cruel, dicen ellos) y que supone un degradante espectáculo, pero así está el mundo, así nos lo encontramos. El orden de la naturaleza era ese y no podemos hacer nada por cambiarlo.
Ahora viene mi queja: lo que yo entiendo como intolerable es que se hable de sufrimiento, de tortura y de cosas por el estilo, cuando toda esa terminología se refiere a otra especie. A la especie inteligente, a la superior, a la dominante. No podemos afirmar tan alegremente que esas criaturas sufran. Sabemos que sienten dolor, pero eso no es lo mismo que sufrir. El sufrimiento es tener constancia de ese dolor, ser consciente del mismo. Por consiguiente, torturar es provocar un sufrimiento a conciencia, cosa que tampoco podemos hacerles a los seres que nos ocupan.
Por si fuera poco, hasta puede considerarse como un atractivo turístico que forma parte del acervo cultural y el folclore. No hay muchos países donde se puedan ver este tipo de tradiciones. Eso es explotable como imagen de un país, pienso yo.
Además, que no merece tanto revuelo un simple burka. Joder, ni que les estuvieran clavando pinchos en el lomo.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Tan solo arena

Nadie va a ayudarles. Porque bajo sus pies, tan solo hay arena. Son los desheredados de un continente de desposeídos. No esconden en su suelo petróleo, gas, coltán, diamantes o ningún otro recurso mineral valioso. Tampoco suponen un estratégico punto geopolítico, forman paso de una posible nueva vía comercial ni pueden ofrecer nada lo suficientemente importante como para despertar la desinteresada ayuda del primer mundo. Bajo sus pies, tan solo hay arena.

En realidad, poniéndonos cínicos, tampoco pueden quejarse tanto. Estos al menos no van a morir de hambre. No van a pasar sed, no van a morir víctimas de enfermedades inocuas, poseen cierta esperanza de vida, expectativas de mejora en el futuro, algunas garantías legales, un poco de libertad individual y una calidad de vida más o menos razonable. Lo único que piden es libertad. Libertad como pueblo, como nación, para poder escoger por ellos mismos y equivocarse solos. O por lo menos, más respeto y justicia. Y de lo único que protestan, en esencia, es de ser una nación invadida y sometida militarmente por un país extranjero. Qué quieren que les diga. Eso, según en que lado del mundo vivas, es para firmarlo con los ojos cerrados. Y ellos viven en el lado malo.

Mientras tanto, aquí en España, su antigua nación sigue vomitando la borrachera de su imbecilidad sobre su propio regazo. Ahora, los que años atrás decidieron invadir Irak se ponen detrás de las pancartas clamando por la libertad, la dignidad y los derechos humanos, codo con codo con unos sindicatos vendidos y corruptos que no defienden a los españoles pero sí a cualquier otro que le permita desfogar en público su buenismo reprimido. Y si encima son del color de su bandera pirata, mejor. Más solidarios todos. Así está el país interpretando su último esperpento. A los cinco gatos mal contados que llevan años defendiendo y manifestándose por los saharauis –dos partidos políticos nacionales que no suman cuatro escaños y las sempiternas y férreas ONGs–, ahora se le suma cualquier narcisista con ansias de onanismo automotivado que vea la posibilidad de salir en una foto.

Y entre tanto, los que mandan aquí, callan. Los mismos que cuando no había problemas se adornaban con pegatinas del Sáhara Libre, o claman al cielo cuando un palestino sufre un agravio sionista, no tienen más remedio que hacer gala de la más sincera cobardía cuando tienen los problemas en el mismo patio de su casa, escondiendo como perros la cabeza entre las piernas. Ni tan siquiera el asesinato de un niño de catorce años les hace reaccionar. Ni de un español. Mientras Marruecos impide la entrada a la prensa internacional a la zona, nos acusa de embusteros, racistas e incendiarios en su prensa oficial, los pocos testigos que permanecen escondidos denuncian desde detenciones masivas e indiscriminadas hasta genocidio, y la Cruz Roja no tiene permiso para acceder, los que nos mandan esconden la cabeza entre las piernas… entre las piernas del Rey Mohammed, por supuesto. O entre sus genitales, concretamente.

Todo esto sucede mientras desde la ONU –ese gran club de amigotes que en realidad no se soportan–, la UE, y otros foros internacionales llaman a los saharauis a la calma y a la paciencia, y les piden que confíen en la opinión y presión internacional. Y lo hacen con tranquilidad absoluta, sin despeinarse. Les piden que confíen en esa misma presión internacional que permite que existan dictaduras atroces como Cuba, o como Corea del Norte, desde hace más de cuarenta años. La misma presión internacional que convive con Somalia, con la muerte de millones de niños por un virus que en el Primer Mundo no causa más que una ligera diarrea en recién nacidos, o con una China con sus penas sumarias de muerte. La misma presión internacional que necesitó ocho mil muertos en Srebrenica en un fin de semana para pronunciarse sobre la guerra de Bosnia, o la misma que miró para otro lado en Georgia hace dos años, o en Irak, o en toda África desde siempre y por siempre.

Nadie les dice que no, que no esperen. Que si tienen de verdad algo por lo que luchar mejor será que lo hagan con palos y piedras a esperar una ayuda que nunca les va a llegar, porque no tienen nada que ofrecer a cambio. Y que si deciden al fin pelear por lo que es suyo, que se preparen a sonreír de pura náusea cuando la Presión Internacional les reproche no haber tenido la paciencia suficiente como para esperar a que ellos lleguen a arreglarlo. Con lo buenos que somos todos, carajo.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Caminador

Andar sin trascendencia es como él lo llamaba, poner un pie en la calle por costumbrismo y por repetición, hacerlo sin saber por qué y sin quererlo. Y la gente que no le entendía, que era cuestión de dos mejor que uno y él, que pensaba pero sin decirlo, que dos era mucho menos de cien que más que de uno.
Porque podía parecer pasable, pero no poder alzar la vista era algo indiscutiblemente grave. Desde el primer recuerdo consciente que tenía su vida no había sido más que movimiento o vista, pero nunca ambas cohesionadas. Esa causa que los neurólogos habían denominado de una forma que él nunca atinaba a recordar le impedía realizar un ejercicio que tan simple parecía para el resto de los humanos. Andar y mirar, ver y caminar, ideas similares, ideas incompatibles. Cuando se erguía, levantándose de allí donde estuviese, y apoyaba sus talones en el piso la sensación era de triunfo, de normalidad. Siempre, absolutamente siempre, tenía el típico presentimiento de que como la máquina comienza su puesto a punto con exactitud no va a llegar el momento en la que yerre. Sin embargo, todo era cuestión de avanzar unos simples centímetros y entonces equilibrio y vista comenzaban a tener que ir unidos de la mano. Así era él, no podía caminar sin mirarse las rodillas, aupar un poco la mirada era sinónimo de tropezar levemente. Mantenerla fija en cualquier lugar que no fuesen sus extremidades era acabar estampado contra el asfalto.
Por eso no podía comprender que a él le hablasen con ese tonito tan de “no es para tanto”, porque andar y no poder mirar a la gente, a los edificios, al cielo, al mar no era para tanto, era para más. Porque era una tortura saber que cada paso de avance en distancia era un paso de retroceso en información, porque odiaba bajar la acera de Quai di Conti y saber que ahí se encontraba un profundo recoveco, girar a la derecha por el puente y prever el charco que se formaba en la confluencia con la avenida cuando llovía, no soportaba esa sensación de haber memorizado cada último detalle de aquel antiguo suelo.
Y aún así todavía no ha dejado de andar. Porque, ¿quién sabe?, igual mañana lanzan al mercado unos espejos que pueda atar a sus tobillos o unos gafas para multiplicar por dos su mirada, o lo mismo un día el presentimiento diario de funcionamiento se convierte en realidad, ¿quién sabe?. Tendrá que seguir, que el día que poder rodear la ópera y mirarla sin parar deje de ser una utopía él tendrá que estar listo, no vaya ser que se canse y tenga un segundo problema.

martes, 9 de noviembre de 2010

Arriates...

Y Juan le dio una etiqueta distinta a aquellos yogures con trocitos de fruta. Y vio Roig que era bueno.


En aquellos días, ella, pecadora irredenta, quería hacer compota y vaya si la hizo. Que para la cocina y para todo en general, ella era única.
Él, por su parte, era simple y trabajador. Más simple que trabajador. Tan simple que no era capaz de hacer un sindicato para pedir más días libres. Y eso que no tenía a nadie por encima en la oficina.
Llegó-le entonces un maletín de polipiel con una esquina despeluchada al hacedor que vio-lo lleno y vio-lo bueno a partes iguales. El sumo páter, a la sazón y a todas las sazones que haya, comprendió la oferta que le llegaba desde Valencia y aceptó-la todo a una vez. Encaminó-se hacia los inquilinos del momento y echó-los asina:

-¿Po no os habías dicho que no comiérais peros?
-Que va -repuso Eva.
-No seas canalla que sabes que sí.
-Yo no me acuerdo -defendió a su consorte Adán más por evitar broncas de Eva que por convicción propia, que cuando se efandaba la señorita no la aguantaba ni dios.
-Pues yo sí -retumbó la voz del Altísimo.
-Pero... -empezó Eva.
-Soy omnisciente -concluyó Dios interrumpiéndola.

E inventaron-se los deshaucios. Adán se acuerda de la reforma laboral a diario, Eva no se puede poner la epidural porque tiene un tatuaje en los riñones. Y Dios no vio nada ni bueno ni malo porque se quitó del medio pronto.

A pesar de que por aquellos cobros no había mucha gente, con el tiempo se hizo una clientela fiel aquel Mercadona en el que sonaban músicas celestiales y los paquetes de galletas no traían ninguna rota. El creador de todo aprovechó el trozo de Edén que le quedaba para hacer unos cuantos pisos y alquiló-los. Ahora vive de las rentas y solamente dobla los dorsales cuando se lo pide su profesora de pilates.
Y vio Dios que aquello estaba del carajo.


P.D: No le busquéis tres pies al gato. El texto es una paranoia y no voy a dar más explicaciones.

La diferencia entre los suecos y los inmigrantes ilegales es que los suecos ven y decoran todo con optimismo

sábado, 6 de noviembre de 2010

Diez capítulos para un cadáver (V)

Londres en sus mejores tiempos se concentraba, todo él, con parte de lo mejorcito de Los Ángeles y lo más granado de la atmósfera de Nueva York, en el despacho del inspector Gordillo. Desde hacía cinco horas, su boca se había convertido en una vieja locomotora funcionando a toda máquina, mientras decenas de cigarrillos se iban fumando sus pulmones. Sus labios, más allá de la pequeña obertura de la chimenea, sólo se abrían periódicamente para dejar escapar alguna poderosa blasfemia. Alguien había grabado con algún tipo de cuchillo al rojo vivo una palabra en su cerebro. Nada. No tenían absolutamente nada.

– ¿Y dice que es imposible que el asesino, o quien fuera, supiera del fallo de aquella cámara? ¿No fue algo premeditado?
– Eso nos aseguran desde la DGT, comisario.
El subinspector Fernández tragó saliva. Sintió como si un huevo estuviera pasando por su garganta. Un huevo envuelto en cuchillas de afeitar. El comisario hablaba despacito, muy suavemente, midiendo cada palabra, calculando exactamente cuantos centímetros iba perforando el ánimo del subinspector cada vez que abría la boca. Fernández maldijo por enésima vez su suerte. No le correspondía a él llevarse directamente éste remojón. Pero en fin, se dijo mirando de reojo el despacho del inspector. Aquí cada cual se va a llevar lo suyo.
– De hecho –se animó a continuar el subinspector–, hasta donde nosotros hemos averiguado, él, o ellos, no contaban con la presencia de aquella cámara.
– O sea, me esta usted diciendo que lo ha tenido ese hijo de puta es suerte. Un grandísimo e inesperado golpe de suerte.
– Así es, comisario –tragó saliva de nuevo–. Parece un trabajo medianamente profesional, pero se les escapó ese detalle… Que al final no nos ha servido para nada.
El comisario, bajito y calvo, miró al subinspector fijamente a los ojos. Eran unos ojos azules, helados, casi inertes, perforando como puñales otros marrones, ocultos tras unas enormes gafas de montura fina. Pareció a punto de decir algo, pero al final simplemente sacó la puntita de la lengua y se humedeció los labios.
– Espero –dijo al cabo de unos milenios–, que no hagan el ridículo con los interrogatorios. Es lo único que les queda.
Continuó manteniendo la mirada fija, y justo antes de darse la vuelta ara abandonar las cenizas del subinspector Fernández preguntó.
– A propósito… ¿sabe dónde está el inspector Gordillo?
– Está en su despacho –saliva–, analizando de nuevo toda la información de la que disponemos, señor comisario.

Pues estuvimos en el bar los de siempre. Yo no cé na más que eso, mire usted. Él se fue a eso de las doce y pico, y yo me fui como media hora más tarde. Fui el primero que se marchó de nosotros, después de él. Pues sí, entró y salió mucha gente desde que él se fue, lo normal, mire usted, es un bar. No, no vi na más. No, no vi nada extraño en el bar después. Sí, yo vivo muy cerca de él, pero no me lo encontré por el camino. Ni a él, ni na raro. ¿Cómo? Pues no, no cé si tenía alguna quería, mire usted. Con su mujer desde luego se llevaba muy bien, una pareja normal. No, tampoco cé si su mujer tenía un amante. ¿Enemigos? –El hombre agachó la cabeza y desvió la mirada–, no, no é si tenía enemigos, mire usted.

– ¿José iba a su bar muy a menudo?
– Casi todos los días, desde hace muchísimo años.
– ¿Cuándo solía ir?
– Pues cuando se terciaba. Después de faenar, antes de salir al mar, por la noche a tomarse algo…
– ¿Solía ir solo?
– No, allí siempre estaba con alguien. Vamos, normalmente.
– Quiero decir que cuando llegaba, lo hacía solo.
– Pues a veces sí, otras no.
– ¿Y el día que murió?
– La verdad, no lo recuerdo.
– ¿Vio algo raro usted aquella noche? ¿Algo que pueda ayudarnos?
– Pues lo cierto es que no.
– ¿Era su amigo?
– Era un buen cliente.
– ¿Eso que quiere decir? ¿Era o no su amigo?
– Quiere decir que era un cliente habitual desde hacía muchísimo tiempo
– ¿Pagaba siempre en el momento?
– Todo son rachas. Cuando ha ido peor de dinero se le ha fiado.
– Bueno, pero tantos años tratándose, siendo su bar de confianza y usted en la barra, sabrá bastantes cosas de su vida, ¿no?
– Pues tampoco se crea.
– ¿No sabe usted si tenía enemigos? ¿Por qué iba alguien a querer matarlo?
– No tengo ni idea.

No digas gilipolleces –la mujer dejó de batir los huevos, muy alterada–, tú te estás calladito, que todavía apareces una noche frito como el otro pobre. Ya bastante hay. –Se cerró fuertemente la bata de guatiné rosa y comprobó que llevaba todos los rulos en su sitio antes de seguir batiendo–. ¿Me has escuchado o no?

Pues se dedicaba a… –estaba nervioso, la presencia de policías siempre le ponía nervioso–, no sé. Un poco de todo. Salía a pescar con su barquilla y después lo vendía por ahí. Pues no sé, pescaba lo que hubiera, lo que se terciase. Lo que le pidiesen. Claro, claro. Pescado no hay siempre. Sí, él vivía bien. –No le gustaba hablar con maderos– No sé, hacía un poco de todo. Cuando no era tiempo, quiero decir, pues hacía un poco de todo. Sí, algún apañillo. Que si enchufes, una pared, un coche… Para llevarse algún dinero, digo yo. No, en mi casa nunca ha hecho nada. Hombre, no vivían mal, pero tampoco tenían lujos. Pues sí, se ve que la pesca aquí da para eso. Cuestión de suerte, supongo. No, que yo sepa no hacía nada más. Hombre, puede que no viviera mal para ser pescador. –Se secó el sudor de la frente–. No, que yo sepa no vendía nada. No, nada raro tampoco. No, no sé si alguien puede saberlo.

– Pues a mí me da mucha lástima que se hayan cargado al Astilla, la verdad. Aquí algún cerdo se merece que le rompan bastante el culo a la sombra.
– A mí también macho. Pero qué quieres que te diga, yo bastante tengo con lo mío.
– Ya hombre, y yo también.
– Además, a ver que coño hacemos. No sé que puedo explicar yo sin que me jodan a mí después.
– Ya. Todo esto es pura mierda.
– Pues ya lo sé. Pero mira macho, aquí, cada palo que aguante su vela.

Qué quieren que les diga señores. Él –bebió un largo trago de cerveza antes de terminar su frase con toda la pompa y gravedad posible ante su público; para él, era como un párroco sentando cátedra ante sus feligreses, para un observador imparcial, era un borracho a medio entonar dando una opinión que nadie le había pedido en una mesa a la que nadie le había invitado– se lo habrá buscado.

El hombre llegó a su casa ya de noche, se quitó las pesadas botas, y se dejó caer en la cama dónde su mujer llevaba horas esperándole.
– ¿Qué querían?
– Preguntarme sobre el pobre Pepe. Están llamando a medio pueblo.
– ¿Y qué les has dicho?
– ¿Qué les voy a decir, mujer? Nada.
La mujer torció el gesto al escuchar aquello.
– ¿Pero qué quieres que les diga? –, se rebeló él ante aquella mueca–. ¿Lo que me imagino? ¿Qué si saben quiénes son los Jumea? ¿Qué vengan al pueblo y pregunten por el Blanco? ¿Les digo además que cuando les pregunten avisen de que van de mi parte?
La mujer guardaba un silencio triste, manteniendo un confuso debate con ella misma. Al final negó lastimosamente con la cabeza y se acostó.
– Además –refunfuñó él entre dientes más tarde, también acostado–, a ver cómo coño les explico yo que conozco a los Jumea sin que me salpique a mí también.



*PD: Para los nuevos lectores, o los que quieran refrescar un poco:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV

sábado, 23 de octubre de 2010

Sirva como anexo a la entrada anterior

Tonterías que han salido a partir de una foto poco favorecedora...

























P.D: No pongo ninguna imagen, que ya tenemos bastante con lo que tenemos...

"A ver si hacen un Mundial en Uganda que no caigo en el nombre de su capital"

miércoles, 20 de octubre de 2010

Y Curro en Francia... o "La actualidad de la política española"

Hoy, en un alarde de capacidad e ingenio, pienso fusionar politiqueo, humor gráfico, revista de prensa y minimalismo.

A tenor de los recientes cambios realizados en el Gobierno, yo, como persona en general y como estudiante de medicina en particular, quiero brindar una cálida (tórrida, incluso) bienvenida a la nueva Ministra de Sanidad ("mi" ministra). ¡Bienvenida, Leire Pajín*!


PD: Efectivamente, es una PowerBalance.


* De lo que se deduce que en España ahora mismo tenemos a la Ministra Pajín**.

** Lo siento mucho, no pude evitarlo.

domingo, 17 de octubre de 2010

"La izquierda y Vargas Llosa", de Javier Cercas

Ahora que han pasado unos días desde la concesión del Nobel a Mario Vargas Llosa ya podemos decir lo obvio: el premio tiene la importancia que tiene, pero nada más. Nada más, claro está, para la obra de Vargas Llosa, a la que ni quita ni añade una coma, no quizá para sus lectores ni para la Academia Sueca, que a juicio de muchos lo necesitaba con urgencia: al fin y al cabo, desde el punto de vista estrictamente literario este premio solo es, como ha dicho Rodrigo Fresán, un retorno a la cordura. Así que, aunque el Nobel no cambie en nada lo esencial, al menos hay que celebrar ese retorno; un retorno que, además, ha provocado interesantes efectos secundarios. Por ejemplo, la alegría indisimulable de los lectores corrientes de Vargas Llosa, muchos de los cuales parecían recién salidos del armario tras un largo encierro: de hecho, a ratos daba la impresión de que a todos les hubieran dado el premio, y de que para ellos sí era importante. No es algo tan frecuente, desde luego; no es algo que yo notara por ejemplo cuando se le conceció el Nobel a Cela, cosa que puede deberse solo a que los méritos literarios de Cela no son equiparables a los de Vargas Llosa, y no necesariamente a que esos lectores sintieran que Cela era un hombre opuesto a Vargas Llosa en casi todo, pero sobre todo en esto: aunque casi siempre pareció nadar contra corriente, Cela siempre o casi siempre nadó a favor de la corriente. Ese es otro de los efectos secundarios que ha tenido el premio: ha mostrado de nuevo que, aunque a algunos les parezca que nada a favor de la corriente, Vargas Llosa siempre o casi siempre ha nadado contra corriente.

Uno de los comentarios que más hemos leído estos días en los periódicos a propósito del nuevo Nobel ha sido el siguiente: "Admiro sus obras, pero no siempre comparto sus ideas". Dicha así, la frase es extraña, o a mí me lo parece: si ni siquiera comparto siempre mis propias ideas, ¿cómo voy a compartir siempre las de otra persona? Pero en el fondo todos sabemos que la salvedad alude a algo distinto: al hecho de que Vargas Llosa es considerado, en tanto que intelectual -es decir, en tanto que escritor que interviene con sus escritos en la cosa pública-, como un conservador, como un hombre de derechas, si no como un reaccionario o como un autoritario. La prueba es que los matices a su premio siempre los ha puesto la izquierda, mientras que la derecha lo ha recibido como un premio a uno de los suyos; mejor prueba aún es el hecho de que esa reputación es la causa más probable de que la Academia Sueca solo le haya dado este año un premio que merecía desde hace 30. Pues bien, lo que habría que decir de entrada sobre este asunto es que, seao no un intelectual de derechas, Vargas Llosa es un intelectual singular. Primero porque siempre ha servido a las causas que defiende y nunca se ha servido de ellas. Segundo porque siempre está dispuesto a contrastar sus ideas con la realidad y, si la realidad lo exige, a rectificarlas. Tercero porque en su evolución política desde las simpatías revolucionarias de su juventud hasta el liberalismo actual hay una coherencia profunda, como comprobará quien se dé el gusto de leer los volúmenes sucesivos de Contra viento y marea, donde entre otras cosas hallará una descripción razonada de esa trayectoria y, por ahí, un instrumento indispensable para entender la vida intelectual de los últimos años. Y cuarto -esto es un corolario de lo anterior, y quizá también lo más importante- por una cuestión digamos de estilo. Como pensador, como polemista, Vargas Llosa es un liberal de verdad: nunca confunde, según diría Alejandro Rossi, un error intelectual con un error moral; es decir, nunca ataca a las personas sino a las ideas de las personas -nunca considera que un hombre equivocado es un hombre inmoral-; y, cuando ataca las ideas, nunca lo hace caricaturizándolas, es decir debilitándolas, lo que en un pensador es síntoma de intolerancia y de impotencia, cuando no de vileza, sino exponiéndolas con la máxima fuerza, rigor y nitidez para luego lanzarse a refutarlas en buena lid y en campo abierto. Esto no es de derechas ni de izquierdas, ni reaccionario ni progresista: esto es algo que está mucho antes que todo eso y se llama honestidad y coraje.

Pero hay más. El mejor artículo sobre Vargas Llosa que he leído tras la concesión del Nobel apareció en este periódico y lo firmó Juan Gabriel Vásquez, que no en vano es un heredero legítimo de Vargas Llosa (háganse un favor y compruébenlo leyendo su novela Los informantes). El artículo se titula El malentendido Vargas Llosa y, como corre el riesgo de haber quedado enterrado entre la hojarasca que hemos publicado otros, me permitiré recordar su contenido. Vásquez sostiene que solo quien no ha leído a Vargas Llosa o lo ha leído con anteojeras puede afirmar que es un intelectual de derechas o conservador, no digamos reaccionario o autoritario, porque la verdad es que "pocos como Vargas Llosa han defendido las ideas que la mejor izquierda ha reclamado tradicionalmente para sí". No solo lo ha hecho en sus novelas, furiosos alegatos contra el fanatismo, contra el autoritarismo, contra el militarismo, sobre todo contra los abusos del poder; también lo ha hecho en sus ensayos y artículos, donde ha defendido la libertad individual, el derecho al aborto, la igualdad para los homosexuales, la legalización de la droga y donde ha atacado el nacionalismo de cualquier especie (y no solo, paisanos catalanes, el nacionalismo catalán). Por supuesto, no todas las ideas de Vargas Llosa -y en particular su liberalismo económico, por cierto menos radical y desde luego mucho menos ingenuo y más elaborado de como lo pintan sus detractores- parecen inmediatamente útiles o aceptables para la izquierda; pero lo que me parece seguro es que es imposible que la izquierda salga del atasco ideológico y la consiguiente parálisis práctica en que lleva mucho tiempo metida si no es capaz de discutir con seriedad ideas como las de Vargas Llosa, si no deja de demonizarlas sin esforzarse en entenderlas, si no olvida sus nostalgias autoritarias y su complacencia con tiranías y nacionalismos, si no acepta sin resignación que no hay justicia sin libertad y no entiende con entusiasmo que la democracia debe conseguir que libertad y justicia, esas dos verdades contradictorias -por usar la expresión de Isaiah Berlin que aprendimos en Vargas Llosa-, acaben conviviendo con armonía. Regalarle Vargas Llosa a la derecha es un pésimo negocio para la izquierda, igual que fue un pésimo negocio regalarles Orwell y Camus, que nunca quisieron saber nada de la derecha. De ahí, me parece, vienen muchos de los males del pensamiento de la izquierda: de su sectarismo, de su rigidez, de su miedo a salirse del camino trillado, de su miedo a afrontar la realidad como es para cambiarla, de su miedo a la izquierda autoritaria, obsoleta, fracasada y cerril que parece la mala conciencia de la mejor izquierda. En cuanto a mí, solo diré que si la izquierda no es capaz de atender a las razones de Vargas Llosa y hacer suyo lo que tiene de izquierdista -igual que si no es capaz de hacer suyo lo que tienen de izquierdistas Orwell y Camus-, que empiece a pensar en borrarme de la lista.

Javier Cercas



El artículo original, publicado en "El País", aquí.

jueves, 14 de octubre de 2010

Cementerios

Que cómo coño se me ocurría decir eso, me preguntaron hace poco tiempo. Que sí, insistí yo, que es como todo, sólo depende de la forma de ver las cosas. Perplejos, así se quedaron, con una absoluta actitud sorpresiva ante mi breve afirmación. “Los cementerios pueden ser bonitos”. No era para tanto desde luego.

Y es que puedo garantizar que esto en París ocurre, pasear por el cementerio de Montmartre es una grata experiencia, avanzar al paso de los gatos negros y torcer el cuello adivinando ver aquella tumba que reluce detrás de aquella que gusta. Internarte sin rumbo por las orillas de las lápidas, allí donde ya no hay acera, donde te preguntas si andar por encima de un cadáver es respeto o herejía. Una atmósfera entre marrón y verde, tonalidades que deberían ocupar un espacio en la tristeza pero que por concordancia dejan el estado de ánimo en status quo.

Luego, cementerio Montparnasse, es decir las celebridades bailando quietos en sus tumbas. Cristianos y musulmanes, musulmanes y judíos, judíos y ateos. Todos juntos, no por creencias, no por fe, sólo por amor, amor a la vida. Y a la gente, a aquellos que quieren poder seguir admirando a los genios que lamentablemente no perduraron lo que debieron perdurar. El cementerio de la admiración, del recogimiento entre sonrisas, el cementerio de Cortázar, de Sartre, de Ionescu, de Vallejo, de Baudelaire, el de las conjunciones de los talentos inmortales y las rosas en los suelos. El de los huecos en las lápidas y los laberintos descubiertos.

O se puede ir hasta Pere Lachaise, y entrar en el cementerio más grande de la antigua Lutecia, y andar y andar y andar y andar. Andar sin prisa pero sin pausa, superando la preciosa entrada de rue Roquette y entonces, ahora ya sí, sentarte y sacar tu café y tu manzana como hacen los parisinos y respirar aire de muerte. Moverte por la gente, ver las colillas que lanzó con desprecio Jim Morrison antes de morir y unirte a la cola de ansiosos fans que pululan alrededor de su tumba, pasar del algarabía y girar para encontrarte de frente con la tranquilidad en rosa de Edith Piaf o con el descanso tragicómico de Moliere. Llegar a la vida por la muerte.

No ser creyente, no pensar en nada más, saber que no existe el resto. Sólo pasear feliz sabiendo que lo que rodea París por norte, sur, este y oeste son cadáveres, afirmando que aquello que allí nos encontramos es sin duda el final. Pero, ¿y qué?, ¿cuántos finales tan bonitos como esos nos encontraremos el resto de nuestra vida?. Ya respondo yo, pocos.

domingo, 10 de octubre de 2010

Alguien se ha equivocado en Estocolmo

Cuando me lo comunicaron, nada más bajar del avión que obligó a volver del gran sueño que estaba viviendo en Bristol, fue lo primero que pensé. Es cierto que no cupe en mí de gozo y que inmediatamente le mandé un mensaje al móvil al exiliado Curro para celebrarlo. Pero lo pensé. Alguien se había equivocado en Estocolmo. Porque gracias a Dios le habían otorgado un galardón con un nombre tan impresionante como “Premio Nóbel de Literatura” a un autor que de verdad se lo merecía, en justicia y por derecho propio, a cientos de kilómetros por encima del resto. Al fin han caído, después de muchos años, en que ese reconocimiento hay que dárselo a los maestros de la literatura universal, antes de que caigan muertos y sus cenizas se hallen indispuestas para recogerlo.

Alfred Nóbel dejó escrito en su testamento: “el premio debe entregarse cada año a quien haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal”. No dijo a los que más hubiesen escrito, ni a los que podrían merecerlo en el futuro, a los que tuvieron una vida difícil y aún así escribieron, ni a lo políticamente correcto. No. Dijo “la obra más destacada, en la dirección ideal”. Y al fin la Academia Sueca ha vuelto a las formas de la dorada época en la que se premiaba escritores como Cela, Saramago o Grass.

Sin embargo, es Mario Vargas Llosa quien en realidad premiará a la Academia el día que acuda a recoger su medalla. Y lo hará justificando un título, y la mera existencia, de quienes dejaron morir sin amparar bajo su dorada sombra a escritores como Borges, Cortázar, Delibes, Tolstoi o Joyce. Así es que ahora permítanme un consejo. Si quieren leer una obra maestra, lean “La ciudad y los perros” y escupan sobre el esclavo y corran junto al jaguar y amen junto al poeta; si quieren leer la mejor historia sobre el amor que yo he leído en mi vida, odien en “Travesuras de la niña mala”. Y es que gracias a Mario Vargas Llosa el premio nobel de literatura ha vuelto a ser aquello para lo que nació: el Premio Nóbel de Literatura.



PD: Ruego me perdonen las tremendas ínfulas, mi evanescencia y la pedantería. Pero no hay ningún escritor vivo que se lo merezca más que Vargas Llosa. Y PATOCIENCA también está pa esto coño. Para ser pedante hasta explotar.

jueves, 7 de octubre de 2010

PATOS arreglando el mundo (2)

Mira que aborrezco el autobús, sus retrasos y todos sus problemas, pero en esta ocasión me ha dado pie a. Y dar "pie a" es mucho, conste. Al lío:
A las 13:30 cogí el autobús en Virgen de Luján.
Para los viajes en tren y autobús acostumbro a llevar unos auriculares enganchados al móvil para ir escuchando música y que se me haga más corto el trayecto (aunque de un tiempo a esta parte también llevo un libro). Hoy llevaba unos cascos de los que regalan en el AVE. Ya sabéis, de esos negros de cable largo con un protector rojo en el izquierdo y uno azul en el derecho. Son unos auriculares terribles con los que no se puede escuchar música a demasiado volumen y que distorsionan en los bajos, pero hacen el apaño y son gratis. Valen muchísimo más de lo que cuestan.
El caso es que por Nervión, una parada después del Ramón Sánchez Pizjuán, se montan un par de majolillos adolescentes (los aborígenes los llaman "canis") y se sientan un par de sitios por delante de mí. Las pintas no las describo puesto que son de dominio público los estándares de dicha especie. Eran unos majolos básicos, unos arquetipos. Y, claro, llevaban la música del mp3 sonando por el altavoz.
Resumiendo, me bajé cuatro paradas después de que ellos se montaran y de camino a la puerta del autobús me paré junto a ellos y llamé en el hombro al que estaba sentado en el asiento que daba al pasillo. Cuando se giró, sin decir una palabra le ofrecí como regalo mis auriculares. Se quedó petrificado, mirándome pasmado, como si se le hubiera aparecido el espíritu de Chiquetete (que no está muerto, pero se aparece porque le da la gana). Asentí, animándole a cogerlos y cuando al fin lo hizo, me apeé del vehículo.
Y sí, perdí mis cascos, pero el mundo ganó mucho más que eso.


P.D: Historia verídica, por supuesto.

"Si todo el mundo aportara su granito de arena, podríamos enterrar a mucha gente."

domingo, 3 de octubre de 2010

Diez capítulos para un cadáver (IV)

El inspector Gordillo fumaba en su despacho a caladas cortas con la mirada perdida, sin dejar de darle vueltas al caso. El resultado de la autopsia, el peritaje de campo, la falta de pruebas, la cantidad de testigos que faltan por tomar declaración… Sentado en su silla, podía ver el trasiego habitual de la comisaría a través de la puerta abierta: elevado murmullo indescifrable, gente apresurada de un lado a otro, agente maciza número uno, niñato esposado camino del calabozo, el lío de los deneís en la planta de abajo, un par de marujas cacareando, agente maciza número dos, el agente Romerijo propinando verdaderos guantazos a su ordenador, pitidos de faxes, teléfonos… Teléfonos. El sonido de un teléfono que nadie descolgaba arrastró un nuevo pensamiento en su mete. ¿Cómo coño no han llamado aún los de tráfico? ¿Qué están haciendo que han pasado ya tres días y no mandan las puñeteras cintas? Seguro que algún depravado las tiene en su casa para subir a internet las imágenes del asesino arrojando el cadáver. O peor aún, no para subirlas; para masturbarse con ellas. O incluso ambas. Un escalofrío de asco le sacudió por todo el espinazo. En Madrid les pasó una vez. En fin. Continúa con su inspección visual. Agente maciza número tres, despacho del subinspector Fernández con la puerta entreabierta, máquina de café… Mira, tú por donde, piensa. Le apetece un café. De paso, coge la carpeta que le ha hecho llegar el forense con los resultados de los análisis hechos al cadáver para enseñársela a Fernández. Al hacerlo nota una punzada desagradable en el estómago. Por culpa de esa carpetilla lleva como está toda la mañana. En la última hoja, debajo de una enorme lista emparejada repetitivamente con la palabra “negativo” había una pequeña nota garabateada a mano por el forense. “Lo siento mucho, pero el cuerpo no da para más”.
Vertió sus monedas en la máquina, seleccionó un cortado con leche fría y golpeó con los nudillos la puerta entreabierta del despacho del subinspector. Cuando entró, encontró su cabeza sumergida entre las páginas de un pequeño libro de tapas amarillas, esperándolo con el dedo índice levantado, solicitando una pequeña tregua para poder terminar la página. El inspector Gordillo arrugó el bigote, curioso, y se fijó el título. “Estudio en escarlata”. Pues vaya, pensó. Dejó la carpeta sobre la mesa, se sentó y empezó a remover su café.
– Listo –dijo el subinspector despegando sus gafas del libro.
– Ya han llegado los análisis del Instituto Anatómico-forense –comunicó el inspector–. Se los traigo por si quiere echarles un vistazo. En realidad, no hay nada.
– Ah, muy bien. Gracias. Ahora le echaré un ojo de todos modos –respondió el otro esbozando una sonrisa inocente.
El inspector dio un sorbo al café y titubeó.
– ¿Esto es lo que hace usted en el trabajo? –dijo así en broma, tratando de romper el hielo. Por decir algo, en realidad.
– Sólo en los descansos, inspector – contestó sin perder la sonrisa mientras se quitaba sus enormes y finas gafas para limpiarlas.
– ¿Lee relatos de detectives en sus descansos en la comisaría?– preguntó Don Fernando tras darle otro sorbo a su café.
– ¿Y por qué no? –respondió sonriendo–. Pensar de tarde en tarde en Sherlock Homes es una de las pocas buenas costumbres que nos quedan.
El inspector Gordillo guardó silencio y dio otro sorbo al café, invitando veladamente a Fernández a continuar hablando. Lo cierto es que él tenía poca respuesta para aquello.
– Es mi hobby, digámoslo así –se explicó Fernández, un poco apenado porque su velada cita hubiese caído en saco roto–. Como otro cualquiera. Me gustan. Me entretienen. ¿Por qué no? Todo el mundo tiene alguno. Seguro que usted también.
– No, si ya… Simplemente me parece fuera de lo… no sé. Común. Además, también se me hace raro. Es como…
– ¿Una divertida e irónica redundancia? –interrumpió el subinspector.
– Justamente.
– Lo es. Al menos, a mi me lo parece.
– Bueno, y… ¿No había leído “Estudio en Escarlata” antes?
– Claro que sí –respondió. –Sólo estoy releyendo una parte. El segundo fragmento del libro, el central. ¿Sabe? Es la parte más criticada y denostada por muchos, toda esa travesía del desierto, tantas páginas dedicadas a las vidas de otros personajes, totalmente ajenos a Holmes… Pero en realidad ahí está la clave para resolver en caso. O para entenderlo, mejor.
– Ajá –asintió el inspector. En realidad, a él esa parte le había parecido un soberano coñazo.
– ¿Sabe? Puede ser el género en el que más morralla abunda. Pero hay auténticas obras maestras. Escritores y detectives a los que es necesario admirar para poder llamarse a uno mismo persona.
– ¿Y cual es… digamos, su favorito?
– En realidad… –el subinspector Fernández se sonrojó un poco–. Pues Sherlock Holmes. En el fondo, soy un purista. Sé que es muy típico, pero es que Sir Conan Doyle era un maestro. Un maldito genio.
– Desde luego. Yo leía a Sherlock Holmes de pequeño –comentó distraído el inspector–. Recuerdo un relato que me gustaba especialmente. Aquél en que el Profesor Moriarty hasta le tira una roca de varias toneladas encima antes de despeñarse ambos por el desfiladero enzarzados en una pelea.
– “El problema final” –interrumpió académicamente el subinspector.
– Ese. Pues me gustaba bastante. En realidad, siempre me han gustado ese tipo de enfrentamientos neméticos héroe-villano uno a uno. Particulares, casi exclusivos. Sea quien sea, de algún modo u otro, todo héroe tiene su némesis. Su enemicísimo particular. Sherlock Holmes y el Profesor Moriarty, Batman y el Joker, Maggie Simpson y el bebé de una sola ceja, el rey Arturo y el pequeño troll con hipo…
– Desde luego –asintió el subinspector–. Pero no se equivoque, Don Fernando. El Profesor Moriarty es el villano más mariconazo de la historia de la literatura detectivesca.
– Puede ser –se rió el inspector–. Pero bueno… entonces, de todos los rivales a los que se ha enfrentado el señor Holmes, ¿cuál es su predilecto?
– Pues… –Fernández reflexionó unos segundos–. Probablemente, el asesino de “La melena del león”.
– Vaya hombre, tendrá usted que prestármelo.
– Délo por hecho. –El subinspector se encendió un cigarro–. Pero bueno, ¿y usted? ¿Qué me dice?
– ¿Perdón?
– ¿Qué gran pasión tiene?
– Pues no sabría decirle…
– Venga hombre. Absolutamente todo el mundo pierde la cabeza en algún grado por alguna estupidez.
– ¿Ah sí?
– ¿Qué no? Mire –el subinspector comenzó a susurrar–, ¿ve al agente Romerijo? Es el tío que más sabe de tiburones de toda la provincia. ¿Y Sánchez? No hay domingo que no se despierte a las seis de la madrugada para irse de pesca con su barquito, truene, llueva o nieve. Allí donde lo ve, Alvarado es todo un experto en artillería del siglo XVI y campañas napoleónicas. A Curro le gusta viajar en vacaciones a ciudades con grandes ríos. El agente Pérez se gastó unos seis mil euros para bucear en la Gran Barrera de Coral de Australia, y su hermano pierde el culo por las grandes batallas navales de la Armada Invencible. Y tengo un primo, sin ir más lejos, que siente una fascinación fatal por la historia bélica moderna. Ya sabe, Segunda Guerra Mundial, nazis, Yugoslavia…
– Curioso lo de su primo.
– Un puto enfermo, para que usted vea. En fin, ¿qué me dice ahora?
– Pues a mí… –dudó unos instantes–, me gustan muchísimo las películas del oeste. Bueno, y los toros. Y el cante jondo.
– ¡Pues ya está! ¡Entonces lo que a usted se la pone dura es ver a Charlton Heston disparándole a un indio en el costado!
– ¡Digo!– al inspector le hizo gracia la ocurrencia–. ¡A mí los que me la ponen dura son José Tomás, Poveda y Charlton Heston!
Ambos permanecieron unos segundos riendo, fumando tranquilos. Dos compañeros prácticamente nuevos conociéndose, haciendo un esfuerzo por caerse mejor mutuamente. Es un poco raro, pero en realidad es un tío simpático, pensó el inspector. Un teléfono empezó a sonar insistentemente, cesó y alguien los llamó desde abajo. Yo voy, dijo el subinspector solícito. Y se llevó con él el café y el cigarro en la boca.

El subinspector Fernández tardaba en regresar, así que Don Fernando volvió a su café. Némesis, némesis… La palabra no dejaba de darle vueltas ahora en la cabeza. La imagen del cadáver con el cuchillo clavado en el cuello volvió a aparecer en su mente. Hasta donde sabían ahora, el asesino había arrojado el cuerpo, ya muerto hacía más de una hora en algún otro sitio, a la carretera. Por lo que debía de ser lo bastante fuerte cómo para llevarlo hasta allí, lo tuvieron que ayudar al menos en la huida de la escena, y sabía más o menos lo que estaba haciendo. No tenían nada más, tan sólo un cuchillo sin huellas dactilares, y testigos que no vieron nada. Ni siquiera habían encontrado el lugar donde lo mataron. Que por otro lado, cuando ellos llegaron aquella noche ya debía de llevar bastante rato totalmente limpio de pruebas. De momento, podía ser cualquier cosa. Un ajuste de cuentas, un encargo de una mujer celosa, un intento de eliminar a un cornudo, una pelea callejera mal terminada… No tenían nada. Menos mal, pensó, que aún nos quedan un par de ases en la manga.
– Inspector –Fernández le sacó bruscamente de sus pensamientos. No había ningún asomo de sonrisa en un rostro ahora totalmente helado.
– ¿Qué ocurre?
– Eran los de tráfico. La cámara que enfocaban la escena del crimen lleva rotas cuatro días. No se ha grabado nada.


jueves, 30 de septiembre de 2010

Como...

Como una lucha entre
las raíces y el tiesto,
como follar con la mente,
como pensar con el sexo,
como si fuera tan fácil
hacer que destaque el desdén.
Como una mala praxis,
como si tú me dices ven.
Como parando un taxi
en el centro de Tian'anmen.

Como las ondas de un charco
que relatan las pedradas,
la lírica de un barco
que resiste la oleada.
Como la piel de los trenes
y el hierro de las personas,
como vuelan las mujeres
con Di Caprio en la proa.
Como plantando claveles
en el centro de Lisboa.

Como la canción de Roldán,
como Erik, como Juana,
como quien menos y quien más,
como Rodri y como Wallace.
Como la Estatua de cobre
y quien la prostituyó,
como escalando a las cumbres
para ocultarse del sol.
Como ir pidiendo lumbre
en el centro de Saigón.


P.D: Y tal.

"Ni el jamón sabe a jamón..."

viernes, 24 de septiembre de 2010

¿Por Don Julio, no?

Hoy he estado en mi primera librería de París. Bueno, librería no es quizá la palabra exacta, más bien podría definirse como conglomerado de instrumental para actividades lúdicas diversas, o lo que viene a ser lo mismo, un FNAC.
Quedé gratamente sorprendido al ver que la zona de literatura era netamente amplia, divisé columnas en perfecto orden que dejaban entrever un pozo de divina curiosidad. De la A a la Z, como mandan los cánones de la comodidad, y me adentré dispuesto a toparme con alguna joya, alguna obra que reuniese las condiciones perfectas para mi ocio y para mi aprendizaje del francés.
Lo pasaba bien observando esa montaña de tomos de bolsillo tan diversa, ojeaba portadas, contraportadas e interiores, manoseaba obras nuevas, antiguas, famosas y extrañas. Para mí, un fiel seguidor de la tenencia de libros (no sólo de su lectura) me hallaba ante uno de los momentos mágicos de este vicio, la elección. Qué dulce incertidumbre.
Y pasé por Robert Arlt, y pasé por H.C Andersen, y pasé por Auster y hasta pasé por Asimov. Y luego recorrí a Bacon, a Balzac, a Baudelaire y a Beckett, a Bukowski, Burroughs y Borges. Así era, con paciencia y dedicación, por Camus, por Capote, por Chejov, por Conrad y por Cort…
No estaba Julio Cortázar.
Repasé la estantería con detenimiento, pensando que podía habérmelo saltado, que algún encargado se había equivocado no colocándolo en su correspondiente hueco o que, con suerte, tenía la sección aparte que Julio merecía en cualquier ciudad del mundo, no digamos ya en la suya.
Pero desafortunadamente nada de eso ocurría, y la oscuridad del desagradecimiento descendió desde el cielo tocando aquellas lánguidas estanterías donde, supuestamente, nada extraño sucedía. Sólo que allí, al cobijo de Conrad y Cudrow faltaba un hueco, el hueco que debía haberse dejado no a uno de los mejores escritores de la historia, sino a uno de los mejores amigos de París que nunca existieron. Don Julio Cortázar.

martes, 21 de septiembre de 2010

Mamá tenía razón

Tenía que haberle hecho caso a mi madre. Sin duda, de haberlo hecho, no me encontraría ahora como estoy. Pero no lo hice. Fui un necio, y no quise verlo. Así me ha ido, y así estoy de arrepentido.

Empezó como empiezan estas historias siempre. Ella era alta y delgada, con un tipín de impresión. Lo cierto es que en eso éramos tal para cual, yo también soy delgado y alto. Pero ella lo era, reconozcámoslo, un pelín más que yo. Decía que yo era ingenioso, brillante, muy cariñoso. Yo le decía que ella era incisiva, directa, y muy paciente.

Siempre hubo algo especial entre nosotros. Nada más mirarnos a los ojos ya saltaban chispas. Es cierto que incluso mis amigos me lo decían desde el principio, nada más notar el voltaje de nuestras miradas. Ten cuidado que esa no te conviene, me decían. Acabarás mal. Y yo nada. Ciego, sordo y mudo. Sin ojos si no eran para ella, sin oídos si no eran para ella, sin palabras si no eran para ella.

Y un mal día, los acontecimientos se precipitaron. Nos abalanzamos uno sobre el otro sin poder contener nuestra pasión, y desde ahí las cosas ya fueron demasiado rápido. Recuerdo el intenso, intensísimo calentón que me supuso su contacto. Nada más tocarnos, sentí como un fuego abrasador me recorría de la cabeza a los pies en sólo segundos. Podía escuchar el propio crepitar de mi alma, veía las ascuas que surgían de nosotros inundándolo todo, creía deshacerme un poco más en cada abrazo. Y así se quedó a mi lado, hasta que acabó conmigo. Hasta que me consumió, y de mi no dejó más que las cenizas. Cenizas a las que abandonó, cuando ya no le servían para nada y no podían satisfacerla. Pobres, inválidas e inertes cenizas que los míos, que tanto me avisaron, tuvieron que encargarse de recoger.

Pero en fin, al menos he aprendido la lección. Si es que mi madre tenía razón. Nunca fue buena idea el amor entre una lima y una cerilla.



lunes, 13 de septiembre de 2010

Diez capítulos para un cadáver (III)

La historia es sencilla y muy adecuada. El sujeto vuelve de pescar a su casa a medio día, pasa allí la tarde y a las nueve y media acude al bar de siempre. Permanece ahí hasta las doce y media. Habla con mucha gente. Parroquianos habituales. Nada llama la atención a nadie (visitar bareto del pueblo para descripción intensa del ambiente). A las doce y media, según los testigos, minuto arriba minuto abajo, abandona el bar. Nunca llega a su casa. El aviso del cuerpo tirado en la carretera llega a la Guardia Civil a las tres. Nosotros nos presentamos con el forense a las cuatro y media pasadas (ambiente: al final del levantamiento comienza a llover, ¿sustituir por tormenta? ¿Aguacero?). Según el forense, llevaba unas tres horas muerto. Sin duda por la puñalada. No señales de asfixia, no signos de lucha, forcejeo, ni más heridas. Sin apenas pruebas en el lugar en el que encontramos el cuerpo, muy poca sangre (ignorar cámaras de vigilancia de tráfico, no existen, sino no hay chicha). Ninguna huella. Sin casi ninguna prueba en la ropa del sujeto, alguna hebra de ropa negra. Poco valioso, inespecífico. Ninguna huella en el cuchillo (posibilidad de enlazar con aquel caso de la prostituta muerta en Algeciras de hace cuatro años. Cambiamos fechas, ponemos la puta hace dos meses).
El cuerpo del sujeto aparece en medio del carril derecho, junto a la linde arbolada, mucha vegetación, espesa. Aparece un rastro, pisadas en el suelo. No muy claras, no distinguimos calzado. Talla 44 aprox. Probablemente varón, complexión fuerte, grande. Se dirigen a la población de procedencia del sujeto. Desaparecen al cabo, presumiblemente las han borrado (en relato desaparecen muy cerca del pueblo, descripción, ambiente, luces de los faroles, calles desiertas). No se encuentras más huellas ni otros signos. Aparentemente, todas las encontradas pertenecen a la misma persona (¿modificar esto?). De momento los testigos no aportan información valiosa, ninguna sospecha. La familia aún no ha hablado. (¿Cambiar ubicación de la puta? ¿Poner en Barbate o cerca? ¿Vejer? Posibilidad de testigo común. AMPLIAR ESTO). Se deduce que el asesino fue ayudado en algún momento de la vuelta de algún modo, aunque aún no hay indicios reales (TENGO QUE ESPERAR A VER QUE NUEVA INFORMACIÓN APORTA EL CASO, ESTA PARTE AÚN MUY VERDE). (Introducir aquí a la heroína pechugona compañera del Detective Kasposky enfundada en ceñido chubasquero rojo pasión).

– ¡Antonio! ¿Vienes a la cama o qué?
– ¡Sí! ¡Ya voy cariño!
El subinspector Fernández cierra su viejo y ajado cuaderno de tapas de cuero negras, encapucha su pluma Montblanc, se quita sus grandes gafas redondas de montura fina, que dobla y deja sobre el cuaderno, y se encamina al sagrado lecho nupcial mientras se va desabrochando la camisa. Antes garabatea rápidamente en un post-it “RECORDAR PEDIR DE NUEVO MAÑANA LAS CINTAS EN TRÁFICO O EL JEFE ME MATA”, y lo deja sobre las llaves del coche. De repente se da la vuelta, como despistado, y vuelve deprisa a la mesa de su escritorio. Ah sí, lo olvidaba. Con la camisa ya casi desabrochada coge su zippo plateado, y se vuelve ir jugueteando con él entre las manos. Sonríe. Para el cigarrito de después.


sábado, 11 de septiembre de 2010

Crisis...


No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendiciónque puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo sin quedar ’superado’.

Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las soluciones. La verdadera crisis, es la crisis de la incompetencia. El inconveniente de las personas y los países es la pereza para encontrar las salidas y soluciones. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía. Sin crisis no hay méritos. Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto,trabajemos duro. Acabemos de una vez con la única crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla.

Albert Einstein



No he podido poner la canción que quería porque no la encontré por ninguna parte, era "No te lo vas a creer" de Luis quintana, como es poco conocida no esta en youtube.

PD: Quizás con la crisis nos demos cuenta de muchas cosas y evolucionemos, la guerra no será rentable, el hambre se erradicará como se ha prometido en el pacto del milenio, la energías renovables serás usadas como se merecen, los políticos haran POLITICA, no se maltratará, las farmaceuticas se uniran y descubriran la cura del cancer, SIDA y de todas las enfermedades que matan en los paises del tercer mundo..... Quizás cambiemos o quizás no....

PD2: Siempre he sido una persona positiva, abogo por el cambio


sábado, 4 de septiembre de 2010

Cartas de Jesús María del Valle Fresnedoso: "Ay, las hormonas"

Y semana tras semana, verano tras verano, jóvenes de todas partes se afanan en encontrar a la muchachuela más fácil del local en cuestión. Pasa por todo el mundo, de idéntica forma. Todo se convierte en un pretendido ballet que se mueve al ritmo de una canción que todos conocen. Se representan unos papeles, se recitan unos diálogos. El peinado, la ropa, la actitud, el olor, etc, forman parte de esa especie de hechizo, de esa liturgia, de ese ritual. Así es, pues, tal como lo digo: un ritual de apareamiento. Como el del ciervo que agita su cornamenta o el del pavo que contonea su enorme y colorida cola. Son reclamos, llamadas a los instintos.
Y si tengo que ser sincero, me avergüenza que después de millones de años de evolución en los que nuestra capacidad de raciocinio ha llegado a cotas tan magníficas, sigamos comportándonos como bestias. En lugar de preocuparnos por alcanzar estadios de excelencia, nos preocupamos por conseguir copular con mujeres que tengan los pechos turgentes y las cachas tersas como el pellejo de una pandereta.
El impulso de perpetuar la especie a base de una propagación indiscriminada de genes es algo primitivo y más propio de los animales. Me quedan muy lejos esos silvestres intentos de montar a la hembra con las caderas más anchas. ¿Somos conejos, gorriones o hienas? No, amigos, somos mucho más. Somos humanos. El factor diferencial, la marca evolutiva, nuestro absoluto dominio, lo que nos ha hecho diferentes al resto de seres vivos no es salir a ligar, sino la mente. Nuestra inteligencia, la razón, el pensamiento. Por eso me considero mucho más humano que vosotros, jóvenes. Soy mucho más humano porque cuando vosotros salís a follar de la forma más salvaje, yo me quedo en mi casa imaginándomelo.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Diez capítulos para un cadáver (II)

De todos modos, dijo el forense mientras se quitaba el guante de látex, eso se avisa antes, hombre. Hechas ya las paces con el inspector, y habiendo presentado cada uno sus propias explicaciones y excusas, fumaban en silencio, con la mirada perdida en la noche, mientras el resto de agentes trabajaban sobre el terreno. La imagen era, para qué negarlo, bastante sombría. El forense, moreno, chupadillo, con una barba ya despuntando y exigiendo su apurado mañanero. En realidad, no parece mal hombre, pensaba. Se refería al inspector, no al cadáver. El inspector, con un poblado bigote cano –pero con su borde interior amarillento, casi ictérico, con ese color sucio que sólo saben dejar el alquitrán y el humo– también daba lentas caladas a su cigarro. Voy a tener que acostumbrarme a trabajar aquí, pensó mientras se difuminaba la última voluta de humo que exhaló. Ciertamente, en Madrid somos bastante más discretos con la información. Lanzó una furtiva mirada en derredor. Bah, para qué, pensó mientras se encogía de hombros. No hay ni un puto periodista igual. Allí habría ya una docena de chupatintas morbosos sacando fotografías para rellenar la sección de sucesos.
– Disculpe de nuevo el exceso de celo por mi parte, Don Pedro.
– Bueno, ha sido un tonto malentendido. Entiendo que de dónde usted viene se hacían las cosas de otro modo. Perdóneme a mí también, Don Fernando.
– En fin, tiene usted razón. Dejémoslo en un estúpido malentendido.
– Vamos a tener que vernos mucho ahora que está usted aquí, así que es mejor llevarse bien. Le prometo que no siempre soy tan imbécil como a las cuatro de la madrugada.
– Nadie es nunca tan imbécil como a las cuatro de la madrugada – dijo el inspector sonriendo por la comisura de la boca.
Junto a ellos, ignorando respetuosamente la conversación que se dejaba caer a su lado, el subinspector Antonio Fernández miraba sin perder detalle, con sus ojos de búho encerrado en grandes gafas de montura fina, el trabajo de los agentes. Para él la noche se reducía a eso: oscuridad, silencio, densas nubes marrones sobre su cabeza, los focos naranjas iluminando la escena, parpadeos blancos y azules de la señalización de tráfico, y bruscos destellos de flashes dilatando esporádicamente sus pupilas. Y una pizca de material de inspiración, por qué no. Poco más, apenas el bajo murmullo de los agentes, trasiego de material de aquí para allá, y un muerto presidiendo la escena. Un muerto grande, pasados de sobra los sesenta, de carne áspera, quemada y cuarteada por el sol, frío, pálido, y con un cuchillo clavado en el cuello.
– ¿En quién piensas para esto, Antonio? –le preguntó con guasa el forense, viejo perro conocido – ¿Sherlock tal vez?
– Para nada –contestó tan encantado como divertido el canijo subinspector– Esto es más de Jessica Fletcher. Quizá de Hércules Poirot… o el primer muerto de un asesino en serie de cualquier otra novela de Agatha Christie.
– Hay que joderse –terció ahora el inspector–, un subinspector aficionado a las novelas de detectives.
– Literatura pura, oigan– se defendió.
– ¿Diría usted que ha sido obra de un profesional, Don Pedro? –preguntó el inspector concentrándose de nuevo en el caso.
– Hombre… pues no sé –dijo el forense volviendo a su trabajo–. El cadáver está bastante limpio, yo veo pocas pruebas por aquí, a simple vista, y la verdad es que no es un sitio muy natural para dejar un cuerpo… Por otro lado, el corte del cuello no es muy fino, no está en el lugar más indicado, ni donde suelen darlo los profesionales. Está demasiado cerca del cráneo. Pero le ha seccionado la carótida externa y la yugular igualmente. Total, que yo diría que algo le habían indicado, y algo sabía de lo que estaba haciendo. Pero mucho, mucho, pues no lo había hecho antes, no. De todos modos, hay que estudiarlo a fondo. Lo mismo hay algo más. ¿Saben ya de dónde era?
– Éste va a ser de ahí –dijo el subinspector, señalando con la mirada un pequeño cúmulo de luces naranjas, a unos pocos kilómetros de distancia, varadas junto a la costa.

Un trueno tímido, como pidiendo permiso para aparecer, mandado por la tormenta que se avecinaba a meter la cabeza en una habitación llena de gente haciendo caso a otro centro de atención, hizo caer las primeras gotas sobre el escenario en el que reposaba el finado. Los guardias se aceleraron en sus tareas, mientras el forense y el inspector protegían la lumbre de sus cigarros con la mano, y el subinspector, más chulo que un ocho, sacaba un zippo y se encendía uno.
– Bueno señores, me disculparán, pero yo aquí ya he terminado y mi mujer me reclama– se despidió el forense–. Que no termine mal del todo la noche.
Los otros dos permanecieron un rato más allí, velando por el buen orden de todo aquello. El subinspector se quitó las gafas y secó inútilmente con su camisa las gotitas que ya se habían posado sobre ellas.
– Veremos a ver cómo termina esto –le dijo al inspector.
– Tampoco creo que nos cueste mucho saber quién lo hizo –contestó éste lanzando la colilla al suelo.
– ¿Y esa seguridad?
El inspector Gordillo se limitó a señalar vagamente con la cabeza un elevado poste situado a unos cientos de metros, en la calzada del sentido contrario de la autovía, sobre el que reposaban tranquilamente dos cámaras de vigilancia de tráfico.
– Pues casi mejor –dijo el subinspector Fernández–. Así, si es un asesino en serie, lo capamos desde el principio.
– Vaya hombre, yo pensaba que preferiría usted un caso largo y rebuscado y un asesino con su intríngulis. En plan película de Fincher. O Tarantino.
– Hombre, no estaría mal. De todos modos, un muerto tirado en medio de la carretera con un cuchillo clavado en el cuello ya es, a priori, lo suficientemente interesante. –Los dos hombres siguieron fumando lentamente, y Fernández lanzó un suspiró al aire–. Aunque sigo esperando que algún día se me presente mi John Doe particular.
– Usted mismo. Pero le advierto que cómo esto sea Seven– contestó el inspector mientras veía la cremallera de la bolsa de cadáveres atascarse con el cuchillo clavado en el cuello–, yo me pido a Morgan Freeman.