sábado, 27 de noviembre de 2010

Vibrio Cholerae



Normalmente en este blog primero preparamos la entrada, y al final añadimos alguna imagen más o menos relacionada con el tema. Hoy vamos a hacerlo al revés. Primero vamos a escoger la imagen, y después intentaré escribir algo que refleje, más o menos, de acuerdo mis limitaciones, lo que ella muestra. Así que antes de seguir leyendo, deténganse un instante. Obsérvenla bien. ¿Qué ven?

Seguramente les suene. Esa fotografía fue, hace una semana, portada en los principales periódicos y telediarios del país. Lo que muestra es a una mujer moribunda -que no muerta- tirada en una calle de Puerto Príncipe, Haití. Por el periodista que la tomó, sabemos que esa mujer padece cólera, y que está a muy pocos metros de las puertas de uno de los improvisados centros sanitarios instalados en la capital.

Si nadie la ayudó entonces, esa mujer sin nombre que ahí yace forma parte de una lista. La de casi dos mil muertos por cólera desde que estalló el brote en esa parte de la isla. En apenas un mes. Una vez escuché a un médico decir que mil muertes son una estádistica, pero una muerte es una tragedia. Pues ahí la tienen, una de esas casi dos mil personas. Con su rosotro, su dolor, su color de piel, sus vecinos observándola y su miseria. Una de las más de mil tragedias.

De lo que están muriendo ahora en Haití, terremoto y pobreza crónica mediante, es, como ya hemos dicho, de cólera. Pero... ¿qué es el cólera? Quizá, para entender bien la magnitud de esta fotografía, convendría saberlo. Es cólera es una enfermedad causada por una bacteria, el Vibrio Cholerae. Hay muchas cepas distintas, en función de su gravedad, y en las más peligrosas de ellas se calcula que alcanza un 60% de mortalidad en los casos que evolucionan sin intervención médica. Es extremadamente difícil su contagio entre humanos, y su vía de propagación e infección es, principalmente, a través de alimentos y agua contaminada por la bacteria: ríos, charcos, lagunas, embalses, tuberías... Y cuando mata, lo hace de una forma cruel. Invade el intestino de los enfermos, afectándolo y desestructurándolo de tal forma que les induce una diarrea tan brutal que acaban perdiendo más agua en sus heces de lo que sus organismos pueden resistir, y mueren deshidratados en muy pocos días. Tan escatológico y duro como suena.

Ahora bien, si el cólera se ha cobrado casi dos mil vidas en un mes en Haití... ¿saben cuantas almas ha sesgado en España en los últimos años? Cero. Casi treinta casos desde los años ochenta, con ninguna muerte. Eso no es sólo porque el vibrio pueda eliminarse del agua contaminada y controlarse perfectamente. Que va. Es porque el cólera se cura. Y muy fácilmente. Tan sólo hace falta reponer al enfermo los líquidos que ha perdido y, en algún caso, un antibiótico. Nada más. Así, mientras en el mundo civilizado no pasa de ser una anécdota, ahora mismo mueren por millares en el resto del planeta. Que por cierto, es la mayoría del Mundo. Lo mismo con cientos de enfermedades. Y en Haití van cayendo como moscas, y ni los muertos encuentran descanso porque les da miedo enterrar los cadáveres, que se pudren en las calles.

Hace pocos días, las "inexplicables" revueltas organizadas de cientos de haitianos en contra de los Cascos Azules y el personal de la ONU allí presente también fue portada en los medios. Con palos, piedras y pistolas, mientras sus familiares y vecinos morían, les acusaban, haciéndoles representantes del resto de la humanidad, de ser responsables de sus desgracias. Y todo eso lo hacían sin saber, en el fondo, la razón que tenían...

martes, 23 de noviembre de 2010

Equipazos

A eso es lo que yo llamo potencial de mercado, poder logístico suficiente como para reforzar tu plantilla sin la necesidad de invertir demasiado capital. Tienen capacidad de convicción, atraen a los jugadores a sus plantillas a base de falacias convertidas en verdades universales, de discursos vacuos disfrazados de libertad o de igualdad. Promesas adornadas de comunión y progreso. Y consiguen lo que quieren, un grupo de componentes ensamblados, unidos por una misma idea, que se mueven por el campo desatando a la perfección sus funciones y convirtiendo a las instituciones resaltadas en máquinas invencibles, en conjuntos invictos.

Así van moviéndose los dos grandes partidos políticos, atrayendo con sus posibilidades y su omnipresencia a todo jugador válido (a todo jugador) para poseer un proyecto indestructible de cantera. Sin contratos, pero con palabras.

Y bueno, uno puede darse cuenta con facilidad y casi admirar como funciona el engranaje de esas potentes plantillas. Puedes acercarte a un corrillo universitario que hable en la cafetería de la Facultad, a la mesa de algún pub irlandés o puedes ir dando saltos entre blogs buscando el juego de estos deportistas de las palabras.

Pero normalmente juegan a escondidas. Te dicen (si les preguntas): “No, yo no soy un borrego. Yo tengo capacidad de crítica. Yo sé diferencias lo positivo y lo negativo de cada partido. Yo no soy pepero. Yo no soy socialista español. Yo soy liberal. Yo soy de izquierdas. Yo no tengo claro a quién votar pero sí a quién no votar. Yo. Yo. Yo. Yo. Yo.”

Todo eso para luego competir tan descaradamente que es inevitable que uno no pueda darse cuenta de en qué equipo están jugando, de en qué liga se encuentran. Luego los escuchas, los ves jugar y te encuentras con un engranaje perfecto, con la maquinaria que trabaja a destajo día a día bajo el sol de las mismas ideas. La línea no falla, el antitaurino es de izquierdas, el pro taurino de derechas. El propalestino de izquierdas, el proisraelita de derechas. El prosaharaui de derechas, el que defienda a Marruecos de izquierda. Se autodenominan equidistantes y el de izquierdas sólo habla de Irak, de Camps o de Fabra. El de derechas sólo de Gal, Guadalajara y la crisis. Trabajan a destajo hablándote de todo lo que les inculcó su entrenador, te intentan convencer aportándote datos, fechas y épocas donde la corrupción, la guerra o la mentira de su rival se convirtieron en hechos. Y te dicen de nuevo que son equidistantes. Pero te comparan. El cien por cien de las veces comparan y decantan la balanza hacia su lado. Con datos en las cafeterías, con gráficos en lo blogs. De la forma que sea.

Y después acusan a la masa de inculta y de no informarse, de no jugar en primera división con ellos, sin darse cuenta de que no son más que esclavos de unos chupópteros que les hablaron de equipo, de capacidad, de cultura, de crítica. Pero que nunca mencionaron que no eran más que soldados inertes de un ejército de tiniebla de política y de bipartidismo férreo. Sin darse cuenta de que la observación, la opinión propia y la verdadera libertad erradicaría el totalitarismo de esos dos grandes equipos, convirtiendo nuestra Liga en algo más justa de lo que es ahora.

martes, 16 de noviembre de 2010

Cartas de Jesús María del Valle Fresnedoso: "Ay, no me sufras"

Hay por ahí cuatro pelagatos que se empeñan en hacer de jueces donde no les llaman. Bajo la bandera del progreso arremeten contra todo, salga el sol por Antequera, negando a su madre si se pone por medio. Valoran con su dudosa valía los aspectos morales de cuanto se cruza en el camino de su mente y su ego. Son capaces de tachar de vergonzosas las costumbres y usanzas que emocionan a los demás. Chupatintas y canallas, le buscan tres pies al gato para decir que cojea desde pequeño.
Y yo entiendo que quizás se abusa un poquito de las criaturas, que se les maltrata de forma algo irrespetuosa (cruel, dicen ellos) y que supone un degradante espectáculo, pero así está el mundo, así nos lo encontramos. El orden de la naturaleza era ese y no podemos hacer nada por cambiarlo.
Ahora viene mi queja: lo que yo entiendo como intolerable es que se hable de sufrimiento, de tortura y de cosas por el estilo, cuando toda esa terminología se refiere a otra especie. A la especie inteligente, a la superior, a la dominante. No podemos afirmar tan alegremente que esas criaturas sufran. Sabemos que sienten dolor, pero eso no es lo mismo que sufrir. El sufrimiento es tener constancia de ese dolor, ser consciente del mismo. Por consiguiente, torturar es provocar un sufrimiento a conciencia, cosa que tampoco podemos hacerles a los seres que nos ocupan.
Por si fuera poco, hasta puede considerarse como un atractivo turístico que forma parte del acervo cultural y el folclore. No hay muchos países donde se puedan ver este tipo de tradiciones. Eso es explotable como imagen de un país, pienso yo.
Además, que no merece tanto revuelo un simple burka. Joder, ni que les estuvieran clavando pinchos en el lomo.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Tan solo arena

Nadie va a ayudarles. Porque bajo sus pies, tan solo hay arena. Son los desheredados de un continente de desposeídos. No esconden en su suelo petróleo, gas, coltán, diamantes o ningún otro recurso mineral valioso. Tampoco suponen un estratégico punto geopolítico, forman paso de una posible nueva vía comercial ni pueden ofrecer nada lo suficientemente importante como para despertar la desinteresada ayuda del primer mundo. Bajo sus pies, tan solo hay arena.

En realidad, poniéndonos cínicos, tampoco pueden quejarse tanto. Estos al menos no van a morir de hambre. No van a pasar sed, no van a morir víctimas de enfermedades inocuas, poseen cierta esperanza de vida, expectativas de mejora en el futuro, algunas garantías legales, un poco de libertad individual y una calidad de vida más o menos razonable. Lo único que piden es libertad. Libertad como pueblo, como nación, para poder escoger por ellos mismos y equivocarse solos. O por lo menos, más respeto y justicia. Y de lo único que protestan, en esencia, es de ser una nación invadida y sometida militarmente por un país extranjero. Qué quieren que les diga. Eso, según en que lado del mundo vivas, es para firmarlo con los ojos cerrados. Y ellos viven en el lado malo.

Mientras tanto, aquí en España, su antigua nación sigue vomitando la borrachera de su imbecilidad sobre su propio regazo. Ahora, los que años atrás decidieron invadir Irak se ponen detrás de las pancartas clamando por la libertad, la dignidad y los derechos humanos, codo con codo con unos sindicatos vendidos y corruptos que no defienden a los españoles pero sí a cualquier otro que le permita desfogar en público su buenismo reprimido. Y si encima son del color de su bandera pirata, mejor. Más solidarios todos. Así está el país interpretando su último esperpento. A los cinco gatos mal contados que llevan años defendiendo y manifestándose por los saharauis –dos partidos políticos nacionales que no suman cuatro escaños y las sempiternas y férreas ONGs–, ahora se le suma cualquier narcisista con ansias de onanismo automotivado que vea la posibilidad de salir en una foto.

Y entre tanto, los que mandan aquí, callan. Los mismos que cuando no había problemas se adornaban con pegatinas del Sáhara Libre, o claman al cielo cuando un palestino sufre un agravio sionista, no tienen más remedio que hacer gala de la más sincera cobardía cuando tienen los problemas en el mismo patio de su casa, escondiendo como perros la cabeza entre las piernas. Ni tan siquiera el asesinato de un niño de catorce años les hace reaccionar. Ni de un español. Mientras Marruecos impide la entrada a la prensa internacional a la zona, nos acusa de embusteros, racistas e incendiarios en su prensa oficial, los pocos testigos que permanecen escondidos denuncian desde detenciones masivas e indiscriminadas hasta genocidio, y la Cruz Roja no tiene permiso para acceder, los que nos mandan esconden la cabeza entre las piernas… entre las piernas del Rey Mohammed, por supuesto. O entre sus genitales, concretamente.

Todo esto sucede mientras desde la ONU –ese gran club de amigotes que en realidad no se soportan–, la UE, y otros foros internacionales llaman a los saharauis a la calma y a la paciencia, y les piden que confíen en la opinión y presión internacional. Y lo hacen con tranquilidad absoluta, sin despeinarse. Les piden que confíen en esa misma presión internacional que permite que existan dictaduras atroces como Cuba, o como Corea del Norte, desde hace más de cuarenta años. La misma presión internacional que convive con Somalia, con la muerte de millones de niños por un virus que en el Primer Mundo no causa más que una ligera diarrea en recién nacidos, o con una China con sus penas sumarias de muerte. La misma presión internacional que necesitó ocho mil muertos en Srebrenica en un fin de semana para pronunciarse sobre la guerra de Bosnia, o la misma que miró para otro lado en Georgia hace dos años, o en Irak, o en toda África desde siempre y por siempre.

Nadie les dice que no, que no esperen. Que si tienen de verdad algo por lo que luchar mejor será que lo hagan con palos y piedras a esperar una ayuda que nunca les va a llegar, porque no tienen nada que ofrecer a cambio. Y que si deciden al fin pelear por lo que es suyo, que se preparen a sonreír de pura náusea cuando la Presión Internacional les reproche no haber tenido la paciencia suficiente como para esperar a que ellos lleguen a arreglarlo. Con lo buenos que somos todos, carajo.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Caminador

Andar sin trascendencia es como él lo llamaba, poner un pie en la calle por costumbrismo y por repetición, hacerlo sin saber por qué y sin quererlo. Y la gente que no le entendía, que era cuestión de dos mejor que uno y él, que pensaba pero sin decirlo, que dos era mucho menos de cien que más que de uno.
Porque podía parecer pasable, pero no poder alzar la vista era algo indiscutiblemente grave. Desde el primer recuerdo consciente que tenía su vida no había sido más que movimiento o vista, pero nunca ambas cohesionadas. Esa causa que los neurólogos habían denominado de una forma que él nunca atinaba a recordar le impedía realizar un ejercicio que tan simple parecía para el resto de los humanos. Andar y mirar, ver y caminar, ideas similares, ideas incompatibles. Cuando se erguía, levantándose de allí donde estuviese, y apoyaba sus talones en el piso la sensación era de triunfo, de normalidad. Siempre, absolutamente siempre, tenía el típico presentimiento de que como la máquina comienza su puesto a punto con exactitud no va a llegar el momento en la que yerre. Sin embargo, todo era cuestión de avanzar unos simples centímetros y entonces equilibrio y vista comenzaban a tener que ir unidos de la mano. Así era él, no podía caminar sin mirarse las rodillas, aupar un poco la mirada era sinónimo de tropezar levemente. Mantenerla fija en cualquier lugar que no fuesen sus extremidades era acabar estampado contra el asfalto.
Por eso no podía comprender que a él le hablasen con ese tonito tan de “no es para tanto”, porque andar y no poder mirar a la gente, a los edificios, al cielo, al mar no era para tanto, era para más. Porque era una tortura saber que cada paso de avance en distancia era un paso de retroceso en información, porque odiaba bajar la acera de Quai di Conti y saber que ahí se encontraba un profundo recoveco, girar a la derecha por el puente y prever el charco que se formaba en la confluencia con la avenida cuando llovía, no soportaba esa sensación de haber memorizado cada último detalle de aquel antiguo suelo.
Y aún así todavía no ha dejado de andar. Porque, ¿quién sabe?, igual mañana lanzan al mercado unos espejos que pueda atar a sus tobillos o unos gafas para multiplicar por dos su mirada, o lo mismo un día el presentimiento diario de funcionamiento se convierte en realidad, ¿quién sabe?. Tendrá que seguir, que el día que poder rodear la ópera y mirarla sin parar deje de ser una utopía él tendrá que estar listo, no vaya ser que se canse y tenga un segundo problema.

martes, 9 de noviembre de 2010

Arriates...

Y Juan le dio una etiqueta distinta a aquellos yogures con trocitos de fruta. Y vio Roig que era bueno.


En aquellos días, ella, pecadora irredenta, quería hacer compota y vaya si la hizo. Que para la cocina y para todo en general, ella era única.
Él, por su parte, era simple y trabajador. Más simple que trabajador. Tan simple que no era capaz de hacer un sindicato para pedir más días libres. Y eso que no tenía a nadie por encima en la oficina.
Llegó-le entonces un maletín de polipiel con una esquina despeluchada al hacedor que vio-lo lleno y vio-lo bueno a partes iguales. El sumo páter, a la sazón y a todas las sazones que haya, comprendió la oferta que le llegaba desde Valencia y aceptó-la todo a una vez. Encaminó-se hacia los inquilinos del momento y echó-los asina:

-¿Po no os habías dicho que no comiérais peros?
-Que va -repuso Eva.
-No seas canalla que sabes que sí.
-Yo no me acuerdo -defendió a su consorte Adán más por evitar broncas de Eva que por convicción propia, que cuando se efandaba la señorita no la aguantaba ni dios.
-Pues yo sí -retumbó la voz del Altísimo.
-Pero... -empezó Eva.
-Soy omnisciente -concluyó Dios interrumpiéndola.

E inventaron-se los deshaucios. Adán se acuerda de la reforma laboral a diario, Eva no se puede poner la epidural porque tiene un tatuaje en los riñones. Y Dios no vio nada ni bueno ni malo porque se quitó del medio pronto.

A pesar de que por aquellos cobros no había mucha gente, con el tiempo se hizo una clientela fiel aquel Mercadona en el que sonaban músicas celestiales y los paquetes de galletas no traían ninguna rota. El creador de todo aprovechó el trozo de Edén que le quedaba para hacer unos cuantos pisos y alquiló-los. Ahora vive de las rentas y solamente dobla los dorsales cuando se lo pide su profesora de pilates.
Y vio Dios que aquello estaba del carajo.


P.D: No le busquéis tres pies al gato. El texto es una paranoia y no voy a dar más explicaciones.

La diferencia entre los suecos y los inmigrantes ilegales es que los suecos ven y decoran todo con optimismo

sábado, 6 de noviembre de 2010

Diez capítulos para un cadáver (V)

Londres en sus mejores tiempos se concentraba, todo él, con parte de lo mejorcito de Los Ángeles y lo más granado de la atmósfera de Nueva York, en el despacho del inspector Gordillo. Desde hacía cinco horas, su boca se había convertido en una vieja locomotora funcionando a toda máquina, mientras decenas de cigarrillos se iban fumando sus pulmones. Sus labios, más allá de la pequeña obertura de la chimenea, sólo se abrían periódicamente para dejar escapar alguna poderosa blasfemia. Alguien había grabado con algún tipo de cuchillo al rojo vivo una palabra en su cerebro. Nada. No tenían absolutamente nada.

– ¿Y dice que es imposible que el asesino, o quien fuera, supiera del fallo de aquella cámara? ¿No fue algo premeditado?
– Eso nos aseguran desde la DGT, comisario.
El subinspector Fernández tragó saliva. Sintió como si un huevo estuviera pasando por su garganta. Un huevo envuelto en cuchillas de afeitar. El comisario hablaba despacito, muy suavemente, midiendo cada palabra, calculando exactamente cuantos centímetros iba perforando el ánimo del subinspector cada vez que abría la boca. Fernández maldijo por enésima vez su suerte. No le correspondía a él llevarse directamente éste remojón. Pero en fin, se dijo mirando de reojo el despacho del inspector. Aquí cada cual se va a llevar lo suyo.
– De hecho –se animó a continuar el subinspector–, hasta donde nosotros hemos averiguado, él, o ellos, no contaban con la presencia de aquella cámara.
– O sea, me esta usted diciendo que lo ha tenido ese hijo de puta es suerte. Un grandísimo e inesperado golpe de suerte.
– Así es, comisario –tragó saliva de nuevo–. Parece un trabajo medianamente profesional, pero se les escapó ese detalle… Que al final no nos ha servido para nada.
El comisario, bajito y calvo, miró al subinspector fijamente a los ojos. Eran unos ojos azules, helados, casi inertes, perforando como puñales otros marrones, ocultos tras unas enormes gafas de montura fina. Pareció a punto de decir algo, pero al final simplemente sacó la puntita de la lengua y se humedeció los labios.
– Espero –dijo al cabo de unos milenios–, que no hagan el ridículo con los interrogatorios. Es lo único que les queda.
Continuó manteniendo la mirada fija, y justo antes de darse la vuelta ara abandonar las cenizas del subinspector Fernández preguntó.
– A propósito… ¿sabe dónde está el inspector Gordillo?
– Está en su despacho –saliva–, analizando de nuevo toda la información de la que disponemos, señor comisario.

Pues estuvimos en el bar los de siempre. Yo no cé na más que eso, mire usted. Él se fue a eso de las doce y pico, y yo me fui como media hora más tarde. Fui el primero que se marchó de nosotros, después de él. Pues sí, entró y salió mucha gente desde que él se fue, lo normal, mire usted, es un bar. No, no vi na más. No, no vi nada extraño en el bar después. Sí, yo vivo muy cerca de él, pero no me lo encontré por el camino. Ni a él, ni na raro. ¿Cómo? Pues no, no cé si tenía alguna quería, mire usted. Con su mujer desde luego se llevaba muy bien, una pareja normal. No, tampoco cé si su mujer tenía un amante. ¿Enemigos? –El hombre agachó la cabeza y desvió la mirada–, no, no é si tenía enemigos, mire usted.

– ¿José iba a su bar muy a menudo?
– Casi todos los días, desde hace muchísimo años.
– ¿Cuándo solía ir?
– Pues cuando se terciaba. Después de faenar, antes de salir al mar, por la noche a tomarse algo…
– ¿Solía ir solo?
– No, allí siempre estaba con alguien. Vamos, normalmente.
– Quiero decir que cuando llegaba, lo hacía solo.
– Pues a veces sí, otras no.
– ¿Y el día que murió?
– La verdad, no lo recuerdo.
– ¿Vio algo raro usted aquella noche? ¿Algo que pueda ayudarnos?
– Pues lo cierto es que no.
– ¿Era su amigo?
– Era un buen cliente.
– ¿Eso que quiere decir? ¿Era o no su amigo?
– Quiere decir que era un cliente habitual desde hacía muchísimo tiempo
– ¿Pagaba siempre en el momento?
– Todo son rachas. Cuando ha ido peor de dinero se le ha fiado.
– Bueno, pero tantos años tratándose, siendo su bar de confianza y usted en la barra, sabrá bastantes cosas de su vida, ¿no?
– Pues tampoco se crea.
– ¿No sabe usted si tenía enemigos? ¿Por qué iba alguien a querer matarlo?
– No tengo ni idea.

No digas gilipolleces –la mujer dejó de batir los huevos, muy alterada–, tú te estás calladito, que todavía apareces una noche frito como el otro pobre. Ya bastante hay. –Se cerró fuertemente la bata de guatiné rosa y comprobó que llevaba todos los rulos en su sitio antes de seguir batiendo–. ¿Me has escuchado o no?

Pues se dedicaba a… –estaba nervioso, la presencia de policías siempre le ponía nervioso–, no sé. Un poco de todo. Salía a pescar con su barquilla y después lo vendía por ahí. Pues no sé, pescaba lo que hubiera, lo que se terciase. Lo que le pidiesen. Claro, claro. Pescado no hay siempre. Sí, él vivía bien. –No le gustaba hablar con maderos– No sé, hacía un poco de todo. Cuando no era tiempo, quiero decir, pues hacía un poco de todo. Sí, algún apañillo. Que si enchufes, una pared, un coche… Para llevarse algún dinero, digo yo. No, en mi casa nunca ha hecho nada. Hombre, no vivían mal, pero tampoco tenían lujos. Pues sí, se ve que la pesca aquí da para eso. Cuestión de suerte, supongo. No, que yo sepa no hacía nada más. Hombre, puede que no viviera mal para ser pescador. –Se secó el sudor de la frente–. No, que yo sepa no vendía nada. No, nada raro tampoco. No, no sé si alguien puede saberlo.

– Pues a mí me da mucha lástima que se hayan cargado al Astilla, la verdad. Aquí algún cerdo se merece que le rompan bastante el culo a la sombra.
– A mí también macho. Pero qué quieres que te diga, yo bastante tengo con lo mío.
– Ya hombre, y yo también.
– Además, a ver que coño hacemos. No sé que puedo explicar yo sin que me jodan a mí después.
– Ya. Todo esto es pura mierda.
– Pues ya lo sé. Pero mira macho, aquí, cada palo que aguante su vela.

Qué quieren que les diga señores. Él –bebió un largo trago de cerveza antes de terminar su frase con toda la pompa y gravedad posible ante su público; para él, era como un párroco sentando cátedra ante sus feligreses, para un observador imparcial, era un borracho a medio entonar dando una opinión que nadie le había pedido en una mesa a la que nadie le había invitado– se lo habrá buscado.

El hombre llegó a su casa ya de noche, se quitó las pesadas botas, y se dejó caer en la cama dónde su mujer llevaba horas esperándole.
– ¿Qué querían?
– Preguntarme sobre el pobre Pepe. Están llamando a medio pueblo.
– ¿Y qué les has dicho?
– ¿Qué les voy a decir, mujer? Nada.
La mujer torció el gesto al escuchar aquello.
– ¿Pero qué quieres que les diga? –, se rebeló él ante aquella mueca–. ¿Lo que me imagino? ¿Qué si saben quiénes son los Jumea? ¿Qué vengan al pueblo y pregunten por el Blanco? ¿Les digo además que cuando les pregunten avisen de que van de mi parte?
La mujer guardaba un silencio triste, manteniendo un confuso debate con ella misma. Al final negó lastimosamente con la cabeza y se acostó.
– Además –refunfuñó él entre dientes más tarde, también acostado–, a ver cómo coño les explico yo que conozco a los Jumea sin que me salpique a mí también.



*PD: Para los nuevos lectores, o los que quieran refrescar un poco:
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV