martes, 18 de agosto de 2009

Perfil: Don Miguel de Unamuno y Jugo (Enfrentamiento con Millán- Astray)

El doce de octubre de 1936, en el engalanado salón magno de la Universidad de Salamanca, se celebra el Día de la Raza. Presiden el acto el rector emérito de la Universidad, Don Miguel de Unamuno y Jugo, en nombre de Franco, junto a la mujer del generalísimo, Carmen Polo, el cardenal Pla y Deniel, y el general Millán-Astray, líder nacional, directo de Franco, máximo de la Legión, mutilado y descarnado en la guerra de Marruecos, tuerto, manco y curtido de cicatrices en el cuerpo y en el rostro. Don Miguel preside el acto con gesto serio. Ahora, aunque jubilado de catedrático, lo han nombrado rector vitalicio (ya había sido rector anteriormente, pero fue cesado en 1914 por sus duras críticas al gobierno, su posición a favor de los aliados en la Primera Guerra Mundial, su posición enfrentada a la germanofilia monárquica, y desterrado por opositor por la dictadura de Primo de Rivera, recalando en Fuerteventura, París y Hendaya). Como desapuebra todo lo que está ocurriendo en el país (aunque al principió de mostró a favor de la causa nacional como remedio para rectificar los males de la República, lo que explica su permanencia allí, también firmó un manifiesto de intelectuales en contra de un enfrentamiento militar a la vez que lanzaba graves ataques contra el gobierno del Frente Popular), ha decidido no intervenir en toda la celebración y no formar parte de aquel esperpento más de lo mínimamente necesario cediendo el turno a los oradores previstos. De público asisten, junto al claustro universitario y autoridades mayores y menores y otros interesados, toda una cohorte popular de seguidores y arrimados al levantamiento franquista.

Uno de los oradores, el profesor Francisco Maldonado, pronuncia un discurso en el que ataca duramente a vascos y catalanes acusándolos, junto con Madrid, de ser los principales vértices de la llamada anti-España. Unamuno, por su parte, crece porgresivamente en indignación mientras va tomando notas en un sobre que saca del bolsillo.

- ¡No aguanto más! – Se escucha rumiar a Unamuno-. ¡No quiero aguantar más! ¡Esto es una vergüenza!

Al final de la intervención de Maldonado de Guevara, Don Miguel se levanta. Sin sentarse en ningún momento, bate sus gafas y su perfil afilado por todo el auditorio mientras habla.

- Dije que no quería hablar porque me conozco –comienza el rector-. Pero se me ha tirado de la lengua y debo intervenir. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión; el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, mas no de inquisición.

Se ha hablado también de catalanes y vascos llamándolos la anti-España; pues bien, por la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor cardenal, catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda la vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis. Ése sí es un Imperio, el de la lengua española, y no...

El general Millán-Astray suelta un bufido interrumpiéndole, da un puñetazo sobre la mesa y se levanta también gritando:

- ¡¿Puedo hablar?! ¡¿Puedo hablar?!

Un legionario, escolta del general, se presenta con el fusil firmemente sujeto en las manos. Cunde el nerviosismo y el temor entre el público, que junto con Unamuno, enmudece.

- ¡Cataluña y el País Vasco - grita Millán-Astray- , ¡el País Vasco y Cataluña son dos cánceres en el cuerpo de la nación! El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en carne viva y sana como un frío bisturí. La carne sana es la tierra; la enferma, su gente. ¡El fascismo y el ejército arrancarán a la gente para restaurar en la tierra el sagrado reino nacional!

Cada socialista –dice inquisitivamente, pues Unamuno perteneció por tres años al Partido Socialista, a finales del siglo XIX-, cada republicano y cada uno de ellos sin excepción y, huelga añadirlo, cada comunista es un rebelde contra el gobierno nacional, que será pronto reconocido por los estados totalitarios que nos auxilian, a pesar de Francia, democrática Francia, y la pérfida Inglaterra.

Y entonces, o incluso antes, cuando Franco lo quiera y con la ayuda de mis valiente moros, que si bien ayer me destrozaron el cuerpo, hoy merecen la gratitud de mi alma por combatir a los malos españoles, porque dan la vida por la sagrada religión de España, escoltan al caudillo, prenden medallas y Sagrados Corazones en sus albornoces...


Coronando la intervención, desde el paraninfo surge un tremendo grito, el lema de la Legión: "¡Viva la muerte!". Parte del público se une al espontáneo y jalean a Millán- Astray, junto al que acaban gritando la consigna franquista: “España, Una, Grande y Libre”.

Unamuno, que en ningún momento se ha sentado, levanta la mano en solemne gesto pidiendo silencio. Cesa el guirigay del auditorio y retoma su discurso.

- A veces callar significa mentir; porque el silencio puede interpretarse como aquiescencia.

Quisiera comentar el discurso, por llamarlo de algún modo, de Millán-Astray. Dejemos a parte el insulto personal que supone la repentina explosión de ofensas contra vascos y catalanes. Yo nací en Bilbao, en medio de los bombardeos de la segunda guerra carlista. –Época en la que perdió a su padre, con seis años de edad-. Más adelante me casé con esta ciudad de Salamanca, tan querida, pero sin olvidar jamás mi ciudad natal. El obispo quiéralo o no, es catalán nacido en Barcelona.

Acabo de oír el grito necrófilo e insensato de "¡Viva la Muerte!". Esto me suena lo mismo que ¡Muera la Vida! Esta ridícula paradoja me parece repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador entiendo que fue dirigida a él, si bien él mismo es un símbolo de la muerte. ¡Y no otra cosa! El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono mas bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como dije, que carezca de esa superioridad de espíritu, suele sentirse aliviado viendo como aumenta el número de mutilados alrededor de él.

El general Millán-Astray no es uno de los espíritus selectos aunque sea impopular o, quizá por esta misma razón porque es impopular. El general Millán-Astray quisiera crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por ello desearía ver a España mutilada, como inconscientemente lo dio a entender.

Millán-Astray, que tampoco se ha sentado, clava la crispada mirada sobre Unamuno y brama:

- ¡Muera la inteligencia!

José Maria Pemán, manifiestamente afín al bando nacional, presente en el acto, se levanta y acude a templar la discusión.

- ¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!

El murmullo iniciado con la intervención de Millán-Astray ha ido subiendo durante la del poeta gaditano. Sin embargo, Unamuno, furioso, consigue imponer su voz sobre el auditorio:

- ¡Éste es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. ¡Venceréis, pero no convenceréis! Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: Razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España. -Y tras un breve silencio, concluye-. He dicho.


Del salón surge un gran alboroto. La gente se levanta y clama contra Unamuno. Le llueven los insultos, las amenazas, y los puños se levantan inquisidores contra él. Esteban Madruga agarra a Unamuno del brazo y le indica a Carmen Polo que le ayude, asiéndolo del otro. Lo escoltan hasta la salida acompañados por el cardenal, más obligado que convencido. Al salir a la calle, Don Miguel tropieza y Carmen Polo lo sostiene.

- ¡Dele usted el brazo a la señora!- le grita Millán-Astray.

En el pasillo, Carmen Polo suelta el brazo de Unamuno y se aparta disimuladamente del tumulto.

Tras el incidente, Juan Crespo, del partido monárquico, acompaña al rector a su casa. Desde ese momento Unamuno es condenado tácitamente a arresto domiciliario, y un policía de paisano lo vigilará en las escasas salidas que le queden antes de su muerte, acontecida a finales de ese mismo año. En el tiempo que le queda, además de leer, escribir, reflexionar y sobrevivir, aún recibe visitas en su casa. En uno de uno de esos encuentros con su amigo, el escritor y filósofo griego Nikos Kazantzakis, le dirá:

“Se instauró el terror por todas partes y España se halla textualmente despavorida de sí misma. Creí que el Movimiento salvaría la civilización, al suponerlo fundado en una base cristina, pero terminé por percatarme de que sólo significaría el triunfo de un militarismo al que me opongo total y absolutamente. A esta gente les une el odio a la inteligencia y por eso fusilan a intelectuales. Si triunfan, España se transformará en un país de imbéciles. Sólo queda un terror cruel, sádico y cínico, aún más espantoso porque no proviene de excesos individuales, sino de la metódica organización de los dirigentes”.

“A las partidas de criminales, locos de atar y salvajes extrahombres de ambos bandos, sólo les mueve el resentimiento nacional, la lepra de la envidia, que señaló a fuego Quevedo, y además el rencor contra la inteligencia. Esto es un infierno. Y el que se adhiere a uno u otro bando ha de ser sin condiciones y sin piedad”


El 11 de diciembre del 36, pocos días antes de su muerte, Miguel de Unamuno escribe esta indignada carta al director del diario ABC de Sevilla, Juan Carretero Luca de Tena, en respuesta a una información publicada por el mismo el día anterior:

“Aunque conozco de antaño, señor mío, su característica mala fe, esta vez quiero decírselo. En el número de ese ABC sevillano de ayer, día 10, leo un suelto que dice: "Carta de Miguel de Unamuno a todos los centros docentes extranjeros." Pues bien, eso es mentira y usted lo sabe. Primero, hace tiempo que no soy rector de la Universidad de Salamanca desde que esta gente me sustituyó.

Esta carta, acordada en el claustro, no es mía sino de la universidad. No la redacté yo. Luego la puso en latín macarrónico un cura cerril.

Y ahora debo decirle que por muchas que hayan sido las atrocidades de los mandos rojos, los hunos, son mayores las de los blancos, los hotros. Asesinatos sin justificación. A dos catedráticos, a uno en Valladolid y a otro en Granada por si eran… masones. Y a García Lorca.

Da asco ser ahora español desterrado en España.

Y todo esto lo dirige esa mala bestia ponzoñosa y rencorosa que es el general Mola.

Yo dije que lo que había que salvar en España era la civilización occidental cristiana, pero los métodos no son civilizados sino militarizados, no occidentales sino africanos, ni cristianos, sino católicos a la española tradicionalista, es decir anticristianos.

Esto procede de una enfermedad mental colectiva, de una verdadera parálisis general progresiva espiritual, no sin base de la otra, de la corporal. Sobre todo ahí, en esa corrompida Andalucía –de una parte y de otra- este estallido de repugnantes pasiones, resentimientos, envidias. Odio a la inteligencia, se manifiesta en invertidos, sifilíticos, y eunucos masturbadores.

No es este el Movimiento al que yo, cándido de mí, me adherí creyendo que el pobre general Franco era otra cosa de lo que es. Se engañó y nos engañó. [...]

Entre los hunos –los rojos- y los hotros –blancos (color del pus)- están desangrando, ensangrentando, arruinando, envenenando y –lo que para mí es peor- entonteciendo a España. En la España que proclama como caudillo a Franco–personalmente un buen hombre víctima y juguete de la jauría de hienas- cabrá todo menos franqueza. Ni amor a la verdad. Pero ustedes, los de ABC, podrán seguir envenenando con mentiras, insidias, calumnias…

Les escribo esta carta desde mi casa donde estoy hace días encarcelado disfrazadamente. Me retienen en rehén no sé de qué ni para qué. Pero si me han de asesinar, como a los otros, será aquí, en mi casa.

Y no quiero seguir. Aún me queda por decir.”


Don Miguel de Unamuno y Jugo murió en dicho domicilio salmantino el 31 de diciembre de 1936, a los 68 años. A pesar de su virtual reclusión, en su funeral fue exaltado como un héroe falangista. Tras su muerte, Antonio Machado escribió "Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo".



(Unamuno saliendo del Paraninfo de la Universidad de Salamanca, tras su enfrentamiento con MIllán- Astray)


14 comentarios:

  1. Magnífico y muy interesante.

    Un poco de ese idealismo y fuerte convicción es lo que se necesita en los tiempos que corren.

    Me ha encantado.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Me ha llamado muchismo la atención esta frase de Nikos Kazantzakis " Si triunfan, España se transformará en un país de imbéciles." Seguramente todavía no nos hemos curado de esto.
    Me ha encantado Don Pedro, siempre es un placer aprender historias de la guerra civil de tu mano.

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  4. Ciertamente Jose. Y un junto al genio, un buen par de enormes cojones. Con esas cuatro cosas cambiariamos bastante por aquí. Me algero de que te haya gustado, pero debo advertir que yo no tengo ningún mérito aquí... Pues los diálogos fueron trasncritos y estos que veis son los originales, así que yo me he limitado a darle un poco de cuerpo y contexto a la Historia. ¡Un abrazo y gracias!

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  5. Jajajaja si es que ese hombre era un genio de los pies a la cabeza. Pero por cierto Ale, esa frase se la dice Unamuno a Nikos K. Quizá no lo haya expresado bien. Me alegra hasta el tembleque que te mole tío, me encanta compartir mis cosas con vosotros y que encima las escuchéis por algo más que paciente amistad. ¡Ya sabes que tengo debilidad por este tema!

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  6. Pedro, me ha encantado. Me ha gustado muchísimo aprender esta historia de la guerra civil.
    En serio, me ha encantado.

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  7. Debió de sentirse como un extraño o un intruso en aquella sala, hasta que no pudo más. Abrió la boca como quien se planta en solitario ante un gran ejército, defendiendo la cordura. Y de forma genial, tú lo has dicho.

    Muy interesante, Pedro, gracias por la historia.

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  8. A vosotros por "escucharla". Desde luego, es una historia emocionante.

    Si esto fue lo que dijo, de forma improvisada y acalorada, en un momento, imaginaos lo que no era capaz de hacer en cualquiera de sus libros. Vaya un dominio de la palabra. Os aconsejo firmemente que leaís algo de este hombre, que no sé si era más escritor o filósofo. Como recomendación para emepzar, "San Manuel Bueno, Martir". Es muy breve, ligera, y sobre todo, intensa.

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  9. Una de las cosas que más me han chocado del texto es el grito de "Muera la inteligencia".

    Me parece algo tristísimo.

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  10. Se me acaba de ocurrir que aplicando el razonamiento de Unamuno a la inversa sería cómo decir "Viva la ignorancia".

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  11. Aunque ya conocía la historia como te dije, sí que me he enterado de dos o tres detalles que me resultan cuanto menos curioso. Qué triste es jactarse de la ignorancia, y qué afortunados somos por no haber vivido aquella triste época.

    Enhorabuena compadre.

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  12. Culpa mía que me he confundido. Aun así me ha impactado esa frase jejeje
    Curro ahora también nos jactamos de la ignorancia, por lo menos nuestra sociedad, así que no creo que seamos afortunados, por desgracia ellos triunfaron...

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  13. Hola , te he dejado mi voto de igualmente..., este espacio me interesa mucho..., tiene contenidos que indagan cuestiones muy valiosas para mi, voy a leer detenidamente tus post sobre Orwel y desde ya estas entre mis blogs favoritos...
    un abrazo

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  14. Me ha encantado.
    Muchas gracias Don Pedro.

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