viernes, 4 de septiembre de 2009

Esas calles de la vieja Europa

Ya había estado ahí antes. Nunca había visitado esa ciudad, pero tenía esa sensación, esa certeza. Era una calle, nada más. Una calle cualquiera de una ciudad cualquiera. Adoquinada, con edificios bordeándola y árboles en guardia. Bajo el cielo azul, los rayos de sol se colaban entre sus ramas y se filtraba entre el rocío vespertino de sus hojas, repartiéndose en cientos de gotitas doradas que la adornaban. Era muy oscura a los pies, y muy vistosa a la vista, con las casas pintadas de colores pastel, vivos toldos dando sombra a sus escaparates, fruta a pie de asfalto, ruido armónico de pasos y gente charlando, música a lo lejos, y un viejo edificio de piedra erigiéndose viejo y orgulloso sobre todos los demás. La calle se dejaba seguir por la mirada hasta el final, donde desembocaba en una gran plaza, con especial gusto por las fuentes, más casas, más edificios viejos y hermosos, más árboles y más de todo. El aire era puro y fresco, y a sólo un par de calles estaba el mar. En cualquier esquina se podía uno asomar y verlo, igual que el viejo puerto de la ciudad, enclavado y abrazado por la villa. En él descasaban barcos de vela y de motor al sol de poniente, y viejos marineros curtidos por el sol reparaban sus aparejos, lijaban sus maderas o rascaban sus fondos.

La volví a ver unos días después. Adoquines, cuestas, árboles, algunos soportales, viejos edificios, altos y bajos, y antiguas casas de suaves colores. Un aire fresco, sempiterno aroma a salitre y azul y un mar que se adivinaba muy cercano. Había también prendas secándose al sol mecidas al viento, las banderas de aquella pequeña nación, que aportaban su peculiar variedad a la vasta paleta de colores repartida por el lugar. En muchísimas casas, la ropa colgaba de tendero, confundiéndose con el resto del paisaje. Fijándome mejor, encontré partiendo de allí callejuelas jugando a despistar con imposibles requiebros, inesperados giros de brújula, imágenes y azulejos de cristos, santos y grandes hombres espontáneas, placas de mármol con letras conmemorativas y pequeños contrastes cotidianos camuflados: basura junto a limpieza, orden junto a desorden, dinero junto a pobreza, ruido junto a silencio…

Así la llevo viendo toda mi vida, cientos y miles de veces. La calle siempre se muestra como el mismo telón de fondo de nuestras obras en el que apenas cambian nimios detalles del atrezzo. Siempre están ahí las ventanas de piso bajo, a la altura de los paseantes, con sus gruesas verjas que las aíslan del exterior. Algunas aparecen decoradas de vez en cuando por niños y mayores, formando paisajes o escenas con muñecos, juguetes y dibujos. Unas se abren, impudorosas, mostrando el corazón de su casa, y otras se cierran celosas, reacias a mostrar su esencia.

A veces aparecen vecinos a sentarse en su puerta, a tomar el aire y charlar a la caída del fresco, y a veces no. En realidad es una calle, aunque siempre igual, bastante imprevisible. Incluso en su trazo. De repente cuestas arriba, de repente cuestas abajo. A veces se estrecha o ensancha sin previo aviso, y es capaces de dar como afluentes tanto estrechos callejones como amplias avenidas. Hay tramos en los que el empedrado se resquebraja y se rompe, y tramos en lo que está perfecto y pulido. En ocasiones, el aroma a salitre no es tan intenso, aunque la presencia del mar siempre es latente, de alguna u otra forma. Lo que si suele ser bastante constante son las plantas y macetas que cuelgan de sus ventanas, o en las mismas puertas y aceras, marcando los trazos verdes de la calle, tono que tanto gusta y adora esta calle. Y aunque a veces el cielo se torna demasiado gris y llueve, siempre está más bonita cuando luce el sol.

Los sugerentes balcones saliendo en busca del aroma del exterior se agolpan aquí. También suele haber cúpulas y espigas apuntando a las nubes, porque es muy normal que a los edificios de esta calle, sobre todo a los más viejos y grandes, les dé por terminar de esa manera. Igual que les suele dar a apiñarse en el primer acumulo de agua que encuentran. Por la noche toda la calle se viste de naranja. A esa hora, a todos los edificios se les olvidan sus diferencias y escogen ese color para acompañar a la luna, y siempre viene de los mismos faroles viejos y negros, como no podía ser de otra forma en esta calle.

Y es con esa omnipresencia con la que me la encuentro siempre, vaya dónde vaya y esté donde esté. Da igual el país o la ciudad. Las he visto, todas hermanas y del mismo corte, lo mismo en España que en Italia, Francia o Alemania. Es la misma esencia, la que viene de nuestra patria común, la que impregna y se cuela en todos estos sitios, haciéndolas tan parecidas en el fondo. Me las he encontrado en Cannes, Nápoles y Cádiz. En Venecia, París o Barcelona. También en Roma, Praga, Dresde, Berna, Ámsterdam, Gijón, Cartagena, San Sebastián, Madrid, y mil sitios más. Todas ciudades, todos países, hijos de la misma madre, de la misma Historia: Europa. Esas calles que rezuman –reflejan- nuestra idiosincrasia, nuestras igualdades y nuestros matices, pero siempre con los mismos patrones, siempre el mismo marco común. Esas calles que sólo nosotros, y los que vienen de nosotros compartimos, y que no son las de las otras grandes civilizaciones. Qué sólo existen dónde somos, y dónde están después, es porque las hemos llevado nosotros. Las que nunca hubiéramos podido encontrar en Asia, África o la América precolombina. Esas calles repartidas a lo largo y ancho de nuestro viejo continente, por las que han circulado creadoras y circulan aún la vida y la sangre de nuestra Historia.


5 comentarios:

  1. Me ha encantado. Es muy basto

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  2. Muy bien escrito tío, estás en un terreno que te desenvuelves perfectamente y eso se nota a la hora de leerlo. Enhorabuena.

    Eso sí, no sé por qué sólo has hablado de mar, cuando muchas de esas ciudades lo que tienen son ríos. ¡Eres un fascista de los océanos!

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  3. Qué relato, me hiciste vivir ese mágico lugar..., gracias por hacernos conocer esos lugares inolvidables que no hemos tenido la oportunidad de visitar..., saludos...

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  4. Muchas gracias a los tres, queridos churumbeles. La verdad es que es un texto que tenía en la cabeza con muchas ganas de escribirlo desde hace un tiempo. A mi me gusta mucho como me ha quedado, me alegra saber que hay alguien más por ahí a los que también.

    De todos modos, no todo van a ser autofelaciones y besos negros mutuos. Por ejemplo, el señor Rafa Quintero (cuñado mío) me dijo ayer que este artículo era un puto coñazo, que se rayó tela y no le había gustado mucho. Pero me temo que me tiene demasiado cariño como para dejarlo aquí escrito a la vista de todos. Así que tanto la crítica constructiva como la destructiva tienen aquí cabida. Si no, no expondríamos nuestros textos al público ni abririamos comentarios.

    Aún así, a vosotros tres gracias, que ahora vendrá lo duro xD

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  5. Yo creo que de las malas críticas se aprende más que de las buenas.

    De todas formas,me parece un buen texto porque al leerlo vienen a la mente las imágenes de lo que has visto y en las descripciones es lo más importante.
    Otra cosa importante es que a ti te guste cómo quedó, quizás lo más importante.

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