sábado, 10 de julio de 2010

Universos (on the rocks)

Salí de las tinieblas de aquel callejón para meterme en las de aquel bar. Humo, borrachos equidistantes, el estruendo de lágrimas no derramadas goteando en lagos on the rocks y un molesto imbécil jugando a los dardos. Comprenderán los señores que apenas puedo incluir más tópicos en el local. Máxime cuando el camarero era un tipo tosco, calvo peinado con cortinilla, camisa blanca, pajarita torcida, mandil y pantalones de tergal.

Tuvo que disparar. El tiempo no cambia a las personas, el tiempo crea personas nuevas. A cada instante, en cada lugar, se destruyen y crean universos. Constantemente. Muchos universos habían sucedido desde que ellos fueron conocidos y se debieron una mínima cortesía. Quizás hubo un tiempo en el que estuvieron uno al lado del otro, pero ahora lo había tenido delante. Mientras cerraba los ojos, sabía que estaba delante. Y mientras levantaba el arma. Estaba delante, lo sabía, mientras enviaba el plomo de 9 milímetros directamente a su cuerpo. Estaba delante, enfrente, no al lado.
Está claro, en estas circunstancias, con el actual él, con los papeles repartidos, con el Universo en esa actitud tuvo que disparar.

"Sírvame algo que me sirva", dijo una voz que estrictamente me pertenecía pero que no era la mía. En un arranque de inspiración artística, el tosco bar-man sacó un vaso ancho, le echó hielos y, por probar, los mojó abundantemente en güisqui. "Menudo invento" pensé, o quizás lo dije. Quizás el camarero pensó en gruñir, de lo que estoy seguro es de que lo hizo.
Hice un poco de submarinismo entre los hielos. Primero naufragué con el Titanic, después patiné por encima de los cubitos, toqué en ellos un improvisado xilófono... y en un arranque de inspiración pragmática, me emborraché.


Estaba de patrulla una noche más. Iba por una calle y por otra, comprobando que en todas ellas las farolas circulaban en dirección contraria. Era tarde, así que en la calle había gatos, putas y gente volviendo a sus casas. Siempre pensó que las patrullas servían de muy poco.
Algo llamó su atención. Como cuando algo no encaja, algo no está donde debería. Tenía la sensación de que dos estibadores, a esa hora, sin un barco delante y sin encender ninguna luz, eran como unos pantalones vaqueros en un cuadro renacentista. Estaban cargando cajas en un camión, en silencio, rápidamente, sin parar. Decidió acercarse.

Deambulé por la ciudad, sin prestar mucha atención a nada. Conducía sin destino, sin ganas de llegar a ninguna parte. Mis superiores habrían dicho que perfectamente estaba patrullando, pero no lo hacía. No quería. El universo en el que soy un policía eficiente y dedicado tendría que esperar hasta la mañana siguiente para crearse. En el oscuro y hostil universo que acabábamos de crear mi arma y yo se había declarado el luto oficial.

"Buenas noches, caballeros", dijo. La respuesta que obtuvo fue un sobresalto, alguna maldición y la estocada de un par de pares de ojos. "Hace buen tiempo para descargar un barco... aunque no veo ninguno por aquí", y silencio. "¿Tantas ganas de trabajar teníais que no podíais dejarlo para mañana?", y más silencio. "Bien, pues echemos un vist...", "¿Eres tú?", interrumpió uno de ellos. "¡Sí, eres tú!", parecía reconocer su cara, "¡eres Daniel!", pero no recordaba su nombre.
En la oscuridad su voz le resultó familiar, pero cuando salió a la luz que una farola arrojaba entre el almacén y el camión, pudo reconocer al hombre. Era un antiguo compañero de instituto que estudió durante años en otro universo distinto al suyo.
Comenzó una precipitada, incómoda y convencional conversación de antiguos compañeros que apenas se conocen. Al llegar al tema de sus vidas laborales todo se precipitó. A ver cómo iban a seguir charlando un policía y un señor que se negaba a decir lo que hacía tan tarde en un almacén del puerto. El silencio narraba la situación con descripciones que abrumaban. "No te pueden dejar marchar tan fácilmente", decía el silencio, "sería una temeridad". "Son dos contra uno, quizás vayan armados", seguía, "y vosotros tampoco lo tenéis todo a favor, porque es policía, hagáis lo que hagáis estáis jodidos". "De perdidos al río", fue la frase que el silencio dijo y sirvió como pistoletazo de salida.

"Póngame otro güisqui, por favor", juro que lo necesitaba.

Disparó uno, al otro no le dio tiempo, el cómplice salió huyendo entre las sombras.

Salí del bar con los ojos llorosos, digamos que por el humo. Misión cumplida, me tambaleaba al andar. Nunca una bala había sido causa de una resaca tan devastadora.

¿Qué debería haber hecho?

¿Qué opciones me quedaban en este universo?

¿Qué más podía hacer?

Beber.

Disparar.


P.D: Quizás me ha quedado algo lioso por el tema del desorden temporal y de las dos narraciones paralelas, pero el pobre nació así de amorfo.

"Y ahí tienes a cuatro millones de parados viendo el fútbol..."

5 comentarios:

  1. Original y atrevido como siempre. Tiene buena pinta esta nueva serie policíaca.

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  2. Personalmente agradezco esta forma paralela de enlazar los relatos, le da tela de dinamismo. En general me ha gustado más la puesto en escena que el final, pero muy molón todo.
    Deberías crear una etiqueta para relatos policiacos!

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  3. Creo que te estás saliendo demasiado del pellejo, estate quieto.

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  4. Sensacional.

    P.D: Me uno a la iniciativa de Jose.

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