jueves, 2 de septiembre de 2010

Diez capítulos para un cadáver (II)

De todos modos, dijo el forense mientras se quitaba el guante de látex, eso se avisa antes, hombre. Hechas ya las paces con el inspector, y habiendo presentado cada uno sus propias explicaciones y excusas, fumaban en silencio, con la mirada perdida en la noche, mientras el resto de agentes trabajaban sobre el terreno. La imagen era, para qué negarlo, bastante sombría. El forense, moreno, chupadillo, con una barba ya despuntando y exigiendo su apurado mañanero. En realidad, no parece mal hombre, pensaba. Se refería al inspector, no al cadáver. El inspector, con un poblado bigote cano –pero con su borde interior amarillento, casi ictérico, con ese color sucio que sólo saben dejar el alquitrán y el humo– también daba lentas caladas a su cigarro. Voy a tener que acostumbrarme a trabajar aquí, pensó mientras se difuminaba la última voluta de humo que exhaló. Ciertamente, en Madrid somos bastante más discretos con la información. Lanzó una furtiva mirada en derredor. Bah, para qué, pensó mientras se encogía de hombros. No hay ni un puto periodista igual. Allí habría ya una docena de chupatintas morbosos sacando fotografías para rellenar la sección de sucesos.
– Disculpe de nuevo el exceso de celo por mi parte, Don Pedro.
– Bueno, ha sido un tonto malentendido. Entiendo que de dónde usted viene se hacían las cosas de otro modo. Perdóneme a mí también, Don Fernando.
– En fin, tiene usted razón. Dejémoslo en un estúpido malentendido.
– Vamos a tener que vernos mucho ahora que está usted aquí, así que es mejor llevarse bien. Le prometo que no siempre soy tan imbécil como a las cuatro de la madrugada.
– Nadie es nunca tan imbécil como a las cuatro de la madrugada – dijo el inspector sonriendo por la comisura de la boca.
Junto a ellos, ignorando respetuosamente la conversación que se dejaba caer a su lado, el subinspector Antonio Fernández miraba sin perder detalle, con sus ojos de búho encerrado en grandes gafas de montura fina, el trabajo de los agentes. Para él la noche se reducía a eso: oscuridad, silencio, densas nubes marrones sobre su cabeza, los focos naranjas iluminando la escena, parpadeos blancos y azules de la señalización de tráfico, y bruscos destellos de flashes dilatando esporádicamente sus pupilas. Y una pizca de material de inspiración, por qué no. Poco más, apenas el bajo murmullo de los agentes, trasiego de material de aquí para allá, y un muerto presidiendo la escena. Un muerto grande, pasados de sobra los sesenta, de carne áspera, quemada y cuarteada por el sol, frío, pálido, y con un cuchillo clavado en el cuello.
– ¿En quién piensas para esto, Antonio? –le preguntó con guasa el forense, viejo perro conocido – ¿Sherlock tal vez?
– Para nada –contestó tan encantado como divertido el canijo subinspector– Esto es más de Jessica Fletcher. Quizá de Hércules Poirot… o el primer muerto de un asesino en serie de cualquier otra novela de Agatha Christie.
– Hay que joderse –terció ahora el inspector–, un subinspector aficionado a las novelas de detectives.
– Literatura pura, oigan– se defendió.
– ¿Diría usted que ha sido obra de un profesional, Don Pedro? –preguntó el inspector concentrándose de nuevo en el caso.
– Hombre… pues no sé –dijo el forense volviendo a su trabajo–. El cadáver está bastante limpio, yo veo pocas pruebas por aquí, a simple vista, y la verdad es que no es un sitio muy natural para dejar un cuerpo… Por otro lado, el corte del cuello no es muy fino, no está en el lugar más indicado, ni donde suelen darlo los profesionales. Está demasiado cerca del cráneo. Pero le ha seccionado la carótida externa y la yugular igualmente. Total, que yo diría que algo le habían indicado, y algo sabía de lo que estaba haciendo. Pero mucho, mucho, pues no lo había hecho antes, no. De todos modos, hay que estudiarlo a fondo. Lo mismo hay algo más. ¿Saben ya de dónde era?
– Éste va a ser de ahí –dijo el subinspector, señalando con la mirada un pequeño cúmulo de luces naranjas, a unos pocos kilómetros de distancia, varadas junto a la costa.

Un trueno tímido, como pidiendo permiso para aparecer, mandado por la tormenta que se avecinaba a meter la cabeza en una habitación llena de gente haciendo caso a otro centro de atención, hizo caer las primeras gotas sobre el escenario en el que reposaba el finado. Los guardias se aceleraron en sus tareas, mientras el forense y el inspector protegían la lumbre de sus cigarros con la mano, y el subinspector, más chulo que un ocho, sacaba un zippo y se encendía uno.
– Bueno señores, me disculparán, pero yo aquí ya he terminado y mi mujer me reclama– se despidió el forense–. Que no termine mal del todo la noche.
Los otros dos permanecieron un rato más allí, velando por el buen orden de todo aquello. El subinspector se quitó las gafas y secó inútilmente con su camisa las gotitas que ya se habían posado sobre ellas.
– Veremos a ver cómo termina esto –le dijo al inspector.
– Tampoco creo que nos cueste mucho saber quién lo hizo –contestó éste lanzando la colilla al suelo.
– ¿Y esa seguridad?
El inspector Gordillo se limitó a señalar vagamente con la cabeza un elevado poste situado a unos cientos de metros, en la calzada del sentido contrario de la autovía, sobre el que reposaban tranquilamente dos cámaras de vigilancia de tráfico.
– Pues casi mejor –dijo el subinspector Fernández–. Así, si es un asesino en serie, lo capamos desde el principio.
– Vaya hombre, yo pensaba que preferiría usted un caso largo y rebuscado y un asesino con su intríngulis. En plan película de Fincher. O Tarantino.
– Hombre, no estaría mal. De todos modos, un muerto tirado en medio de la carretera con un cuchillo clavado en el cuello ya es, a priori, lo suficientemente interesante. –Los dos hombres siguieron fumando lentamente, y Fernández lanzó un suspiró al aire–. Aunque sigo esperando que algún día se me presente mi John Doe particular.
– Usted mismo. Pero le advierto que cómo esto sea Seven– contestó el inspector mientras veía la cremallera de la bolsa de cadáveres atascarse con el cuchillo clavado en el cuello–, yo me pido a Morgan Freeman.

3 comentarios:

  1. Bueno señores, ahí va el segundo capítulo. Pero no se me acostumbren, que el tercero tardará un poquto más. ¡Al menos que haya cosas de mis apañeros en medio! Espero sus comentarios, un besín!

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  2. Me gusta, espero el siguiente, quiero mas a don Pedro... La parte del cine es genial y el final de me pido a Morgan XD.
    PD: Que sepas que cuando deje de salir Don Pedro no voy a leer mas

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  3. Ya te dije lo que opino del texto. Me gusta más que el primero porque se lía menos y porque las referencias te han quedado encantadoras.

    Un besín.

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