jueves, 14 de octubre de 2010

Cementerios

Que cómo coño se me ocurría decir eso, me preguntaron hace poco tiempo. Que sí, insistí yo, que es como todo, sólo depende de la forma de ver las cosas. Perplejos, así se quedaron, con una absoluta actitud sorpresiva ante mi breve afirmación. “Los cementerios pueden ser bonitos”. No era para tanto desde luego.

Y es que puedo garantizar que esto en París ocurre, pasear por el cementerio de Montmartre es una grata experiencia, avanzar al paso de los gatos negros y torcer el cuello adivinando ver aquella tumba que reluce detrás de aquella que gusta. Internarte sin rumbo por las orillas de las lápidas, allí donde ya no hay acera, donde te preguntas si andar por encima de un cadáver es respeto o herejía. Una atmósfera entre marrón y verde, tonalidades que deberían ocupar un espacio en la tristeza pero que por concordancia dejan el estado de ánimo en status quo.

Luego, cementerio Montparnasse, es decir las celebridades bailando quietos en sus tumbas. Cristianos y musulmanes, musulmanes y judíos, judíos y ateos. Todos juntos, no por creencias, no por fe, sólo por amor, amor a la vida. Y a la gente, a aquellos que quieren poder seguir admirando a los genios que lamentablemente no perduraron lo que debieron perdurar. El cementerio de la admiración, del recogimiento entre sonrisas, el cementerio de Cortázar, de Sartre, de Ionescu, de Vallejo, de Baudelaire, el de las conjunciones de los talentos inmortales y las rosas en los suelos. El de los huecos en las lápidas y los laberintos descubiertos.

O se puede ir hasta Pere Lachaise, y entrar en el cementerio más grande de la antigua Lutecia, y andar y andar y andar y andar. Andar sin prisa pero sin pausa, superando la preciosa entrada de rue Roquette y entonces, ahora ya sí, sentarte y sacar tu café y tu manzana como hacen los parisinos y respirar aire de muerte. Moverte por la gente, ver las colillas que lanzó con desprecio Jim Morrison antes de morir y unirte a la cola de ansiosos fans que pululan alrededor de su tumba, pasar del algarabía y girar para encontrarte de frente con la tranquilidad en rosa de Edith Piaf o con el descanso tragicómico de Moliere. Llegar a la vida por la muerte.

No ser creyente, no pensar en nada más, saber que no existe el resto. Sólo pasear feliz sabiendo que lo que rodea París por norte, sur, este y oeste son cadáveres, afirmando que aquello que allí nos encontramos es sin duda el final. Pero, ¿y qué?, ¿cuántos finales tan bonitos como esos nos encontraremos el resto de nuestra vida?. Ya respondo yo, pocos.

6 comentarios:

  1. Buen texto, Curro.

    Nunca he pensado que un cementerio sea un lugar feo por lo que representa, pero sí me da mucho respeto.

    Evidentemente luego hay otra serie de cuestiones de cuestiones, ya sea estéticas o culturales, que las hacen independientes de las demás.

    Enhorabuena.

    Un saludo.

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  2. Me has recordado a las reflexiones de La insoportable levedad del ser, también Franz se quedó igual de perplejo cuando Sabina le habló de la belleza de los cementerios, en el Diccionario de Palabras Incomprendidas. Pero el estilo es como de Cortázar ("avanzar al paso de los gatos negros y torcer el cuello adivinando ver aquella tumba que reluce detrás de aquella que gusta"). Por cierto, aún me tienes que enseñar su tumba!

    Un abrazo, bonito mío!!

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  3. Una parafilia extraña la que tenemos nosotros con los cementerios... Pero tienes razón, no tienen por qué ser feos. Sí, incluso pueden ser hermosos.
    Cementerios de pequeñas y talladas lápidas blancas, serenas e impolutas, refulgiendo bajo un cálido sol, extendidas ordenadamente sobre verdes colinas mientras pequeños riachuelos de agua cristalina corrían entre ellas. Eran los muertos más injustos y más tristes que he visitado en mi vida, y sin embargo, su descanso era hermoso.
    Sereno, quizá sea la palabra. Y vivo.

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  4. Es curioso como has sabido encontrar la belleza en un mundo tan lúgubre como un cementerio donde no podemos evitar entrar en esa parte tan compleja de la psique como el raciocinio y donde la fe y todo lo demás ya poco importa.
    ¿Qué más da la fe o lo que nos rodea? El fin retumba en tu cabeza en estos lugares pero...como bien comentas el fin lo pones tu!
    Ya hayas obtenido un buen fin o no, lo que mas importa es lo que queda y ahi entramos en la perpetuidad del ser en los corazones de los que andan recordando a los que ya se fueron.

    Buen artículo, seguiremos en patociencia.

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  5. La escultura es escultura, la arquitectura es arquitectura. Me importa muy poco si lo de dentro son restos de personas.
    Estoy de acuerdo en que hay cementerios verdaderamente bellos. Y aunque el culto al muerto me parece una estupidez, reconozco que hay cierta gracia en los monumentos a la propia muerte, a lo inevitable.
    Buen texto, monamí.

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  6. La muerte no es algo sagrado que se ofende al pasear por su mausoleo. La muerte es solo el resultado de la vida.
    La paz, los gatos que la disfrutan, las estatuas y lápidas que recuerdan a quien vivió, a quien soñó.
    Un paseo por un cementerio, sobre todo en una gran ciudad, París, Roma, Barcelona, La Habana..., es un tiempo de paz, de silencio, de encuentro con una misma.

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