lunes, 6 de diciembre de 2010

El insomne Mr. Lorenz

El pobre Edward Lorenz daba vueltas sin parar en la cama, en la que estaba siendo la noche más larga de su vida. Agitado, no paraba de cubrirse y descubrirse con sus sábanas color morado, con la esperanza de que al asomar la cabeza los fantasmas que lo atosigaban hubieran abandonado la escena. Pero no. Su mujer había optado por ignorarlo y dormía plácidamente a su lado, lo que alimentaba aún más su angustia. La más impenetrable oscuridad se ceñía sobre él, sólo podía ver una gran masa homogénea, densa y negra, envolviéndolo. La ansiedad nacía de sus tripas, los nervios le acalambraban los brazos y las piernas, y los dientes le rechinaban. Castigado por el miedo a pasar toda la noche en vela, a dar vueltas improductivas en la cama. Vueltas, vueltas, vueltas y más vueltas. Sólo aguardando la salida del sol. Y con ella, el abismo. Ignorancia, el vacío. Era imposible prever qué podía suceder. Cualquier cosa. Absolutamente cualquier cosa. Tal vez la muerte. La de él, la de su familia. Cualquier cosa.

Atrás quedaban los días de gloria y fama, de multitudinarias conferencias, de clases magistrales, de acopio de premios, admiración y doctorados honoris causa. Esos cálidos recuerdos quedaban ya muy atrás, y no podían consolarle ahora. Añoraba su época de universitario, sus mañanas en la Facultad de Matemáticas en Harvard, sus primeras investigaciones sobre meteorología, sus primeros trabajos. Cuando aún era un joven prometedor, con toda la vida por delante, sin grandes preocupaciones. Y sobre todo, sin responsabilidad. Después vino su gran descubrimiento, su gran teoría. Algunos habían visto en ella el mayor talento integrador desde Hawking. Otros, apenas un incipiente complejo megalomaníaco no muy bien disimulado. Algunos psicólogos de corriente freudiana incluso vieron en ella rastros de un conflicto sexual no afrontado con su madre, representada en los bellos insectos que le sirvieron como ejemplo explicativo, pero eso es otra historia. Los atractores extraños. El atractor de Lorenz. La teoría del Caos. O como es mundialmente conocida con el término que él mismo acuñó: el efecto Mariposa. Y con ella, la Gloria.

Todo eso le venía en mente en esa noche aciaga, sin consolarle lo más mínimo. Desasosiego. Angustia. Pura angustia. Y remordimiento y lamento. Esa misma noche, antes de irse a la cama, había estado revisando gustoso el original del artículo que sería publicado al día siguiente en el nuevo número del Lancet. Sin embargo, todo se fue al traste cuando se dio cuenta de que en la decimoquinta línea del tercer párrafo de la cuarta página del artículo, se había comido una coma. Rápidamente, se apresuró a telefonear a la oficina central de la revista, al director, a la imprenta, a remover cielo y tierra a fin de subsanar la errata. Pero ya era demasiado tarde, imposible parar las máquinas, retrasar el pedido, retirar los impresos, sustituir la tirada. Sin remedio posible, tamaña omisión vería la luz con la mañana del siguiente día. Y el pobre Mr. Lorenz, consumido por la desazón y el miedo, no podía conciliar el sueño sabiendo que cualquier desequilibrio o catástrofe que aquel error causara en el Mundo sería, sin remedio posible, responsabilidad suya.


2 comentarios:

  1. Él sabe bien lo que una coma puede acarrear xD. Gran texto, tío!

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  2. Tremendo, como te dije. Eso se te debió ocurrir follando, pensando en follar o estando a puntito de hacerlo.

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