martes, 4 de enero de 2011

Del pueblo sabio

Cuenta una vieja historia, creo que india, que todas las mañanas a la misma hora las mujeres de un antiquísimo poblado solían reunirse para charlar, mientras lavaban la ropa en el río. Una mañana, una de las mujeres notó que una de sus amigas llevaba un anillo de plata en la mano, en el que nunca antes había reparado. Así que le preguntó por él. Sí, me lo ha regalado esta mañana mi esposo... contestó ruborizándose. Es que hoy hace cinco años que nos casamos.
Otra de las mujeres, que había escuchado la conversación, comentó a la que estaba a su lado, ¿has visto el pedazo de anillo de plata que lleva la mosquita muerta esta? Que a su vez, dijo la compañera más próxima, ¿De dónde habrá sacado un anillo de oro con lo joven que es? Sin duda será de su amante. No, no, contestó la otra, he oído que se lo regaló su marido. ¿Y cómo ha conseguido ese el dinero suficiente para comprar un anillo de oro y diamantes? De algún lado habrá lo robado, porque evidentemente no gana suficiente para eso.
Y de ese modo, a la última muchacha que acudió al río a lavar su ropa sucia aquella mañana, le llegó el rumor de que el marido de la tía aquella tenía una aventura sexual secreta con la princesa del pequeño reino, y que le había regalado un precioso anillo, que este a su vez entregó como muestra de amor a su esposa, para evitar así un incómodo ataque de cuernos y la jodienda del qué dirán de después.

Eres un gilipollas y un grandísimo hijo de puta, puedes darte por muerto... ¡A mí no me traiciona nadie! Le gritó la princesa al marido de la mujer que había recibido el humilde anillo de plata con lágrimas en los ojos. Pero... pero... balbuceó intentando defenderse el pobre hombre mientras dos forzudos soldados lo arastraban fuera de la habitación de la princesa. ¡Pero tú no lo entiendes! ¡Yo no he dicho nada! ¡No sé cómo ha pasado! ¡Lo juro! Y cuando ya estaba cruzando el umbral de la puerta, escuchó resignado la orden que a voz de grito recibió el capitán del regimiento. ¡Que le corten la cabeza!

Lo que todavía no alcanzo a entender, se decía la princesa a sí misma horas después, cuando hubo conseguido serenarse, es cómo sabe la gente lo de la pequeña miniatura con forma de elefante asiático que tengo alojada en el recto. Porque yo al imbécil este nunca le había dejado darme por culo.

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