sábado, 9 de abril de 2011

Es una la-ta el trabajar

La mayoría de personas tienen la suerte de morir sin experimentar lo que es el verdadero terror. Se llevan sustos, disgustos, malos ratos… pero son unos auténticos afortunados porque nunca han visto ensombrecerse el mundo bajo el manto maldito de la más profunda oscuridad. Jamás han palidecido ni han deseado que todo acabara en una tragedia rápida. Hay gente que nunca ha experimentado el dudoso placer de que sus ojos dieran vueltas hasta casi salirse de las órbitas buscando el lugar desde donde el peligro los acechaba.
El mundo se mueve por el miedo. Los países toman sus decisiones con miedo, atemoriza a otros países y someten al pueblo bajo el pesado yugo del terror.
El miedo a ser rechazado, al éxito, al fracaso, miedo a la oscuridad, a la soledad y miedo a las alturas. Todo obedece a la fría dictadura del sentimiento más poderoso que conoce el hombre.
Él conoció el miedo una fría mañana de Febrero. Treintañero y soñador, nunca había sentido nada tan intenso como la terrible descarga eléctrica que le taladró la espina dorsal aquella mañana. Se quedó paralizado, con la cara esculpida en sal, las manos temblorosas y el cuerpo rígido como un mascarón. Sus extremidades no alcanzaban a reaccionar. Sus ojos, platos soperos, estaban a punto de rebosar, de decir que ya basta, de negarse a continuar.
Todo había ido bien desde que se despertó. Un buen desayuno, una ducha rápida, un lavado de dientes y un enjuague. Ni se había cortado afeitándose, cosa rara en él. Un post-it de su novia le deseaba suerte. Ay, lo que le aguantaba la pobre. Llevaba el móvil, se había echado colonia, llevaba una copia de su currículo en el maletín, ¿la cartera?, sí, la llevaba, también el bono-bus y un paquetito de clínex con olor a eucalipto.
Llevaba meses, desde que cerró su empresa, echando currículos por aquí y por allá. Como caída del cielo vino aquella entrevista de trabajo. Era algo mesiánico, algo inverosímil. Daba perfectamente el perfil, apenas había aspirantes y las condiciones eran excelentes. Nada podía salir mal.
La noche anterior escogió del armario su traje más elegante para ponerse de punta en blanco, hecho un pincel. Quería causar buena sensación.
Cuando salió al pasillo, el sonido de la puerta cerrándose detuvo el tiempo. Las cuatro milésimas de segundo más interminables de su vida se tomaron su tiempo para pasar por el mundo, sin prisas, gozándolo, contoneándose. Y es que fueron exactamente cuatro milésimas lo que tardó en preguntarse “¿Llevo las llaves? ¿Y, por cierto, por qué llevo todavía las babuchas con cara de perrito?”.

P.D: Pobre hombre.


"Si Jesucristo hubiera muerto de colesterol, ahora durante la Semana Santa lo sacarían en procesión con trozos de panceta..."

5 comentarios:

  1. Primero, antes de nada, la foto de Luis Aguilé, acorde al título es inmejorable.

    El relato me gusta, es otra muestra de tu tragicomedia. La única pega que le veo es que después del tercer párrafo el cambio es algo brusco, no cambia el marco, pero sí el cuadro. Me ha dejao fuera de juego.

    Un abrazo.

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  2. xD Una muerte a tiempo es una victoria!

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  3. Primo, sabes que adoro los crossover y los cambios de ritmo. Sí, y los culos pelúos.

    P.D: Me alegro de que os guste, hombre.

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