viernes, 27 de enero de 2012

El viejo murió esa noche

Yacía sobre la cama, postrado y consumido. Su respiración entrecortada parecía más un quejido o un lamento que el fino lazo que le unía a la vida, esquelético y con la mirada perdida. En la habitación oscura, tres mujeres lo miraban morir a la derecha de la cama, muy arregladas, hablando sin cesar en voz baja entre ellas. El doctor hacía ya rato que se marchó, y un joven, quizá un pariente lejano, lo miraba sentado en una vieja silla de mimbre en la esquina del otro lado, reflexionando. Cuestionándose sobre aquella muerte, aquellas causas, aquel doctor y aquellas viejas, en las que por supuesto él también era objeto de chisme secreto y comentario velado. En la habitación no había ventana. No las hubo nunca. Ni más lámpara que aquella que derramaba una lánguida luz anaranjada sobre la cara huesida, aguileña y calva del enfermo. Lámpara, lo llamamos, y no era mucho más que una vela derretida a punto de extinguirse. Como él. 
Su condena era pequeña, pero era eterna. Eterna en su duración, pequeña en su exposición. Pequeña administrativamente, digamos. Apenas una palabra en apenas un papel de apenas pocos centrímetros. Tan pequeño como una cucharilla de postre. Y la condena era aún pequeña en aquél pequeño espacio, pues no ocupaba más de veintiún milímetros en su exposición.
Las tres viejas a la derecha seguían hablando, seguían murmurando, seguían desaprobando. El jóven a la izquierda aeguía sentado, seguía interrogando, seguía cuestionando. El doctor seguía ausente. El viejo seguía mirando, sobre su nariz, un mundo imaginario con los ojos perdidos y desbocados más allá de la oscuridad de la habitación y de cuantos lo rodeaban. El viejo empezó a agitarse, el doctor regresó y le administró un calmante, sus acompañantes se marcharón.Y se quedó solo en aquél cuarto lúgubre en su vieja cama, con los ojos aún abiertos mirando más allá de las paredes negras.
Volvió a ver a los de antes. Y vio a muchos otros. Y vio más cosas. Vio una Justicia sin venda en los ojos y con la toga remangada por encima de los muslos haciendo arrumacos con señores trajeados y poderosos. Vio procesiones y al pueblo de rodillas entregando su dinero con lágrimas de emoción para vírgenes y mantillas. Vio púlpitos incendiados y las puertas de las iglesias abrirse para dejar salir a la gente a la calle con hachas y antorchas. Vio reyes desnudos, infantes desnudos, pajes desnudos y admiradores desnudos congratulándose de lo hermoso y rico de sus ropas. Vio a mujeres y niños gritar ¡guapa!, ¡guapa! Vio como la Justicia, en pleno frenesí, arrojaba lejos la espada y esta calló atravesando a un pobre. Vio a sus vecinos comer de las migas que caían de la boca de sus alcaldes. Vio a Caín susurrándole al oído. Vio a la Justicia llegar al orgasmo dejando caer la báscula al suelo. Y todo el mundo de aquel universo imaginario que veían sus ojos se detuvo en un instante a mirarlo a él, y a gritarle. ¡Vivan las cadenas!
El viejo murió esa noche.
Murió abandonado. Murió de español. 

5 comentarios:

  1. ¿Se puede morir antes de haber muerto? Sí, eso es la derrota.
    Vive de tal forma que cuando llegue la hora de la muerte sientas pena por dejar esta vida.

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  2. La escena infernal y grotesca (y lastimosamente en breve será real) del último párrafo justifica que hayas hecho este texto. La visión del moribundo me ha conmovido, vamos.

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  3. Respuestas
    1. Te imploro que respetes mi opinión: el final es bastante conmovedor.

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  4. Estoy de acuerdo, el último párrafo es muy bueno

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