domingo, 1 de marzo de 2009

Motas de polvo

Laura había llegado cinco minutos antes de la hora prevista, como solía hacer. Era una persona que daba una importancia suprema a la puntualidad, le venía de casta. Sin embargo, solía permitirle a la gente esos diez minutos de rigor, especialmente a Miguel, que en este aspecto actuaba conforme al español de a pie, del que no le preocupa ese tiempo perdido.

Pero esta vez todo era diferente, siempre partía con la idea de la futura llegada del que fue su prometido, excepto aquel Martes. Aquel día la duda formaba parte del ambiente. De esa nimiedad dependía el futuro de ambos, por eso Laura actuaba de esa forma tan extraña. Fumaba cigarros de nerviosismo, de los que se consumen en minuto y medio y tienen un rápido sustituto. Por eso no había probado aún el cortado que se encontraba ante sus ojos. Por eso miraba con ansiedad a la puerta del local, y toda entrada le parecía ser la de Miguel. En esos segundos de confusión siempre se entumecía, flexionaba las piernas y hacía ademán de levantarse, no le importaba el resto de los clientes del bar, en el momento en que entrara en contacto visual con su amado estaba dispuesta a correr hacia él y abrazarlo eternamente, totalmente preparada para no volver a separarse de sus brazos, para unirse a él y jurarle que nunca más haría algo así. Y que le quería, le amaba más de lo que nunca ella podía imaginar que hubiese amado a nadie.

Su acción había sido insospechablemente perniciosa, pero a pesar de que ella sabía que no era tan fácil concebir el perdón ante determinadas circunstancias, confiaba en que Miguel pasara página, nunca le pidió que le entendiera, ni siquiera quiso oír palabras anejas a su perdón. Cualquier mención al tema le producía la más honda de las nauseas, le atormentaba por momentos pensar que ella jamás podría haber absuelto a nadie por algo similar, pero estas negativas cavilaciones desaparecían cuando imaginaba un futuro la mitad de feliz de lo que había sido su pasado con su, aún todavía, prometido. Sus personales disyuntivas, como ya digo, se evadían lacónicamente cuando recordaba el amor que se suponía recíproco.

Pero de menos cinco, se pasó a en punto, a y cinco, a y diez... Y la ansiedad de Laura se hacía aún más patente. Y lo que era peor, su esperanza comenzaba a decaer con estrépito.


Mientras tanto, Miguel había dedicado la mañana a reflexionar, a sopesar la situación y a tomar una decisión. Era una persona que adolecía de sangre caliente, si habitualmente meditaba en exceso cualquier opción, en esta ocasión se habían triplicado sus vacilaciones.

Y como era de prever, a falta de cinco minutos únicamente tenía claro que el sentimiento que había tenido por Laura seguía vivo. Pero, ¿era eso suficiente?.

Aparcó su motocicleta cerca de la cafetería donde debían encontrarse, que se encontrase en el lugar no era indicio de que hubiese zanjado una de las dos opciones. Lo había hecho precisamente por lo contrario, encontrándose cerca del objetivo podía apurar al máximo su decisión. Esperaría hasta el momento adecuado, y se dejaría llevar por el primer impulso que le viniese a la mente tras esa especie de pistoletazo de salida.

Y llegó el momento, diez minutos después de la hora acordada, desde el principio había pensado que era un buen límite. Concordaba con su habitualidad. Y comenzó a andar, la vuelta atrás era irrealizable. Tenía que ser fiel a sí mismo. El perdón estaba cerca.

Entró en aquella céntrica cafetería por la puerta lateral, y contempló el local en su totalidad. Pero un recoveco le impedía entrar en contacto visual con una pequeña mesa esquinada. Allí se hallaba Laura, marcándose los últimos segundos más cercanos a Miguel de su vida.


La escena fue inverosímil, Miguel no pensó en que hubiera una mesa que no pudieran visionar sus ojos, sin la menor de las desesperaciones echó dos vistazos más y se marchó con la conciencia tranquila pero con tristeza, comprendiendo erróneamente que Laura no había podido perdonarse a sí misma por su intolerable acción, y que había decidido, por el bien de ambos, abandonar la relación que tanto buenos frutos había dado. Estaba orgulloso de su chica.

Por otra parte, Laura esperó, esperó, esperó y esperó. Quien sabe si minutos, horas o días. A pesar de plantearse ese desenlace nunca pensó en sus consecuencias. Estaba claro. Miguel no había ido, la cita era un ultimátum, y por lo tanto, no había conseguido perdonarla. Mientras abandonaba el local, paseaba nocturnamente con la mente en blanco. Su vida no había cambiado con el error, había cambiado aquel día en aquella cafetería.

Nunca más supieron nada el uno del otro.


P.S: Colgado a riesgo de recibir la mayor de las palizas.

6 comentarios:

  1. Muy buen texto, Curro.
    A resaltar que me has llegado a meter en el final y has conseguido emocionarme.
    Ya te comentaré con detalles cuando te pille ;)
    Bien hecho, crack

    ResponderEliminar
  2. A mi lo que no me gusta es el título, por lo demás, muy chulo.

    "La escena fue inverosimil" ¿¿?? xD

    ResponderEliminar
  3. Laura tenía que ser. Dudabas entre Laura y Lucía, di la verdad XDXD Muy buen texto, tío!

    ResponderEliminar
  4. Gracias por comentar camaradas.
    *Antonio, espero con interés tu profunda visión.
    *Pedro, ya te he comentado que soy el puto peor para los títulos, os voy a tener que pedir que me lo pongáis vosotros.
    *Rafa, estaba clarísimo xD. Dudé, pero me decanté por mi favorito.

    ResponderEliminar
  5. Guauuuu!!!! ME ha molado tela. ¿es el que me mandaste? y yo no leí. Tío me imaginado la historia cantada por un cantautor de baretos, con humo, cerveza y música de fondo. Me ha encantado tio.

    ResponderEliminar
  6. Tu siempre te imaginas las cositas bonitas cantadas por un cantautor de baretos, con humo, cerveza y música de fondo...

    ResponderEliminar