Cuando miles de españoles salieron a la calle aquél glorioso domingo quince de mayo en el que despertamos, lo hicieron sin chaquetas, sin bandos, sin fusiles de uno u otro partido. Salimos a la calle indignados, gritando un sonoro y rotundo NO a aquellos a los que votamos hace tres años para dejar que les gobiernen otros. Teníamos muy claro lo que pedíamos: pedíamos Democracia Real. Estamos cansados de una democracia que es representativa en lugar de participativa, y que encima de todo, ni siquiera nos representa. Salimos a la calle con consignas claras: si votamos a políticos no queremos que nos gobiernen mercados, no entendemos porque en una estado “democrático” todos los votos no valen lo mismo, los políticos tienen privilegios que niegan a sus electores y los tres poderes no están separados. Salimos a la calle rojos de ira, porque entre los dos partidos que tratan de bipolarizar patológicamente nuestro Parlamento, acumulaban en sus listas más de 200 imputados por corrupción. No éramos ni de izquierdas ni de derechas. O mejor dicho, sí lo éramos, pero allí estábamos todos juntos pidiendo lo mismo. Fue la magia de aquél quince de mayo, que yo pudiera estar manifestándome justo por detrás de los miembros de Izquierda Anticapitalista, junto a amigos comunistas y capitalistas, a la vez que familias democristianas o conservadoras. No había color en Cádiz aquél domingo, sólo gritos de indignación pidiendo lo mismo: cambiemos las reglas del juego. Jóvenes, adultos, hombres, mujeres, trabajadores, empleados, estudiantes y parados no queríamos destruir el sistema. Queríamos cambiarlo, hacerlo más justo. Tal vez, para que la próxima vez que quisiéramos jugar a la Democracia, pudiera servir para algo.
España siguió así una semana, desde que el primer grupo de valientes conquistara la plaza de Sol y la hiciera bastión de nuestras protestas. Desde aquél lunes, miles y miles de ciudadanos, espoleados unos por los otros, gracias a aquella chispa recogida por las acampadas y prendida en viva llama, continuamos exigiendo lo mismo. Queríamos Democracia Real. Más plazas conquistadas surgieron como setas en todo el país, y más tarde, en Europa. En ellas la gente protestaba, tomaba el megáfono en las asambleas, decoraba los espacios con sus carteles, sus situaciones, sus frases. El pueblo salió a la calle y vertió todo su arte en ellas. Y el pueblo hablaba. Charlaban los unos con los otros, mientras los políticos hacían oídos sordos y a nosotros ya ni nos importaba. Como el prófugo de la caverna de Platón redescubrió sus ojos, nosotros nos encontramos con nuestras voces, y el gozo que nos producía escucharnos era estímulo suficiente. Las acampadas eran limpias, cívicas, educadas. Ejemplares en su mayoría. Comisiones cuidaban de los niños mientras los padres debatían, organizaban limpieza, recibían comida y mantenían el orden. El ejemplo, trabajo y estímulo realizado por tantos ha sido, sin duda, impagable. Gracias a todos, acampados o no, que han alimentado y mantenida viva la llama olímpica que ha incendiado España. Con un solo grito, ASÍ NO. Con un solo objetivo, CAMBIEMOS LAS REGLAS DEL JUEGO.
Sin embargo, como un corredor de maratón sin un recorrido marcado, el movimiento ha seguido corriendo sin saber exactamente donde va. Y lo que es peor, olvidándose de dónde tomamos la salida. Fue el domingo quince de mayo en el que, gracias a un movimiento sin ideologías, sin interés individuales, sin partidismos, se tiró la primera piedra. Pero ahora se habla de más cosas en las acampadas. Y hablar de ecologismo, feminismo, fuentes de energía, y posicionarse de una u otra forma ante tal ley mercantil es tomar partido por algo, desde una trinchera determinada. Es hablar de ideologías, de posturas. Todo lo contrario de lo que gritamos el día quince. Eso está pasando en muchas partes, en Cádiz también, y todos lo estamos viendo. Preocupado por lo mismo ayer fui a la asamblea de las ocho, y pedí el turno de palabra, y tomé el micrófono. Sí, era yo aquél chiquillo, por si algunos de los asistentes lee esto y lo recuerda. Avisé de que no éramos ni los primeros ni los últimos en levantarnos. Porque las revoluciones empiezan y acaban, y no siempre consiguiendo aquello para lo que nacieron. Para ver revoluciones, sólo hay que abrir un libro de Historia. Y esa en la que tanto nos inspiramos, el Mayo francés del 68, acabó muriendo de vieja, apagada poco a poco, sin ver cumplido muchas de sus reivindicaciones. Al menos se despertaron, dirán algunos. Y es cierto. Y aquí, pase lo que pase, al menos nos hemos despertado, dirán otros, y eso de por sí ya es un tremendo triunfo. Eso es aún más cierto. Pero estamos rozando con la punta de los dedos un éxito aún mayor, y es ver traducido todo el movimiento que empezamos hace una semana en cambios concretos. En cambios en las reglas del juego. Lo único que tenemos que hacer, todos los que deseamos algo así, es sentarnos en nuestras plazas, y gritar con una voz única: señores políticos, esto es lo que queremos: cambiar la ley electoral, eliminación de vuestros privilegios, mayor control del sistema financiero y separar los poderes legislativo y judicial. Eso, o lo que sea. El consenso de mínimos al que se llegue. Pero que sea aquello que podamos gritar entre TODOS con una sola voz, unidos codo con codo tantos tan diversos, y aún más, como en aquella manifestación. Esa fue mi propuesta a la asamblea, y me senté.
No demasiados pensaron como yo. Casi todos los que hablaron después opinaron, incluidos algunos de los organizadores de la acampada que tomaron la palabra, cosas como “cambiar la ley electoral ya no es una de las prioridades”, o ”Yo antes que quedarme en un detalle como la ley electoral prefiero intentar cambiar el mundo en el que vivo, que es una puta mierda”. Y continuaron hablando de feminismo, ecologismo, debatir tal ley mercantil, qué posición tomamos ante tal problema de tal barrio. Desgraciadamente, en eso es en lo que se han convertido acampadacadiz, y muchas otras. Ojo, que me parece que querer cambiar el mundo, y luchar por ello, el algo tremendamente lícito. Y hermoso. Y cada cual que lo haga desde la postura que en su conciencia crea conveniente. Pero ni yo ni los que salimos a la calle el día quince fuimos convocados por la plataforma Democracia Real Ya para cambiar el mundo. Gritamos indignados para pedir Democracia Real. Gritamos indignados para cambiar las reglas del juego. Y para que después, en igualdad y justicia de condiciones, y según lo que su conciencia le dictase, jugase su partida.