Cuando explota un arma nuclear, quienes tienen la mala idea de mirar hacia la explosión, muy probablemente se quedan ciegos. Y casi son afortunados, porque así se libran de ver la gigantesca y aterradora bola de fuego. Es típico que en el punto exacto de la detonación se alcancen temperaturas 15 veces más altas que las que hay en el centro del Sol. Cualquier persona a menos de 45 km muere por la radiación térmica. Después de eso, el aire que rodea la explosión se quema y se expande formando una brutal onda de choque que arrasa con todo lo que encuentra a su paso. Como el aire que rodeaba la explosión se ha ido en la onda y se ha elevado, se forma un vacío provocando que tras esa onda de choque, un feroz viento corra en dirección opuesta derribando lo poco que pudiera quedar en pie. Todo ello unido a que el 80% de la energía de la explosión no se libera como calor, sino como destructivas radiaciones ionizantes y que poco después, todo el polvo liberado en la atmósfera empieza a depositarse y a caer en forma de lluvia radioactiva, no hacía presagiar que de Kazajistán y de Kirguistán quedaran más que dos enormes solares funcionando a tiempo completo como cementerios self-service. Y, hablando de cementerios, ¡ay, si los muertos de esa zona pudieran hablar! Tantos rebaños y tantas gentes de aquí para allá, tanta bomba, tanta monserga y tantos terremotos de un lado a otro sin parar de mover las tierras en las que intentaban descansar, apenas podían conciliar el sueño eterno que les correspondía y ni tenían la sangre coagulada en las arterias después de tantos años. Menudo ajetreo de muerte tenían, que ni en vida habían estado tan movidos. Muchos de ellos ni se extrañaron al ver que podían volver a moverse y con total naturalidad rompieron a puñetazos las tapas de sus rudimentarias tumbas para salir al exterior. Alguno un poco lúcido, ya en la superficie, tuvo el acierto de preguntar “¿Cómo es esto posible, si recuerdo perfectamente haber muerto?” y como hasta entre los muertos vivientes hay sabihondos, de algún lugar surgió la voz de un listillo que dijo “¿Pero no es evidente que, al no estar protegidos en una jaula Faraday, el intenso pulso electromagnético generado en una explosión nuclear nos ha devuelto a la vida? No hay más que ver la que hay montada aquí fuera”. A pesar de lo pedante, al zombi no le faltaba razón. Habían vuelto a la vida en mitad de un invierno nuclear, y en pleno oscurecimiento radioeléctrico no podrían ni llamar a sus familias para contárselo (aunque, bueno, es probable que todos estuvieran muertos).
La reconstrucción no fue fácil porque a pesar de que algunos zombis sólo parecían haber pasado una mala noche en lugar de haber estado años bajo tierra, la mayoría no conservaban intacto el cerebro y tenían mermadas sus capacidades motoras. No obstante, dirigidos por los zombis más inteligentes, los demás fueron volviendo a levantar casas, poniendo suelos en las calles, excavando un alcantarillado (que falta le hacía a esos países) y, en fin, rehaciendo todo lo que fuera menester rehacer. Los zombis menos espabilados se limitaban a obedecer órdenes de sus superiores, a trabajar, a descansar a ratos del trabajo, a comer cuando el trabajo lo permitiera y a no protestar, no como si no tuvieran ahora la capacidad de pensar, sino como si nunca antes la hubieran tenido. Como la clase media.
En el tema de la comida todo iba sobre ruedas porque bien es sabido por todo el mundo que los zombis se alimentan de cerebros humanos y allí, desperdigados por doquier, había cadáveres para ir tirando, por lo menos, hasta que se hubieran establecido en sus nuevos hogares. Ya pensarían más adelante en repartos de cerebros a domicilio o cosas así. En cualquier caso, algunos de los zombis listos ya habían mantenido contactos diplomáticos con Taryikistán, un país vecino a Kirguistán. Al parecer, los tayikos estarían dispuestos a suministrarles cadáveres a los zombis a cambio de algunos trabajadores zombis por aquí, algunos soldados zombis por allá y quizás zombis menores por acullá. El problema residía en que al parecer desde hacía muchos años China tenía ciertos tratados de cooperación con Taryikistán por los que estos habían prometido darles sus muertos a los chinos y ahora el presidente de la República Popular China estaba enfad… ¡Bufff, qué pereza! ¿No os cansa a veces el mundo en el que vivimos?
P.D: Ea, po hasta aquí la historia de los zombis. Siento si os ha defraudado que los zombis sean consecuencia (en parte) de la bomba nuclear, pero es que la historia es asín. En realidad esto podría haber sido un minimalismo más, pero me lié a hablar de los políticos y fue lo que salió.
"Desde que no fracasa, el suicida ya no es lo que era..."
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