martes, 15 de noviembre de 2011

Una de zombies (parte I)

Y los kazajos, angelitos, qué iban a saber. Ellos vieron las ganas que tenían en Kirguistán de mandar petróleo a Rusia y, claro, no tuvieron razones para negarse a que el dichoso oleoducto pasara por su barrio (previo pago de ciertos aranceles y emolumentos). Además, vetarlo habría sido un buen motivo para que dos de sus vecinos se enemistaran con ellos y tuvieran problemas, así que no merecía la pena. Rusia estaba loca de contenta, no le quedaba otra, pues le iban a traer el crudo con el periódico hasta el portal por dos duros y cuatro palmaditas en la espalda. Para los pequeños países asiáticos tener amigos tan importantes como Rusia era una bendición, que luego hay una revuelta o una Guerra Civil y conviene tener una manga de la que tirar para que te hagan caso.
Todos estaban contentos, pues. Todos menos el gigante chino, obviamente, que veía cómo cada litro de negra riqueza que iba para los soviéticos, se alejaba dramáticamente de ellos. Además, la importancia del enanito Kirguistán se vería enormemente reforzada al entrar en el mercado de las gasolineras. ¡Con todo lo que ellos habían hecho por Kirguistán! Llevaban años comprándole petróleo y vendiéndoles combustible, llevaban años de prósperas relaciones comerciales, de esas que propician magníficas relaciones diplomáticas, de esas que generan prósperas relaciones comerciales, de esas que…
China (no China entera, sino su presidente) llamó a Rusia (bueno, lo mismo de antes) para decirle que ya hay que ser rastrero para sorber con una pajita su charco de energía, que tenían tratados de colaboración con Kirguistán, que no hicieran el tonto, que te meto con el mechero y todas esas cosas. Rusia contestó “¿Me hablabas a mí? Disculpa, es que estaba distraído haciendo un oleoducto”. En aquel vetusto despacho, el aire y el ambiente podían untarse en biscotes. El presidente chino se mantuvo varias eternidades en silencio, digiriendo la impertinencia del presidente ruso, aferrándose a los brazos de su sillón como si agarrara por el cuello a toda Rusia entera.
Los kirguisos no tardaron mucho en recibir su correspondiente llamada. Nada más descolgar se escuchó “Anda que ya os vale a vosotros, con lo que hemos sido, yo esto me lo esperaba de cualquiera menos de vosotros”. La secretaria le pasó la llamada al presidente kirguís y el presidente chino repitió nuevamente su perorata, ahora a quien debía. “Esto no quedará así, ¿cómo pretendes nutrir de petróleo a las dos superpotencias asiáticas a la vez?, ¿crees que permitiremos que mandéis al traste años de buenas relaciones?”, decía el presidente chino. Su homólogo kirguís contestó “¿Perdona? No te escucho bien porque se me caen de la mesa montañas de rublos”.
Mientras el dirigente mandarín no tenía más uñas para morderse, en Kazajistán las veían venir. Por una vez en la historia ellos no habían hecho casi nada malo y se sentían como el pelota de la clase. Por eso les cogió por sorpresa la llamada del presidente de los EEUU, aunque bien pensado había tardado demasiado en intervenir, con su prepotente metomentodismo, sus aires de policía mundial y sus gritos de libertad. “Señor Presidente, debería usted considerar la posibilidad de obstaculizar la construcción del oleoducto entre Kirguistán y Rusia”, “¿¿¿Yoooo???”, “Sí, usted, Señor Presidente. Entienda que ni los soviéticos ni los kirguisos lo harán y China va a coger un cabre… China se opondrá enérgicamente, quizás tome acciones militares y es una potencia mundial”, “Pero, Señor Presidente, ¿no deberíamos permitir el libre mercado entre dos naciones que se verán beneficiadas por esta relación y que sea el mercado el que regule los términos del proceso?, ¿no llegarán en poco tiempo a un equilibrio comercial y por tanto diplomático entre los tres países de forma pacífica”, “Sí, pero…”, “¿No es esa la moralina que van repartiendo en panfletos por el mundo?”, “Verá, Señ…”, “¿Acaso el mercado libre no es la fórmula mágica que todo lo resuelve y por la que nunca en la Historia hubo que entrar en guerra, Señor Presidente?”, “…”, “¿Señor Presidente?”, “Tu-tu-tú, tu-tu-tú, tu-tu-tú”.
El Señor Presidente tenía razón en algo (el de los EEUU, digo), China no se quedaría de brazos cruzados. Tras presionar todo lo que pudo para evitar la construcción del oleoducto y la incipiente relación comercial entre Rusia y Kirguistán, solamente quedaba una salida: la militar. Dicho y hecho, el ejército de la República Popular de China se movilizó con miles de soldados hasta los límites con Kirguistán y Kazajistán. Llevaban helicópteros de transporte, carros de combate y botellas de camping-gas.
No avanzaron más allá de la línea imaginaria que marcan las fronteras. Se quedaron allí, amenazantes. Habían ido a casa del vecino a enseñarles el escroto por la ventana.


P.D: A ver, antes de que digáis nada, sabed que la historia es de zombies, pero dadme tiempo.

¿Por qué el último disco de TODOS los artistas españoles es siempre "el más personal"?

3 comentarios:

  1. Antes de nada, te acuso públicamente de buscar los gentilicios en la wikipedia.

    Bien, una vez hechos los preliminares... ¡¡me encanta!! :D Al más puro estilo RP!!!!

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  2. Nah, busqué solamente el de Kirguistán y por Google en general, a lo hombretón sabio :D.

    Y sí, el ritmo y la irreverente forma de narrar es la de los RP, solo que aquí atizo mucho más a lo que es la vida real.

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  3. Me ha encantado!!. A mí no se me parece a RP, es mucho más gracioso (me he descojonado con el cuelgue del presidente de EEUU y con la ironía rica de Kirguistán y Ruisa) y diría que tiene más literatura dentro. Lo que sí me parece es gaditano gaditano. Fantástico.

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