Dicen lo entendidos que el seísmo que asoló Haití hace cuatro días ha sido el más destructivo de la Historia, o al menos, de la Historia reciente. Muchos expertos dudan incluso de si, a partir de ahora, Puerto Príncipe sigue, técnicamente, existiendo, o simplemente ha pasado a ser una ex-ciudad destruida en el 2010 por un terremoto. El número de muertos es incalculable. Por lo visto puede ascender a 200.000 o incluso más (como a veces es difícil entenderse con números grandes, diremos que Puerto Príncipe tenía una población de dos millones de personas, así que ha muerto, como mínimo, el diez por ciento de la ciudad, uno de cada diez). Sin embargo, el número de muertos es, ciertamente, infinito.
Infinito, porque no se puede contar. No se puede contar porque Haití es un país pobre. Más que pobre, pobrísimo, paupérrimo, moribundo. Es el país más pobre de todo el continente americano (y hay treinta y cinco países en América). No se puede contar porque Haití es un país anarquista por necesidad, anarquista por obligación de sus dirigentes, en el que los gobernantes corruptos desde hace cuarenta años se quedan hasta la ayuda humanitaria que le envían los países desarrollados y las ONG, y el pueblo carece de cualquier infraestructura. No se pueden contar porque en Haití no hay un gobierno ni ente superior que lo haga. Hay, a lo sumo, un grupo de ricos que vivían en casas de verdad (que afortunadamente también se vinieron abajo, aunque no todos han muerto, empezando por el presidente de la República) que nunca compraron nada ni invirtieron en cosa alguna que ahora les sirva de algo. Muchos de esos cadáveres jamás serán encontrados, y otros se están empezando a quemar o a enterrar en macro fosas comunes improvisadas ya por parte de la población para evitar que transmitan enfermedades, a sabiendas de que después jamás podrán ser enterrados dignamente ni identificados. Sabia, aunque dura decisión, la que ha tomado un pueblo huérfano de todo que la ONU desaconseja porque les va a molestar bastante a la hora de hacer sus estadísticas.
Allí se ha venido todo abajo. Favelas, iglesias, palacios, hospitales, hoteles de lujo. Todo. El día once de enero había en Puerto Príncipe ciento cincuenta médicos. Han sobrevivido veinte. Nunca hubo un cuerpo real de bomberos, ni servicio de rescate. Y están así desde el día doce. No hay, además de ayuda técnica o sanidad, comida ni agua, ni ningún sitio donde comprarla. El dinero en Haití ya no sirve de nada, se truecan cosas con comida o gasolina. Pero aún quedan cosas entre los escombros. Tiendas que no llegaron a afectarse del todo o ruinas que guardan comida bajo las piedras. Además de algunos camiones y personas que circulan dando pequeñas cajas o raciones en algunos barrios. Desde ayer, esa gente desesperada empezó a asaltar esos pocos comercios supervivientes, a escarbar entre las piedras buscando algo que llevarse a la boca, a tirarse encima de los camiones en marcha buscando una caja.
Eso es lo que está pasando allí. Yo lo vi ayer por la tarde, mientras un grupo de tertulianos profesionales que lo mismo analizan un terremoto que un juicio, pasando por las tetas de cualquiera, hablaban de pillaje. De bandidos, de robos y piratería. Y así lo calificaban también en periódicos y telediarios. Pillaje. ¿Y no será, digo yo, que se está confundiendo el pillaje con instinto de supervivencia? Están acusando de buscar comida desesperadamente entre las ruinas a un pueblo que sabe que a pocos kilómetros se acumula, vigilada por el ejército norteamericano, toneladas de comida que no están siendo distribuidas. No se distribuye porque no se puede, porque su puto gobierno corrupto no tenía ni siquiera camiones preparados para eso, y los que quedaban se han destruido. Pero no se distribuyen, y son muchas toneladas de comida acumulándose mientras los desheredados de absolutamente todo se mueren de hambre. Se mueren. Así que han decidido guardar las procelosas formas diplomáticas que tanto nos gustan a nosotros para otra ocasión, y han decidido sacar comida de donde exista. Para comer, para darle alimento a sus hijos o familiares moribundos. Mientras, los ricos lo llamamos pillaje, viendo por la televisión, en nuestros sofás, barrigas llenas y calefacción encendida, tachándolos de delincuentes. Así funciona este mundo asqueroso en el que si la mierda valiera algo, los pobres nacerían sin culo.
Infinito, porque no se puede contar. No se puede contar porque Haití es un país pobre. Más que pobre, pobrísimo, paupérrimo, moribundo. Es el país más pobre de todo el continente americano (y hay treinta y cinco países en América). No se puede contar porque Haití es un país anarquista por necesidad, anarquista por obligación de sus dirigentes, en el que los gobernantes corruptos desde hace cuarenta años se quedan hasta la ayuda humanitaria que le envían los países desarrollados y las ONG, y el pueblo carece de cualquier infraestructura. No se pueden contar porque en Haití no hay un gobierno ni ente superior que lo haga. Hay, a lo sumo, un grupo de ricos que vivían en casas de verdad (que afortunadamente también se vinieron abajo, aunque no todos han muerto, empezando por el presidente de la República) que nunca compraron nada ni invirtieron en cosa alguna que ahora les sirva de algo. Muchos de esos cadáveres jamás serán encontrados, y otros se están empezando a quemar o a enterrar en macro fosas comunes improvisadas ya por parte de la población para evitar que transmitan enfermedades, a sabiendas de que después jamás podrán ser enterrados dignamente ni identificados. Sabia, aunque dura decisión, la que ha tomado un pueblo huérfano de todo que la ONU desaconseja porque les va a molestar bastante a la hora de hacer sus estadísticas.
Allí se ha venido todo abajo. Favelas, iglesias, palacios, hospitales, hoteles de lujo. Todo. El día once de enero había en Puerto Príncipe ciento cincuenta médicos. Han sobrevivido veinte. Nunca hubo un cuerpo real de bomberos, ni servicio de rescate. Y están así desde el día doce. No hay, además de ayuda técnica o sanidad, comida ni agua, ni ningún sitio donde comprarla. El dinero en Haití ya no sirve de nada, se truecan cosas con comida o gasolina. Pero aún quedan cosas entre los escombros. Tiendas que no llegaron a afectarse del todo o ruinas que guardan comida bajo las piedras. Además de algunos camiones y personas que circulan dando pequeñas cajas o raciones en algunos barrios. Desde ayer, esa gente desesperada empezó a asaltar esos pocos comercios supervivientes, a escarbar entre las piedras buscando algo que llevarse a la boca, a tirarse encima de los camiones en marcha buscando una caja.
Eso es lo que está pasando allí. Yo lo vi ayer por la tarde, mientras un grupo de tertulianos profesionales que lo mismo analizan un terremoto que un juicio, pasando por las tetas de cualquiera, hablaban de pillaje. De bandidos, de robos y piratería. Y así lo calificaban también en periódicos y telediarios. Pillaje. ¿Y no será, digo yo, que se está confundiendo el pillaje con instinto de supervivencia? Están acusando de buscar comida desesperadamente entre las ruinas a un pueblo que sabe que a pocos kilómetros se acumula, vigilada por el ejército norteamericano, toneladas de comida que no están siendo distribuidas. No se distribuye porque no se puede, porque su puto gobierno corrupto no tenía ni siquiera camiones preparados para eso, y los que quedaban se han destruido. Pero no se distribuyen, y son muchas toneladas de comida acumulándose mientras los desheredados de absolutamente todo se mueren de hambre. Se mueren. Así que han decidido guardar las procelosas formas diplomáticas que tanto nos gustan a nosotros para otra ocasión, y han decidido sacar comida de donde exista. Para comer, para darle alimento a sus hijos o familiares moribundos. Mientras, los ricos lo llamamos pillaje, viendo por la televisión, en nuestros sofás, barrigas llenas y calefacción encendida, tachándolos de delincuentes. Así funciona este mundo asqueroso en el que si la mierda valiera algo, los pobres nacerían sin culo.
Ya se huelen los conciertos benéficos de Phil Collins y Rod Stewart. ¡Que tiemblen en Haití (otra vez)!
ResponderEliminarMuy bueno. Sí señor.
ResponderEliminarLa misma historia repetida una y otra vez, no importa que venga precedido de un terremoto, un golpe de estado, un seísmo o una competición, PODER; PODER; PODER y PODER. Y lo importante termina siendo lo más damnificado.
ResponderEliminarGran texto Pedro. De los que sabes que me gustan en ti.
MUy bueno!!! Absolutamente verdad todo, y la foto genial. Nadie sabía del horror que vivía Haití antes del terremoto, ha tenido que ocurrir una catastrofe, de esas que les gusta tanto a los telediarios y a los políticos para darse palmaditas, de lo buenos que son porque su ayuda llega la mas rapida. Lamentable. Haití existía antes de todo esto o mas bien no existía.
ResponderEliminarMuy bueno Pedro, pataleo de los tuyos como a mi me gusta. Me ha encantado esta frase "si la mierda valiera algo, los pobres nacerían sin culo" cuanta razón y que triste...
Muchas gracias chumachos, la verdad es que me han alegrado y ruborizado muchísimo vuestros comentarios, aunque sea por un tema tan triste. La verdad es que no acaba yo de encontrarme a mi mismo últimamente... En fin, supongo que tienes razón Curro. Cada uno tiene su registro. Por cierto, la frase es muy basta, pero no tengo la suerte de poder atribuírmela. Mi padre la dice a menudo, y él cree que es Gabriel García Márquez.
ResponderEliminarSí que mola el texto. Vengo tardecito, pero enhorabuena!
ResponderEliminarLa verdad me paso muy poco por aquí, pero hoy me he tenido que detener a dejar un comentario. Me ha hecho reflexionar y pararme a pensar un rato cómo tiene que ser que tu pequeo mundo, la gente que conoces (tu vecina, el panadero, tu profesora, tu prima pequeña) todos desaparecieran de un dia para otro. Que ese parque al que te gustaba ir, esa tienda donde viste una camiseta que te encantaba o tu lugar de trabajo al que ibas todos los dias como una rutina aburrida, no están se han transformado en una montaña de piedras. Esa sensación tiene que ser horrible, no tener nada que perder ni nadie a quien pedir ayuda. Y eso en nuestras vidas es imposible de imaginar. Me ha gustado mucho Pedrito. :)
ResponderEliminarJoder, cómo me encantaría saber quién eres...
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