Ya sé que estás cansada. Bueno, que estáis cansados. Lo sé perfectamente, hazme caso. En carne propia. Como lo sabemos todos lo que hemos pasados por ahí, que somos unos cuantos. Y como lo sabrás tú –vosotros– dentro de apenas unos meses.
Sé que a veces a uno le entran ganas de mandarlo todo a la mismísima mierda. Por utilizar la expresión que realmente estáis pensando. Ordenadamente y en fila india, una asignatura detrás de otra. Sé que a veces sólo se tienen ganas de llorar, que la paciencia se agota, que uno se asfixia entre tanto folio, entre tanto apunte y tanto libro. Falta oxígeno y sobra peso sobre vuestras cabezas. Que no se tiene muy claro si todo esto merece la pena. También sé que la altura de la cama no es lo bastante elevada como para intentar un suicidio con garantía de éxito, que el canto de los folios no corta lo suficiente, y que es mejor estudiar sin mecheros cerca. Pero también sé, que como me enseñó alguien que probablemente también os lo haya enseñado a vosotros, que todo llega.
Sé que va a ser jodido. Que no soportas más esa sensación que te agarrota el estómago todos los días, pensando en un futuro incierto que nunca has tenido tan cerca. Y sé que tenéis miedo. Miedo a no conseguirlo, a decepcionaros a vosotros mismos, a fallar a los que os rodean y tanta confianza ciega han vertido en vosotros. Que teméis al fracaso. Sé que ese miedo a veces te vence, que has llorado algunas veces, que has tenido los ojos rojos y la cara hinchada, y de pura vergüenza te has negado a mirarte en el espejo. Y lo sé porque te he visto. O por que me lo han contado. Porque puedo ser tu novio, o tu amigo, o un amigo de un amigo, o podría ser vuestro padre o vuestra madre, o tu hermano. Y sé que a veces a uno le quema la boca y se odia a sí mismo por no poder decir lo que realmente siente. Que nos sentimos torpes e inútiles por no poder animaros. Entonces se lo dice a otros padres, o a otros novios, otros hermanos, a otros amigos. Pero no a vosotros, aunque lo pensemos, porque no sabemos cómo hacerlo. Aunque realmente lo deseemos, pero no encontramos labia para hacerlo.
Y lo que todos queremos deciros, aunque a veces no sepamos muy bien cómo, es que os admiramos. Que te admiro. No sabéis que ternura, que respeto nos inspiráis cada vez que os llamamos por teléfono y os interrumpimos, o que pasamos frente a la puerta de vuestro cuarto, dejamos caer una mirada de soslayo, y os vemos otra vez, como siempre, como cada día a cada hora, con los codos clavados en la mesa. Lo único que sentimos es orgullo. Lo sentimos, porque sabemos que lo fácil es dejarse llevar, como hacen otros, y hacerse las víctimas de una LOGSE y una educación que más os arrima al arrecife que a la playa. Luchando sólo por un sueño, una esperanza, que os mantiene anclados a ese odiado flexo cada tarde.
Porque el triunfo no es otra cosa que pelear hasta morir, y si hay que hacerlo, morir, pues que sea en el intento. El triunfo es lo que hacéis ahora, cada tarde, cuando vencéis el sueño, el cansancio, el desánimo y la pereza y os volvéis a sentar frente a los mismos folios. El éxito es esa vergüenza torera que os impulsa a hacerlo, y todo el trabajo y esfuerzo que estáis derrochando. El único fracaso viene del que se sabe tan inferior que ni lo intenta, y la única victoria éxito es venceros a vosotros mismos. Ni el triunfo ni el fracaso se miden en puntos, en décimas, ni en puestos de Selectividad. Ni en cursar una carrera determinada. Así que como dicen mis tíos, que son de Cartagena, no os disminuyáis. No te disminuyas, no te vengas abajo. Y esta tarde, y mañana, y al otro, te vuelves a poner en la misma mesa de siempre, a darlo todo. A vaciarte sobre los apuntes. Porque esa es la única manera de ganar. No es la senda del triunfo, “es” el triunfo. Y si no consigues algo una vez, síguelo intentando mientras te queden fuerzas. Hasta que llegue el momento en que ya no puedas más, que siempre se puede. Y si no, pues bueno, pues hasta ahí llegaste. No hay nada que reprochar al que lo ha intentado con absolutamente todas sus fuerzas, al que ha llegado, dándolo todo, hasta donde ha podido. Porque como alguien me enseñó una vez, no hay nada deshonroso en el soldado que enciende un pitillo y levanta las manos, si antes ha peleado bien a la vista de los suyos. Si antes ha disparado su último cartucho. Eso no es fracasar. Es caer en el intento. Que es lo máximo que te puede pasar a ti, porque tú no puedes perder. Es imposible. Porque tú ya has ganado.
Sé que a veces a uno le entran ganas de mandarlo todo a la mismísima mierda. Por utilizar la expresión que realmente estáis pensando. Ordenadamente y en fila india, una asignatura detrás de otra. Sé que a veces sólo se tienen ganas de llorar, que la paciencia se agota, que uno se asfixia entre tanto folio, entre tanto apunte y tanto libro. Falta oxígeno y sobra peso sobre vuestras cabezas. Que no se tiene muy claro si todo esto merece la pena. También sé que la altura de la cama no es lo bastante elevada como para intentar un suicidio con garantía de éxito, que el canto de los folios no corta lo suficiente, y que es mejor estudiar sin mecheros cerca. Pero también sé, que como me enseñó alguien que probablemente también os lo haya enseñado a vosotros, que todo llega.
Sé que va a ser jodido. Que no soportas más esa sensación que te agarrota el estómago todos los días, pensando en un futuro incierto que nunca has tenido tan cerca. Y sé que tenéis miedo. Miedo a no conseguirlo, a decepcionaros a vosotros mismos, a fallar a los que os rodean y tanta confianza ciega han vertido en vosotros. Que teméis al fracaso. Sé que ese miedo a veces te vence, que has llorado algunas veces, que has tenido los ojos rojos y la cara hinchada, y de pura vergüenza te has negado a mirarte en el espejo. Y lo sé porque te he visto. O por que me lo han contado. Porque puedo ser tu novio, o tu amigo, o un amigo de un amigo, o podría ser vuestro padre o vuestra madre, o tu hermano. Y sé que a veces a uno le quema la boca y se odia a sí mismo por no poder decir lo que realmente siente. Que nos sentimos torpes e inútiles por no poder animaros. Entonces se lo dice a otros padres, o a otros novios, otros hermanos, a otros amigos. Pero no a vosotros, aunque lo pensemos, porque no sabemos cómo hacerlo. Aunque realmente lo deseemos, pero no encontramos labia para hacerlo.
Y lo que todos queremos deciros, aunque a veces no sepamos muy bien cómo, es que os admiramos. Que te admiro. No sabéis que ternura, que respeto nos inspiráis cada vez que os llamamos por teléfono y os interrumpimos, o que pasamos frente a la puerta de vuestro cuarto, dejamos caer una mirada de soslayo, y os vemos otra vez, como siempre, como cada día a cada hora, con los codos clavados en la mesa. Lo único que sentimos es orgullo. Lo sentimos, porque sabemos que lo fácil es dejarse llevar, como hacen otros, y hacerse las víctimas de una LOGSE y una educación que más os arrima al arrecife que a la playa. Luchando sólo por un sueño, una esperanza, que os mantiene anclados a ese odiado flexo cada tarde.
Porque el triunfo no es otra cosa que pelear hasta morir, y si hay que hacerlo, morir, pues que sea en el intento. El triunfo es lo que hacéis ahora, cada tarde, cuando vencéis el sueño, el cansancio, el desánimo y la pereza y os volvéis a sentar frente a los mismos folios. El éxito es esa vergüenza torera que os impulsa a hacerlo, y todo el trabajo y esfuerzo que estáis derrochando. El único fracaso viene del que se sabe tan inferior que ni lo intenta, y la única victoria éxito es venceros a vosotros mismos. Ni el triunfo ni el fracaso se miden en puntos, en décimas, ni en puestos de Selectividad. Ni en cursar una carrera determinada. Así que como dicen mis tíos, que son de Cartagena, no os disminuyáis. No te disminuyas, no te vengas abajo. Y esta tarde, y mañana, y al otro, te vuelves a poner en la misma mesa de siempre, a darlo todo. A vaciarte sobre los apuntes. Porque esa es la única manera de ganar. No es la senda del triunfo, “es” el triunfo. Y si no consigues algo una vez, síguelo intentando mientras te queden fuerzas. Hasta que llegue el momento en que ya no puedas más, que siempre se puede. Y si no, pues bueno, pues hasta ahí llegaste. No hay nada que reprochar al que lo ha intentado con absolutamente todas sus fuerzas, al que ha llegado, dándolo todo, hasta donde ha podido. Porque como alguien me enseñó una vez, no hay nada deshonroso en el soldado que enciende un pitillo y levanta las manos, si antes ha peleado bien a la vista de los suyos. Si antes ha disparado su último cartucho. Eso no es fracasar. Es caer en el intento. Que es lo máximo que te puede pasar a ti, porque tú no puedes perder. Es imposible. Porque tú ya has ganado.
Perdón por publicar esto así. Pero alguien que conozco necesitaba leer algo así ;)
ResponderEliminarAl resto os digo: "Y dijo Dios, no juzgad, y no seréis juzgados".
Gracias ^^
ResponderEliminarUsain Bolt ha perdido por fin una carrera?.
ResponderEliminarwtf.
Yo sólo puedo decirte, "anónimo", que no es para tanto, que acaba. Que lo conseguirás, y que si no tampoco pasa nada, hay tiempo para todo. Ánimo anda.
Toda siembra tiene su fruto,siempre se puede comer el fruto que uno quiere, pero nadie dijo que fuera fácil. Animo!
ResponderEliminarHostias, cuñado, los vellos como escarpias con la comparación del soldado, te lo juro. Me ha gustado mucho tío, pero insisto en que os leáis el artículo sobre la palabra "que" del diccionario. No es más que una recomendación.
ResponderEliminarEnhorabuena!:)
Me alegro de que sepas reconocer... la grandeza de un Maestro xD Esa frase está literalmente copiada a Don Arturo, que es la que da título a mi artículo. Que por cierto, es también el título del mismo artículo, ya que fue el que me inspiró para escribir este texto a Ma... perdón, al anónimo.
ResponderEliminarPD: Prometo mirar eso