"El diario La Nación, de Buenos Aires, había instituido un premio para una colección de cuentos; nosotros –Carmen Gándara, Adolfo Bioy Casares, Eduardo Mallea, Leónidas de Vedia y el mismo Jorge Luis Borges que firmaba estas líneas– integrábamos el jurado. Más de quinientos manuscritos, algunos de volumen considerable, nos abrumaron; al cabo de una tercera reunión, quedaron reducidos a uno.
Nada sabíamos del hombre que velaba el pseudónimo; el ambiente, la entonación y cierto desenfado en el manejo de las palabras dejaban entrever a un español, y aún un andaluz.
Dos temas, el vino y la tauromaquia, prevalecían en los textos; ambos tendían a alejarnos de ellos. Como Quevedo éramos partidarios del toro (...) no del toreo.
Todos sentimos, sin embargo, que los temas son símbolos y adjetivos. (...) Y en los cuentos de Fernando Quiñones estaba el hombre, si índole y su destino.
Los premiamos con unánime acuerdo porque advertimos en la obra de Quiñones a un gran escritor de la literatura hispánica de nuestro tiempo, o, simplemente, de la literatura."
Estas palabras fueron escritas por el Gran Maestro Borges a finales de los 70, años después de entregar ese premio, relatando como descubrió a nuestro escritor gaditano, y a petición expresa del mismo, introducidas como prólogo a la primera edición de su libro de relatos “El viejo país”. Quiñones no sólo disfrutó de la admiración de Borges, que ya es decir, sino también de su amistad. Así como de la de otros grandes escritores de su tiempo como Cortázar, Vicente Aleixandre, Juan Ramón Jiménez, Alberti, Gerardo Diego, o su íntimo amigo, Antonio Gala. Además, de las personas que más admiraba ya se agenció él la manera de conocerlas, independientemente de lo que quisiera el aludido. Como aquella mañana de seis de enero en Madrid en la que buscó la dirección de Pío Baroja en el listín telefónico y se plantó en su casa con un roscón de Reyes para invitarlo a desayunar y poder charlar con él. O como cuando fue invitado a cenar a casa de Picasso en Cannes, y estuvieron charlando y cantando flamenco toda la noche,y al acabar, como le había caído en gracia al pintor malagueño, este le señaló su estudió y le dijo “gaditano, ve allí y coge el que tú quieras, ¿me oyes?, el que tú quieras”, y este lo rechazó pensando que seguramente todo el que se arrimaba al maestro buscaba en alguna medida sacar algo, y él iba a ser más chulo que un ocho y se iba a plantar delante de Picasso para dar, y no para recibir. “Yo ya me llevo mucho, capitán, con usted, sus amigos y su pan, no quiero llevarme más”, le respondió el tío. Un poco finolis de más, pero con dos cojones.
Aunque nacido en Chiclana –una más de las villas de Cádiz que tan Cádiz son en realidad–, él siempre se consideró gaditano de pura cepa y se mostró orgulloso de ello. Paseó tanto su cariño y su amor por su tierra entre sus que le acabó costando ser considerado por muchos un escritor local, lastre que probablemente le impidió llegar más lejos entre el público y las editoriales –otra cosa fue en la Literatura, ya que después de cosechar la admiración de Borges y Cortázar, mucho más lejos no se puede llegar– de manera injusta, pues nunca se ha considerado como “local” a un escritor madrileño o barcelonés que haya hecho relucir a Madrid o Barcelona en sus obras. Fue amante del flamenco, del vino y de los toros, de la poesía, de los cuentos, del mar y de su mujer. De joven se juntó con un grupo de amigos y decidieron sacar una pequeña revista de poesía, “El Parnaso”, que fue seguida por otra mucho más conocida, de nombre “Platero”, con una pequeña subvención que les ofreció el régimen que él tanto detestaba. De aquella revista aún sobreviven poetas de sobra conocidos, como Caballero Bonald. De ahí saltó al periodismo, y marchó a Madrid para trabajar y poder echar de menos su tierra, y años más tarde, inició una serie de viajes que lo llevarían a conocer profundamente Hispanoamérica –la América Morena, como él la llamaba–, y otras partes del mundo, como Marruecos, Yemen o Yugoslavia.
Éxitos, lo que se dice éxitos, a nivel editorial cosechó pocos. Fue finalista del Premio Planeta por “Las mil noches de Hortensia Romero”, y otra vez años más tarde por su magnífica novela “La canción del pirata”, que de firmarla cualquier grande de la época hubiera sido traducida a cuarenta idiomas. Pero esto a él siempre se la trajo un poco floja, la verdad. En cambio, se dedicó a recoger reconocimientos de los grandes y a firmar unos libros de poesía –esas “Crónicas” maravillosas de tantas cosas, como Al-Andalus, Yemen, Yugoslavia, Hispánicas, Americanas, Inglesas…–, relatos, novelas, y una vida, que muchos otros más premiados quisieran para sí.
Nada sabíamos del hombre que velaba el pseudónimo; el ambiente, la entonación y cierto desenfado en el manejo de las palabras dejaban entrever a un español, y aún un andaluz.
Dos temas, el vino y la tauromaquia, prevalecían en los textos; ambos tendían a alejarnos de ellos. Como Quevedo éramos partidarios del toro (...) no del toreo.
Todos sentimos, sin embargo, que los temas son símbolos y adjetivos. (...) Y en los cuentos de Fernando Quiñones estaba el hombre, si índole y su destino.
Los premiamos con unánime acuerdo porque advertimos en la obra de Quiñones a un gran escritor de la literatura hispánica de nuestro tiempo, o, simplemente, de la literatura."
Estas palabras fueron escritas por el Gran Maestro Borges a finales de los 70, años después de entregar ese premio, relatando como descubrió a nuestro escritor gaditano, y a petición expresa del mismo, introducidas como prólogo a la primera edición de su libro de relatos “El viejo país”. Quiñones no sólo disfrutó de la admiración de Borges, que ya es decir, sino también de su amistad. Así como de la de otros grandes escritores de su tiempo como Cortázar, Vicente Aleixandre, Juan Ramón Jiménez, Alberti, Gerardo Diego, o su íntimo amigo, Antonio Gala. Además, de las personas que más admiraba ya se agenció él la manera de conocerlas, independientemente de lo que quisiera el aludido. Como aquella mañana de seis de enero en Madrid en la que buscó la dirección de Pío Baroja en el listín telefónico y se plantó en su casa con un roscón de Reyes para invitarlo a desayunar y poder charlar con él. O como cuando fue invitado a cenar a casa de Picasso en Cannes, y estuvieron charlando y cantando flamenco toda la noche,y al acabar, como le había caído en gracia al pintor malagueño, este le señaló su estudió y le dijo “gaditano, ve allí y coge el que tú quieras, ¿me oyes?, el que tú quieras”, y este lo rechazó pensando que seguramente todo el que se arrimaba al maestro buscaba en alguna medida sacar algo, y él iba a ser más chulo que un ocho y se iba a plantar delante de Picasso para dar, y no para recibir. “Yo ya me llevo mucho, capitán, con usted, sus amigos y su pan, no quiero llevarme más”, le respondió el tío. Un poco finolis de más, pero con dos cojones.
Aunque nacido en Chiclana –una más de las villas de Cádiz que tan Cádiz son en realidad–, él siempre se consideró gaditano de pura cepa y se mostró orgulloso de ello. Paseó tanto su cariño y su amor por su tierra entre sus que le acabó costando ser considerado por muchos un escritor local, lastre que probablemente le impidió llegar más lejos entre el público y las editoriales –otra cosa fue en la Literatura, ya que después de cosechar la admiración de Borges y Cortázar, mucho más lejos no se puede llegar– de manera injusta, pues nunca se ha considerado como “local” a un escritor madrileño o barcelonés que haya hecho relucir a Madrid o Barcelona en sus obras. Fue amante del flamenco, del vino y de los toros, de la poesía, de los cuentos, del mar y de su mujer. De joven se juntó con un grupo de amigos y decidieron sacar una pequeña revista de poesía, “El Parnaso”, que fue seguida por otra mucho más conocida, de nombre “Platero”, con una pequeña subvención que les ofreció el régimen que él tanto detestaba. De aquella revista aún sobreviven poetas de sobra conocidos, como Caballero Bonald. De ahí saltó al periodismo, y marchó a Madrid para trabajar y poder echar de menos su tierra, y años más tarde, inició una serie de viajes que lo llevarían a conocer profundamente Hispanoamérica –la América Morena, como él la llamaba–, y otras partes del mundo, como Marruecos, Yemen o Yugoslavia.
Éxitos, lo que se dice éxitos, a nivel editorial cosechó pocos. Fue finalista del Premio Planeta por “Las mil noches de Hortensia Romero”, y otra vez años más tarde por su magnífica novela “La canción del pirata”, que de firmarla cualquier grande de la época hubiera sido traducida a cuarenta idiomas. Pero esto a él siempre se la trajo un poco floja, la verdad. En cambio, se dedicó a recoger reconocimientos de los grandes y a firmar unos libros de poesía –esas “Crónicas” maravillosas de tantas cosas, como Al-Andalus, Yemen, Yugoslavia, Hispánicas, Americanas, Inglesas…–, relatos, novelas, y una vida, que muchos otros más premiados quisieran para sí.
Es el perfil que más me ha gustado, no ha sido tan sistemático como otros anteriores, y el tema de las anécdotas le da muchísimo entretenimiento. Me he acordado de lo que me conteste del club de escritores, y de cómo llegó allá arriba, al lado de los Dioses (argentinos). Y de la anécdota del roscón y Baroja, preciosa
ResponderEliminarUn orgullo para la provincia haber disfrutado de alguien que fue verdaderamente importante.
Eso sí, te puedes ir al puto carajo con lo de las villas de Cádiz :)